Palacio real de la Navarrería, Pamplona, 24 de enero de 1197
Dos años. Enteros. Sin descansar ni un sólo día, sin poder observar siquiera las fiestas de guardar para poder conseguir terminar el último encargo que te hizo el rey Sancho, quien por sus muchos talentos mereció el sobrenombre de "Sabio". Es como si todavía pudieras escucharlo:
-Elaborarás un libro que hasta mi propio hijo sea capaz de comprender. Para mi desgracia y para la de todo el reino, sabes que no ha habido manera de lograr que aprendiese a leer con soltura, pues sólo le interesan esas malditas apuestas de aizkoras con las que ocupa todo su tiempo. De seguir así pronto acabará con todos los árboles de Navarra. Y es que en realidad no es más que un niño, aunque con el cuerpo de un gigante. Habrás de dar pues en tu obra prioridad al dibujo de las miniaturas y no a los textos, que tendrán el menor número de letras posibles, las justas para que cada escena quede identificada sin margen de error alguno. Sé que sólo en ti puedo confiar para llevar a buen fin este cometido, mi buen canciller Ferrando Pérez de Funes. No me defraudes...
Y por fin el titánico trabajo está a punto de finalizar: la Biblia más hermosa que nunca haya visto un cristiano está casi completada, y con sus ilustraciones a página entera que hasta un niño -aunque tenga el cuerpo de un gigante- podría entender. Pero desgraciadamente es ya demasiado tarde, porque el nuevo rey no sólo no quiere saber nada de libros, sino que quiere dejar bien claro desde el principio que su gobierno no tendrá nada que ver con el de su padre, y que la inteligencia será ahora sustituida por la fuerza.
¿Y qué mejor ocasión para mostrar la propia fuerza ante todo el reino que la apuesta de aizkoras definitiva? Sí: cortará en el menor tiempo posible el tronco del roble más antiguo que haya en sus dominios. Y ese roble está en Aristu, que es lugar muy hermoso del valle de Urraul Alto, el solar originario de los reyes de Navarra, pues dicen que allí nació el primero de todos ellos: Enecco Aritza.
Y así, en el mismo momento que Sancho VII comienza a talar el roble, comienza a dibujar Fernando Pérez de Funes la última miniatura de su Biblia, aquella que muestra el sueño del rey babilonio Nabucodonosor, según lo cuenta el libro de Daniel, capítulo 4, versículos 7-14:
"...Ego Nabuchodonosor videbam et ecce arbor in medio terre. Et altitudo eius nimia et magna arbor et fortis et proceritas eisu contingens celum..."
"...Las visiones de mi cabeza en mi lecho, yo así las vi: He aquí un árbol en medio de la tierra. Su altura era inmensa. El árbol creció, vino a ser fuerte, su altura llegaba a los cielos y era visible desde los extremos de toda la tierra. Y he aquí que un vigilante, un ángel, descendió de los cielos. Y gritó con fuerza: ¡Abatid el árbol, desmochad sus ramas, arrancad sus hojas y dispersad sus frutos! Que las bestias huyan de debajo de él, y las aves de sus ramas. Pero dejad el tronco y sus raíces debajo de la tierra, pues si reconoces la majestad de Dios, también tu soberanía subsistirá. Y esto será hecho así para que todo ser viviente sepa que el Altísimo domina sobre la realeza de los hombres, y que sólo Él la da a quien quiere, y eleva a ella, si le place, al más humilde de los hombres..."
Así que dibuja al rey Sancho el Sabio como si fuera aquél rey asirio del Antiguo Testamento, y lo pinta igual que cuando acostumbraba a tomar sus decisiones más importantes de gobierno, acogidas su vigilia y su sueño siempre a la protección del antiquísimo roble de Aristu, el mismo árbol bajo el que fue coronado Enecco Aritza, y el mismo árbol que ahora está matando Sancho el Fuerte. Y para representar al roble sagrado saca unas gastadas monedas de plata del viejo rey de su bolsa, y copia con esmero el diseño del árbol crucífero que desde los tiempos de Sancho el Mayor en ellas aparece.
Y como si el don de la profecía que Daniel, Ezequiel, Elías y otros muchos locos y visionarios poseyeron le hubiera sido concedido momentáneamente, escribe Fernando para poner terrible colofón a su Biblia:
"Y tú, Sancho, llamado el Fuerte, serás castigado por tu soberbia, y no tendrás hijo que prolongue más tu gloriosa dinastía, de la que serás el último vástago..."
©Mikel Zuza Viniegra, 2015
Dos años. Enteros. Sin descansar ni un sólo día, sin poder observar siquiera las fiestas de guardar para poder conseguir terminar el último encargo que te hizo el rey Sancho, quien por sus muchos talentos mereció el sobrenombre de "Sabio". Es como si todavía pudieras escucharlo:
-Elaborarás un libro que hasta mi propio hijo sea capaz de comprender. Para mi desgracia y para la de todo el reino, sabes que no ha habido manera de lograr que aprendiese a leer con soltura, pues sólo le interesan esas malditas apuestas de aizkoras con las que ocupa todo su tiempo. De seguir así pronto acabará con todos los árboles de Navarra. Y es que en realidad no es más que un niño, aunque con el cuerpo de un gigante. Habrás de dar pues en tu obra prioridad al dibujo de las miniaturas y no a los textos, que tendrán el menor número de letras posibles, las justas para que cada escena quede identificada sin margen de error alguno. Sé que sólo en ti puedo confiar para llevar a buen fin este cometido, mi buen canciller Ferrando Pérez de Funes. No me defraudes...
Y por fin el titánico trabajo está a punto de finalizar: la Biblia más hermosa que nunca haya visto un cristiano está casi completada, y con sus ilustraciones a página entera que hasta un niño -aunque tenga el cuerpo de un gigante- podría entender. Pero desgraciadamente es ya demasiado tarde, porque el nuevo rey no sólo no quiere saber nada de libros, sino que quiere dejar bien claro desde el principio que su gobierno no tendrá nada que ver con el de su padre, y que la inteligencia será ahora sustituida por la fuerza.
¿Y qué mejor ocasión para mostrar la propia fuerza ante todo el reino que la apuesta de aizkoras definitiva? Sí: cortará en el menor tiempo posible el tronco del roble más antiguo que haya en sus dominios. Y ese roble está en Aristu, que es lugar muy hermoso del valle de Urraul Alto, el solar originario de los reyes de Navarra, pues dicen que allí nació el primero de todos ellos: Enecco Aritza.
Aristu |
"...Ego Nabuchodonosor videbam et ecce arbor in medio terre. Et altitudo eius nimia et magna arbor et fortis et proceritas eisu contingens celum..."
"...Las visiones de mi cabeza en mi lecho, yo así las vi: He aquí un árbol en medio de la tierra. Su altura era inmensa. El árbol creció, vino a ser fuerte, su altura llegaba a los cielos y era visible desde los extremos de toda la tierra. Y he aquí que un vigilante, un ángel, descendió de los cielos. Y gritó con fuerza: ¡Abatid el árbol, desmochad sus ramas, arrancad sus hojas y dispersad sus frutos! Que las bestias huyan de debajo de él, y las aves de sus ramas. Pero dejad el tronco y sus raíces debajo de la tierra, pues si reconoces la majestad de Dios, también tu soberanía subsistirá. Y esto será hecho así para que todo ser viviente sepa que el Altísimo domina sobre la realeza de los hombres, y que sólo Él la da a quien quiere, y eleva a ella, si le place, al más humilde de los hombres..."
Así que dibuja al rey Sancho el Sabio como si fuera aquél rey asirio del Antiguo Testamento, y lo pinta igual que cuando acostumbraba a tomar sus decisiones más importantes de gobierno, acogidas su vigilia y su sueño siempre a la protección del antiquísimo roble de Aristu, el mismo árbol bajo el que fue coronado Enecco Aritza, y el mismo árbol que ahora está matando Sancho el Fuerte. Y para representar al roble sagrado saca unas gastadas monedas de plata del viejo rey de su bolsa, y copia con esmero el diseño del árbol crucífero que desde los tiempos de Sancho el Mayor en ellas aparece.
Y como si el don de la profecía que Daniel, Ezequiel, Elías y otros muchos locos y visionarios poseyeron le hubiera sido concedido momentáneamente, escribe Fernando para poner terrible colofón a su Biblia:
"Y tú, Sancho, llamado el Fuerte, serás castigado por tu soberbia, y no tendrás hijo que prolongue más tu gloriosa dinastía, de la que serás el último vástago..."
©Mikel Zuza Viniegra, 2015