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LA BIBLIOTECA PERDIDA DE LOS REYES DE NAVARRA

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Muchas veces me he imaginado como hubiera podido ser la biblioteca de los Reyes de Navarra, si se hubiese podido mantener integra y a salvo en un lugar único. Y más veces todavía me he imaginado paseando por ella y abriendo tomos al azar. Así que si os place, os invito a una visita guiada ahora mismo.

Dejando de lado casi todos los libros de temática religiosa, que por la documentación conocemos que fueron de uso frecuente y estuvieron también maravillosamente iluminados, aquellos que voy a citar son únicamente los que tenemos la seguridad que poseyeron los monarcas hasta la mitad del siglo XV, justo hasta que la guerra civil entre Juan II y su hijo Carlos de Viana provocó la decadencia del patrimonio regio

Para ello voy a apoyarme en la obra del gran archivero don José Goñi Gaztambide titulada: "Libros, bibliotecas y escritores medievales", que recogió casi todas las menciones de libros que aparecen en los registros de comptos.

Desafortunadamente dichas menciones no eran demasiado exhaustivas (al escribano no le importaban normalmente cómo se titulaban los libros de los que hablaba),  pero a veces sí que daba el título o exponía el tema del volumen, y eso es lo que me permitirá ahora, como os digo, reconstruir la biblioteca que pudieron haber llegado a acumular los reyes de Navarra.

Nos situaremos pues hacia 1440 en la corte del príncipe de Viana, el último de los soberanos navarros que vivió en la paz del palacio de Olite, la misma paz que permite dedicarse al cultivo de la lectura y la escritura. Era el heredero no sólo del reino de Navarra, sino también de todas las posesiones que sus antepasados le hubiesen legado, entre ellas los libros, entendidos en aquel entonces como otro tesoro más que añadir a las joyas, muebles u obras de arte que les rodeaban. Y realmente obras de arte de lo más suntuosas eran todos aquellos volúmenes.

Como os digo, pasaré por alto las perdidas anteriores que evidentemente se dieron en el patrimonio bibliográfico de Navarra antes de esa fecha de 1440, e imaginaré que los reyes de las distintas dinastías que se sucedieron en el trono -especialmente a partir del siglo XII, época dorada, nunca mejor dicho- de la miniatura medieval- se preocuparon por mantener unida tan espectacular biblioteca.

Así, el primer ejemplar destacado sería el conocido como Beato de Pamplona, un comentario del Apocalipsis de mediados del siglo XII, que probablemente perteneció a Sancho VI el Sabio, y que se guardó en la catedral de Pamplona hasta mediados del siglo XIX. Está encuadernado con un documento perteneciente a Carlos III el Noble, por eso podemos pensar que también le perteneció a él. Ahora se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia.

Mapamundi del Beato de Pamplona



Vendrían luego las dos Biblias encargadas por Sancho el Fuerte hacia 1198 a su canciller Ferrando Periz de Funes. Son tan impresionantes que su mayor estudioso -F. Bucher- dijo que sin duda representan el ciclo bíblico más valioso de toda la Edad Media. Ahora se conservan una en la Biblioteca Pública de Amiens, y otra en la del castillo alemán de Harburg.




En 1234 sucedieron a la dinastía pirenáica originaria de los Sanchos y los Garcías unos nuevos soberanos procedentes del condado de Champaña. El primero de ellos fue Teobaldo el Trovador. Con ese nombre, es evidente que le gustaron mucho los libros, y pasando por alto los que suponemos que traería a Navarra desde su tierra natal, sí que podemos imaginar que el manuscrito original de sus canciones pudo llegar a guardarse, quizás, en Tiebas. En la actualidad no se conserva, y sólo se guardan en varias bibliotecas de todo el mundo copias preciosamente iluminadas ya desde el propio siglo XIII, pues no en vano fue tan buen poeta que hasta el mismo Dante Alighieri elogió su arte.


Hacia 1278 escribió su libro sobre La Guerra de la Navarrería el soldado poeta Guillem de Anelier. El príncipe de Viana, en su Crónica de los Reyes de Navarra (año 1453) nos dice que utilizó una copia que pertenecía a la Cámara de Comptos, que es como decir que formaba parte del patrimonio regio. Ahora se conserva en la biblioteca de la Real Academia de la Historia.



Pasando ya al siglo XIV, en 1350 alcanzó el trono Carlos II, segundo representante de la dinastía de Evreux, una dinastía tan emparentada con la monarquía francesa, que realmente debieron ser ellos quienes reinasen en el país vecino. A fe que Carlos II lo intentó, pero entre hazañas y desventuras variadas, también encontró tiempo para la lectura, pues no en vano los Evreux fueron educados en el ambiénte bibliófilo más suntuoso del momento, y poseyeron verdaderas joyas manuscritas.


Por ejemplo, su poder y prestigio le hizo patrocinar a autores tan famosos como Guillem de Machaut, el mejor poeta y músico de su época. A Carlos dedicó, por esas mismas fechas de inicios de su reinado, una larga composición titulada "Le jugement du roi de Navarre" (El juicio del rey de Navarra). Y más tarde, cuando en 1356 el rey fue apresado por el rey de Francia, otro denominado "Le confort d'Ami" (Consuelo para el amigo), que sin duda debió aliviarle el aburrimiento de su prisión en las mazmorras del castillo de Harfleur. Evidentemente, a su protector regalaría Guillem los manuscritos originales, que desafortunadamente hoy no se conservan. Esos serían los que se guardasen hoy en día en Navarra, de haber tenido suerte. Sí que hay copias en muchas bibliotecas europeas y norteamericanas. 

Guillem de Machaut conversa con Carlos II de Navarra
prisionero en el castillo de Harfleur

Mientras Carlos II estaba en Francia, dejò como gobernador de Navarra a su hermano menor, el infante Luis de Beaumont, que acabaría conquistando Albania.  Como a toda su familia, a él también le gustaban los libros, así que en agosto de 1361, al ordenar que se inventariasen los bienes del antiguo recibidor (recaudador) de Estella, Lucas Lefevre, que habían sido secuestrados, desdeñó todos los libros religiosos y se quedó para él con una "Historia de Alexandre", una saga de mucho éxito en la Edad Media que narraba de forma fantástica los supuestos hechos de Alejandro Magno en Asia. Hay centenares de copias diseminadas por todas las bibliotecas del mundo. Os pongo una página que muestra cómo Alejandro no fue concebido por el rey Filipo de Macedonia, sino por el rey hechicero Nectanebo de Egipto, que se disfrazó de dragón para acostarse con la reina Olimpia. ¿Cómo no iban a entretenerse con semejantes giros de guión?:


A partir de su regreso definitivo a Navarra, Carlos II comenzó a preocuparse por la educación de su sucesor, así que sabemos que en 1365 adquirió el "De regimine principum" (Educación para Príncipes), compuesto por el monje agustino Egidio Romano. Fue el libro más empleado por los soberanos del siglo XIV para instruir a su descendencia, no en vano había sido compuesto originalmente para Felipe IV el Hermoso de Francia, casado con Juana I de Navarra. Os muestro la portada de una de las copias custodiadas en la Biblioteca Nacional de Francia.


Siendo educado con tanto esmero, Carlos III el Noble mostró siempre un gusto excelente por los libros, sobre todo por los de tema caballeresco. Así, en enero de 1392 pagó al rabino de los judíos de Tudela para que le encuadernase el "Roman de Lancelot", que había prestado a su hermano de padre, el bastardo Leonel, "para que aprendiese a leer". Las aventuras del Rey Arturo y de sus caballeros fueron sin duda -incluso podría decirse que lo siguen siendo, en la medida que son las que mayor interés mantienen todavía incluso en nuestra época- las preferidas de todos los lectores (nobles sobre todo) de aquel tiempo, que a la medida de sus posibilidades y sobre todo de sus personalidades, intentaron replicarlas en la vida real. Desde luego Carlos III logró llevar su pasión literaria al extremo de diseñar sus residencias y palacios atendiendo a las referencias que aparecían en sus libros favoritos (por ejemplo la torre de la Joyosa Guarda de Olite, que es un homenaje nada encubierto al citado Roman de Lancelot). No se conserva ese libro en Navarra, pero dada la multitud de copias en otras bibliotecas, podemos pensar que la copia perteneciente a Carlos sería igual de lujosa e iluminada que aquellas. Tanto como para que un niño como Leonel se interesase por tan atractivas ilustraciones y aprendiese a leer.


En 1397 murió la hermana de Carlos II, Agnes de Foix, de la que os hablé hace muy poco. Ella también fue poeta, y se guardan varias de sus composiciones, que hubieran formado parte sin duda de de esta Biblioteca Real de Navarra. En su testamento habla de varios libros que poseía, la mayoría religiosos -todos decorados con las armas de Navarra y Evreux- pero también cita un "Breviario de amores" (ella, que sufrió tanto en ese campo) y un "Roman de Merlín", otro de esos auténticos best sellers medievales, que además de entretener y hacer volar la imaginación, tenían en este caso concreto un componente "mágico", porque el libro contenía unas supuestas profecías hechas por el mago que permitían conocer el futuro ¡Ahí es nada! Como tampoco se conserva, os pongo una página escogida entre las muchísimas copias guardadas: justo aquella que muestra como Merlín fue concebido por un demonio. ¡Caramba!


En 1398 murió otra de las hermanas de Carlos II: Blanca de Navarra, reina viuda de Francia durante casi 50 años. Famosa por su inteligencia, su testamento cita pormenorizadamente un buen número de libros. Los dos más importantes fueron legados a su sobrino Carlos III: El Breviario de San Luis (aquel que un angel le trajo del cielo cuando el rey estuvo preso en Egipto, asegura el testamento). Ese libro debió ser la joya de la Corona -nunca mejor dicho- de la Biblioteca Real, pues Blanca ordenaba a Carlos que "jamás saliera de la familia real de Navarra", cosa que se cumplió escrupulosamente hasta su nieto, el príncipe de Viana, que incluso se lo dejó olvidado en Sicilia, e hizo a un servidor volver exprofeso a por él desde Barcelona, y que sólo se perdió definitivamente tras la muerte de aquél en dicha ciudad en 1461, última mención conocida de tan preciado breviario. Como no se sabe cual es, y se conservan unos cuantos de San Luis, que luego fueron usados como reliquia (de ahí su tremendo valor) pongo la imagen de uno de los más bellos, que se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia.



El otro libro que legó Blanca  a su sobrino Carlos fue Las Grandes Crónicas de Francia. Teniendo en cuenta que ella había sido reina de aquel país, es de suponer que la copia de la que dispondría habría salido de los mejores talleres de iluminación de París, así que escojo una página de una de las más fabulosas copias de las Crónicas que se conservan en la ya muy citada Biblioteca Nacional de Francia, para que podáis haceros una idea.


Hacia 1400 llegó también a Navarra el único libro de esta imaginaria pero real biblioteca que seguimos conservando entre nuestras mugas: "El ceremonial de la coronación, unción y exequias de los reyes de Inglaterra", que Carlos III adquiriría para replicar la etiqueta inglesa en la corte de Navarra. Por fortuna, como os digo, se guarda en el Archivo Real de Navarra.


En una de las cuatro largas estancias que el rey hizo en París -la capital del lujo literario a principios del siglo XV- adquirió un Libro de Horas que hoy se conserva en el Cleveland Museum de Ohio (EEUU). Sus miniaturas son una maravilla, y cada página viene ornada por las armas de Navarra Evreux. No hay duda de que, dados sus gustos, que muchas veces no podían ser respaldados por las posibilidades económicas del reino, adquiriría muchos más libros, de los que no queda constancia documental, aunque yo tenga la sospecha de alguno de los títulos que seguro debió tener y que se perdieron más tarde.




Y llegamos por fin al propio príncipe de Viana, que podemos estar seguros de que heredó al menos todos los libros que había ido reuniendo su abuelo Carlos III el Noble, y que por su acendrada bibliofilia, fue aumentando mientras las circunstancias se lo permitieron. Como decía antes, cuando murió en 1461 en el exilio barcelonés, se hizo un inventario de sus bienes con el fin de subastarlos y poder así enjugar sus cuantiosas deudas. Con su biblioteca hicieron lo mismo. Contaba con unos 120 ejemplares, lo que para su época no está nada mal, más aun teniendo en cuenta que al salir de Navarra no habría llevado consigo más que los más apreciados, a los que fue sumando muchos más durante su periplo mediterráneo por Napoles, Sicilia y Cataluña.

No daré la lista de todos los ejemplares, porque ya ha sido suficientemente publicada, pero sí que mostraré los cuatro libros que sabemos -sin lugar a dudas- que le pertenecieron, porque llevan sus armas bien a la vista en sus portadas. En mi ensayo "Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar", ya me lamenté de qué nivel hubiese podido alcanzar la Biblioteca de los Reyes de Navarra si Carlos de Viana se hubiese tenido que preocupar sólamente por aumentar su colección. Basta con imaginar cómo hubieran podido ser todos los libros si sus portadas fueran iguales a estas cuatro que se conservan: con todas las divisas de los monarcas navarros punteando las preciosas decoraciones (el triple lazo, el  lebrel blanco, las hojas de castaña, el lema Bonefoy...).

El primero se titula: "Epístolas de Falaris", y se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia:


El segundo forma ahora parte del mismo volumen, y se titula "Cartas de Crates":


El tercero, y más importante y lujoso, es la traducción que el propio Carlos de Viana hizo de las Éticas de Aristóteles, para intentar impresionar a su tío, Alfonso V el Magnánimo de Aragón, que era el mayor bibliófilo de su tiempo, y desde luego que el libro es impresionantemente bello:


El cuarto y último (de más de 120, ¡ay!) de los identificados hasta ahora, se titula "Las cien Baladas" y también hace muy poco que os hablé de él en un artículo para Diario de Noticias "El príncipe de Viana, bibliófilo":


Los cuatro fueron compuestos por varios artistas, siendo los principales el iluminador Guillem Hugoniet y el calígrafo Gabriel Altadell. Este último tiene también el honor de ser el primer bibliotecario de nombre conocido al servicio de un rey de Navarra o de cualquier otro navarro, aunque tuviera que servirle en el exilio, pues firma como "principis librario" en el colofón de las Éticas. Así que a él y a su memoria deberíamos encomendarnos todos los bibliotecarios y bibliotecarias de Navarra en tiempos de tribulación...

Y envidio vivamente a Guillem y Gabriel que estuvieran rodeados de tantos volumenes y tomos maravillosos. Lo que ya no les envidio es el escaso sueldo -si es que alguna vez llegaron a cobrarlo, claro- mientras estuvieron al servicio de Carlos, que siempre tuvo mejor gusto que cartera para llevar a cabo su propósito de crear a su alrededor una corte literaria. Si queréis saber cómo sería una biblioteca/estudio de su tiempo, no hace falta imaginarse gran cosa, en esta evocadora miniatura puede apreciarse casi hasta el silencio y la tranquilidad necesarias para cualquier actividad intelectual:


Y en Navarra estoy seguro de que Carlos si lo hubiese podido lograr, pero la guerra provocada por su padre, el usurpador Juan II, se llevó por delante todos los proyectos y al propio reino independiente, pocos años más tarde. Y de haber sido así -y pudo ser así perfectamente-, ahora conservaríamos en Navarra una de las Bibliotecas medievales más hermosas del mundo, porque aunque lo primero que arrasa la guerra es la vida de las personas, lo segundo es su Cultura, que es lo que al fin y al cabo nos permite distinguirnos de las piedras o de los alcornoques (aunque éstos por lo menos proporcionan corcho, y no ocurrencias, como suele acontecer con los de la especie humana).

De todas maneras, y aunque reconozco que no es nada fácil competir con un libro que un ángel bajó del cielo para consolar a un rey santo en su prisión de Egipto, creo firmemente que el volumen más importante de los custodiados en la biblioteca de Carlos de Viana era sin duda alguna la Crónica de los Reyes de Navarra que el mismo escribió. No la mutilada, de sólo tres partes que aún conservamos, sino la que originalmente él dividió en cuatro apartados, siendo el último aquél en el que contaba de primera mano las discordias y guerras contra su padre. Un libro lo suficientemente peligroso como para morir  por él (si los partidarios de su padre, vencedores al fin y al cabo de la guerra, te encontraban con él encima era garantía de muerte segura, motivo más probable de que esa cuarta parte haya "desaparecido" misteriosamente), y que yo he querido imaginarme que hubieran
 ido iluminado tan bellamente como estas otras Crónicas de Froissart conservadas en la Biblioteca Nacional de Francia:


Pero lo cierto es que tampoco acabó todo con el príncipe de Viana, porque siempre me gusta recordar el texto del cronista Ramirez De Avalos, que describió así al último de nuestros reyes, Juan III de Labrit:

"Y fue hombre leído, e filósofo natural, e tuvo una muy singular biblioteca. Estimaba mucho a los hombres de linaje, tanto que procuró saber todos los blasones del reino".

Así que el rey de Navarra seguía teniendo allá por 1500 una "muy singular biblioteca", que no hay forma de saber por cuantos ejemplares de los adquiridos por sus antecesores en el trono estaría formada. Dada la destrucción provocada por la guerra de 50 años entre agramonteses y beaumonteses, estimo que muy pocos, a pesar de esa mención a los gustos heráldicos navarros de Juan de Labrit (afición compartida por Carlos III y Carlos de Viana, cuyos heraldos disponían de muchos libros de este tipo), que le harían poseer también varios armoriales y recopilaciones de escudos. No es ocioso recordar que el Libro de Armería original del Reino, desapareció tras la conquista castellana. Desapareció quiere decir que fue robado por un jurista castellano,  y nunca más se volvió a saber de él. Por eso el que ahora se conserva data del año 1571. Os pongo una página del Armorial Bergshamer, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Suecia, en la que Navarra aparece estupendamente acompañada por naciones tan acrisoladas como Escocia, Portugal o Aragón.


Tampoco es cuestión de terminar de hablar de esta Biblioteca soñada -pero basada en hechos reales, como las películas de mayor éxito- sin recordar que la última reina propietaria, Catalina I de Foix, fue la que trajo a Navarra al primer impresor que hubo por estos pagos: Arnalt Guillen de Brocar, uno de los mejores y más hábiles en su oficio. Sin el terremoto que supuso el año 1512, quizás muchos de estos impresionantes manuscritos de los que os he hablado hubieran podido también convertirse en incunables famosos, que hoy atraerían a Navarra a estudiosos de todo el mundo,  y la Biblioteca de los Reyes de Navarra no se hubiera perdido jamás.

Marca de imprenta de Arnao Guillem de Brocar
De hecho, no se ha perdido: subsistirá mientras nos acordemos de ella, aunque no podamos ojear ya las páginas de sus libros, ni leerlos a la sombra de la morera del palacio de Olite, mientras resuena por sus doradas galerías un virolay de Guillem de Machaut...




© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020













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