Rue des libraires, París, 29 de abril de 1404
-¿Seguro? Mira que hace dos semanas también anunció su visita, y luego estuvimos esperándole toda la mañana en vano...
-Pero eso fue porque su tío, el poderoso duque de Berry, lo invitó sorpresivamente a su palacio, ¿cómo iba a desairarlo por venir a vernos a nosotros, que somos unos simples comerciantes?
-¿Simples comerciantes? Ojo con lo que dices, Antoine, que aunque a ti te daría igual vender manzanas o paños de Ypres, yo soy un librero vocacional, y sé por tanto distinguir las joyas bibliográficas de la purria que sólo leen los descerebrados.
-Descerebrados o no, muy poca gente sabe leer, así que pasamos vos y yo más hambre que le chien de Imén-Asà. Sobre todo desde que ese maldito conde de Foix se negó a comprarnos el libro de horas que le habíamos preparado con tanto mimo ¡En mala hora encargamos su realización a los maestros miniaturistas de Bruselas!
-Se lo encargamos a ellos porque son los mejores en su oficio. Igual que nosotros en el nuestro, que te repito que es vender joyas bibliográficas.
-Ya, pero tú me dirás que vamos a hacer con un libro que en cada una de sus páginas tiene pintadas las armas del conde de Foix, si resulta que éste no lo quiere porque le parece demasiado caro...
-¡Burro! No es lo que vamos a hacer, sino lo que yo ya he hecho para asegurar tu fortuna y la mía. Dices bien: el problema principal son esos condenados escudos de Foix, así que hace dos semanas, cuando el rey Carlos excusó su visita, encargué a nuestro amigo Zebo da Firenze que los raspase con mucho cuidado y pintase por encima las armas de Navarra.
LOS 4 EVANGELISTAS, EN EL LIBRO DE HORAS DE CARLOS III EL NOBLE HACIA 1404 - MAESTRO DE BRUSELAS Y ZEBO DE FIRENZE MUSEO DE CLEVELAND (OHIO) |
-¿Hoja por hoja? ¡Nos cobrará una barbaridad!
-¡Ni una décima parte de lo que nosotros vamos a sacarle a nuestro regjo cliente, estúpido!
-¿Pero qué seguridad tienes de que don Carlos comprará finalmente el libro?
-La que me da el conocerle y haberle vendido en otras ocasiones obras y volúmenes que fueron muy de su agrado.
-¿Cómo cuáles?
-Le gustan los armoriales, y en general cualquier libro en el que salgan escudos muy bien miniados. Ama también las historias de las materias de Bretaña y Francia, pues él mismo se tiene por descendiente del Carlomagno. En su anterior estancia en la corte le vendí por ejemplo un tratado científico muy hermoso que versaba sobre si el olifante de don Roland pudo oírse desde el Catay y el Cipango de los que habló Marco Polo, cuando el sobrino del emperador de los francos lo hizo sonar, allá en Roncesvalles. Incluso encargué a un paisano suyo, el bachiller Miguel de Zuza, que le escribiese "La Crónica de los Nueve Pares de la Fama y las Nueve Heroínas, con especial estudio de las armas de la reina amazona Hipólita", pero el muy infame cobró el adelanto que le dí, y tengo entendido que aún no ha escrito ni una letra, y va ya para tres años que le hice tan sencilla encomienda. Te digo que como me lo encuentre por ahí, le haré tragarse las obras completas de santo Tomás de Aquino...
-Precisamente el otro día lo vi yo entrando en el Colegio de Navarre. Iba en compañía de una hermosa dama de rubios cabellos.
-¿Y no les majaste las costillas?
-No me atreví, que son muy altos y muy bien parecidos los dos...
-¡Mequetrefe! Voy a pedir a su majestad que esté atento y que, si alguna vez ese bergante retorna a su país, lo haga apresar inmediatamente en la más profunda mazmorra de su castillo de Olite o de Pamplona hasta que termine el libro que nos tiene prometido. Se va a enterar ese holgazán...
-Sí,más nos vale que el buen Zebo da Firenze es mucho más trabajador. Me maravillo del trabajo que ha hecho en tan poco tiempo: ¡no se nota nada que las armas de Navarra no eran las originales!
-Eso es, y malo será que no le saquemos al rey de Navarra los dos mil florines que pienso pedirle por él.
-¡No bajes de mil seiscientos, que te conozco y sé cómo te ciegan los fastos monárquicos! Te dará uno de sus collares de hojas de castaño -que tienen menos plata que un dedal- y tú le rebajarás mil florines.
-Esta vez no hay rebaja posible, Antoine: él sabe de libros tanto como yo, y por lo tanto comprenderá perfectamente que lo que le exijo es lo justo, y que allá donde este libro se abra y consulte, por mucho tiempo que haya pasado, todos evocarán con alegría y admiración el buen gusto del rey Carlos III el Noble de Navarra. Y dime si no merece la pena pagar por tan honrosa posteridad...
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2017