Cuenta Garibay en el libro XXIV de su Compendio Historial, que entre finales de 1162 y principios de 1163, el rey don Sancho VI el Sabio, tras conquistar toda la Rioja salvo Calahorra y Nájera, se internó en el reino de Castilla para recuperar lo que a Navarra había sido arrebatado desde la muerte de Sancho IV el de Peñalén en el año 1076.
Dice también que se hizo de esta forma con Grañón, Cerezo, Treviana, Valluércanes, Miranda de Ebro, Ameyugo, Ayuelas, Santa Gadea, Salinas de Añana, Portilla y Briviesca, no parando hasta Atapuerca, que es población muy cercana a la ciudad de Burgos. Y que justo en aquel lugar, sacó don Sancho su espada de la vaina y la clavó con todas sus fuerzas en el olmo más viejo que encontró, en señal de que ese árbol marcaba los límites del reino de Navarra, y que a partir de allí, el mismo rey tenía la obligación de pagar a sus caballeros y soldados para que le siguiesen en sus campañas guerreras...
Fue ese, quizás, el último de los árboles emblemáticos que empleó la dinastía originaria de los señores de Navarra para ensalzar su condición regia, pues desde la noche de los tiempos nuestros reyes presumieron siempre de acogerse a la sagrada y venerable protección de determinadas especies.
Y ese pacto de mutuo respeto fue sellado simbólicamente con las primeras monedas que se acuñaron en estas tierras, que mostraban por un lado el rostro del monarca, y por otro un árbol coronado por una cruz.
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Supuesta moneda de Sancho III el Mayor |
Y dicen que tan noble acuerdo fue observado por primera vez por Sancho III el Mayor, y que luego sus descendientes cumplieron lo establecido, incluso cuando quienes gobernaron fueron los reyes de Aragón. Pero que cuando la heredera de este reino se unió al conde de Barcelona, y fueron las barras catalanas las que constituyeron las nuevas armas del reino, García IV Ramírez, un vástago de la familia real pamplonesa se alzó de nuevo en la tierra de sus antepasados y volvieron a brotar en sus monedas, escudos y demás signos de soberanía aquellos árboles bajo cuya sombra se había cobijado la nación navarra.
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Moneda de García IV Ramírez |
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Moneda de Sancho VI el Sabio |
Y esto fue así hasta que Sancho VII el Fuerte juzgó que una hazaña tan heroica como la conquista de Chipre durante la Tercera Cruzada, en la que había participado mano a mano con su cuñado Ricardo de Inglaterra, merecía ser recordada hasta en sus monedas. Y quizás por ser él el culpable de romper este pacto sacro y arbóreo, fue el último soberano de la dinastía originaria que pudo sentarse en el trono de sus ancestros...
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Moneda de Sancho VII el Fuerte |
Muchos, muchos siglos después, cuando en el primer tercio del siglo XX el profesor de la universidad de Oxford J.R.R. Tolkien -buceando en la literatura y la historia medieval europeas, y no sólo en las sagas nórdicas- buscaba un emblema que representase al reino de los hombres en la novela que estaba preparando, debió hallar en el tomo III del libro "Descripción General de la Monedas Hispano-cristianas", escrito por el ingeniero francés Alois Heiss en 1866, el dibujo de las de los reyes de la dinastía pamplonesa, que dieron luego origen a la de Aragón. Y por eso al rey de su novela lo llamó -sin duda "casualmente", y porque nadie es perfecto, ni siquiera Tolkien- "Aragorn" y no, qué sé yo, "Navarrorn".
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Monedas de los reyes de Aragón y Pamplona (1076-1134) |
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Bandera de Gondor |
Así que cuando las almenaras se encienden para pedir ayuda contra el reino oscuro de Mordor, y cuando los estandartes del árbol blanco de Gondor flamean al viento de la tierra media, es aquel viejo y honroso pacto entre los árboles y los reyes de Pamplona lo que se rememora...
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Árbol crucífero de las monedas de Sancho VI el Sabio |
©Mikel Zuza Viniegra, 2015