El de hoy tampoco es un cuentico al uso. Es otra de mis elucubraciones histórico-artísticas sobre piezas que me llaman especialmente la atención. Como de costumbre, no puedo aportar pruebas, pero la erudición alucinada es una rama muy gustosa de la imaginación…
Beroiz, lugar del valle de Izagaondoa, que debe hacer por lo menos tres o cuatro entradas que no salía en estos escritos míos, es hoy en día un despoblado que se abandonó hace décadas. Siguiendo a Fernando Hualde, que se ha ocupado varias veces de él en su sección semanal sobre patrimonio del Diario de Noticias y en su blog sobre despoblados, podremos saber que:
“Fue un señorío cuya primera referencia documental la encontramos en el año 1142 como sobrenombre locativo del senior Aznar Galíndez, senior de Beroiz. Si bien, es a partir del siglo XIII cuando podemos acreditar documentalmente que este lugar estuviese habitado; y, curiosamente, es en el siglo XIV cuando, por vez primera, lo vemos deshabitado, tan sólo temporalmente. En 1427, sus dos vecinos estageros no debían de pagar pecha alguna, ni ninguna otra carga señorial. Los censos de población nos indican que en 1553 Beroiz tenía tres fuegos; en 1678 tan sólo un fuego; en 1786 vivían 19 personas; 20 en 1824; 21 en 1858; 23 en 1887; 19 en 1930; 18 en 1940; 16 en 1950; y 9 en 1960. A partir de ese momento, por segunda vez en su historia, vuelve a figurar como un lugar deshabitado. Básicamente consta de tres edificios: la iglesia de San Martín, la casa nueva (frente a la iglesia), y el palacio (a una cierta distancia de los otros dos). El edificio mejor conservado en los primeros años del siglo XXI es la iglesia. Este edificio carece de culto y está habilitado para acoger en su interior al ganado. Donde antes hubo bancos, hoy hay comederos. La casa nueva es el siguiente edificio mejor conservado; pese a ello está en ruina total. Tan solo está accesible la planta baja, usada por el ganado, y no es recomendable entrar en ella, pues el peligro de derrumbe es grande. Sobreviven los restos de un viejo horno de pan. El palacio es el edificio peor conservado; su interior es prácticamente inaccesible; y, por supuesto, que la recomendación es que no se intente. En el Museo Diocesano de Pamplona sobrevive una talla de Santa Catalina, del siglo XIV, procedente de dicha iglesia.”
Blog de Fernando Hualde
Esa mencionada imagen de Santa Catalina se conserva, efectivamente, en el Museo Diocesano de la catedral de Pamplona. Digo “se conserva” y no “se muestra”, porque desgraciadamente se retiró de la exposición hace muchos años, y desde entonces se guarda en el almacén habilitado en el hasta ahora inaccesible palacio románico, que por cierto muy pronto podrá al fin visitarse.
Y es una auténtica pena que esta talla permanezca oculta, porque posee unas características que la hacen muy especial dentro de la imaginería medieval navarra. Y es que la santa aparece enmarcada por una tabla en la que aparecen tres figuras y una inscripción que aclara quien fue la persona que encargó la obra. Y no nos quedan muchas piezas de aquella época en las que aparezca retratada su donante…
Santa Catalina de Alejandría, mártir cristiana del siglo IV, fue mujer famosa por su inteligencia y belleza. Se negó a acatar las órdenes del emperador Majencio que obligaban a todos los habitantes de aquella ciudad a hacer sacrificios a los dioses paganos, y por ello fue torturada atándola a una rueda con cuchillas incrustadas, que cuenta la leyenda aurea que se rompieron al contacto con el cuerpo de la santa. Pero el malvado emperador no se quedó conforme y ordenó decapitarla, por eso aparece siempre representada con esos dos atributos de su tormento, y con Majencio vencido a sus pies. En el caso de Beroiz además, y aunque no sabemos si la policromía es la original, y por tanto no sabemos si el color rubio de su pelo y sus cejas es el primitivo, la toca blanca que lleva haría referencia a su virginidad, el color verde de su vestido a su sabiduría y el rojo del manto a su martirio, que le abrió las puertas del Cielo, al que aludirían las estrellas de ocho puntas que rodean a la figura. Se la consideró siempre como la abogada de las jóvenes casaderas, de los teólogos y los filósofos, también de aquellos cuyos oficios estaban asociados a la rueda del martirio de la santa, como carreteros, molineros, alfareros, hilanderas y barberos, en este último caso relacionándolos con las cuchillas que se engarzaron en ella. También fue protectora de todos los que se hallaban en trance de muerte…
La otra es ya una monja profesa (y si se me permite el “donjuantenorismo”, de rostro muy bello, por cierto), y por eso lleva toca negra:
La tercera mujer representada es la más importante, por eso aparece con un llamativo manto de color rojo, adornado con un lujoso escapulario o quizás con lo que pueda ser el emblema de una Santa Cofradía (dentro del hexágono del que cuelga un cordón casi como de capelo cardenalicio, parece haber una letra inicial mayúscula). Justo debajo aparece la ya mencionada inscripción que nos aclara quién hubo de ser esta importante dama:
“Esta imagen fizo fazer doña Catalina García”
Así pues, como era costumbre, la donante encarga una talla de su santa protectora, con la que comparte nombre, para que los rezos de la comunidad también vayan dirigidos a la salvación de su alma. Naturalmente cualquiera no podía, en aquella época, encargar una obra artística como esta, y sólo las más importantes o adineradas familias podían costear empresas similares. En todo caso, un nombre y apellidos tan comunes como Catalina García no ayudaría precisamente a identificar a la dama del emblema…
Reconociendo de antemano que me interno en mi siempre querido terreno de las hipótesis, voy a intentarlo…
La talla de la que me estoy ocupando es inequívocamente de un siglo XIV avanzado, aunque quizás el maestro escultor muestra resabios todavía de un gótico primitivo, de ahí la frontalidad mayestática de la figura. Pero que el autor no fuese demasiado hábil, artísticamente hablando, o que permaneciese adherido a unos usos tirando a antiguos, no empaña en absoluto, a mí juicio, su forma de hacer las cosas, y la realización de esta obra sigue necesitando la participación de una familia de buena posición en la Navarra de aquella época…
Los secretarios reales eran personas de confianza del soberano, encargados de misiones delicadas y peligrosas en muchos casos, pero sobre todo redactores de los documentos regios, tanto secretos como patentes. Eran por tanto excelentes calígrafos, y sobre todos ellos destaca la figura de Jean de L’Escluse, un clérigo francés que debió llegar a Navarra de la mano del infante Carlos, pero que ya había trabajado para el rey Carlos II en Normandía, para quien copió el libro “Confort d’ Amí”, que el poeta Guillaume Machaut había escrito para él. Tras permanecer varios años rehen del rey de Francia, el año 1381 el futuro Carlos III regresó a su reino, y ya desde entonces comenzó a confiar sus papeles a Jean.
Precisamente los primeros testimonios de esa presencia en Navarra de L’Escluse datan del año 1383, llegando a redactar las cartas del príncipe en 1387. Tras el acceso al trono de Carlos a finales de ese mismo año, L’Escluse continuó con su papel de secretario regio de plena confianza del monarca, como demuestra que éste, en 1392 le concediese un donativo de 200 florines para la compra de unas casas.
Que tenía interés en que secretario tan hábil permaneciese a su lado, lo demuestra un documento del año 1396, por el que Carlos III le otorga 400 florines para que se case “en atención a los servicios que dicho Jean le había prestado en Normandía, y a los que prestó a su padre Carlos II en el mismo lugar, así como en reparación de los daños que padeció por causa de las guerras en las mencionadas tierras, siendo su voluntad que se case en Navarra para que pueda vivir en él a su servicio”.
Abandonada evidentemente su condición original de clérigo, y como hemos visto, plenamente asentado ya en Navarra (tanto que dominaba y escribía sin problemas el romance navarro), confeccionó entre 1396 y 1398 los Registros del Tesorero nº 233, 236 y 243, en los que alcanzó un nivel caligráfico parejo al de las cancillerías francesa, inglesa o borgoñona, las mejores de su tiempo. En ellos, además de dejar testimonio de su dominio de la letra, nos legó una preciosa colección de dibujos, con los que ornamentaba las letras capitales de dichos registros.
Y yo, que he tenido la fortuna de tener los auténticos registros ante mis ojos, puedo asegurar que estas reproducciones que añado para ilustrar mi texto no hacen justicia al maravilloso trabajo de Jean L’Escluse.
El caso es que en 1403 fue nombrado Notario de la Cort, y hasta diciembre de 1410, fecha de su muerte, siguió siendo uno de los tres secretarios encargados de la expedición de los documentos regios. Que el rey continuaba teniéndolo en alta estima, lo demuestra que el 18 de octubre, desde París, enviase una carta en la que decía: “que considerando la grave enfermedad que padecía su secretario Jean L’Escluse, por la que no podía servir más su oficio, ordena a la reina que le recompense con tanta renta como la que pierda por no poder desempeñar su puesto de Notario”.
¿Y qué tiene que ver este personaje con la radiante Santa Catalina de Beroiz? Pues, como siempre, todo o nada…
Hemos visto como Carlos III, buscando su definitivo asentamiento en Navarra, le concedió 400 florines para su matrimonio en 1396.
¿Y cuál era el nombre de la esposa de tan renombrado miembro de la Corte?
Pues según un documento del año 1398 recogido por Mariano Arigita en su obra sobre los Priores de la Seo de Pamplona, que cuenta como D. Martín Martinez de Eusa, prior, permutó unos terrenos del cabildo por una pieza que dicha pareja tenía en uno de los molinos del Arga en Pamplona, la mujer de Jean L’Escluse se llamaba…
Pues sí, como ya estaréis sospechando: se llamaba Catalina García, aunque en algunos otros documentos responda al nombre de Catalina de Roncesvalles.
¿Puede ser ella la dama retratada en la tabla de Beroiz?
Es evidente que disponía de medios económicos para encargar una obra como esta de la que me estoy ocupando pero, como de costumbre, no he encontrado nada que una al matrimonio L’Escluse-García con Beroiz, ni siquiera con el valle de Izagaondoa, donde por cierto, aunque todos los templos conservados son netamente medievales, apenas sí nos han llegado cuatro tallas coetáneas o anteriores a esta Santa Catalina de Beroiz: se trata de las vírgenes de Idoate, Lizarraga y Zuazu, y del Crucificado de este último lugar.
Por otra parte, la presencia de monjas franciscanas en aquel valle tampoco tiene demasiado sentido, pues allá jamás ha habido un monasterio de dicha Orden...
¿Podría entonces esta talla proceder de algún convento de Clarisas cercano, de tal forma que en algún momento hubiera podido llegar a Beroiz? Difícil saberlo: los dos más famosos en aquella época en Navarra eran el de Estella y el de Santa Engracia en Pamplona, ambos muy relacionados con la monarquía y la nobleza. El primero se extinguió hace pocos años, pero el segundo, situado en uno de los meandros del Arga, lo hizo en 1794. Hemos visto que el matrimonio tenía propiedades junto al río, pero es imposible saber, más allá de su evidente relevancia social, si pudieron tener tanta relación con esas monjas como para encargar una talla para su iglesia que, muchos años después, fruto de alguna venta o de alguna donación pudo acabar en Beroiz.
Además, el vistoso atuendo rojo de la donante ofrece alguna otra hipotética posibilidad, como que Catalina García perteneciese a la Orden franciscana en su versión terciaria, que acogía a los seglares casados o viudos como ella. Incluso podría pensarse que si su marido era un antiguo clérigo, ella no andaría muy lejos de aquellos ambientes, en los que pudo ingresar una vez viuda…
Por último, el emblema que he identificado como propio de una cofradía, aunque la fotografía no es muy clara, sería otra opción para una posible identificación. No hay que olvidar que hubo unas cuantas cofradías dedicadas a Santa Catalina en la Navarra medieval, siendo la más importante de todas ellas la de la Iglesia de San Cernin de Pamplona, de la que fueron miembros no sólo conspicuos nobles y oficiales de la Corte, sino también los propios reyes Carlos III, Blanca I, y los príncipes de Viana, Carlos y Agnes. Quién sabe, quizás ese hábito rojo con ese espectacular broche o escapulario, sea el mismo de aquella regia hermandad…
Por cierto, que esta cofradía ya salió en alguna de mis “Crónicas Irreales”, concretamente en “Corazón de piedra”, donde me imaginaba a la Santa Catalina que presidió todas sus ceremonias, igualica a esta de Beroiz de la que estoy hablando. Y por los años concretos, realmente no debieron ser ambas muy distintas…
Y nada más. Solamente que espero que en la inminente reordenación del Museo Diocesano de Pamplona, haya al fin un lugar para enseñar como se merece a esta paisana izagaondoarra mía tan especial y tan guapa.
Y si de paso la restauran manos competentes y habilidosas, ya sería el no va más. Y si además personas más sabias que yo descubren que la Catalina García que aparece representada en la tabla no es la que se casó con el sobresaliente calígrafo Jean de L’Escluse, aceptaré mi derrota encantado, pues seguro que podré hilar una imaginativa historia nueva con tan inesperada información…
© Mikel Zuza Viniegra, 2012
Bibliografía empleada:
-Los secretarios reales y su papel en la redacción de los Registros de Comptos del Reino de Navarra / Mª Isabel Ostolaza. Príncipe de Viana nº 172. P. 407-423
Secretarios Reales
-La corte de Carlos III el Noble, rey de Navarra: espacio doméstico y escenario del poder, 1376-1415 / María Narbona Carceles. P. 180-182.
-Los priores de la Seo de Pamplona / Maríano Arigita. P. 541.
Priores Seo Pamplona
-La Cofradía de Santa Catalina de la catedral de Pamplona / Eduardo Morales Solchaga
Cofradía Santa Catalina Catedral de Pamplona
Beroiz, lugar del valle de Izagaondoa, que debe hacer por lo menos tres o cuatro entradas que no salía en estos escritos míos, es hoy en día un despoblado que se abandonó hace décadas. Siguiendo a Fernando Hualde, que se ha ocupado varias veces de él en su sección semanal sobre patrimonio del Diario de Noticias y en su blog sobre despoblados, podremos saber que:
“Fue un señorío cuya primera referencia documental la encontramos en el año 1142 como sobrenombre locativo del senior Aznar Galíndez, senior de Beroiz. Si bien, es a partir del siglo XIII cuando podemos acreditar documentalmente que este lugar estuviese habitado; y, curiosamente, es en el siglo XIV cuando, por vez primera, lo vemos deshabitado, tan sólo temporalmente. En 1427, sus dos vecinos estageros no debían de pagar pecha alguna, ni ninguna otra carga señorial. Los censos de población nos indican que en 1553 Beroiz tenía tres fuegos; en 1678 tan sólo un fuego; en 1786 vivían 19 personas; 20 en 1824; 21 en 1858; 23 en 1887; 19 en 1930; 18 en 1940; 16 en 1950; y 9 en 1960. A partir de ese momento, por segunda vez en su historia, vuelve a figurar como un lugar deshabitado. Básicamente consta de tres edificios: la iglesia de San Martín, la casa nueva (frente a la iglesia), y el palacio (a una cierta distancia de los otros dos). El edificio mejor conservado en los primeros años del siglo XXI es la iglesia. Este edificio carece de culto y está habilitado para acoger en su interior al ganado. Donde antes hubo bancos, hoy hay comederos. La casa nueva es el siguiente edificio mejor conservado; pese a ello está en ruina total. Tan solo está accesible la planta baja, usada por el ganado, y no es recomendable entrar en ella, pues el peligro de derrumbe es grande. Sobreviven los restos de un viejo horno de pan. El palacio es el edificio peor conservado; su interior es prácticamente inaccesible; y, por supuesto, que la recomendación es que no se intente. En el Museo Diocesano de Pamplona sobrevive una talla de Santa Catalina, del siglo XIV, procedente de dicha iglesia.”
Blog de Fernando Hualde
Esa mencionada imagen de Santa Catalina se conserva, efectivamente, en el Museo Diocesano de la catedral de Pamplona. Digo “se conserva” y no “se muestra”, porque desgraciadamente se retiró de la exposición hace muchos años, y desde entonces se guarda en el almacén habilitado en el hasta ahora inaccesible palacio románico, que por cierto muy pronto podrá al fin visitarse.
Y es una auténtica pena que esta talla permanezca oculta, porque posee unas características que la hacen muy especial dentro de la imaginería medieval navarra. Y es que la santa aparece enmarcada por una tabla en la que aparecen tres figuras y una inscripción que aclara quien fue la persona que encargó la obra. Y no nos quedan muchas piezas de aquella época en las que aparezca retratada su donante…
Santa Catalina de Alejandría, mártir cristiana del siglo IV, fue mujer famosa por su inteligencia y belleza. Se negó a acatar las órdenes del emperador Majencio que obligaban a todos los habitantes de aquella ciudad a hacer sacrificios a los dioses paganos, y por ello fue torturada atándola a una rueda con cuchillas incrustadas, que cuenta la leyenda aurea que se rompieron al contacto con el cuerpo de la santa. Pero el malvado emperador no se quedó conforme y ordenó decapitarla, por eso aparece siempre representada con esos dos atributos de su tormento, y con Majencio vencido a sus pies. En el caso de Beroiz además, y aunque no sabemos si la policromía es la original, y por tanto no sabemos si el color rubio de su pelo y sus cejas es el primitivo, la toca blanca que lleva haría referencia a su virginidad, el color verde de su vestido a su sabiduría y el rojo del manto a su martirio, que le abrió las puertas del Cielo, al que aludirían las estrellas de ocho puntas que rodean a la figura. Se la consideró siempre como la abogada de las jóvenes casaderas, de los teólogos y los filósofos, también de aquellos cuyos oficios estaban asociados a la rueda del martirio de la santa, como carreteros, molineros, alfareros, hilanderas y barberos, en este último caso relacionándolos con las cuchillas que se engarzaron en ella. También fue protectora de todos los que se hallaban en trance de muerte…
Como podemos ver, se trata de una escultura soberbia, tan distinguida y elegante como muchas tallas marianas contemporáneas suyas. Quizás muchas de ellas también tuvieron una tabla policromada que les sirvió de marco, o quizás formaban parte todas ellas de unos retablos más amplios, pero que yo recuerde, hoy no se conserva en Navarra más que ésta de Beroiz. Desde luego entre las que se conservan en el Museo Diocesano no hay ninguna otra. De las tres figuras pintadas que, arrodilladas y pasando las cuentas del Rosario, veneran a Santa Catalina, vemos que dos son monjas franciscanas, pues ambas llevan el cordón característico de tal Orden religiosa. Una, la de la toca blanca, es evidentemente una novicia:
La otra es ya una monja profesa (y si se me permite el “donjuantenorismo”, de rostro muy bello, por cierto), y por eso lleva toca negra:
La tercera mujer representada es la más importante, por eso aparece con un llamativo manto de color rojo, adornado con un lujoso escapulario o quizás con lo que pueda ser el emblema de una Santa Cofradía (dentro del hexágono del que cuelga un cordón casi como de capelo cardenalicio, parece haber una letra inicial mayúscula). Justo debajo aparece la ya mencionada inscripción que nos aclara quién hubo de ser esta importante dama:
“Esta imagen fizo fazer doña Catalina García”
Así pues, como era costumbre, la donante encarga una talla de su santa protectora, con la que comparte nombre, para que los rezos de la comunidad también vayan dirigidos a la salvación de su alma. Naturalmente cualquiera no podía, en aquella época, encargar una obra artística como esta, y sólo las más importantes o adineradas familias podían costear empresas similares. En todo caso, un nombre y apellidos tan comunes como Catalina García no ayudaría precisamente a identificar a la dama del emblema…
Reconociendo de antemano que me interno en mi siempre querido terreno de las hipótesis, voy a intentarlo…
La talla de la que me estoy ocupando es inequívocamente de un siglo XIV avanzado, aunque quizás el maestro escultor muestra resabios todavía de un gótico primitivo, de ahí la frontalidad mayestática de la figura. Pero que el autor no fuese demasiado hábil, artísticamente hablando, o que permaneciese adherido a unos usos tirando a antiguos, no empaña en absoluto, a mí juicio, su forma de hacer las cosas, y la realización de esta obra sigue necesitando la participación de una familia de buena posición en la Navarra de aquella época…
Los secretarios reales eran personas de confianza del soberano, encargados de misiones delicadas y peligrosas en muchos casos, pero sobre todo redactores de los documentos regios, tanto secretos como patentes. Eran por tanto excelentes calígrafos, y sobre todos ellos destaca la figura de Jean de L’Escluse, un clérigo francés que debió llegar a Navarra de la mano del infante Carlos, pero que ya había trabajado para el rey Carlos II en Normandía, para quien copió el libro “Confort d’ Amí”, que el poeta Guillaume Machaut había escrito para él. Tras permanecer varios años rehen del rey de Francia, el año 1381 el futuro Carlos III regresó a su reino, y ya desde entonces comenzó a confiar sus papeles a Jean.
Precisamente los primeros testimonios de esa presencia en Navarra de L’Escluse datan del año 1383, llegando a redactar las cartas del príncipe en 1387. Tras el acceso al trono de Carlos a finales de ese mismo año, L’Escluse continuó con su papel de secretario regio de plena confianza del monarca, como demuestra que éste, en 1392 le concediese un donativo de 200 florines para la compra de unas casas.
Que tenía interés en que secretario tan hábil permaneciese a su lado, lo demuestra un documento del año 1396, por el que Carlos III le otorga 400 florines para que se case “en atención a los servicios que dicho Jean le había prestado en Normandía, y a los que prestó a su padre Carlos II en el mismo lugar, así como en reparación de los daños que padeció por causa de las guerras en las mencionadas tierras, siendo su voluntad que se case en Navarra para que pueda vivir en él a su servicio”.
Abandonada evidentemente su condición original de clérigo, y como hemos visto, plenamente asentado ya en Navarra (tanto que dominaba y escribía sin problemas el romance navarro), confeccionó entre 1396 y 1398 los Registros del Tesorero nº 233, 236 y 243, en los que alcanzó un nivel caligráfico parejo al de las cancillerías francesa, inglesa o borgoñona, las mejores de su tiempo. En ellos, además de dejar testimonio de su dominio de la letra, nos legó una preciosa colección de dibujos, con los que ornamentaba las letras capitales de dichos registros.
Y yo, que he tenido la fortuna de tener los auténticos registros ante mis ojos, puedo asegurar que estas reproducciones que añado para ilustrar mi texto no hacen justicia al maravilloso trabajo de Jean L’Escluse.
El caso es que en 1403 fue nombrado Notario de la Cort, y hasta diciembre de 1410, fecha de su muerte, siguió siendo uno de los tres secretarios encargados de la expedición de los documentos regios. Que el rey continuaba teniéndolo en alta estima, lo demuestra que el 18 de octubre, desde París, enviase una carta en la que decía: “que considerando la grave enfermedad que padecía su secretario Jean L’Escluse, por la que no podía servir más su oficio, ordena a la reina que le recompense con tanta renta como la que pierda por no poder desempeñar su puesto de Notario”.
¿Y qué tiene que ver este personaje con la radiante Santa Catalina de Beroiz? Pues, como siempre, todo o nada…
Hemos visto como Carlos III, buscando su definitivo asentamiento en Navarra, le concedió 400 florines para su matrimonio en 1396.
¿Y cuál era el nombre de la esposa de tan renombrado miembro de la Corte?
Pues según un documento del año 1398 recogido por Mariano Arigita en su obra sobre los Priores de la Seo de Pamplona, que cuenta como D. Martín Martinez de Eusa, prior, permutó unos terrenos del cabildo por una pieza que dicha pareja tenía en uno de los molinos del Arga en Pamplona, la mujer de Jean L’Escluse se llamaba…
Pues sí, como ya estaréis sospechando: se llamaba Catalina García, aunque en algunos otros documentos responda al nombre de Catalina de Roncesvalles.
¿Puede ser ella la dama retratada en la tabla de Beroiz?
Es evidente que disponía de medios económicos para encargar una obra como esta de la que me estoy ocupando pero, como de costumbre, no he encontrado nada que una al matrimonio L’Escluse-García con Beroiz, ni siquiera con el valle de Izagaondoa, donde por cierto, aunque todos los templos conservados son netamente medievales, apenas sí nos han llegado cuatro tallas coetáneas o anteriores a esta Santa Catalina de Beroiz: se trata de las vírgenes de Idoate, Lizarraga y Zuazu, y del Crucificado de este último lugar.
Por otra parte, la presencia de monjas franciscanas en aquel valle tampoco tiene demasiado sentido, pues allá jamás ha habido un monasterio de dicha Orden...
¿Podría entonces esta talla proceder de algún convento de Clarisas cercano, de tal forma que en algún momento hubiera podido llegar a Beroiz? Difícil saberlo: los dos más famosos en aquella época en Navarra eran el de Estella y el de Santa Engracia en Pamplona, ambos muy relacionados con la monarquía y la nobleza. El primero se extinguió hace pocos años, pero el segundo, situado en uno de los meandros del Arga, lo hizo en 1794. Hemos visto que el matrimonio tenía propiedades junto al río, pero es imposible saber, más allá de su evidente relevancia social, si pudieron tener tanta relación con esas monjas como para encargar una talla para su iglesia que, muchos años después, fruto de alguna venta o de alguna donación pudo acabar en Beroiz.
Además, el vistoso atuendo rojo de la donante ofrece alguna otra hipotética posibilidad, como que Catalina García perteneciese a la Orden franciscana en su versión terciaria, que acogía a los seglares casados o viudos como ella. Incluso podría pensarse que si su marido era un antiguo clérigo, ella no andaría muy lejos de aquellos ambientes, en los que pudo ingresar una vez viuda…
Por último, el emblema que he identificado como propio de una cofradía, aunque la fotografía no es muy clara, sería otra opción para una posible identificación. No hay que olvidar que hubo unas cuantas cofradías dedicadas a Santa Catalina en la Navarra medieval, siendo la más importante de todas ellas la de la Iglesia de San Cernin de Pamplona, de la que fueron miembros no sólo conspicuos nobles y oficiales de la Corte, sino también los propios reyes Carlos III, Blanca I, y los príncipes de Viana, Carlos y Agnes. Quién sabe, quizás ese hábito rojo con ese espectacular broche o escapulario, sea el mismo de aquella regia hermandad…
Por cierto, que esta cofradía ya salió en alguna de mis “Crónicas Irreales”, concretamente en “Corazón de piedra”, donde me imaginaba a la Santa Catalina que presidió todas sus ceremonias, igualica a esta de Beroiz de la que estoy hablando. Y por los años concretos, realmente no debieron ser ambas muy distintas…
Y nada más. Solamente que espero que en la inminente reordenación del Museo Diocesano de Pamplona, haya al fin un lugar para enseñar como se merece a esta paisana izagaondoarra mía tan especial y tan guapa.
Y si de paso la restauran manos competentes y habilidosas, ya sería el no va más. Y si además personas más sabias que yo descubren que la Catalina García que aparece representada en la tabla no es la que se casó con el sobresaliente calígrafo Jean de L’Escluse, aceptaré mi derrota encantado, pues seguro que podré hilar una imaginativa historia nueva con tan inesperada información…
© Mikel Zuza Viniegra, 2012
Bibliografía empleada:
-Los secretarios reales y su papel en la redacción de los Registros de Comptos del Reino de Navarra / Mª Isabel Ostolaza. Príncipe de Viana nº 172. P. 407-423
Secretarios Reales
-La corte de Carlos III el Noble, rey de Navarra: espacio doméstico y escenario del poder, 1376-1415 / María Narbona Carceles. P. 180-182.
-Los priores de la Seo de Pamplona / Maríano Arigita. P. 541.
Priores Seo Pamplona
-La Cofradía de Santa Catalina de la catedral de Pamplona / Eduardo Morales Solchaga
Cofradía Santa Catalina Catedral de Pamplona