Desde que tengo memoria, la tía Elisa fue una presencia habitual en nuestras casas. La abuela Pilar, su hermana, tenía colgado su retrato en la suya, y cuando se vino a vivir con nosotros lo trajo con ella y mi madre lo colocó en la nuestra.
Elisa Blasco Torrea (1902-1918) |
La tía Elisa fue la hija más pequeña del matrimonio formado por Isidro Blasco Novoa y Juliana Torrea Pérez, que vivían en Pedroso. Tuvieron cuatro hijas más: Segunda (nacida en 1892), Julia (nacida en 1896), Pilar (nuestra abuela materna, nacida en 1900) y Sabina, que murió cuando sólo tenía dos años, y de la que desconocemos exactamente su año de nacimiento, que quizás pudo ser 1898. En realidad tampoco sabemos en que año nació Elisa, aunque podemos especular con que sería en 1901 o 1902, y que por tanto tendría unos 16 años al fallecer en el año de la gripe.
Los bisabuelos Isidro Blasco Novoa y Juliana Torrea Pérez De izquierda a derecha sus hijas: Segunda, Julia y Pilar, hacía 1900 |
Reverso de la misma fotografía. Esta no hay duda de quién y dónde la hizo: Alberto Muro, en Logroño |
Esta debió ser la única foto que hicieron a Elisa en su vida, y fue obtenida pensando en enviársela a su hermana Segunda, que el año 1910 había emigrado a la Argentina, en cuya capital, Buenos Aires, permaneció hasta el año 1929, que fue cuando regresó a Pedroso para volver a vivir ya siempre con sus dos hermanas Julia y Pilar.
Julia, Elisa y Pilar Blasco Torrea, hacía 1915 |
Julia, a la izquierda, Pilar, a la derecha, y Elisa, en el centro, llevan sus mejores galas, con ese detalle de las dos mayores con su reloj prendido al pecho o colgando del cuello y un abanico en las manos, que también lleva Elisa. Nuestra abuela lleva falda de cuadros, y Elisa lleva un precioso vestido blanco bordado con muchos encajes. Mira a la cámara con gesto un poco menos hosco que sus hermanas, quizás porque todavía era una niña, y podemos fijarnos también en que le sobresale un mechón en la frente, detalle que la abuela Pilar explicaba porque la tía Elisa debía ser muy trasto, y ella misma se había cortado el pelo con unas tijeras, sin sospechar que esa sería la imagen que quedaría siempre de ella.
Y es que no sabemos mucho más de la tía Elisa, lo cual no resulta demasiado extraño a un siglo ya de su muerte. Sólo ese detalle del cabello cortado que rompe coquetamente la simetría de su peinado, y otra historia que contaba la abuela Pilar sobre ella, que demuestra otra vez que podía ser una niña, sí, pero que tenía su carácter. Al parecer se aburría en la Escuela, que entonces no estaba en la Plaza sino en el Cerradillo. O sea: a un paso de su/nuestra casa. El caso es que alguna vez se escapaba de clase, y al pasar por delante de la puerta donde estarían su madre o sus hermanas mayores, se tapaba los ojos pensando que así los demás no la veían. Cosas de cría...
Nos queda también un pequeño objeto personal suyo, quién sabe si elaborado en la propia fábrica de muebles que hubo en el pueblo, y que la familia conserva a pesar de los distintos traslados y migraciones que en todo un siglo se dieron. Es un banquito de apenas 25x14 cm, sobre el que podemos imaginarnos que la tía Elisa se subiría para mirarse en el espejo mientras se cortaba su mechón rebelde. Quién sabe...
Su muerte debió afectar mucho a su familia, sobre todo a la abuela Pilar, quizás porque era la hermana que menos años se llevaba con ella. Tanto que, cuando se casó con mi abuelo Fermín Viniegra allá por el año 1921, el nombre que escogió para su primera hija fue precisamente el de Elisa. Y hay que recordar que lo más habitual era ponerle el nombre de una de las abuelas, que en este caso eran María Larios Sáez y la ya citada Juliana Torrea Pérez. Pero no: eligió el de su querida hermana desaparecida hacía ya más de tres años. Y esa hija es nuestra madre: Elisa Viniegra Blasco, que nunca ha olvidado que lleva el nombre de la tía que murió el año de la gripe.
Su retrato, como dije al principio, siempre ha estado en casa. Uno de tamaño folio y otros dos más muy pequeños. El grande era el de la abuela Pilar, los otros dos -muy probablemente- de sus otras dos hermanas: uno de la tía Julia y otro de la tía Segunda. Ambas permanecieron solteras y se dedicaron a cuidar, primero a las hijas e hijos de su hermana Pilar, y luego, ya en Pamplona, también a los de su sobrina Elisa, o sea: a mis hermanos y a mí. Julia murió cuando yo era muy pequeño y apenas la recuerdo, pero a la tía Segunda le debo muchas cosas, sobre todo sus maravillosas historias sobre lo que había vivido en aquellos casi veinte años en Buenos Aires (asistencia a conciertos del famosísimo tenor Enrico Caruso incluida), y un cariño y una paciencia infinitas. Ahora puedo hacerme a la idea del tremendo shock que tuvo que suponer para ella, después de haber vivido tanto tiempo en la capital del mundo en aquella época, regresar a un pueblo de apenas 500 habitantes. Pero los relatos se entrecortan, y no hay forma ya de saber qué le movió a hacerlo. Tengo entendido que fue porque pensó que si no volvía en aquel momento, ya nunca más regresaría, pero el sacrificio personal debió ser aún así muy alto, por más que mis hermanos y yo agradezcamos cada minuto que nos dedicó, y fueron muchísimos...
Segunda Blasco Torrea en Buenos Aires, hacía 1920 |
De todas maneras puedo asegurar que algunas veces, sentado en la madera junto a la puerta de nuestra casa en Pedroso, me parece verla doblar la esquina del Cerradillo, y al darse cuenta de que la estoy mirando, se tapa los ojos con su mano como para que no la vea y, conteniéndose la risa, sigue andando y baja por la ribera hasta Vado, donde sus tres hermanas la están esperando ya junto a la fuente. Les digo que miren a la cámara, como hace 105 años. Ahora ya están las cuatro juntas otra vez.
PD: Imposible haber trazado este recuerdo sin los apuntes genealógicos de nuestro padre, Fermín Zuza, que tuvo la curiosidad de preguntar a los abuelos y a las tías por sus raíces familiares, y sin cuyo trabajo, muy probablemente se habrían perdido para siempre. Muchas gracias, papá.
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019