Afirma el padre Vera Idoate en su obra fundamental sobre las Cruzadas, que llegada al Asia Menor la expedición navarra comandada por don Teobaldo I, dieron con la entrada de un extraño valle donde los emperadores de Constantinopla llevaban confinando desde tiempo inmemorial a los que se desviaban del dogma oficial.
Muchos carteles en griego, en latín y aún en árabe advertían del peligro de sobrepasar aquellos confines, pero como no era el rey hombre que se arredrara fácilmente, ordenó a su ejército que rodease la misteriosa cuenca mientras él, acompañado únicamente por su lugarteniente Jimeno de Orisoain, se introducía a buen paso por el angosto desfiladero.
Fueron los primeros en salirles al paso los Paulanitas, que seguían las enseñanzas de Paulo Samosateno, que entre muchos otros dislates teológicos, defendían con ardor que las mujeres pudiesen cantar en las iglesias. Poco más adelante se las vieron con los Recabitas, que tenían prohibido beber vino y edificar casa ninguna. Esto ya empezó a causar ciertas discrepancias entre ambos viajeros, que se acrecentaron al llegar a los predios dominados por los Origenistas, que acataban los mandamientos dictados por Orígenes de Egipto, sobre todo aquellos relativos a la consideración del matrimonio como una invención diabólica y a la posibilidad por tanto de dar rienda suelta a las pasiones más abominables fuera de tan horrenda institución.
La duda anidaba ya en el corazón y el entendimiento de los dos extranjeros, que aún tuvieron que enfrentar los argumentos de los Ofitas, que adoraban a Jesucristo bajo la forma de una monstruosa serpiente a la que alimentaban con la carne de sus enemigos, cosa que no preocupaba a los Gnósticos, que aborrecían el ayuno y se regalaban cuanto podían en comidas, baños y perfumes, además de compartir a las mujeres y acostumbrar a rezar desnudos, en señal de libertad. Los Hidroparastas comulgaban no obstante con los postulados de Taciano, y eran llamados así porque no ponían en el cáliz más que agua sola. ¿Y qué decir de los Hilobienos, cuya filosofía los obligaba a retirarse a los bosques para dedicarse a contemplar mejor la naturaleza? Pues que coincidían casi plenamente en ese deseo con los Gimnosofistas cuyo nombre proviene de dos palabras griegas que significan filósofo y desnudo, pues la mayor parte del tiempo iban sin ropa, salvo algunos de ellos que se cubrían con cortezas de árbol.
El valle llegaba a su fin cuando toparon con los Estoicos, corriente filosófica fundada por Zenón de Atenas en el pórtico más cercano a las sedes de la Academia y del Liceo. De esa puerta o galería –llamada en griego “stoa”- tomaron sus discípulos el nombre de Estoicos, que ponían la virtud por encima de todas las cosas con un rigorismo tal, que no admitían distinción alguna entre faltas leves o graves, pues ambas eran sinónimo de debilidad.
Y asiéndose desesperadamente los dos confusos transeúntes a esa postrera enseñanza, abandonaron aquél paradójico recinto discutiendo entre ellos sobre la validez y pertinencia de las doctrinas en las que acababan de ser instruidos. Cada uno defendía una u otra según hubiera resultado más convencido, y no sería nada extraño que fuera en esos momentos cuando naciese el sofisma que defiende que siempre habrá tres opiniones donde se junten dos navarros.
Y esto es así porque se olvida demasiado frecuentemente una de las enseñanzas fundamentales del buen Zenón de Atenas: “la naturaleza nos dio dos oídos y una sola boca para indicarnos así que debemos escuchar más y hablar menos…"
Y esta, como quien no quiere la cosa, pero a la vez queriéndola mucho, es la crónica número 300 de este blog. Eso no la convierte ni en más especial ni en menos que las otras 299, pero es cierto que hay ya mucho donde elegir, y que el curioso o la curiosa tiene muchas historias reunidas para entretenerse, muchas más de las que uno pensó jamás que llegaría a escribir...
© Mikel Zuza Viniegra, 2015