Salón del arquero, redacción del diario "Arriba España"
Calle Zapatería nº 50 de Pamplona.
20 de septiembre de 1940, 5'35 h. de la mañana
-¿Y cuál pudo ser ese lugar? ¿Tudela? Lo juzgo demasiado expuesto para ocultar algo tan llamativo. Al fin y al cabo era la capital efectiva del reino, pues Sancho VII había tenido que vender su palacio de Pamplona al obispo...
-Opino como tú, Angel María. Y tampoco la otra ciudad merecedora de ese nombre en la Navarra de aquella época -Estella-, supondría un buen escondite para el supuesto tesoro cátaro. El rey hubiera tenido que dar demasiadas explicaciones. No. El lugar que según Otto Rahn les entregó era tan pequeño y tranquilo que no levantaría la más mínima sospecha. Y además estaba bien comunicado, muy cerca del camino de Santiago, apenas a cinco leguas de Pamplona y en la ruta de salida al Pirineo por si se presentaban problemas. Se trata de Basabe.
-¿Basabe? Jamás oí ese nombre...
-Porque ya no existe, apenas quedan unas ruinas visibles.Y porque nunca fue un pueblo, sino un santuario situado cerca de la aldea de Najurieta, en el corazón de los valles de Unciti e Izagaondoa. Precisamente en aquel mismo momento debió colocarse la primera piedra de un templo dedicado aparentemente a Nuestra Señora, que acabó logrando en el contorno fama de milagroso, sobre todo para curar las afecciones de la piel. Pero Rahn opina que este peregrinaje de los pueblos de la zona debió ser una simple coartada para salvaguardar el verdadero culto que allí se practicó: el de un pequeño núcleo de cátaros asentados bajo la protección del rey de Navarra, que habrían llegado huyendo de la persecución a la que se les sometía en el Languedoc.
-¿Pero qué pruebas tiene para pensar semejante cosa?
-Las que creyó hallar en su visita relámpago del año 1935 a Navarra, Angel María. Por la información que he podido recabar, buscaba documentos que corroboraran sus tesis, y parece que creyó hallarlos en el Archivo de la Catedral de Pamplona, donde consultó minuciosamente los referidos al obispo Guillem de Saintonge, un francés que rigió la diócesis entre 1216 y 1219, caracterizado fundamentalmente por su rigidez y fanatismo dogmático.
-No me diga que encontró allí pruebas de que los cátaros efectivamente se refugiaron en Basabe...
-Bueno, ya estás viendo que a nuestro querido Otto nunca le hicieron falta testimonios demasiado contundentes para tratar de certificar sus teorías, pero la verdad es que en este caso concreto sí que descubrió algo ciertamente curioso: un breve del obispo Guillem ordenando la excomunión del rey Sancho si éste persistía en su empeño de ayudar a los herejes. Pero el monarca no cedió en este primer momento, y por eso tuvo su reino en entredicho durante diez meses, con el riesgo terrible que ello suponía, pues Castilla podía aprovechar la ocasión para hacerse definitivamente con él. Aunque también es cierto que el obispo, impuesto por Roma precisamente para controlar la infiltración de herejes en Navarra, sabía que el rey no se atrevería a mantener el pulso demasiado tiempo, pues no en vano no era ésta la primera vez que el papado amenazaba con medidas extremas a la dinastía Ximena, a la que no había reconocido su condición regia más que tras la participación de Sancho VII en la cruzada de Las Navas.
Sin embargo el rey de Navarra era mucho más testarudo que su padre Sancho VI el Sabio o que su abuelo García Ramirez, y no soportaba de buen grado la soberbia de los legados pontificios, así que finalmente -no se sabe si por no verse obligado a devolver el dinero cobrado ya a los perfectos cátaros, o porque verdaderamente se compadeció de ellos-, alcanzó un acuerdo con el obispo que garantizaba que los recién llegados permanecerían bajo la protección real, aunque también tuvo que transigir con el imperativo mandato de Roma y admitir que todos ellos residieran siempre en un mismo lugar, sin posibilidad de abandonarlo jamás. Las tropas del rey -aun a regañadientes-, serían las encargadas de hacer cumplir, incluso con sangre si fuese preciso, las cláusulas más duras del tratado que, más que con el obispo, fue firmado en realidad con el mismo Papa.
Al poco tiempo murió el obispo, que fue sustituido en la silla de San Fermín por Remiro de Navarra, a la sazón hijo bastardo de Sancho VII, quien lógicamente no se mostró nada interesado en sacar a la luz los pactos secretos de su padre con los herejes, pero que tampoco hizo nada,que sepamos, por revocar las duras condiciones recogidas en el documento.
El caso es que en esos tres breves años de su pontificado pamplonés, y bajo su única y estricta responsabilidad, el obispo Guillén ideó un sistema mediante el cual su clero más fiel podría vigilar los asentamientos cripto-cátaros de Izagaondoa. Para ello hizo colocar en las iglesias de los pueblos más cercanos una señal que todos los buenos católicos pudiesen comprender y los herejes identificar. Se supone que debió haber más, pero hoy en día sólo conservamos tres. Así lo demuestra este curioso documento recogido en su cartulario:
"Yo, Guillem, obispo de Pamplona. Investido del temor y reverencia a Dios misericordioso, Uno y Trino, Señor todopoderoso de todos los hombres y criaturas que pueblan la tierra. A todos los que esta carta leerán u oirán. Salud. Sépase como en los últimos tiempos ha sido introducido el lobo rabioso en el redil de los pacíficos fieles navarros, y dispuesto como estoy a arrancar esa mala hierba de la herejía del jardín florido de la fe católica, apostólica y romana, he ordenado que todos aquellos que sirven a Satanás, renunciando por su propia y nefasta voluntad a postrarse ante la Divina Majestad de Cristo, sean apartados de la comunión de los fieles, y sean obligados a morar todos juntos, y no puedan salir nunca de allí, hasta que olvidados por la Providencia y por los buenos cristianos, sea borrada hasta la más mínima huella de su podrida existencia terrena, para pasar a ocupar eternamente las moradas infernales que sin duda alguna merecen Sea anatema para quien se atreva a traspasar la sagrada señal de la Trinidad. Y caiga esta misma maldición sobre cualquiera que ose ayudarlos, bien sea noble o labrador. Dada en Pamplona, a 12 de septiembre de 1217".
-Vaya, parece que el obispo Guillem no se andaba con chiquitas, don Gabriel. Pero dígame: ¿qué señal fue esa que eligió?
-Pues desde luego escogió una que molestase especialmente a los recién llegados del Languedoc: el símbolo de la Santísima Trinidad. Alguien, probablemente el propio obispo Guillem, debió hacer una discreta visita, y allí, en la iglesia más antigua de la zona -la de Artaiz, construida hacia 1140-, debió reparar especialmente en uno de sus capiteles, que fue el que le dio la idea del signo que debía emplear para su propósito de advertencia. Mirando la portada de frente, a la izquierda, aparece tallado un hombre de tres caras. El rostro central se mantiene sereno, pero los dos laterales soplan sobre unas volutas que se transforman en cabezas humanas. ¿Qué te parece, Angel María?
-Me parece lo que me ha parecido siempre, porque por supuesto he estado muchas veces en Artaiz, y ese capitel siempre lo interpreté como la representación perfecta del capítulo 2, versículo 7 del Génesis. Recuerde, don Gabriel:"Entonces Jehová formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente".
-Bien, ese sería Adán, pero ¿y la otra figura? Recuerda que Eva nació de una costilla...
-No se puede pedir demasiado rigor teológico a un cantero medieval. Sólo pretendió plasmar la creación del primer hombre y de la primera mujer, y creó que lo logró con creces.
-Puede que tu explicación sea la más correcta, sí, pero a los efectos que nos interesan, lo que el obispo Guillem creyó ver en ese capitel fue un símbolo trinitario, y por eso lo escogió como emblema. En primer lugar ordenó esculpirlo a mucho mayor tamaño que el original, para que todos pudiesen verlo sin dificultad. De ahí ese enigmático canecillo del alero que llama tan poderosamente la atención. Pero por si aún así no era suficientemente comprendido el mensaje, no dudó en representarse a sí mismo en el relieve colindante, escenificando con su brazo en alto la prohibición para los cátaros de traspasar aquella barrera....
Y no se detuvo ahí, sino que como te he dicho, ordenó tallarlo también en otros templos cercanos. En cada lugar según el arte que tuviera cada cantero encargado de tal labor. Que sepamos lo hicieron en el de Garitoain -hoy en día un despoblado a las afueras de Monreal-, y en el de Iriso, una de las pequeñas localidades que componen el valle de Izagaondoa.
Pues bien, en esa visita relámpago de Otto Rahn a Navarra, parece que tuvo tiempo de ir personalmente a esos lugares, y con sus impresiones elaboró un completo informe y un mapa para el alto mando de las SS. Y gracias a nuestros eficaces amigos del MI6 británico disponemos de una copia fotográfíca de ese mapa.
Observa, Angel María, resulta que Basabe está situado justo en el centro geográfico exacto del reducido triángulo que forman esos tres puntos señalizados con el sagrado símbolo de la Trinidad, que debieron marcar los límites que los cátaros no estaban autorizados a traspasar :
Calle Zapatería nº 50 de Pamplona.
20 de septiembre de 1940, 5'35 h. de la mañana
-¿Y cuál pudo ser ese lugar? ¿Tudela? Lo juzgo demasiado expuesto para ocultar algo tan llamativo. Al fin y al cabo era la capital efectiva del reino, pues Sancho VII había tenido que vender su palacio de Pamplona al obispo...
-Opino como tú, Angel María. Y tampoco la otra ciudad merecedora de ese nombre en la Navarra de aquella época -Estella-, supondría un buen escondite para el supuesto tesoro cátaro. El rey hubiera tenido que dar demasiadas explicaciones. No. El lugar que según Otto Rahn les entregó era tan pequeño y tranquilo que no levantaría la más mínima sospecha. Y además estaba bien comunicado, muy cerca del camino de Santiago, apenas a cinco leguas de Pamplona y en la ruta de salida al Pirineo por si se presentaban problemas. Se trata de Basabe.
-¿Basabe? Jamás oí ese nombre...
-Porque ya no existe, apenas quedan unas ruinas visibles.Y porque nunca fue un pueblo, sino un santuario situado cerca de la aldea de Najurieta, en el corazón de los valles de Unciti e Izagaondoa. Precisamente en aquel mismo momento debió colocarse la primera piedra de un templo dedicado aparentemente a Nuestra Señora, que acabó logrando en el contorno fama de milagroso, sobre todo para curar las afecciones de la piel. Pero Rahn opina que este peregrinaje de los pueblos de la zona debió ser una simple coartada para salvaguardar el verdadero culto que allí se practicó: el de un pequeño núcleo de cátaros asentados bajo la protección del rey de Navarra, que habrían llegado huyendo de la persecución a la que se les sometía en el Languedoc.
-¿Pero qué pruebas tiene para pensar semejante cosa?
-Las que creyó hallar en su visita relámpago del año 1935 a Navarra, Angel María. Por la información que he podido recabar, buscaba documentos que corroboraran sus tesis, y parece que creyó hallarlos en el Archivo de la Catedral de Pamplona, donde consultó minuciosamente los referidos al obispo Guillem de Saintonge, un francés que rigió la diócesis entre 1216 y 1219, caracterizado fundamentalmente por su rigidez y fanatismo dogmático.
-No me diga que encontró allí pruebas de que los cátaros efectivamente se refugiaron en Basabe...
-Bueno, ya estás viendo que a nuestro querido Otto nunca le hicieron falta testimonios demasiado contundentes para tratar de certificar sus teorías, pero la verdad es que en este caso concreto sí que descubrió algo ciertamente curioso: un breve del obispo Guillem ordenando la excomunión del rey Sancho si éste persistía en su empeño de ayudar a los herejes. Pero el monarca no cedió en este primer momento, y por eso tuvo su reino en entredicho durante diez meses, con el riesgo terrible que ello suponía, pues Castilla podía aprovechar la ocasión para hacerse definitivamente con él. Aunque también es cierto que el obispo, impuesto por Roma precisamente para controlar la infiltración de herejes en Navarra, sabía que el rey no se atrevería a mantener el pulso demasiado tiempo, pues no en vano no era ésta la primera vez que el papado amenazaba con medidas extremas a la dinastía Ximena, a la que no había reconocido su condición regia más que tras la participación de Sancho VII en la cruzada de Las Navas.
Sin embargo el rey de Navarra era mucho más testarudo que su padre Sancho VI el Sabio o que su abuelo García Ramirez, y no soportaba de buen grado la soberbia de los legados pontificios, así que finalmente -no se sabe si por no verse obligado a devolver el dinero cobrado ya a los perfectos cátaros, o porque verdaderamente se compadeció de ellos-, alcanzó un acuerdo con el obispo que garantizaba que los recién llegados permanecerían bajo la protección real, aunque también tuvo que transigir con el imperativo mandato de Roma y admitir que todos ellos residieran siempre en un mismo lugar, sin posibilidad de abandonarlo jamás. Las tropas del rey -aun a regañadientes-, serían las encargadas de hacer cumplir, incluso con sangre si fuese preciso, las cláusulas más duras del tratado que, más que con el obispo, fue firmado en realidad con el mismo Papa.
Al poco tiempo murió el obispo, que fue sustituido en la silla de San Fermín por Remiro de Navarra, a la sazón hijo bastardo de Sancho VII, quien lógicamente no se mostró nada interesado en sacar a la luz los pactos secretos de su padre con los herejes, pero que tampoco hizo nada,que sepamos, por revocar las duras condiciones recogidas en el documento.
El caso es que en esos tres breves años de su pontificado pamplonés, y bajo su única y estricta responsabilidad, el obispo Guillén ideó un sistema mediante el cual su clero más fiel podría vigilar los asentamientos cripto-cátaros de Izagaondoa. Para ello hizo colocar en las iglesias de los pueblos más cercanos una señal que todos los buenos católicos pudiesen comprender y los herejes identificar. Se supone que debió haber más, pero hoy en día sólo conservamos tres. Así lo demuestra este curioso documento recogido en su cartulario:
"Yo, Guillem, obispo de Pamplona. Investido del temor y reverencia a Dios misericordioso, Uno y Trino, Señor todopoderoso de todos los hombres y criaturas que pueblan la tierra. A todos los que esta carta leerán u oirán. Salud. Sépase como en los últimos tiempos ha sido introducido el lobo rabioso en el redil de los pacíficos fieles navarros, y dispuesto como estoy a arrancar esa mala hierba de la herejía del jardín florido de la fe católica, apostólica y romana, he ordenado que todos aquellos que sirven a Satanás, renunciando por su propia y nefasta voluntad a postrarse ante la Divina Majestad de Cristo, sean apartados de la comunión de los fieles, y sean obligados a morar todos juntos, y no puedan salir nunca de allí, hasta que olvidados por la Providencia y por los buenos cristianos, sea borrada hasta la más mínima huella de su podrida existencia terrena, para pasar a ocupar eternamente las moradas infernales que sin duda alguna merecen Sea anatema para quien se atreva a traspasar la sagrada señal de la Trinidad. Y caiga esta misma maldición sobre cualquiera que ose ayudarlos, bien sea noble o labrador. Dada en Pamplona, a 12 de septiembre de 1217".
-Vaya, parece que el obispo Guillem no se andaba con chiquitas, don Gabriel. Pero dígame: ¿qué señal fue esa que eligió?
-Me parece lo que me ha parecido siempre, porque por supuesto he estado muchas veces en Artaiz, y ese capitel siempre lo interpreté como la representación perfecta del capítulo 2, versículo 7 del Génesis. Recuerde, don Gabriel:"Entonces Jehová formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente".
-Bien, ese sería Adán, pero ¿y la otra figura? Recuerda que Eva nació de una costilla...
-No se puede pedir demasiado rigor teológico a un cantero medieval. Sólo pretendió plasmar la creación del primer hombre y de la primera mujer, y creó que lo logró con creces.
-Puede que tu explicación sea la más correcta, sí, pero a los efectos que nos interesan, lo que el obispo Guillem creyó ver en ese capitel fue un símbolo trinitario, y por eso lo escogió como emblema. En primer lugar ordenó esculpirlo a mucho mayor tamaño que el original, para que todos pudiesen verlo sin dificultad. De ahí ese enigmático canecillo del alero que llama tan poderosamente la atención. Pero por si aún así no era suficientemente comprendido el mensaje, no dudó en representarse a sí mismo en el relieve colindante, escenificando con su brazo en alto la prohibición para los cátaros de traspasar aquella barrera....
Y no se detuvo ahí, sino que como te he dicho, ordenó tallarlo también en otros templos cercanos. En cada lugar según el arte que tuviera cada cantero encargado de tal labor. Que sepamos lo hicieron en el de Garitoain -hoy en día un despoblado a las afueras de Monreal-, y en el de Iriso, una de las pequeñas localidades que componen el valle de Izagaondoa.
Pues bien, en esa visita relámpago de Otto Rahn a Navarra, parece que tuvo tiempo de ir personalmente a esos lugares, y con sus impresiones elaboró un completo informe y un mapa para el alto mando de las SS. Y gracias a nuestros eficaces amigos del MI6 británico disponemos de una copia fotográfíca de ese mapa.
Observa, Angel María, resulta que Basabe está situado justo en el centro geográfico exacto del reducido triángulo que forman esos tres puntos señalizados con el sagrado símbolo de la Trinidad, que debieron marcar los límites que los cátaros no estaban autorizados a traspasar :
-Absolutamente sorprendente, don Gabriel. Pero ¿por qué Rahn escribe "Basabe" de ese modo tan extraño? Porque resulta evidente que, como todos los de Navarra, ese es un topónimo de origen vasco. Y, según creo, quiere decir "bosque frondoso" o quizás "en lo más profundo del bosque".
-Estoy completamente de acuerdo contigo, pero como ya hemos comentado, al obersturmführer Rahn, las explicaciones más sencillas siempre le parecieron las menos creíbles, así que buscando confirmar de nuevo su teoría de que los cátaros descendían en realidad de los antiguos germanos, creyó que Basabe era nada menos que una corrupción de dos términos alemanes: "Bass-Habe". Que significan "está debajo" o "Lo tiene debajo".
-¿Pero el qué?
-El Grial, naturalmente...
[Continuará...]
© Mikel Zuza Viniegra, 2012