Cada Nochebuena, en un ciclo ininterrumpido dicen que desde Carlomagno, al recién nacido heredero de la corona francesa se le cantaba este villancico. Si se dormía durante su interpretación, perdía el derecho de primogenitura en favor de su siguiente hermano por nacer, pues había demostrado no tener las condiciones necesarias para ser rey. Esto no ocurrió sin embargo más que dos veces entre el siglo VIII y el XIV.
Pero a principios de ese último siglo, la dinastía de los Capetos llegó a su fin, así que la rígida etiqueta de la Corte tuvo que conformarse con los recién nacidos de las ramas más próximas a la de la familia que había gobernado el país desde que las crónicas guardaban memoria.
Así que la Nochebuena de 1327 fueron llevados a Notre Dame de París dos niños, uno, el hijo de Felipe de Valois y de Juana de Borgoña; otro, el hijo de Felipe de Evreux y Juana de Navarra. Comenzó la capilla regia a entonar el Noel Nouvelet, y todos los presentes vieron que el infante que daba cabezadas y estaba más próximo a dormirse era el Valois, por lo tanto sería el navarro quien se sentase en el trono de Carlomagno.
Pero entonces Juana de Borgoña se arrancó un alfiler de la toca que cubría su cabello, y se lo clavó con todas sus fuerzas a su hijo, de tal forma que el punzante dolor le impidió dormirse, y fue el de Navarra quien sucumbió al sueño. Un sueño que le privó de la corona de Francia...
Muchos, muchos años después, cuando Carlos ya andaba refugiado a los pies de la virgen de Uxue, todavía aborrecía escuchar el Noel Nouvelet. A un juglar que, sin saber la historia, se lo cantó en Monreal, consta que lo hizo desollar vivo, pues toda su vida detestó ese villancico.
Aunque dicen también que, al morir en el palacio de la Navarrería, resonaba en sus avejentadas sienes con tanta fuerza como si se lo estuviese cantando de nuevo la capilla de música de Notre Dame de Paris.
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015