Que conste.
León tallado en la tumba del rey Carlos III el Noble por Jehan de Lomme hacia 1415, inspirándose probablemente en uno de los que vivían en el palacio de Olite |
León tallado en la tumba del rey Carlos III el Noble por Jehan de Lomme hacia 1415, inspirándose probablemente en uno de los que vivían en el palacio de Olite |
ARDAITZ |
PORTADA DE SAN PEDRO DE ARDAITZ (ERRO) |
PORTADA DE SAN BARTOLOMÉ DE LARRÁNGOZ |
PORTADA DE SAN MIGUEL DE LIZOAIN |
PORTADA DE SAN ANDRÉS DE REDÍN |
Perfil del caballero de Ardaitz |
Sello del Concejo de Corella, hacia 1307 |
Detalle del águila de la portada de Ardaitz |
Supuesto estatuilla de Blanca de Navarra, hermana de Agnes, cuyo aspecto no sería muy distinto. Museo de los Claustros de Nueva York Hacia 1350 |
Gastón de Foix, representado en su Libro de la Caza (Hacia 1387) |
El escudo original de Pamplona excelentemente dibujado por Mikel Ramos en su libro "Usos heráldicos enNavarra" |
El infante Carlos de Navarra, futuro Carlos III, cuando era joven, en París. Del libro: Historia de la Cultura y del Arte de Pamplona, de Josefina y Martín Larrayoz |
Blanca de Navarra, reina viuda de Francia, en una vidriera de la catedral de Evreux. Siglo XIV |
Relieve en la ventana del vestíbulo de la actual sala de investigadores del Archivo Real de Navarra, antiguo Palacio Real de la Navarrería de Pamplona |
Mapamundi del Beato de Pamplona |
Guillem de Machaut conversa con Carlos II de Navarra prisionero en el castillo de Harfleur |
Marca de imprenta de Arnao Guillem de Brocar |
Posible retrato de Benedicto XIII |
Clave de bóveda con el escudo del Cardenal Zalba |
Escudo de Lancelot de Navarra |
Posible escudo del papa proscrito Benedicto XIII en el altar de la capilla de San Jesucristo de la catedral de Pamplona |
Escudo del Papa Luna en el castillo de Peñíscola |
Leal de plata del Príncipe de Viana |
Actual Hôtel de Clisson, justo enfrente de donde estuvo el Hôtel de Navarre, que sería bastante parecido |
AY DE MÍ, SUSPIRO,
PORQUE NO ENCUENTRO LA PAZ.
¿QUÉ PODRÉ HACER, SINO MORIR,
PARA NO SEGUIR SUFRIENDO?
PORQUE ESTA ANGUSTIA ME DESTROZA.
Quién sabe...
Si en la anterior entrada de mi blog os hablé de unas canciones del poeta veneciano Giustiniani que le gustaron muchísimo al príncipe de Viana durante su estancia en Milán en 1457, y con ánimo de dar otra vuelta de tuerca novedosa a este tema tan trillado en este 2021 en el que se cumple el 6º Centenario del nacimiento de Carlos de Evreux, os descubriré ahora otra relación suya con el mundo musical igual de desconocida, porque resulta que el 2 de febrero de1885 se estrenó una ópera dedicada a su figura en el Teatro Real de Madrid que, como casi todo lo que tiene que ver con nuestro protagonista, causó un revuelo y una polémica tales que nunca más ha vuelto a ser representada.
En efecto, parece ser que por aquellos años la empresa que arrendaba el Teatro Real tenía la obligación de estrenar al menos una ópera española al año, y se da la circunstancia de que aquel año de 1885 la obra elegida por el jurado entre tres posibles fue la titulada: "El príncipe de Viana" (drama lírico en tres actos), compuesta por el maestro Tomás Fernández Grajal según el libreto original del general de infantería y poeta Mariano Capdepón Maseres.
El general de brigada y libretista de ópera, Mariano Capdepón |
Aunque hoy no le suene -nunca mejor dicho- a casi nadie, Tomás Fernández Grajal no era precisamente un piernas en el mundo de la música, ya que fue por ejemplo uno de los discípulos predilectos de nuestros paisanos y célebres músicos Hilarión Eslava y Emilio Arrieta en el Real Conservatorio de Madrid, donde en 1863 conoció a Giuseppe Verdi -que había venido a España para el estreno de "La forza del destino"- a quien dedicó un himno que fue muy elogiado por el maestro italiano.
Los músicos Manuel y Tomás Fernández Grajal, en 1888 |
Lo cierto es que tanto Tomás como su hermano Manuel (otro gran e ignorado músico) lucharon toda su vida por poner en pie un género operístico propiamente hispano, dándose de bruces una y otra vez contra los inamovibles gustos del público, que prefería la zarzuela a un género que creía exclusivamente italiano.
Por eso, tras el estreno de "El príncipe de Viana", la noche del 2 de febrero de 1885, las críticas periodísticas fueron tan unánimemente inmisericordes, que la obra se retiró de escena ipso facto. Pero hay que tener en cuenta que los artistas contratados por el Real (que como he dicho estrenó la obra por obligación), eran todos italianos, que llevaban la obra muy mal ensayada, pues sabían que las óperas españolas raramente volvían a ser interpretadas una segunda vez, y que el público asistente percibió al instante que la obra se había ensayado poco y mal, porque incluso la romanza principal de la ópera no fue cantada por indisposición repentina del tenor. Lo que más sorprende es que por imposición del Teatro Real, la ópera que había sido escrita en castellano tuvo que ser traducida a toda prisa al italiano para su interpretación, e incluso que los carteles anunciadores se escribieron en italiano.
Ante semejante cúmulo de desaires hacia Fernández Grajal, tuvo que ser otro maestro tan insigne como el compositor y violinista Tomás Bretón (becado en Italia para su formación como músico) quien tuviese que salir a defender al autor y a su música en una tribuna del periódico "El Liberal" del día 7 de febrero, con unos argumentos demoledores que, 136 años después, podréis comprobar que siguen -para nuestra desgracia- plenamente vigentes. Ved si no:
"El autor compositor del Príncipe de Viana, en otro país en que no haya tantos políticos como en España quieren hacernos felices, tanto motín y pronunciamiento como dichos señores nos regalan para demostrarnos la bondad de sus ideas y tanta corrida de toros que consume la savia del público español, rebajando a los ojos del mundo civilizado nuestro nivel intelectual, en otro país, o en éste, que no pasara tanta desdicha como apuntado dejo, tal vez el maestro Fernández Grajal, a sus cuarenta años cumplidos, estrenara no su segunda, sino su décima ópera, y quien sabe si España podría calificarle de artista insigne. [,,,]
Pero el público de estos espectáculos es pequeño y el mismo siempre; así que pretender, repito, que éste sostenga espectáculos tan costosos como los líricos de ópera y zarzuela, sin un auxilio poderoso e inteligente de parte del gobierno, es pretender un imposible, como los sucesos teatrales contemporáneos lo están demostrando. Aumentan así en Madrid, los templos del arte de Pepe-Hillo y otros toreros, y los teatros de a real la pieza llenan sus arcas con obras en que los cuernos y la política son el argumento esencial... en tanto que el regio coliseo lleva vida premiosa, los de zarzuela faltos de ella mueren. ¡En ello consiste hacer de la capital de España un gran centro artístico, en vez de escuela de tauromaquia!"
Al maestro Bretón le replicaron muchos otros autores y críticos (entre ellos Pérez-Galdós), y la ópera "El príncipe de Viana", que en teoría iba a dar fama y gloria eternas a su compositor acabó provocando una agria discusión intelectual sobre la viabilidad de las óperas cantadas en español, que no pudieron remontar la falta de interés de un público acostumbrado por una parte a las continuas novedades que en ese género llegaban desde Italia, y por otra a las astracanadas costumbristas reflejadas en las zarzuelas de mayor éxito.
Y tengo para mí que el haber elegido como protagonista de su obra al príncipe de Viana, cuya trayectoria política ya pudo cambiar la historia de España de una manera radical mientras vivía, volvió a concitar el espíritu de la contradicción que parece envolver siempre a este personaje, y aunque ahora a finales del siglo XIX, no pudo cambiar tampoco la deriva "cultural" del país, que ni que decir tiene que entre toros y ópera escogió -desafortunadísimamente- los toros.
Porque si en el texto de Bretón cambiamos "los teatros de a real la pieza" por "Tele 5", y dejamos los toros, defendidos todavía a ultranza -nunca mejor dicho- por las autoridades madrileñas como quinta esencia cultural de lo español, veremos que la España que denunciaba el maestro Bretón y la actual son -para nuestra desgracia- prácticamente idénticas.
De todas formas, y como si el destino quisiera burlarse de él, lo cierto es que a Bretón, que compuso 8 óperas e infinidad de conciertos, y fue un músico muy famoso en su tiempo, hoy sólo se le recuerda por una zarzuela convertida desde su estreno del año 1894 en apoteosis de la caspa madrileña y de todo lo que él denunciaba precisamente en su artículo, y también en hit-parade favorito de quienes allá se envanecen de su chulaponería, enroscándose con fruición la gorrilla de cuadros a la cabeza para protegerse de las perniciosas influencias de la periferia separatista: "La verbena de la paloma", que la fotografía muestra que sigue plenamente de moda entre las mentes ¿pensantes? de la comunidad que se cree destinada por la providencia para guiar los destinos de ¡Españñña!:
El caso es que el pobre Tomás Fernández Grajal, descorazonado y harto, nunca más volvió a componer una ópera, y se refugió en el Real Conservatorio de Madrid, donde sucedió en el cargo de maestro al citado Arrieta, y donde dio clases hasta su muerte en el año 1914. No obstante he de decir que no he podido hallar la música que compuso para "El príncipe de Viana", así que sólo he podido consultar el libreto escrito por el general Capdepón, quien, desgraciadamente, no era desde luego -literariamente hablando- Lorenzo Da Ponte, el libretista de las óperas más famosas de Verdi, porque me temo que los bienintencionados pero terribles ripios con que trufó su texto (que recordemos además que para mayor disparate tuvo que traducir al italiano para el estreno) no los hubieran podido salvar ni Donizetti, ni Bellini, ni siquiera Wagner. Como muestra, vaya esta escena primera del acto segundo, donde unos caballeros partidarios del príncipe de Viana cantan (o algo así):
"Al fin el Rey accede
a recibir al Príncipe.
Al fin D. Juan no puede
su cólera saciar:
su inmenso poderío
se estrellará impotente
en la lealtad y el brío
del pueblo catalán.
Vivamos prevenidos,
porque el rencor profundo
del Rey D. Juan segundo
jamás se aplacará.
La Reina, que es madrastra
del Príncipe glorioso,
el pecho de su esposo
incita a la crueldad.
Escudo de D. Carlos
nuestro valor será.
Los lazos que le tiendan
las armas cortarán.
Sí persiste en su encono tremendo
nuestro Rey con furor parricida.
en contienda civil, homicida,
Cataluña, Aragón arderán.
Lucharemos sin tregua briosos
hasta ver á D. Carlos vengado.
de Navarra en el trono usurpado
venturoso y tranquilo reinar".
Sin embargo, podría yo fantasear perfectamente en una de mis crónicas irreales con que el inmortal tenor Julián Gayarre hubiera podido interpretar en escena aquella noche de febrero de 1885 a su paisano, el príncipe Carlos de Viana, así que puede que la escriba alguna vez,..
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2021
La imagen muestra la razón última por la que he tenido bastante abandonado este blog mío, pero es que los libros no se escriben solos, y digamos que los Evreux me hicieron firmar un contrato de exclusividad literaria, sólo roto fugazmente por mis escapadas al desaparecido y siempre añorado Libro Redondo de Leyre.
Pero una nueva obra viene a sumarse a todas las que he ido colocando en la estantería estos años. El caso es que creo que ha quedado muy bien, y que quienes en el futuro quieran comprender un poco a los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux tendrán que utilizarlo. Esto no sé muy bien si es un anhelo o una condena, tendrá que juzgarlo quien lo lea.
Si os gustan las profecías, las crónicas imaginarias que acaban convirtiéndose en reales, los libros iluminados, los milagros medievales y los enigmas heráldicos por fin resueltos, creo que EN RECTA LÍNEA ha de gustaros mucho.
Espero de corazón -nunca mejor dicho como en este caso concreto- que así sea.
En cualquier caso, muchas gracias a tod@s, mila esker guztiontzat.
Mayo de 1456, el príncipe de Viana, tras llevar tres años residiendo en Pamplona, capital beaumontesa por excelencia, se ve incapaz de resistir la ofensiva combinada de Pierres y Martín de Peralta desde el sur, y de su cuñado el conde Gastón de Foix desde el noreste, y parte a un exilio del que ya no regresaría jamás, y no por su propia voluntad, sino porque su progenitor se lo prohibió taxativamente. Carlos había vivido en Navarra, casi sin moverse, 33 de sus 35 años de vida.
Buscó primero ayuda en la corte francesa, donde defendió elocuentemente pero sin éxito sus derechos al trono navarro y al ducado de Nemours, pero la propaganda enviada por su padre a través del citado secuaz agramontés, Pierres de Peralta, hizo que el rey Carlos VII no se decidiese a apoyarle. Resolvió entonces el príncipe trasladarse a la corte napolitana de su tío, el rey Alfonso V de Aragón, adonde llegó el 31 de enero de 1457.
De camino, pasó por la ciudades de Milán y Florencia, Podemos imaginar el deslumbramiento que debió sentir el príncipe de Viana al entrar en contacto con la plena eclosión del Renacimiento italiano. Una Florencia en la que, en ese mismo año de 1456, tenían sus talleres abiertos artistas –por citar sólo a los de mayor rango– como Donatello, Filippo Lippi, Paolo Uccello, Verrocchio, Michelozzo, Benozzo Gozzoli o Piero della Francesca.
Quién sabe, quizás hasta llegó a conocer a alguno de ellos e incluso a hacerles algún encargo, aunque lo único que podamos probar documentalmente es que, en 1459, residiendo ya en Palermo, Carlos nombró a Juan de Liédena como su procurador para que se encargase de recuperar el dinero que le debían ciertos mercaderes florentinos.
En ese momento, el gobernante florentino era Cosme el Viejo, fundador de la dinastía Medicis y primero en imponer su dominio de siglos sobre la ciudad toscana. Debió congratularse ciertamente de recibir a un príncipe como Carlos, pues ambos compartían nada menos que su emblema personal.
En efecto, el príncipe de Viana, entre las varias divisas heráldicas que había heredado de su abuelo, Carlos III el Noble, tenía el triple lazo como una de sus favoritas, Tanto que las hermosas monedas que acuñó en 1455, llamadas Leales, muestran la K de Karolus coronada entre dos triples lazos.
La profesora María Narbona explica así el trifolio del rey de Navarra: era un “nudo sin fin”, un nudo de la familia de los llamados “celtas”, que podían tener varias puntas pero siempre trazados con una línea que no tenía ni principio ni final, como el Creador. En cuanto al significado de esta divisa, en la época esta forma geométrica era habitualmente una “representación figurativa indirecta, no narrativa”, un cifrado de la Santísima Trinidad.
El triple lazo encerraba también para Carlos de Viana un nuevo significado que describía a la perfección su estado de ánimo: su forma antigua romanceada las (o llaç) fonéticamente resultaba idéntica al término que significaba “infeliz, desgraciado” y expresaba un lamento, una queja, ¡Las!, que podría traducirse por el ¡Ay de mí! castellano.
De esto último os hablé en otra entrada anterior de mi blog titulada: Una canción que le gustaba mucho al príncipe de Viana, dato que confirmaría que ese triple lazo se convirtió en el emblema más identificativo del príncipe, por eso en la famosa miniatura que lo representa en la carta de su secretario Fernando de Bolea, los triples lazos aparecen asociados al lamento "ay".
¿Y cuál era el emblema del citado Cosme de Medicis? Pues nada menos que los llamados "anillos borromeos": tres anillos entrelazados de tal manera que, si se saca uno de ellos, los otros dos también se separan. Un símbolo prácticamente idéntico, como podemos ver, al de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux.
Otros autores, sin embargo, adjudican ese emblema no a Cosme (1389-1464) sino a su célebre nieto, Lorenzo el Magnífico (1449-1492), que por eso lo habría hecho incluir en el famoso cuadro de Boticelli: Palas y el centauro (pintado hacia 1482), donde vemos que adorna el vestido de la diosa Palas.
Aparece igualmente en el templete del Santo Sepulcro, comenzado en 1457 (justo en el preciso momento en el que el príncipe de Viana estaba en Florencia) por el gran maestro Leon Battista Alberti para Giovanni Rucellai, que es de dónde he sacado el emblema (se supone en este caso concreto que de Lorenzo) para compararlo con el del príncipe de Viana.
Una verdadero lástima que esa coincidencia emblemática no permitiera al príncipe sellar una alianza con los riquísimos Medicis, representados en su época por Cosme o Cósimo "il vechio". Quizás su propia historia (y la nuestra) hubiera sido muy distinta. Y si para cuando llegó Carlos a Florencia los Medicis todavía no empleaban ese enigmático símbolo, quizás la heráldica del heredero navarro les inspiraría para adoptarlo definitivamente.
Misterios del arte y de Carlos de Viana, que nunca deja de sorprender...
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022
Que yo recuerde, la portada de Ujué me ha interesado desde la primera vez –hace muchos años ya- que pude contemplarla “in situ”. Para entonces había leído casi todo lo que sobre ella se había publicado que, sintetizándolo mucho, podría resumirse en la idea de que el misterioso donante que aparece arrodillado a la derecha del tímpano debía ser el rey Carlos II, máximo protector de aquel santuario.
Se fueron añadiendo luego muchos estudios más, que sustituyeron esa atribución por otras con más o menos base. Yo mismo aposté por dos personajes distintos. Primero por el consejero real Robert Le Coq, uno de los máximos partidarios de Carlos II en Francia, y a quien el rey protegió de la ira de los Valois, consiguiéndole el obispado de Calahorra:
Sobre una posible identificación del donante en la portada de Ujué
Y años más tarde defendí que debía ser el alcalde de Sangüesa, Sancho de Oillasco, el representado en la portada:
No obstante, las publicaciones científicas que en mayor profundidad y más recientemente se han ocupado del asunto fijan que esa intrigante figura debe representar al infante Luis, el hermano de Carlos II, que fue el primer miembro de la familia real cuyo contacto con Ujué puede documentarse. Esa es al menos la opinión de Rosa Alcoy. La otra opción, argumentada por Carlos Martínez Alava, es que podría encarnar a Carlos II, representado como devoto peregrino “principal”, pues la proximidad sentimental del rey con Ujué daba evidente prestigio al santuario, que querría así “presumir” de esa especial relación, independientemente de que el monarca financiase las obras de la portada o no.
Lo cierto es que mis dos atribuciones se basaron fundamentalmente en la cercanía física de un hermoso gallo al relieve del donante, que me parecía que necesariamente debía querer indicar algo. De ahí que pensara en Robert Le Coq (el gallo, en francés) o en Sancho de Oillasco (gallo, en euskera).
Tampoco es el único gallo del patrimonio histórico-artístico navarro del que me he ocupado, porque también intenté desentrañar el misterio que esconde el que corona la portada del santuario de San Zoilo, en Cáseda, que atribuí –creo que con bastante fundamento- al rey Luis el Hutín, único de los llamados “reyes malditos” que vino fugazmente a Navarra para coronarse:
El caso es que este emplumado tema es, como se ve, recurrente en mi trabajo, y por eso mientras preparaba mi último libro: “EN RECTA LÍNEA”, sobre la dinastía de Evreux, sabía que en algún momento acabaría volviendo a surgir ante mis ojos entre los cientos de libros y artículos consultados para escribirlo.
Ello me obligaría a repensar igualmente el papel del tan cacareado gallo, porque dejaría así de ir ligado a la figura arrodillada adyacente, represente esta a quien represente, y podría volar libre –nunca mejor dicho- en busca de una explicación individual a su destacada presencia en el tímpano ujuetarra.
(Continúa de Una nueva lectura de la portada de Ujué (y 1)
...Pero otro de los episodios recogidos en la citada Biblia es, precisamente, aquel que pone en contacto la traición de Judas con la conocida leyenda del gallo asado, que hemos visto que es muy antigua, puesto que figura ya en aquellas variantes griegas del Evangelio de Nicodemo, y que debió llegar hasta los juglares franceses del siglo XIII a través de los peregrinos o los cruzados que regresaban de Tierra Santa.
Veamos la narración:
“Oez de Judas qu'il devint.
Chiés sa mère est alez tôt droit,
a l'ostel ou elle manoit;
laiens faisoit on le mengier,
chaspons rostir et tornoier.
Judas a sa mère dit
comne il a vendu Jhesuchrist.
Celé respont : filz, tu as tort,
il doit resusciter de mort,
pieça a dit li nostre sire,
a toi meïsmes l'oï dire.
Dist Judas: lessiez tel sermon.
Veez vous rostir cel chapon?
Ne plus que jamès chantera,
Jhesus ne resuscitera.
Oyez grant miracle de Dieu!
Li cos qui rostissoit au feu
est arrière vis devenu,
de la broche s'en est issu,
emmi la meson vet chantant.
Lors fu Judas forment dolent,
d'ilec s'en va sanz plus atendre,
aus Juïs vet leurs deniers rendre.
“Oid qué hizo entonces Judas.
Fue directo a casa de su madre,
al lugar donde moraba;
estaba haciendo la comida,
asando un capón.
Judas le dijo a su madre
Cómo había vendido a Jesucristo.
Ella respondió: hijo, te equivocas,
porque Él debe resucitar de entre los muertos,
así lo prometió nuestro señor,
a ti mismo te lo oí decir.
Dijo Judas: deja ya ese sermón.
¿Estabas asando este capón?
pues igual que él ya jamás volverá a cantar,
Jesús nunca resucitará.
¡Y Escuchad el gran milagro de Dios!
El cuerpo que se asaba en el fuego
volvió a ponerse en pie,
del asador salió,
y subió al tejado de la casa cantando.
Entonces Judas, asustado,
de allí se marchó sin esperar más,
porque quería devolver las 30 monedas de plata a los judíos.”
Prácticamente la misma historia que aparece recogida en otro manuscrito posterior, fechado en el siglo XIV que se conserva en la British Library, y que cuenta como Judas, tras traicionar a Jesús, discute con su madre sobre la resurrección de su maestro:
“Judas, enfurecido, vio entonces sobre la cocina una marmita en la que había un gallo a medio cocer y le dijo a su madre: afirmo que este gallo desplumado y a medio cocer está mucho más vivo que alguien muerto en la cruz. Apenas dicho esto, el gallo medio cocido revivió y saliendo de la marmita apareció con todas sus hermosas plumas, subió al tejado de la casa y pasó allí todo el día cantando, proclamando la resurrección de Cristo.”
¿Podría hacer alusión el gallo del tímpano de Ujué a esta antigua leyenda sobre la Pasión de Cristo, que al parecer se representaba con éxito en Francia en el siglo XIV? Creo que sí, atendiendo sobre todo a ciertos elementos representados en la portada y a la alta probabilidad, ya comentada, de que el donante sea Carlos II.
Porque, en efecto, en la Edad Media la Biblia rimada formaba parte del repertorio de los juglares al mismo nivel que los cantares de gesta, y Jesucristo, la Virgen o los santos tenían sus propias chansons e incluso mayor éxito popular que héroes épicos como Roldán o Carlomagno. Y esos poemas, con el tiempo, acabarían dando paso a obras teatrales o dramas sacro-líricos denominadas “Misterios”.
Esos Misterios, cuyo origen más remoto podría rastrearse en el siglo XI, cobraron verdadera importancia a mediados del siglo XIV. Consistían en una sucesión de cuadros dialogados que gozaban de un éxito inimaginable. Empleaban para sus argumentos historias y leyendas de las que se había nutrido la imaginación y la creencia popular durante siglos. La Pasión de Cristo fue su tema principal.
Entre los siglos XI y XV, pasaron de celebrarse en el coro de las iglesias, a salir a los pórticos y finalmente a las calles. En el siglo XII, estas obras dramáticas ya se habían generalizado y del latín pasaron a representarse en francés, cada vez más independientemente de las ceremonias religiosas propiamente dichas, razón por la cual también pasaron de ser interpretadas exclusivamente por clérigos a serlo por laícos. Originariamente, la Iglesia los ofrecía a la población en medio de fiestas-espectáculos de varios días buscando captar la atención de un público analfabeto, para completar así la enseñanza de las portadas esculpidas y las vidrieras. Pero en el siglo XIV comenzaron a organizarse con el apoyo de gremios y cofradías, cuyos miembros se convertían en actores que interpretaban las distintas obras.
En 1398, ante los actos violentos que se cometían por la gran aglomeración de gente, el preboste de París prohibió todas las representaciones teatrales. Pero el rey Carlos VI autorizó en 1404 a los cofrades de la Pasión, compañía creada en Saint-Maur-des-Fossés, a actuar en París, obteniendo así el monopolio de organización y representación de los Misterios en la capital del reino. Probablemente esta cofradía fuera la heredera de aquellos burgueses de París que al menos desde 1370, según el polígrafo coetáneo Nicolás de Oresme, interpretaban la Pasión. Los mismos años más o menos en los que aparece recogida en la biblioteca del rey Carlos V de Valois, una Pasión rimada para interpretar con personajes.
Sabemos que esas cofradías tuvieron también un fuerte arraigo en la Alta Normandía, territorio muy relacionado con los reyes de Navarra, que eran también condes de Evreux. Así, queda constancia de que la Cofradía de los Doce Apóstoles de Amiens y la de la Caridad de Rouen organizaban regularmente representaciones de la Pasión ya en el último cuarto del siglo XIV. Y conocemos igualmente el dato de que Carlos II de Navarra y su mujer, Juana de Valois, fundaron el 23 de octubre de 1353 la Cofradía del Perdón en la catedral de Evreux. Y aunque no hemos conservado sus estatutos para saber si llevaban a cabo representaciones teatrales, es de suponer que al respecto actuarían igual que las cofradías de sus ciudades vecinas, porque los integrantes de las cofradías tenían la misión fundamental de promover la devoción propia de cada agrupación, y la mayoría lo hacían organizando representaciones teatrales y también concursos de poesía y de pintura.
Precisamente una de las recopilaciones más antiguas de dichos Misterios es la que pertenecía a la iglesia parisina de Sainte-Genevieve, y que hoy se conserva en la BNF, Ms 1131,es una copia de mediados del siglo XV del manuscrito original datado hacia 1350, pero cuyo probable origen son los ya citados poemas sueltos que fueron reuniéndose durante el siglo XIII para poder teatralizar toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su resurrección, y también la historia de la Virgen María desde su matrimonio hasta su asunción.
La idea era mostrar a los espectadores los dos misterios fundamentales del cristianismo: la Encarnación y la Resurrección, pero progresivamente a la Resurrección se añadieron más y más escenas de la historia de la Salvación, como la Creación del Mundo o el Juicio Final y del mismo modo la Natividad fue aumentada con más y más escenas sobre los profetas que habían advertido de la llegada del Mesías, la Anunciación, la Visitación, o los reyes magos. La Natividad y el Juego de los Tres Reyes están claramente inspirados en por un relato anterior: “La Anunciación de Notre Dame”. La Pasión y la Resurrección por los evangelios canónicos y el de Nicodemo, junto con gran variedad de leyendas, algunas de las cuales no estaban en las pasiones populares copiadas por Geoffroi de Paris.
Por ejemplo, una que sí aparece en la Colección Sainte-Genevieve, que puede ser la más antigua de todas, pues proviene de dos tratados escritos por San Agustín sobre el Evangelio de San Juan: la del debate doctrinal al pie mismo de la cruz entre dos personajes alegóricos: la Iglesia y la Sinagoga. Los Padres de la Iglesia ya habían dicho que Cristo era un segundo Adán, venido para reparar los pecados del primero. Igual que Eva salió del costado del costado de Adán durante su sueño y trajo consigo la perdición del mundo, la Iglesia salió por el costado de Cristo muerto. La sangre y el agua que se deslizaron entonces por la lanza de Longinos simbolizan los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que debían reemplazar los sacrificios de la Ley Antigua, representada por la Sinagoga.
Tanto Weber como Mâle afirman que es una iconografía mucho más frecuente en el siglo XIII. Su popularidad habría declinado rápidamente a partir de mediados del siglo XIV, precisamente porque por la influencia cada vez mayor de los Misterios teatrales, pintores y escultores prefirieron representar crucifixiones “más pintorescas” y menos simbólicas. No obstante, aparece representada también en la ya citada portada del refectorio de la catedral de Pamplona, datada hacia 1335, y quizás el ejemplo más destacado de todos sea la sarga o tejido frontal para el altar de la catedral de Narbona, ofrecido hacia 1375 por Carlos V de Francia y su esposa Yolanda de Borbón, que muestra probablemente la Pasión tal y como se interpretaría en los Misterios. Este paramento nos muestra al crucificado entre la Iglesia y la Sinagoga, y bajo ellas los dos donantes. Es un indicio de que la Pasión de santa Genoveva debió haber estado en contacto más o menos estrecho con la ya comentada Pasión de la Biblioteca de Carlos V, y que quizás no fuera más que una reelaboración de la misma.
Y otra leyenda que también recoge la Pasión de Sainte-Genevieve –y que aparecía ya en la Leyenda Dorada- es una que vuelve a poner en relación al gallo con San Pedro y no con Judas, que cuenta que Cristo, tras su Resurrección, fue a liberar a San Pedro, que desde que había renegado de su maestro se había encerrado en una cueva llamada precisamente por eso “Gallicantus”. Jean de Gerson, rector de la Sorbona y teólogo más famoso del siglo XIV lo cuenta así en uno de sus sermones:
“Entonces el gallo cantó y Jesús miró a Pedro, que salió de la estancia a llorar amargamente. Y después se lanzó, según dicen los Doctores de la Iglesia, a una zanja o cueva que se llama Gallicantus o Chantecoq “Canto del gallo”, porque tras traicionar a su maestro, no se atrevía a convivir con los demás discípulos”.
Esa escena aparece representada también en los relieves sobre la vida de Cristo que ornan la clausura del coro de Notre-Dame de París, obra terminada hacia 1351, y al parecer acabó también por dar nombre o se convirtió en motivo decorativo de ciertos relojes en aquella época.
Con el tiempo, y ante el éxito obtenido por las representaciones teatrales, Encarnación y Resurrección se soldaron en una sola pieza, constituyendo un drama único que contenía todos los ciclos. Por eso las obras podían desarrollarse durante días, habitualmente todos los domingos de un mismo mes, aunque también podían darse en fiestas y celebraciones señaladas del calendario litúrgico. La representación se desarrollaba durante horas, debido a la gran extensión de los libretos, y por eso su contemplación era una experiencia que podía quedar marcada de forma indeleble en la memoria de los espectadores. Su consolidación trajo consigo el empleo de vestuario, música y escenografías cada vez más elaboradas, y también el deseo de complacer el gusto morboso de las gentes por escenas que se desarrollaban en el Infierno, pues entre los cientos de personajes que interpretaban las obras, los de mayor seguimiento entre el público fueron siempre los demonios, hasta el punto de que sus escenas –llamadas “diablerías”- eran siempre las más esperadas, ya que mostraban su oposición a Dios y a los santos con gestos violentos y bromas estrepitosas que suponían el elemento más divertido del espectáculo.
La Pasión devino por tanto en un conjunto, el Misterio por excelencia que acabó englobando a todos los demás. En ese sentido, la Colección Sainte-Genevieve es una recopilación de vidas y milagros de santos y de Misterios de la vida de Cristo teatralizados que contiene las siguientes obras:
-EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR
-EL JUEGO DE LOS TRES REYES
-LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
-LA VIDA DE SAN FIACRO
-LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
-EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN
-LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO
-LA CONVERSIÓN DE SAN DENIS
-COMO SAN PEDRO Y SAN PABLO FUERON A ROMA
-EL JUEGO DE SAN DENIS
-LOS MILAGROS DE SANTA GENOVEVA
Las tres de mayor éxito fueron sin duda las que ponían en escena el Nacimiento de Cristo, los Tres Reyes Magos y la Pasión.
La primera se abría con un sermón que expresaba la necesidad de la Encarnación. Dios, después de crear el mundo y a los ángeles, creaba a Adán y Eva. Después los profetas Amós y Elías recordaban a todos los augurios de la Sibila, que había predicho la muerte de Cristo en la cruz. Adán muere y Satán lo lleva al Infierno, pero Set planta una semilla de la vida sobre su tumba. Adán, Eva y sus descendientes acaban en el Limbo. Los profetas Isaías y Daniel imploran la misericordia divina. Vienen luego episodios de la vida de la Virgen: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Cristo y el Anuncio a los pastores.
La segunda deriva directamente de antiguos dramas litúrgicos con el mismo tema, que se conservaron en las iglesias rurales largo tiempo, y también de ciertas ceremonias que todavía subsistían en París a fines del siglo XIV, sobre todo en el entorno de la realeza, como podemos leer en la Crónica de Juan II y Carlos V, que narra la ceremonia que el rey de Francia realizaba la noche de Reyes, en aquella ocasión concreta ante el emperador alemán Carlos IV, de visita en París en el año 1378. Obreros, burgueses, príncipes y señores presentaban su ofrenda ante el altar como en tiempo de los Reyes Magos. Veamos:
“Y cuando llegó el momento de la ofrenda, el rey había hecho preparar tres clases de presentes: uno de oro, otro de incienso y otro de mirra, para ofrecerlos en su nombre y en del emperador, como se acostumbraba en aquella festividad.
E hizo preguntar el rey al emperador si participaría en la ceremonia, pero el emperador se excusó porque era ya muy viejo y no podía arrodillarse ni hacer muchas otras cosas, y rogó al rey que fuese él quien hiciera la ofrenda, como era costumbre.
Así fue pues la ofrenda del rey: tres caballeros, sus chambelanes, llevaban en alto tres hermosas copas doradas y esmaltadas: en una estaba el oro, en otra el incienso y en la tercera la mirra. Y desfilaron los tres en orden con el rey cerrando la marcha, y todos se arrodillaron ante el altar, el rey ante el arzobispo. Y la primera ofrenda, que era la copa con el oro, se la entregó al rey el caballero que la portaba, y el rey se la ofreció a su vez al arzobispo besándole la mano. La segunda, que era la copa con el incienso, se la entregó el segundo caballero al primero, y este al rey, que se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Y la tercera, que era la copa con la mirra, se la entregó el tercer caballero al segundo, y este al primero, y este al rey, quien se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Así hizo el rey Carlos su ofrenda, devota y honorablemente”.
Tanto la Natividad como el Juego de los Tres Reyes bebían de la misma fuente: el Relato de l’Annonciation de Nostre-Dame.
Ofrendas similares están documentadas en la liturgia de la Epifanía para otros reyes coetáneos de Carlos V de Francia, como Eduardo III o Ricardo II de Inglaterra y también para Pedro IV de Aragón. De hecho, puede que en 1348, Eduardo III se hiciera representar (el cetro que porta uno de los magos está inspirado en el que aparece en el gran sello céreo del rey) como uno los Reyes Magos en las pinturas murales de la capilla de San Esteban del palacio de Westminster, donde desde luego sí que aparece como donante, en el nivel inferior. Desafortunadamente, la capilla ardió en 1843, así que sólo quedan dibujos de su disposición de principios del siglo XIX. En todo caso, la inclusión de la escena de la Epifanía podría ser la respuesta inglesa a que la monarquía francesa tenía entre sus ancestros a los Reyes Magos, y quería él también apropiarse de ellos como símbolo de la dinastía Plantagenet.
Lo juzgo muy posible, por la utilización que en la Edad Media se hizo de la figura de los Reyes Magos como modelo ideal de virtudes para los reyes de la época. No existe, sin embargo, constancia documental de que Carlos II llegara a practicar esa ofrenda concreta, y el único acto específico relacionado con los Reyes Magos que puede ponerse en relación con la monarquía navarra es el del Rey de la Faba. Precisamente sabemos que Carlos II lo celebró al menos en 1381 y 1383.
No obstante, para dar idea de la importancia y el simbolismo que en aquella época se daba a los Reyes Magos, sí que podemos poner en relación con el rey de Navarra una historia transmitida por el cronista de la abadía inglesa de Canterbury, William Thorpe, que hacía 1380 narró de esta manera el nacimiento del futuro Ricardo II de Inglaterra, ocurrido el día de reyes del año 1367 en la ciudad de Burdeos:
“Y tres Reyes Magos asistieron a su nacimiento: el rey de España, el rey de Navarra, y el rey de Portugal, los cuales trajeron consigo preciosos regalos al niño recién nacido”.
En efecto, Ricardo, segundo hijo del príncipe negro, Eduardo de Wodstock, lugarteniente de su padre, Eduardo III, en Aquitania, vino al mundo en medio de las negociaciones emprendidas a fines de 1366 entre varios reyes que desembocarían en la batalla de Nájera de abril de 1367. En ese contexto, el “rey de España” no es otro que Pedro I de Castilla, expulsado por aquel entonces de su reino por su hermanastro, Enrique de Trastámara. Para recuperarlo, se refugió en la Gascuña inglesa y pidió ayuda al citado príncipe negro, que buscó rápidamente más aliados para empresa tan arriesgada. Y los encontró en Carlos II de Navarra, cuyo concurso era necesario pues su reino era la puerta de España, y en Jaime IV de Mallorca, rey exiliado que vio en la guerra civil castellana la posibilidad de volver a su reino. Fue él y no el rey Pedro I de Portugal quien pudo estar por tanto presente en el nacimiento del heredero inglés.
Pero el cronista William Thorpe, muy cercano a la corte, no andaba descaminado a pesar de su error de identificación entre el rey de Portugal y el de Mallorca, porque lo que en realidad le interesaba era subrayar el signo divino que suponía para el heredero inglés haber nacido precisamente el día de la Epifanía y haber sido agasajado por tres reyes, convirtiendo así al niño en una contrafigura del propio Cristo, y la ascensión de Ricardo al trono en una especie de mandamiento divino. Algo que el monarca tuvo siempre muy en cuenta, a efectos de propaganda de su realeza.
A pesar de todo, no existe ninguna otra fuente documental que corrobore que estos tres reyes asistieran juntos al bautizo de Ricardo en Burdeos. Es más, las cuentas del tesorero de Carlos II establecen que aunque el rey de Navarra hizo una visita a la corte del príncipe negro en Burdeos pocos días antes de que Ricardo naciera, no estuvo presente en el nacimiento mismo o en el bautismo subsecuente (ocurrido a los dos días, el 8 de enero de 1367). Y como Pedro de Castilla se encontraba en ese momento en Bayona, 185 kilómetros al sur de Burdeos, donde fue visitado por Carlos II de regreso a Navarra, es poco probable que él estuviese presente tampoco. Del paradero de Jaime IV no se sabe nada. Lo que sí es posible es que los citados tres reyes, interesados por distintos motivos en tener contento al príncipe negro, enviasen lujosos regalos para el recién nacido, lo cual daría origen a la historia narrada por William Thorpe, que ejemplifica de todos modos a la perfección la importancia alegórica de los Reyes Magos para un rey medieval. Algo subrayado por este pasaje de la Crónica aragonesa de Ramón Muntaner –escrita hacia 1330- en la que al hablar del viaje a Sicilia en 1282 de la reina Constanza de Hohenstaufen y sus hijos, los infantes Jaime y Federico (la familia de Pedro III el Grande), se dice:
“En cuanto las naves y las galeras se hicieron a la mar, el mismo Señor que guió a los tres Reyes con una estrella para que no se perdiesen, mantuvo también a estas tres personas en su estela de gracia. Esto es: a mi señora la reina doña Constanza y al señor infante don Jaime y al señor infante don Federico. Y ciertamente eran tres personas que se podían compararse con los Tres Reyes que fueron a adorar a Jesucristo, los cuales uno tenía por nombre Baltasar, el otro Melchor y el otro Gaspar.
Baltasar fue el hombre más devoto que haya nacido nunca, y el que más placía a Dios y al mundo entero. Y lo mismo podemos decir de mi señora, la reina, porque desde nuestra señora Santa María hasta entonces, no había nacido mujer más piadosa, ni más santa, ni más llena de gracia que ella. Y al señor infante don Jaime podríamos compararlo a Melchor, que fue el hombre más justo, cortés y amante de la verdad que haya nacido, salvo Jesucristo. Y por eso podemos compararlo con el infante don Jaime, que todas estas bondades y muchas más poseía. Y al infante don Federico podríamos compararlo con Gaspar, que era joven y niño, y el más bello hombre del mundo, y sabio y amante de la rectitud.
Por tanto, así como Dios quiso guiar a aquellos tres Reyes, así mismo guió a estas tres personas y a todas las que con ellas iban en las naves. Y para demostrarlo, en vez de la estrella, Dios les dio buen viento y no los desamparó hasta que, sanos, salvos y alegres, llegaron al puerto de Palermo”.
Vemos pues que, en la literatura de aquella época, los Reyes Magos son presentados siempre como personajes virtuosos, y son vistos como los primeros peregrinos, además de como cristianos ejemplares, caritativos, generosos y sabios. Justo las mismas cualidades que los tratados educativos o "Espejos de príncipes" exigían para un rey medieval. Y sabemos que Carlos II o su mujer, Juana de Valois, enviaron en 1367 a Navarra una copia de más famoso de todos ellos: el Regimine Príncipum, escrito por Egidio Romano. Una copia que todavía aparece en el inventario de los libros del príncipe de Viana, confeccionado tras su muerte, en 1461.
Volviendo a la portada de Ujué, y reiterando la posibilidad de que el donante representado en su tímpano, en base a la prueba indudable de que la clave Navarra/Francia de la bóveda también le pertenece, sea Carlos II, que aparecería figurado junto a la Epifania, una escena tan significativa para la sociedad medieval que se representaba en autos sacramentales y luego en misterios teatrales al menos desde el siglo XII. Y si tenemos en cuenta además que a esa escena la acompaña la de la Última Cena, con dos rasgos muy concretos de ese tipo de representaciones tan populares: el de Judas robando el pescado del plato de Jesús y el probable del gallo asado que revivió al dudar el apóstol traidor de la Resurrección de Cristo, quizás muchas otras imágenes de esa portada podrían también interpretarse en relación a estos ya citados Misterios teatrales.
Porque lo cierto es que si comparamos las escenas talladas en la portada de Ujué con las representadas en los Misterios de Sainte-Genevieve, podremos ver que hay nada menos que once coincidencias entre ambas: Anunciación, Visitación, Natividad, Anuncio a los pastores, Adán y Eva, los Tres Reyes, la Última Cena (con Judas al otro lado de la mesa y el gallo que aludiría también al apóstol traidor), San Pedro y San Pablo y un santo cefalóforo, que sería San Denis.
Incluidas también las que no podemos identificar en los capiteles del santuario, como las que representarían a la Gramática y la Retórica (que podrían ser los profetas que anuncian la venida del Mesías) y los músicos o los hombres montados en dragones, que podrían relacionarse también con espectáculos teatrales. Algo indudable en el caso de los músicos, y plausible en el de los híbridos, que recuerdan a lo que ahora podríamos identificar como “zaldikos”, las figuras burlescas que acompañaban los cortejos y espectáculos patrocinado por las autoridades civiles o eclesiásticas en las grandes solemnidades festivas, y cuya presencia podemos rastrear también en la portada del fondo del refectorio de la catedral de Pamplona.
“tras su liberación en noviembre de 1357, Carlos de Navarra llevó a cabo una política muy hábil de propaganda personal a base de ceremonias de entrada en las ciudades propias de un rey (que es lo que realmente era) y de discursos ante la multitud en los que defendió sus derechos de forma tan elocuente que su causa pronto fue sumando adeptos. Porque preocupándose de lo que pensaban las gentes, y trabajando por convencerlas, de forma innovadora había comprendido que el juego político pasaba ahora por el empleo de nuevos procedimientos que apelasen a la opinión pública”.
Así pues, mi hipótesis es que Carlos II conoció el éxito de esos Misterios, representados desde mediados del siglo XIV en todas las ciudades importantes de Francia, como Amiens, Rouan y sobre todo París, precisamente las ciudades en las que realizó entradas verdaderamente regias. Y que dado su interés por los libros, alabado por sus contemporáneos, pudo poseer alguna copia de dichos misterios, lo que unido a que –de manera innovadora, políticamente hablando- siempre se mostró interesado por la propaganda de su causa, puede ser que escogiera alguno de aquellos argumentos que seguro presenció personalmente, para decorar el templo que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en su predilecto y en el de sus sucesores, aquel en el que depositaría su propio corazón y donde quiso crear una universidad.
De que le interesaba el teatro tenemos al menos una prueba circunstancial: un documento fechado en el emblemático año de 1364 –en el que perdió todas sus opciones reales al trono francés tras la derrota de Cocherel- según el cual en agosto organizó en el palacio de Tiebas un festejo muy al estilo de su añorada corte de París, en el que intervinieron 16 danzantes vestidos de hombres salvajes que remedaban su pelo largo con lana de ovejas negras y llevaban “fals visages” o “caruchas”.
En esas coordenadas, la escena principal de la portada sería una respuesta más al usurpador del trono de San Luis, Carlos V de Valois, igual que lo es la clave de la bóveda, y podría replicar posiblemente una ofrenda que los reyes de Francia acostumbraban a hacer cada 6 de enero. Y el resto de imágenes representadas podrían ser un recordatorio del espectáculo más exitoso y a la moda de la Francia de su tiempo, aquel capaz de grabar los episodios más trascendentes (y también más fantasiosos) de la Historia Sagrada en las mentes de quienes lo contemplaban, mucho mejor y de forma más duradera que los sermones de los clérigos.
BIBLIOGRAFÍA
-Ujué, la montaña sagrada / C. Martínez Alava. Pamplona: Fundación para la
conservación del patrimonio histórico de Navarra, 2011
-Artes figurativas medievales, Santa María de
Ujué, / C. Fernández-Ladreda. Pamplona: Fundación para la conservación del patrimonio histórico de Navarra, 2011
-Le mystère de la Passion en France du XIVe siècle au XVIe siècle: Etude sur les sources et le classement des mysteres de la Passion / Emile Roy. Dijon, 1904.
-The roasted cock crows: apocryphal writings (Acts of Peter, The Ethiopic Book of the Cock, coptic fragments, the Gospel of Nicodemus) and folklore texts / Ilona Nagy. Folklore Review, nº 36.
-À propos des volailles cuites qui ont chanté lors de la passion du Christ / Rémi Gounelle. Recherches Augustiniennes, 33, 2003.
-El ciclo de la Dormición en el claustro de la catedral de Pamplona / Santiaga Hidalgo. Revue Mabillon, t. 22, 2011.
-Adoration of the Magi and Authority of the Medieval King: An Ambiguous Correlation / Doina Elena Craciun. Leeds, 2019.
-Les Rois mages, images du pouvoir des rois en Occident (XIIe-XVIe siècle) Resumen de Tesis Doctoral / Doina Elena Craciun. Bulletin du centre d’études médiévales d’Auxerre | BUCEMA, 21.1 | 2017.
The “Three Kings of Cologne” and Plantagenet
Political Theology / Mathew C. Brown. Mediaevistik 30 · 2017
-El gallo y la gallina de Santo Domingo: un milagro en el camino / Javier Pérez Escohotado. IX Jornadas del Románico en la Rioja Alta. Bañares, 15 de agosto 2019
-Histoire anecdotique des fêtes et jeux populaires au Moyen Age / Josephine Amory de Langerack. Lille, 1870.
-Chronique des Règnes de Jean II et de Charles V – 2º Tomo / R. Delachenal. París, 1916, p. 234.
-Ramón Muntaner, Crónica. Les quatre Grans cróniques. Barcelona, 1971, Capítulo 96, p. 753.
-La chevalerie Ogier de Danemarche par Raimbert de París: Poême du XIIº siecle. Tomo 2º. París, 1842, pp. 484-486.
-William Thorne’s Chronicle of Saint Augustine’s Abbey, Canterbury / B. Blackwell, 1934, p. 591.
-En recta línea / Mikel Zuza. Pamplona, 2022.
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023
Mi amigo Galder Rodríguez Calparsoro tuvo hace días la gentileza -que le agradezco vivamente- de advertirme de la existencia de unos documentos relacionados con Carlos II de Navarra conservados hoy en día en los Archivos Departamentales de Calvados, en la ciudad normanda de Caen. Así que aprovecho para retornar fugazmente a mi abandonado blog para recuperar su fascinante historia.
Se trata de tres pergaminos en los que el rey de Navarra -actuando como conde de Evreux- se ocupa de la abadía de Saint-Cyr de Friardel, monasterio fundado en aquella villa normanda en el siglo XIII, que como tantos otros edificios medievales de la zona (muchos de ellos con connotaciones navarras) fue totalmente destruido en la II Guerra Mundial, durante el desembarco aliado de Normandía, en 1944.
Hoy sólo podemos evocarlo por viejas fotografías de principios del siglo XX, porque lo único que nos queda es un yacente y un precioso fragmento de mural del siglo XIV, donde -quién sabe- quizás aparezca representado el caballero Robert de Friardel, que es quien se somete al juicio señorial de Carlos II en uno de los citados documentos.
El caso es que en uno de esos friardelescos títulos (Signatura: H/9076/2), la inicial C de Charles aparece decorada con un cuartelado Francia/Navarra, mellizo (ya que no gemelo) del Navarra/Francia que campea en la bóveda de Ujué, y del que tanto me ocupé en mi libro EN RECTA LÍNEA.
A pesar de que hoy nos pueda costar creerlo, Pamplona fue, en esa Edad Media que tantos se empeñan actualmente en tildar de “oscura”, lugar de ensoñación para literatos extranjeros muy destacados.
Sí: parece mentira pero hubo poetas que creyeron que esta ciudad nuestra tan bronca -siempre derribamurallas, arboricida y parkingzale, que cree que es mejor tener bajo tierra Renaults Clio que termas romanas o cementerios musulmanes, que se mea en sus paisajes históricos, en el ICOMOS y en el Sursum Corda con tal de seguir levantando torres setenteramente horrendas, y que olvida veinte siglos de historia para promocionar únicamente unas fiestas sin igual que ya cansan durando 8 días, pero que las “cabezas pensantes” pretenden extender a los 357 días del año restantes, magalufizando a vecinos y residentes sin piedad alguna- sí que merecía ser recordada entre versos líricos y épicos de primera categoría.
Dibujo de J.J. Montoro Sagasti - año 1933 |
Sólo son dos pequeñas citas, pero muy significativas. La primera de ellas en la novela de Chretien de Troyes “Lancelot, el caballero de la carreta”, escrita hacia 1181 por encargo de la condesa María de Champaña, la abuela de nuestro rey trovador, Teobaldo I.
El caballero de la Mesa Redonda, Lancelot (o Lanzarote, en castellano) debe rescatar a la mujer de su señor, el rey Arturo, Ginebra, secuestrada por el malvado Meleagant. Para lograrlo irá enfrentándose a distintas pruebas iniciáticas como la que da nombre a la novela, porque estaba muy mal visto que un caballero montase en una mísera carreta, y con tal de cumplir su misión Lancelot no duda en hacerlo, sacrificándose por su dama (pues ambos son amantes) pero siendo repudiado por el resto de caballeros.
Pues bien, entre los versos 1868-1882 se cuenta:
1868 Le Chevalier après le moine
1869 Pénètre dans le cimetière. Il y voit les plus beaux tombeaux
1870 Qu'on pourrait trouver d'ici jusqu'au pays de Dombes,
1871 Et de là jusqu'à Pampelune.
1872 Sur chacun était gravé un nom
1873 Servant à désigner
1874 Celui qui un jour y serait couché.
1875 Et le Chevalier se mit à lire en silence
1876 Les épitaphes une à une.
1877 Il déchiffra: Ici reposera Gauvain,
1878 Ici Louis, ici Yvain.
1879 Plus loin il a lu les noms
1880 De bien d'autres chevaliers émérites,
1881 Les meilleurs et les plus connus,
1882 De cette terre et d'ailleurs.
1868 El caballero Lancelot, tras el monje,
1869 entró en el cementerio. Vio allí las tumbas más hermosas
1870 que podríamos encontrar desde aquí hasta la tierra de Dombes,
1871 y desde allí hasta Pamplona.
1872 En cada una se grabó un nombre
1873 usado para designar
1874 al que algún día yacería allí.
1875 Y el caballero empezó a leer en silencio
1876 los epitafios uno por uno.
1877 Descifró: Aquí descansará Gawain,
1878 Aquí lo hará Louis, aquí Yvain.
1879 Además leyó los nombres
1880 de muchos otros caballeros famosos,
1881 los mejores y más conocidos
1882 de estas tierras y de otras partes...
Pamplona aparece sólo por tanto como referencia de distancia, como un lugar lejanísimo –visto desde Champaña, claro está- y como hito geográfico frente al país de Dombes, principado al norte de la ciudad de Lyon, en la frontera con los Alpes cuya etimología ha ido variando a lo largo del tiempo entre región baja, país de la niebla, país cubierto de madera, túmulo o país de las tumbas, que sería la acepción que mejor encajaría con lo que vemos que narra el poema.
En cualquier caso, aunque hoy en día podamos resultar bastante escépticos respecto al carácter especial de nuestra ciudad, lo que se buscaría es destacar ese supuesto “exotismo” de la recóndita Pamplona, el lugar más allá de los Pirineos donde el emperador Carlomagno había sufrido su más terrible derrota.
Pero ese carácter ignoto lo perdería muy pronto en la corte de Champaña, pues la condesa María, por ser hija de Leonor de Aquitania (otra amante de las novelas de caballería), era también medio hermana de Ricardo Corazón de León, que en 1190 se acabaría casando con la infanta Berenguela de Navarra, hija de Sancho el Sabio. Pero la relación entre Champaña y Navarra quedó verdaderamente sellada con el matrimonio entre el hijo de María, Enrique el joven, con la hermana de Berenguela: Blanca de Navarra, madre del futuro rey de Navarra, el ya mencionado Teobaldo I, que con estos antepasados tan literarios y tan de leyenda, no es extraño que saliese tan buen trovador.
Tres siglos después, hacia 1460, el caballero flamenco Georges Chastelain, consejero, cronista y poeta de renombre en la corte de su señor Felipe el Bueno, duque de Borgoña, también entretejió versos con una remembranza a Pamplona en un poema alegórico titulado “L’oultré d’amour” (El indignado contra el amor), si bien es justo reconocer que en este caso influye mucho la fácil rima que en francés se produce entre “lune” (luna) y Pampelune (Pamplona). Aunque también la cita esconde una realidad menos conocida.
Porque resulta que Agnes de Kleves, sobrina del citado duque, vino a casarse con el heredero de la corona navarra: Carlos de Viana, y que pudo por tanto George Chatelain formar parte de la nutrida comitiva (comandada por su hermano, Johan de Cleves, que aprovechó el viaje para peregrinar después a Santiago) que acompañó a la princesa desde Flandes en el verano de 1439, o quizás de una de las múltiples visitas de viajeros borgoñones que en los años siguientes se produjeron, pudiendo conocer de primera mano la riqueza y lujo de la corte navarra, aunque frente al de la corte de Borgoña, cualquier otro de Europa palideciera.
Georges Chatelain presenta su libro al duque de Borgoña, Carlos el Temerario |
Pero precisamente la alusión que hace en su poema permite suponer que la vida en los palacios reales navarros no tenía nada que envidiar a los del duque de Borgoña, y que por tanto en Flandes se sabía/ se creía que el Reino de Navarra era riquísimo. Desde luego que un funcionario muy cercano al duque de Borgoña expresase tal opinión en uno de sus poemas, necesariamente quiere decir que la pompa y fasto alcanzados en la corte de los príncipes navarros era digna de ser señalada.
El viajero alemán Sebastián de Ilsung cumplimenta a los príncipes de Viana en el palacio de Olite, año 1446 |
La visita más famosa de un borgoñón se produjo en 1446, cuando Jacques de Lalaing, considerado el mejor caballero de su tiempo recaló en la corte navarra. Me ocupé de ella en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar”, así que quien esté interesado podrá conocerla más extensamente leyéndolo. Pero no me resisto a poneros el fragmento más “guiri del año” del Livre des faits du bon chevalier messire Jacques de Lalaing (Libro de los hechos del buen caballero Jacques de Lalaing):
“Entonces partieron todos juntos y montándose en sus caballos y mulas llegaron hasta el palacio, donde se apearon; pero bien podéis creer y saber que al pasar mi señor Jacques por las calles de Pamplona, yendo a palacio, puertas y ventanas estaban abiertas y llenas de damas y doncellas, burgueses y menos pudientes, para ver pasar a mi señor Jacques y su compañía. Y esto no debe extrañar a nadie, porque era él uno de los más bellos y jóvenes caballeros de su tiempo; e iba además muy ricamente vestido, con su ropa cargada de orfebrería.
Él era alto y fuerte, con todos sus miembros bien formados, bien parecido y agradable, dulce, amable y cortés; era un hombre valiente y nada había en él que desagradase a la vista. Quienes le veían pasar, tomaban placer en mirarle. Sobre todo las señoras y las doncellas; y es de creer que algunas de ellas lo hubiesen querido cambiar por sus maridos si hubieran podido hacerlo.
Así cabalgó mi señor Jacques por las calles de Pamplona, hasta que llegó ante el palacio, donde bajó de su caballo. Luego él, y aquellos que le acompañaban, entraron dentro del palacio, donde encontraron al príncipe y a la princesa, junto con gran número de caballeros y damas que les acompañaban. Él les hizo la reverencia, y ellos le dijeron que fuese muy bienvenido: él y toda su compañía.
“Mi señor Jacques –dijo el príncipe– vendréis a oír la misa con nosotros; luego, después de escuchada la misa, hablaremos con vos.” Mi señor Jacques respondió: Monseñor, cúmplase vuestro deseo”.
El príncipe entró primero entonces en su capilla; y la princesa, llevando a mi señor Jacques de la mano, entró después que él, y así oyeron la misa los tres juntos. Luego, terminada la misa, salieron de la capilla y entraron en una rica cámara, muy noblemente cubierta de tapices, donde el príncipe y la princesa, los altos barones, los señores y el Consejo, se sentaron. E igualmente, por orden del príncipe se sentó mi señor Jacques entre todos ellos.”Durante décadas muchos autores defendieron precisamente que fue el propio Chatelain quien redactó el libro sobre las hazañas de Jacques de Lalaing, aunque ahora se cree que no fue él. Desde luego no hay constancia de que Chatelain estuviera por esos años en Navarra, aunque sí de que residía en la vecina corte de Francia, así que si él mismo no acudió en persona, pudo conocer de labios de compatriotas borgoñones esa fama suntuaria de la corte de los príncipes de Viana, abruptamente finalizada con la muerte de la princesa Agnes en 1448.
Pero volviendo al poema de Chatelain, su alambicado argumento podría resumirse en como un caballero y su escudero alegan distintas razones a favor y en contra del amor, teniendo en cuenta que la mujer amada por el caballero –“dama de maravillosa belleza y gran nobleza”- acaba de morir tras nueve años de felicidad común. La amargura del caballero intenta ser consolada por los argumentos del escudero, que le invita a no eternizar su duelo. Finalmente serían los caballeros y damas que escuchasen el poema quienes decidiesen en uno de los conocidos como “juicios de amor” qué postura era la más honorable y adecuada para que adoptara el protagonista.
Y al describir la tristeza del caballero que ha perdido a su gran amor, es cuando Chatelain saca a relucir Pamplona, cuyas riquezas no bastarían para consolarlo:
Triste là plus dessous la lune,
en quoi tout l'or de Pampelune,
ne du monde pour abregier,
ne suffiroit pour l'alegier.
Triste quedó allí, bajo la luna,
cuando ni todo el oro de Pamplona,
ni el del mundo entero, por abreviar,
sería suficiente para aliviar su pena.
Así que hemos visto al mejor caballero de ficción (Lancelot du Lac) y a dos de los mejores caballeros que sí existieron (Jacques de Lalaing y Georges Chastellain) haciendo guiños literarios a la casi siempre hosca ciudad de Pamplona, lo cual les agradezco vivamente, porque no es esta, evidentemente, tierra que permita demasiadas inspiraciones poéticas. Pero como los buenos sólo ganan en las películas, convendrá advertir que los dos caballeros reales murieron ambos en batalla, siempre al servicio de los duques de Borgoña.
Jacques durante la Revuelta de la ciudad de Gante, el 3 de julio de 1453, luchando por Felipe el Bueno. Su armadura, su lanza y su espada nada pudieron hacer contra la bala de cañón lanzada por los defensores del castillo de Poucques, que destrozó aquel cuerpo tan admirado por las pamplonesas. En cuanto a Georges, murió en el asedio de Neuss, en 1475, al servicio del nuevo duque: Carlos el Temerario.
Sic transit gloria mundi…
®MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023
Si
tengo que escoger a mis tres personajes medievales favoritos, aquellos de los
que he leído con fruición todo lo que ha caído en mis manos, uno sería
indudablemente el príncipe de Viana, y los otros dos Juana de Arco y Benedicto
XIII.
Carlos más que los otros, pero el caso es que los tres han aparecido frecuentemente en estas crónicas mías. ¿Pero puede establecerse alguna relación entre ellos? Pues quizás un poco de carambola, pero sí, se puede.
Recordemos que Benedicto XIII, de nombre Pedro de Luna, vivió entre 1328 y 1423. Juana de Arco lo hizo entre 1412 y 1431. Y Carlos de Viana entre 1421 y 1461.
Juana y Carlos eran demasiado pequeños cuando murió en Peñíscola, a los 95 años, el abandonado por todos –incluso por los que él mismo había enaltecido- papa Benedicto XIII.
Aunque en realidad no fue abandonado por todos, porque ya dediqué otra de mis historias ( Tú eres Pedro ) al escudo del papa Luna grabado en el altar más recóndito de la catedral de Pamplona (erigida por cierto bajo su pontificado): el de la capilla de San Jesucristo. Pero sobre todo porque en el Armagnac, al sureste de Francia, en la frontera con Aragón, parte del clero local se mantuvo en sus XIII –nunca mejor dicho- y se sabe que uno de los últimos 4 cardenales fieles que nombró Benedicto antes de morir provenía de allí. Los otros 3 eran aragoneses, y reunidos en conclave mínimo eligieron a uno de ellos, Gil Sánchez Muñoz, y lo nombraron papa Clemente VIII.
Pero el francés, que era deán de la catedral de Rodez, y se llamaba Jean Carrier, juzgó que muerto quien lo había nombrado cardenal, no tenía por qué obedecer a sus tres compañeros, así que se reunió consigo mismo (maravillosa y teológica decisión que, indudablemente, le evitó grandes discusiones) y eligió un nuevo papa –Benedicto XIV- en la persona del humilde sacristán de su catedral, que a la sazón se llamaba Bernard Garnier. Hizo así que continuase el denominado Cisma de Aviñón, cuando el papa de Roma, Martín V, pensaba que ya había logrado ponerle fin. Porque ahora había ya tres posibles papas: uno en Peñíscola, otro en Roma, y otro escondido y proscrito en el Armagnac.
De hecho, hay autores que afirman que la sucesión apostólica de Aviñon continuo tras Bernard Garnier, y que esa sería la verdadera Iglesia, y no la romana, porque tras Bernard Garnier vinieron muchos otros papas que siempre se llamaron Benedicto, en honor del papa aragonés que se había negado a renunciar. Y que de hecho habrían llegado hasta nuestros días, siendo perseguidos por Roma implacablemente, pues todos ellos se empeñaban en no dejar morir el Cisma.
Porque Benedicto XIII sigue siendo considerado por la Iglesia romana como antipapa, y pasados 600 años ya, es dudoso que tal condición vaya a cambiar algún día. Aunque me gusta recordar a ese respecto la placa que le homenajea en su fabuloso castillo de Peñíscola, una de cuyas sentencias afirma:
“El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...”
Pero volviendo al asunto central de mi crónica y por tanto a la zona rebelde a Roma del Armagnac, resulta que allí gobernaba el conde Juan IV, Era el conde por tanto señor –y protector- del ya mencionado Jean Carrier, que se supone que le reveló la designación secreta de Benedicto XIV. Y no sabemos qué pensó de tan sensacional noticia, pero sí que sabemos que al menos la duda sobre quién era el verdadero quedó sembrada en su corazón.
¿Y cómo lo sabemos? Pues porque incrementando las dosis de folletín, Juana de Arco, tras ser capturada por los ingleses, fue llevada prisionera a Ruan, donde el malvado y traidor obispo Pierre Cauchon la sometió a un inmisericorde interrogatorio que –sorprendentemente- la joven sorteó con una prudencia e inteligencia inesperadas, más propias de un abogado de la corte que de una campesina –supuestamente- iletrada. Sin embargo, no resultó demasiado convincente cuando muy capciosamente, se la acusó de un asunto que puede sonarnos, y que por eso voy a trascribiros íntegramente:
Jueves 1 de marzo de 1431.
EL OBISPO. - Convocamos y exigimos a Juana que
preste juramento de decir la verdad sobre lo que se le pide, simple y totalmente.
JUANA. - Estoy dispuesto a jurar decir la verdad sobre todo lo que sé sobre el proceso, como ya he dicho. Sé muchas cosas que no se refieren al proceso y no es necesario decirlas. De todo lo que realmente sé sobre este juicio, con mucho gusto hablaré.
EL OBISPO. - Una
vez más convocamos y requerimos que hagas y prestes juramento de decir la
verdad sobre lo que te preguntarán, simple y totalmente.
JUANA. - Lo que pueda decir que sea cierto en lo que respecta a este juicio, lo diré con mucho gusto. Lo juro por los santos Evangelios. (Jura.) En cuanto a lo que sé sobre el proceso, con gusto diré la verdad y del mismo modo como lo diría si estuviera ante el Papa de Roma.
EL OBISPO. – Ya que sacas este asunto ¿Qué piensas de nuestro Señor el Papa? ¿Quién crees que es el verdadero Papa?
JUANA. - ¿Hay dos?
EL OBISPO. - ¿Acaso no recibiste una carta del conde de Armagnac preguntándote cuál de los tres Soberanos Pontífices debía ser obedecido?
JUANA. – Es cierto: dicho conde me escribió cierta carta sobre este hecho, a la que respondí, entre otras cosas, que le daría una respuesta cuando estuviera en París, o en otro lugar más tranquilo. Estaba a punto de montar en mi caballo cuando di esta respuesta.
EL OBISPO. - Leamos pues las copias de las cartas de dicho conde y de dicha Juana.
CARTA DEL CONDE DE
ARMAGNAC
“Mi muy querida dama, me encomiendo humildemente a vos y os ruego de parte de Dios, que, dada la división que ahora hay en la santa Iglesia universal, debida a la multitud de papas (porque hay tres pretendientes al papado: uno vive en Roma, y se hace llamar Martín V, a quien obedecen todos los reyes cristianos; el otro vive en Peñiscola, en el reino de Valencia, que se hace llamar Papa Clemente octavo; el tercero, no sabemos dónde vive, excepto sólo el cardenal. de Saint-Étienne y algunas personas con él, que se llama Papa Benedicto XIV. El primero, que se llama Papa Martín, fue elegido en Constanza con el consentimiento de todas las naciones cristianas; el que se llama Clemente fue elegido en Peñiscola, después de la muerte del Papa Benedicto XIII, por tres de sus cardenales; el tercero, que se llama Papa Benedicto XIV, fue elegido en secreto por el propio cardenal de Saint-Étienne). Rogad entonces a Nuestro Señor Jesucristo, que, por su infinita misericordia, quiera declararos quién es, de los tres antes mencionados, el verdadero Papa. Y a quien le agradará por tanto que obedezcamos de ahora en adelante: o al que se llama Martín, o al que se hace llamar Clemente, o al que se hace llamar Benedicto. Decidnos, señora, qué debemos creer, ya sea en secreto, o sin disimulo alguno, o en manifestación pública. Porque todos estaremos dispuestos a acatar la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo.
Todo vuestro: el conde de Armagnac. "
LA RESPUESTA DE JUANA
"Conde de Armagnac, mi muy querido y buen amigo. Yo, Juana la doncella, os informo que vino a mí vuestro mensajero, quien me dijo que lo habíais enviado para averiguar por mí cuál de los tres papas era el verdadero, Lo cual no podré deciros por el momento, hasta que esté en París o en otro lugar, descansando, porque en este momento me encuentro demasiado ocupada por tener que combatir en la guerra.
Pero cuando sepáis que estoy en París, enviadme un mensajero y os prometo que os haré saber toda la verdad sobre lo que debéis creer, y lo que yo he sabido por consejo de mi justo y soberano Señor, el Rey del mundo entero, y cómo debéis obedecerle. A Dios os encomiendo para que os cuide y proteja."
EL OBISPO. - ¿Fue tu respuesta como se representa en dicha copia?
JUANA. - Creo que di esta respuesta en parte, no en su totalidad.
EL OBISPO. - ¿Dijiste que sabías por consejo del Rey de Reyes lo que debería creer el conde en este asunto?
JUAN.A - No lo sé.
EL OBISPO. - ¿Tenías dudas sobre a qué Papa debía obedecer el conde?
JUANA. - No supe
decirle al conde a quién debía obedecer, ya que me pidió que averiguara a quién
quería Dios que obedeciera. Por mi parte, creo que debemos obedecer a nuestro señor
el Papa que está en Roma. También le dije al mensajero del conde algo más que
no está contenido en esa copia de las cartas. Y si el dicho mensajero no se
hubiera ido inmediatamente, habría sido expulsado, aunque no por orden mía. En
cuanto a lo que me pidió saber el conde, que a quién quería Dios que
obedeciera, respondí que no lo sabía. Pero le dije varias cosas más que no
quedaron escritas. Y yo creo en nuestro señor el Papa que está en Roma.
EL OBISPO. - ¿Entonces por qué escribiste que darías respuesta a este hecho en otro lugar, si crees en el papa que está en Roma?
JUANA. - La respuesta que le di fue sobre otras cuestiones, además del asunto de los tres Soberanos Pontífices.
EL OBISPO. - ¿Dijiste no obstante que, sobre los tres Soberanos Pontífices, tendrías algún consejo para el conde?
JUANA. - Nunca escribí ni hice que nadie escribiera sobre las acciones de los tres Soberanos Pontífices. En nombre de Dios, juro que nunca escribí ni hice que se escribiera nada al respecto…
Pero el mal ya estaba hecho, y no haber contestado inmediatamente al conde de Armagnac que el verdadero para era el de Roma (como creían los ingleses), selló el destino de Juana, que tan sólo dos meses después, el 31 de mayo de 1431 fue quemada en la hoguera por los esbirros del duque de Bedford…
Vale, esa es la relación entre el papa Luna y Juana de Arco, pero ¿dónde encaja el príncipe de Viana en este enrevesadísimo asunto? Pues resulta que el conde Juan IV de Armagnac se había casado en 1419 nada menos que con Isabel, la hija menor de Carlos III el Noble de Navarra.
El hijo mayor de Juan IV e Isabel de Navarra se llamó también Juan, y sucedió a su padre en 1450. Pasaría a la historia fundamentalmente por cometer incesto con su hermana menor, Isabel, con la que incluso llegó a casarse y con la que tuvo dos hijos, motivo por el que fue excomulgado y perseguido luego por el rey Carlos VII de Francia, teniendo que cruzar la frontera para salvar la vida, refugiándose en Barcelona, donde precisamente le amparó su primo carnal: el príncipe de Viana, que lo recibió muy cortésmente en Barcelona –donde por aquel entonces pugnaba contra su padre por volver a Navarra- en mayo del año 1460.
Carlos dirigió también cartas en favor de Juan a distintos nobles franceses, como los condes de la Marche y de Charolais o el duque de Borbón. Asimismo, se conserva otra carta enviada al duque de Milán Francesco Sforza, recomendándole a su primo, a quien consideraba «el mejor y más leal de sus parientes».
Así que en los Armagnac, relacionados con mis tres personajes medievales predilectos y aparentemente tan dispares, estriba pues el nexo entre el papa Luna, Juana de Arco y el príncipe Carlos de Viana.
Tres outsiders a quienes la posteridad ha tratado bastante mejor que su propia época, pues la misma Iglesia que la quemó luego canonizó a Juana y santa sigue siendo hoy en día. Y el príncipe de Viana fue considerado santo también durante siglos en Cataluña, y aunque ya no sea estimado así, su memoria es venerada hoy en día en Navarra como símbolo de la justicia y la razón perseguidas, de manera que no hay casi localidad que no lo recuerde con una calle o un centro cultural, mientras que a su padre, el taimado Juan II, nadie lo recuerda entre las mugas forales más que para maldecirle. Sólo falta por tanto que Pedro de Luna sea rehabilitado por el Vaticano, de lo cual parecen haberse dado ya los primeros pasos, para que mi santísima trinidad histórica esté por fin completa.
“El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...”
© MIKEL
ZUZA VINIEGRA, 2023
Creía haber tratado prácticamente todos los aspectos sobre la figura histórica del príncipe de Viana, hasta que preparando una conferencia recientemente reparé en las muy peculiares características que rodearon un hecho del que ya me había ocupado por encima en mi biografía “Príncipe de Viana. El hombre que pudo reinar”: la vuelta de sus restos al monasterio de Poblet en 1935, lugar donde había sido enterrado ya en 1491, lo que constituyó su segundo entierro, pues primeramente había sido sepultado en la catedral de Barcelona, donde permaneció nada menos que treinta años, hasta ese primer traslado. Así que en puridad, el de 1935 fue su tercer entierro. Cosas de los príncipes...
Resumiéndolo mucho, la historia del príncipe no acaba con su muerte, porque los catalanes se empeñaron en fomentar su fama de santidad, y aunque la Iglesia no la reconoció oficialmente, su devoción se mantuvo en el citado monasterio durante mucho tiempo, exponiéndose a la veneración pública durante siglos, como demuestra esta estampa de finales del siglo XVIII cuya leyenda dice:
«Retrato del Sr. Principe de Viana D. Carlos, hijo Primogenito hijo del Rey Don Juan II de Aragon y de la Reyna D. Blanca de Navarra; cuya vida sembrada de espinas produce desde su ocaso una caudalosa fuente de milagros para todas enfermedades, con solo el Tacto de su odorífero Cuerpo o de su ropa; preservándole el Altísimo, con admirable integridad, y sin conocer el ceniciento polvo, en el Panteón Real del Monasterio de Poblet. Murió en Barcelona a 23 de Setiembre de 1461, de edad de 40 años»
De hecho, se le cortó el brazo derecho a su cadáver y se colocó en un relicario para tocar más cómodamente a los enfermos que acudían a curarse. Así siguieron las cosas hasta que en 1835, con la desamortización, el monasterio quedó abandonado y las tumbas fueron saqueadas, quedando todos los huesos de reyes, príncipes y nobles desperdigados por el suelo. Entonces el párroco del cercano pueblo de la Espluga de Francolí los recogió –todos mezclados- y los metió en siete grandes cajas, que años más tarde fueron llevadas a la catedral de Tarragona.
Pero la historia tampoco acaba aquí, porque en 1935, un diplomático, escritor y hasta egiptólogo catalán, don Eduard Toda (amigo de Gaudí), consiguió que las autoridades eclesiásticas le permitiesen buscar los restos del príncipe de Viana, verdadero ícono de la historia de Cataluña y de Navarra, en aquellas siete cajas que permanecían en la catedral de Tarragona.
Eduard Toda presidía entonces la Comisión de Monumentos de Tarragona, y queriendo iniciar la restauración del monasterio, pensó impulsarla con el retorno de los restos del príncipe de Viana a Poblet, idea que fue muy bien recibida por la ciudadanía, gracias a campañas de radio, conferencias y artículos de prensa, que contribuyeron a crear un clima favorable.
¿Pero cómo hacerlo, si los restos de más de 110 personas estaban completamente mezclados en esas cajas?
Pues con bastante desparpajo -que vemos que no le faltaba, como demuestra esta fotografía de sus tiempos como cónsul en El Cairo, donde aparece disfrazado de momia egipcia- porque buscó los restos de un hombre de unos cuarenta años al que le faltase el brazo derecho, que recordad se le había cortado para hacer un relicario.
Con eso le pareció suficiente para confirmar su identidad, así que en medio de una ceremonia verdaderamente regia, como vemos en las fotografías publicadas por el Diario de Navarra, se le volvió a enterrar en Poblet el 20 de octubre de 1935.
Para conocer aquel acto tan singular (un tercer entierro de alguien que había sido ya inhumado, primero en 1461 en la catedral de Barcelona y luego, en 1491, en el mismo Poblet), podemos acudir a las hemerotecas de Diario de Navarra y de la Voz de Navarra, los dos principales periódicos navarros de entonces, que trataron de ello en sus ediciones del martes, 23 de octubre de 1935.
El enviado de Diario de Navarra no fue un simple reportero, sino su propio director: Raimundo García, más conocido como “Garcilaso”, que por aquel entonces simultaneaba su puesto con el de diputado por el bloque de las derechas navarras en Madrid.
A todos nos puede sonar más o menos su nombre y actividades, hay mucho publicado sobre ellas, así que bastará para conocerle mejor un par de muy descriptivos párrafos de la Wikipedia:
“En la década de 1920 marchó como corresponsal a la Guerra del Rif, donde trabó amistad con los militares africanistas que años después se sublevarían contra la II República desencadenando la guerra civil española.
Fue diputado en las Cortes durante la dictadura de Primo de Rivera y en la Segunda República, en 1933 y 1936, por el Bloque de Derechas. Fue muy activo en contra del Estatuto Vasco-Navarro y el nacionalismo vasco. Participó intensamente en la conspiración contra la República, fue enlace civil del general Mola en 1936 y junto a él autor del bando que llamaba a la sublevación armada el 19 de julio.”
Con esos mimbres, no pueden extrañar a nadie los augurios –bien negros- con los que trufó su crónica sobre el entierro de los restos del supuesto (luego lo explicaré) príncipe de Viana en Poblet, que ocupó toda la primera plana de su periódico.
Como veréis, empieza fuerte:
Estaba anunciada para este domingo, día 20 de Octubre, el traslado del Principe de Viana—Carlos IV de Navarra—desde su enterramiento apresurado y provisional en la Seo de Tarragona al cenobio de Santa María de Poblet, donde yacía en paz desde luengos años en la compañía de otros reyes y de donde le echaron las turbas revolucionarias__ a él y a todos— en Julio de 1835, año de negra memoria, ahora hace cien años. Había que venir a Poblet para velar y acompañar al Príncipe de Viana; y mientras haya un hueso de él en cualquier parte, allí habremos de ver a Su Alteza los que mucho le amamos, como si estuviera entero y vivo.
Luego va describiendo prolijamente los alrededores del monasterio, cómo sería la ceremonia, y como habían sido aparejados los restos mortales pero intercalando a la vez su raca-raca faccioso favorito:
Se abre la capilla de San Jorge, capilla ardiente hoy del Príncipe de Viana. Los Mozos de Escuadra, en posición de firmes, montan la guardia ante el féretro que guarda los huesos de Carlos IV de Navarra. Es una caja de madera de nogal forrada de terciopelo negro. En los costados tres escudos repetidos: Navarra, en la cabeza; Aragón en los píes; EvreuxNavarra, en el centro. La tapa es toda de cristal. Dentro de la caja, una cabeza monda, encapuchada, y una mano sobre el hábito blanco, puesta a la altura del corazón. El bulto que hace un pie, levantando el extremo del hábito del Cister Con Que está amortajado el Príncipe, hace pensar que todo el cuerpo de Su Alteza está entero allí. La mano fina, entera y morena; los dedos, recogidos en un gesto natural; la cabeza, entera también, pero estropeada la cara. La frente, que guardó tantos pensamientos de amor y de dolor, que ardió y se quemó en ansias de saber y se amargó de melancolías y desganas, parece todavía fresca o ardiente, según los pensamientos del instante. Una extraña ficción de párpados, acaso los párpados mismos, exhibiendo las cuencas vacías de los ojos, inquieta el ánimo. Más de una hora estuve con el príncipe a solas, repasando la Historia de su vida y la de su pueblo. La suya está dentro del blanco hábito que envuelve sus huesos. La de su pueblo no morirá nunca si el pueblo quiere. Y en cualquier momento está a tiempo de volver a ser lo que no pudo ser su Príncipe Carlos: Señora de las Españas. El tiempo presente es propicio y Navarra es fuerte.
Recordemos que esto está escrito a finales de octubre de 1935, apenas cinco meses antes de que el gobierno republicano, incomprensiblemente, decidiera nombrar al general Mola comandante militar de Navarra. Y recordemos también cómo Garcilaso lo conocía –a él y al resto de militares africanistas- desde mucho antes, por lo que no puede entenderse lo que escribió en su crónica de un hecho que aparentemente no tenía nada que ver con la actualidad política de los años 30, sino como un claro aviso de lo que pronto iban a desencadenar sus amigos y él mismo.
Continúa su artículo dando cuenta de quienes estaban presentes en Poblet:
En el presbiterio nos ofrecieron sitios preferentes a los representantes de la Generalitat; a la Excma. Diputación de Navarra, en su Presidente don Juan Pedro Arraiza; a la representación parlamentaria, en mi persona, al ilustre catedrático señor Maneva y Puyol, que representaba a Aragón; a los señores don Constancio Fernandez y Sáinz de Huarte y a don Gregorio Correa y Sáinz de Azuelo, que ostentaban la expresa representación del Excmo. Ayuntamiento de Viana; al diputado a Cortes don Manuel Irujo y al beneficiado de nuestra catedral don Onofre Larumbe.
Podemos ver cómo don Raimundo fija la “representación parlamentaria” exclusivamente en su persona, aunque tres líneas más adelante se vea obligado a indicar que también estaba presente el diputado navarro del PNV don Manuel Irujo, pero como éste había sido elegido por Gipuzkoa, no lo incluye en la representación de Navarra. Volveré sobre este asunto.
Continúa la crónica:
Se había dispuesto que llevasen los huesos del Príncipe desde la capilla de San Jorge hasta su sepulcro en el crucero del templo la. Excma. Diputación de Navarra—Navarra—, el representante de Aragón, un representante de la Generalitat y el representante parlamentario de Navarra allí presente D. Juan Pedro Arraiza y el señor Moneva y Puyol tomaron en sus hombros el féretro por la cabecera; por los pies, lo tomamos sobre los nues tres el señor representante de la Generalitat y yo, que asumí en acto tan solemne como el mayor honor posible la representación de mis ilustres compañeros y la de DIARIO DE NAVARRA, de que no puedo despojarme en parte alguna y menos cuando voy a llevar al hombro un pedazo glorioso de la inmortal historia de Navarra. Conmigo estaban todos los de la casa y los que nos leen.
Da cuenta después de un detalle curioso que se produjo al final de la ceremonia:
Terminado el responso solemne, se produjo una escena que la muchedumbre presenció con emoción. Un ordenanza de la Excma. Diputación de Navarra era portador, detrás del féretro, de un saquete que contenía tierra de Navarra, llevada a Poblet por encargo de las señoritas de Arraiza, Para que el Presidente de la Diputación la pusiera en el sepulcro del Príncipe Carlos. Un sacerdote ilustre y benemérito, don Jaime Barrera, arqueólogo eminente y uno de los obreros ilustres de esta restauración del Monasterio de Santa María de Poblet, levantó la tapa de cristal. Entonces, tomamos unos puñaditos de tierra de Navarra y la desparramamos sobre la mortaja blanca. Y sobre la fina mano que el Príncipe tiene medio cerrada sobre el corazón, pusimos un poco de tierra de su patria y de su Reino. La emoción de este instante y le emoción de todo el curso de este traslado puede sentirla el que lea, supliendo con su patriotismo lo que falta en el relato. Vuelta a cerrar la caja, la metimos en su sepulcro. Don Onofre Larumbe y Pérez de Muniain rezó un responso antes de ser metido el féretro en el sepulcro. Fuera ya del templo, muchos navarros que viven en tierras de Tarragona y Barcelona y que habían acudido a rendir homenaje al Príncipe de Viana, se repartieron la tierra pamplonesa que había sobrado.
Nuevas y terribles advertencias políticas, cuando narra que ha de regresar a Madrid:
Yo he de tomar ahora el tren para Madrid. Cuanto me rodea carece de sentido. Lo que me espera en la capital de la República lo tiene tan hostil a cuantas emociones han embalsamado el alma y el corazón estos dos días, que espero el tren como si el tren fuese figura de la barca de Caronte. ¡Cabeza del Príncipe, bermeja a luz de los cirios, envuelta en la capucha de albo lienzo! iMano del Príncipe, a medio cerrar sobre el corazón, como queriendo acariciarle o tomarle del pecho para ofrecérnoslo en recuerdo de la visita! ¡Mortaja del Príncipe, blanca mortaja de San Bernardo, mortaja del Císter hecha de cánticos a la Virgen entonados a media noche por corazones varoniles que supieron renunciar! ¡Quién pudiera, cantar con la angustia del pobre poeta enfermo del mismo mal que el Príncipe de Viana: Llevadme con vosotras! ¡Pero este negro tren por la negra noche me va a llevar a un círculo infernal! ¡Y a un basurero. A un basurero que hay que limpiar pronto, pronto, pronto! ¡Ese embrollo del juego y otros embrollos!
El último párrafo, donde descalifica al régimen republicano como “basurero que hay que limpiar cuanto antes”, no ofrece dudas sobre la conspiración que se estaba preparando y de la que él era pieza fundamental. Cómo ninguna instancia oficial pudo actuar para frenarla ante semejantes anuncios públicos y publicados, es un misterio que nunca llegaré a entender. La traca final, por supuesto, también es de antología:
Llego a Madrid hoy lunes. ¡Hay un hondo rencor en el ambiente! Huyo de él y me, refugio en los recuerdos imborrables del Príncipe que dejamos ayer en el panteón real del Monasterio de Poblet. Y pienso en Navarra y en España toda, en lucha también, como el Príncipe de Viana—amador y poeta, filósofo y piadoso—contra otro Juan sin Fe.
Y esto sí que ya es la auténtica karaba: compara al príncipe de Viana con los futuros sublevados y a su padre, Juan II, con la República. No se puede tener menos conocimiento y más mala fe, porque apenas ocho meses después, esos “amadores y poetas”, esos “filósofos y piadosos” que Garcilaso invoca, causarían cientos de miles de muertos en España, y al menos 3700 asesinatos en Navarra, donde ni siquiera hubo frente de guerra. Desde luego, acogerse a la figura del príncipe de Viana para defender semejante orden de cosas, se me hace ciertamente rastrero y fuera de toda medida, como lo es comparar acontecimientos del siglo XV con otros que nada tienen que ver del XX.
Pero si para lavar su negra conciencia de conspirador, Garcilaso necesitó recurrir a semejante disparate, por lo menos podría haber tenido en cuenta que el príncipe Carlos de Viana representó en su época el gobierno legítimo, lo mismo que la II República lo encarnó en la suya. Y que Juan II fue siempre un mero detentador de un gobierno que no le pertenecía, lo mismo que el régimen franquista a partir de 1936.
CONTINUARÁ...
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2024
(Viene de: 1ª Parte )
Recordemos ahora que todo esto se publicó en Diario de Navarra el día 22 de octubre de 1935, haciendo referencia al acto que se había llevado a cabo el día 20 de octubre en Poblet. Pero si acudimos a otro de los periódicos que en aquellos años se publicaban en Pamplona (el tercero en discordia -nunca mejor dicho- sería El Pensamiento Navarro), en este caso el nacionalista La Voz de Navarra, veremos que ya el día 17 de octubre advertían en portada:
A los actos asistirán delegaciones de las principales asociaciones religiosas de Cataluña, representantes de Unió Democrática de Catalunya y posiblemente una comisión del Consejo Supremo del Partido Nacionalista Vasco.
¿No podría destacar la Excma. Diputación de Navarra una comisión de su seno, por lo menos alguien que la represente en un acto en el que por fuerza ha de evocarse a Navarra? Siquiera sea para honrar la memoria de uno de sus hijos más ilustres y dedicarle allí donde reposan sus restos un sufragio por el descanso eterno de su alma.
O sea, que podemos colegir con bastante fundamento que realmente ni al diputado Garcilaso ni a la Diputación Foral, en la figura de su vicepresidente Arraiza, les importaba gran cosa o tenían siquiera conocimiento del re-enterramiento del príncipe de Viana en Poblet, pero que no quisieron dejar en manos del PNV la única representación navarra en la ceremonia. O eso, o que ya en aquel tiempo el secretismo era práctica tan habitual como hoy en día en la Administración Foral, y por eso La Voz de Navarra no se había enterado de si las “instancias oficiales” asistirían o no.
Permitidme que lo dude, entre otras cosas, porque el día 18 la Voz de Navarra volvió a solicitar en portada que acudiera a Poblet una representación oficial de Navarra, seña más que evidente de que en Diputación seguían sin mover ficha:
Todo esto quiere decir que la Excma. Diputación de Navarra no puede estar ausente de este acto que supone, entre otras cosas, un homenaje al ilustre cuanto infortunado Príncipe de Viana, uno de los varones egregios de nuestra historia. La representación debe ser de calidad y aún indicaríamos que la llevaran el señor Vice-presidente de la Gestora con alguno de sus compañeros; y si no algunos de los gestores. Y a última hora, algún navarro de calidad.
Que la Diputación se vio obligada a actuar, lo demuestra que el mismo día 20, fecha en que iba a tener lugar el acto de Poblet, La Voz de Navarra anunciase en portada la presencia en el mismo de su vice-presidente, Juan Pedro Arraiza:
El vicepresidente de la Diputación, don Juan Pedro Arraiza, salió en las primeras horas de la tarde de ayer para Tarragona, con el fin de asistir hoy, domingo, a los actos del traslado de los restos del Príncipe de Viana desde dicha ciudad catalana al monasterio de Poblet, donde serán depositados.
El día 22 de octubre, con prosa menos alambicada y grotesca que la de Garcilaso, La Voz de Navarra también dio en portada amplia noticia de la ceremonia llevada a cabo en Poblet, y el único dato novedoso entre esta crónica y la de Diario de Navarra era que:
Al poco rato llegaba también la representación de Navarra, que era representada por el señor Vicepresidente de la Gestora de la Diputación, a quien acompañaban don Onofre Larumbe, don Raimundo García y dos concejales del Ayuntamiento de Viana.
También estaba presente, ostentando la representación de la minoría nacionalista vasca, don Manuel de Irujo, diputado por Guipúzcoa. Este señor ostentaba a la vez la representación del Napar-Buru-Batzarra.
Al llegar la representación de Navarra al templo, se anunció su entrada en éste, abriéndose las puertas con gran solemnidad.
ALLÁ, EN POBLET…
¿Qué hubo de Navarra en la solemnidad emocionante?
Cuantitativamente hubo más Navarra ese día en el discurso de Gil Robles y en el discurso de Azaña en las Cortes. Gracias a Dios, nuestra Diputación estuvo presente en el acto en la persona de don Juan Pedro Arraiza, su vicepresidente. DIARIO DE NAVARRA hizo acto de presencia interventiva Con su Director, y ayer nos enterábamos que el Sr. Irujo ostentaba, en el acto, la representación del Napar-buru-batzarr.
Y nada más ni nadie más, en cuanto a personas representativas y claro, ni en cuanto a meramente personas de Navarra. Hubo sí, un obsequio de emoción exquisita, que tiene casi el temblor de la ternura: el puñado de tierra, de la tierra del Reino que al cabo de los siglos se mezclaba con amor entre sus cenizas. Es un detalle este que avienta todas las amarguras y hace cantar las alondras en la risueña alba del optimismo.
Pero el resumen es este: la política, en sus dos más amplios gestos contradictorios, absorbe la atención de los navarros. Y en ese día en que. la política, rusiente de tensión, nada dice a Navarra, el príncipe de Viana, que es Navarra entera, Navarra total, aunque con el corazón despedazado, el príncipe, víctima cruenta de la disensión en las entrañas de Navarra, se vio asistido amorosamente por las actitudes discrepantes.
¡Al príncipe, después de cuatro siglos, pudo satisfacerle esa compañía: al fin, quien discrepa en la historia, conoce la historia y ama la historia!
Yo, navarro, no podía menos de consignar esa coincidencia que brinda el comentario a todo espíritu que se preocupa del porvenir de su pueblo.
Del porvenir que, como nuestro príncipe, ha de estar hecho de dolor y de cenizas y también de la tierra natal y de la ilusión inextinguible...
Y sino, ¡Váyase todo Arga abajo!
De hecho, apenas un año después de ese artículo suyo, digamos más “conciliador”, aunque ya avisaba de lo que iba a suceder en pocos meses con ese jotero y lamentable: “¡Váyase todo Arga abajo!” escribió y publicó diariamente perlas de locura y barbarie como esta, el 18 de septiembre de 1936:
Se impone urgentemente la designación de una Junta de expurgación social, sin cuya autorización no pueda ser considerado como obrero apto para el trabajo a nadie que, por sus antecedentes de actuación izquierdista o de afiliado a organizaciones ya disueltas infunda recelos. El comunismo ha de ser extirpado aun en la zona de la mera sospecha. ¡Tendría que ver que mientras nuestros obreros luchan en los frentes, exponiendo la vida a la metralla de los rojos, vivieran los rojos tranquilamente en sus casas ganándose el jornal sin peligro ni zozobra!
Pero frente al infame comportamiento de Garcilaso o Esparza surge, limpio como un cristal, el ejemplo contrario, encarnado precisamente por el director de La Voz de Navarra, José Aguerre Santesteban, que firmaba sus artículos con el seudónimo “Gurbindo”. Porque el 25 de octubre de 1935 contestaba en portada de su periódico al texto publicado por Eladio Esparza dos días antes en Diario de Navarra.
En la tercera y ultima parte de mi crónica, os transcribiré íntegramente ese artículo de Aguerre, que a mí me parece de una importancia trascendental.
(Continuará)
©MIKEL ZUZA VINIEGRA
Si Erasmo de Roterdam definió a su amigo Tomás Moro como alguien cuya integridad moral lo convertía en “un hombre para todos los tiempos”, o si en las últimas décadas se ha subrayado la trascendencia ética del prólogo que el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales escribió para su libro de relatos sobre la guerra civil “A sangre y fuego”, tengo para mí que este artículo de José Aguerre es un espejo en el que la Navarra de cualquier época –incluida la nuestra-, siempre aquejada de parcialidades irredentas, jamás unida en nada más allá de la fiesta o el deporte, debería mirarse para llegar a poder superarlas alguna vez.
Os lo voy a transcribir íntegramente para que podáis juzgarlo:
AL CONJURO DEL PRÍNCIPE
Mente sincera, ánimo cordial
Hemos de poner una glosa al comentario de Eladio Esparza de anteayer, al significar la coincidencia del Diario de Navarra, en la persona de su director, don Raimundo García y la del Napar-Buru-Batzarra, dignamente ostentada por el diputado nacionalista don Manuel de Irujo, en los actos solemnes que se celebraron en Poblet y que culminaron con el traslado de los restos del gran príncipe de Viana a la tumba real del insigne monasterio. Esta importancia, más que de una pura razón de principios en los que, desde luego, hay diferencias considerables que son conocidas, emerge, creemos, de la rareza del hecho. Es desusado que el Napar-Buru-Batzarra y Diario de Navarra coincidan en un acto. Y por esto, la circunstancia ha de llamar la atención y es natural que una crítica ágil, como la de Eladio Esparza, la recoja y la glose. Pero si es raro que ambos valores de la vida de Navarra coincidan, no es menos raro que coyunturas similares no hayan merecido nunca un comentario parecido al de Eladio Esparza. Porque no vaya a creerse que nunca jamás haya habido momentos de acercamiento. Sería absurdo suponer que la política es una especie de punto muerto sin solidaridad alguna entre los distintos componentes sociales. Principio ultrabárbaro que no puede menos de elaborar una regresión a estados inferiores de civilización, definitivamente liquidados para todo hombre de sentido cristiano y aun meramente humanista. Una lucha política, por muy ardorosa y vehemente que sea no puede ser antisocial, porque la solidaridad social está inscrita en la mente de todo ser humano. Y las distintas ideologías no pueden llevar a la eliminación de las personas ni de los nexos vinculatorios de la sociedad.
Mas sin llegar a esta radical profesión de los grandes principios en que ha de basarse el mutuo conocimiento social, tenemos que convenir en que hay problemas hasta cotidianos de la vida en los que es natural la coincidencia. ¿Por qué ésta no se produce? Por una especie de “toma de partido”, por un apriorismo feroz que todo invalida. Se atiende más a las posiciones que a los principios, a la inercia que a la razón, al recelo que a la caridad, al “de dónde viene” mejor que “al cómo es”.
¡Qué motivo de confusión para todo espíritu cristiano el de ver que no somos capaces de elevarnos sobre la masa abyecta de nuestros prejuicios hostiles!
La política es una ciencia de síntesis. Sintetizar es en el fondo reunir, y unir es hermanar. Como en los jardines de los hombres, crecen también en el social multiplicidad fascinadora de formas de vida. La política viene a coordinarlas, cuando actúa bien. Nosotros nos empeñamos en que, contra todas las normas de la vida, la política sea destrucción. Y está claro que ya no es síntesis, como no sería jardín un seto árido con un cardo enorme en medio.
Navarra era un bellísimo paraje que se agostó en medio de aquellas pugnas de las que fue víctima, como bien recuerda Eladio Esparza, el príncipe desgraciado. Constituye, por ello, un símbolo de la hora actual, en la que ya no se agostará nuestra independencia secular, cuyo recuerdo vive allí como un fantasma funerario entre la tumba del padre y la del hijo, pero puede secarse ya en una inconsciencia glacial lo poco que queda de prurito navarro. Para que no suceda así, habrán de coincidir los navarros que se estiman como tales. No importa que la meta no sea la misma: pueden serlo y de hecho lo son algunas de las etapas, algunos de los tramos del camino. Y mientras tanto, el diálogo fraterno puede hacer prodigios. ¿Qué hace falta para ello? Sinceridad. Que cada cual sepa lo primero qué es lo que quiere, que se defina, que elija libremente sus etapas. A los que tenemos el tramo más largo no nos ha de irritar ni que los otros rindan viaje antes ni que nos lo digan con toda claridad. Tenemos un albedrío con todo derecho y reconocemos este derecho a los demás. El progreso de un pueblo no se elabora exclusivamente con una tesis política por excelente que sea; es la cifra de muchos esfuerzos de magnitudes distintas. En Navarra la mente política, sobre todo la introspectiva, es decir, la que ha mirado hacia casa, no ha tenido a menudo ni claridad ni precisión en los objetivos. Se ha carecido de sinceridad en la mente y de campechanía, por tanto, en el corazón. Nada obsta a que entre muchos navarros, polarizados en desde actividades distintas, elaboremos un porvenir mejor que el que se cierne; nada obsta a que haya efluvios de armonía por encima de las ideologías distintas. Una cosa es necesaria. Sinceridad en la mente, que es casi siempre cordialidad en la política. Perfílense escuetamente los contornos de cada norma, de cada deseo: así nos conoceremos sin miedo a desengaños ni ficciones. Y caminaremos juntos las etapas que nos sean comunes.
Y desde luego hiela la sangre pensar que algo tan cuerdo y sensato como esto:
“Sería absurdo suponer que la política es una especie de punto muerto sin solidaridad alguna entre los distintos componentes sociales. Principio ultrabárbaro que no puede menos de elaborar una regresión a estados inferiores de civilización, definitivamente liquidados para todo hombre de sentido cristiano y aun meramente humanista. Una lucha política, por muy ardorosa y vehemente que sea no puede ser antisocial, porque la solidaridad social está inscrita en la mente de todo ser humano. Y las distintas ideologías no pueden llevar a la eliminación de las personas ni de los nexos vinculatorios de la sociedad”.
fuera escrito tan solo siete meses antes de la mayor degollina acontecida entre nuestras mugas, impulsada desde el principio por locos furiosos como Garcilaso o Esparza, que estaban físicamente a sólo tres metros de Aguerre (Diario de Navarra y La Voz de Navarra tenían sus sedes una frente a la otra, en la calle Zapatería).
¿Cómo no fue capaz entonces de percibir lo que se avecinaba? Quizás porque era buena persona, y la bondad no concibe que alguien pueda planear primero y perpetrar después actos tan innobles como los que estaban llevando a cabo sus adversarios políticos ya desde bastante antes de julio de 1936. En esa tesitura podría entenderse este otro párrafo de su artículo:
“En Navarra la mente política, sobre todo la introspectiva, es decir, la que ha mirado hacia casa, no ha tenido a menudo ni claridad ni precisión en los objetivos. Se ha carecido de sinceridad en la mente y de campechanía, por tanto, en el corazón. Nada obsta a que entre muchos navarros, polarizados en desde actividades distintas, elaboremos un porvenir mejor que el que se cierne; nada obsta a que haya efluvios de armonía por encima de las ideologías distintas. Una cosa es necesaria. Sinceridad en la mente, que es casi siempre cordialidad en la política.”
Pero cómo esperar “sinceridad” de gente como Garcilaso, que sabemos que, entrevistándose con Manuel Azaña en agosto de 1931, tuvo el inmenso cinismo de asegurarle que: “el Gobierno de la República no debe creer en guerras civiles con pistolas en Navarra. Eso son sólo fantasías inventadas por ciertas fuerzas de Izquierda para desviar la atención sobre los problemas reales”.
Al menos el futuro presidente retrató bien su perenne obsesión antivasca, pues dejó escrito sobre él:
“El señor García, director del Diario de Navarra, habla por los codos, con cierta incoherencia, durante dos horas. Yo estoy un poco mareado. Es católico, españolista, adversario de la República. Su gran enemigo: los bizcaitarras. Insiste mucho en que en Navarra no puede haber Guerra Civil. Ignora si hay armas, aunque cree que no, pero está seguro de que no hay organización, pues si la hubiera no podría serle desconocida. Y empeña en ello su palabra de honor. El más grave error político, sería favorecer la unidad política de las Vascongadas y Navarra. Entonces el nacionalismo sería peligroso. A eso tiende el Estatuto de Estella. Califica de filibustera a la Sociedad de Estudios Vascos. Aborrece a los bizcaitarras y por su gusto se prohibirían las romerías de los mendigoizales”.
Pero ya que ha sido la figura histórica del príncipe de Viana la que me ha llevado a escribir este ensayo, me parece justo destacar que la columna de José Aguerre le hermana claramente con Pedro de Sada, el canciller de Carlos de Viana, que harto de la guerra civil entre agramonteses y beaumonteses, compuso hacia 1466 su famosa Complayna o llanto que de sí misma faze Navarra, donde no puede dejar de lamentar:
«¡Oh, yo, Navarra, obstinada y de corazón endurecido, nunca
suficientemente poblada de gente sabia, científica, prudente y
sin pasiones, he sido tan infortunada que veo muchos extranjeros
y nativos, pervertidos y desprovistos de virtud, viciosos
y amantes solamente de sí mismos, menospreciando el bien
público mío»
Es decir, entre 1466 y 1936, entre el texto de Sada y el de Aguerre, habían pasado nada menos que 470 años, pero Navarra permanecía igual o más dividida todavía. Y ambos, hermanados por el amor a Navarra a través del tiempo, lucharon a su manera contra ese desorden de cosas que parece condenarla a permanecer en el mismo estado de división por los siglos de los siglos.
Sada se vio obligado a contemporizar, y tras la muerte del príncipe de Viana en 1461, entró al servicio de Juan II, aunque justo es reconocerle que no aguantó mucho en su corte y regresó pronto a Navarra, donde el texto citado nos da idea de su verdadera opinión sobre el nuevo régimen tiránico que el rey Juan impuso.
En cuanto a Aguerre, lo pagó más caro aún... Porque el periódico La Voz de Navarra fue incautado el 19 de julio de 1936, al día siguiente del alzamiento militar contra la República, y su rotativa confiscada para imprimir a partir de entonces el periódico falangista ¡Arriba España!
Aguerre, su director, que en ese momento era también presidente del Napar-Buru-Batzarra del PNV, fue detenido durante el asalto bajo la falsa acusación de poseer armas recibiendo un culatazo en la cara que le arrancó varios dientes. Sangrando abundantemente, lo llevaron al tristemente célebre calabozo del Gobierno Civil, donde pasó varios meses encerrado. Manuel Irujo, años después, aseguro que Aguerre “fue sometido a vejámenes indignantes que, por respeto a su memoria, nos resistimos a dejar escritos”. Sólo su relación –quizás familiar- con el siniestro santero Benito Santesteban, que además de ser uno de los jefes de la Junta de Guerra Carlista, fue también uno de los mayores responsables de la sangrienta represión, hizo posible que no fuera fusilado, aunque siguió sufriendo detenciones y registros arbitrarios durante años, como por ejemplo en 1946, cuando fue encarcelado de nuevo en una celda de castigo y le obligaron a subir y bajar una escalera sin descanso, hasta casi hacerle reventar de cansancio. Por supuesto no volvió a serle permitido ejercer el periodismo, teniendo que dedicarse a la enseñanza de idiomas.
Mientras tanto, Garcilaso y Esparza se convirtieron en prohombres del nuevo régimen franquista, gozando de todo tipo de privilegios, y el primero dirigió Diario de Navarra hasta su muerte, el 19 de octubre de 1962, el mismo día en que –misterios del destino- falleció también el tan injustamente represaliado José Aguerre. La trayectoria paralela de ambos fue magníficamente estudiada en el libro de Iván Giménez“Agerre y Garcilaso. Dos periodistas, víctima y verdugo del golpismo navarro”, editado en 2013 por Pamiela, que he utilizado para escribir mi texto y que os recomiendo vivamente. Si lo leéis, podréis comprobar que mientras Garcilaso tuvo dedicado un premio de “periodismo” hasta el año 2005 –cuando hasta a sus promotores les dio vergüenza seguir invocando a semejante personaje-, Aguerre, como de costumbre, no tiene dedicada ni una mísera calle en Navarra. Así se escribe siempre la historia por estos lares.
En todo caso, quede claro que, como bien señala Iván Giménez en su libro referencial, “Aguerre fue también hijo de su tiempo, por lo que su profundo catolicismo y sus ideas conservadoras son difícilmente reivindicables hoy en día. Incluso su manera de escribir, tanto en castellano como en euskara, adolece de un barroquismo que hoy resulta ampuloso y anacrónico, pero sí que reivindicó Navarra como sujeto histórico e intentó una síntesis entre los nebulosos derechos forales y la pretensión de algo mucho más nítido, como el derecho a decidir, ese ejercicio democrático hoy tan remoto pero que se practicó en las sucesivas votaciones sobre el Estatuto Vasco a principios de los años 30”.
Admitiéndolo, considero sin embargo que el ejemplo de Aguerre es digno de aprecio y recuerdo hoy en día, cuando muchas de las peores características políticas de esos años 30 están volviendo –increíblemente- a resurgir con fuerza. Porque sus convicciones democráticas se basaron siempre en una oposición radical a cualquier autoritarismo, como demuestra uno de sus editoriales, publicado también en el mismo mes de octubre de 1935, en el que condenó el fascismo de Mussolini, y que probablemente selló su destino ante sus perseguidores, tan solo unos meses más tarde.:
“Que se mantenga el fascismo en el poder será lamentable para los italianos y terrible para los que se pudren en las cárceles, pero no significa nada ante la Historia. Tarde o temprano será condenado por su propio fracaso. […] La Historia nos dice que todas las tiranías han caído. Nada se olvida. Todo se paga. Esta es nuestra confesión antifascista. No puede ser otra nuestra posición: antes, ahora y siempre. Somos los hijos del pueblo: dóciles en la paz y en el gobierno de nuestros derechos; ardientes y fanáticos ante el atropello de nuestras esmaltadas esencias de libertad y democracia”.
Pero había prometido explicaros al final por qué los restos agasajados en Poblet en 1935 eran los de un “supuesto” príncipe de Viana. Y de hecho ya habéis visto que aquella impresionante ceremonia que entonces se organizó llevaba oculta mayor carga de profundidad de la que en un principio podría suponerse, y aunque ante la trascendencia de los acontecimientos que os he relatado pierda desde luego importancia, no podéis quedaros sin saber que ahora –casi 100 años después- sabemos que todo aquel reconocimiento y oropel, aquella ofrenda de tierra de Navarra ante los huesos de Carlos de Viana, no fue más que una absurda mascarada, aunque los participantes –bueno, ya hemos visto que algunos de ellos exclusivamente en lo tocante al homenaje al príncipe- sí que actuasen de buena fe.
Porque resulta que en 1998 comenzó el proyecto de identificación por ADN del cadáver del príncipe de Viana vuelto a enterrar en Poblet en 1935, promovido por la investigadora Mariona Ibars y llevado a cabo por el equipo del Antropólogo Forense José Antonio Lorente. Una técnica que, desde luego, jamás pudo imaginar Eduard Toda que alguna vez llegase a existir.
Supuesta momia del príncipe de Viana en Poblet
Y cuando se pusieron a ello, los forenses comprobaron asombrados que esa supuesta momia de Carlos de Viana estaba formada por tres fragmentos de distintas procedencias: el torso al que le faltaba el brazo derecho (recordad lo que conté al inicio: que al príncipe, por su fama de santidad, le cortaron el brazo derecho para convertirlo en reliquia, por lo que Eduard Toda lo único que rebuscó entre los huesos revueltos de todos los enterrados en Poblet fue un manco), pero también la parte inferior de la columna vertebral de otro cuerpo, además unas piernas que le debieron parecer muy apropiadas a don Eduard en aquel momento para completar su particular “Monstruo de Viananstein”. Así que atando las tres partes y cubriéndolo todo con un sudario, se lo entregó a los monjes de Poblet. Debió pensar que lo importante era el símbolo y no la verdad.
Descubrieron los forenses también que la columna de ambos fragmentos sumaba nada menos que 8 vértebras lumbares, y eso que los humanos sólo tenemos 5, porque los restos mostraban evidencia de haber sido serrados para que encajasen lo mejor posible y poder así entregar una “momia” entera.
Así que para confirmar que los restos de Poblet no corresponden al Príncipe de Viana, fue necesario obtener el ADN de los tres diferentes segmentos momificados y compararlos con los cuerpos que, «sin lugar a dudas», correspondían a familiares del Príncipe, identificados en un estudio genético de la transmisión del ADN mitocondrial (el que sólo se transmite por vía materna).
Esto fue posible gracias a su comparación con los restos de Ana de Jagellón-Foix, tataranieta materna de Blanca I de Navarra y sobrina en cuarto grado del Príncipe de Viana, enterrada en la catedral de Praga (el siempre beatífico Arzobispado de Pamplona, el mismo que tan bien trató en su momento a Garcilaso, Esparza o Mola, no dio permiso para que se investigasen los restos bajo el sepulcro de Carlos III –abuelo del príncipe- en la catedral) cuyo estudio dio como resultado que ninguno de los tres fragmentos de la supuesta momia del príncipe en Poblet eran los auténticos. Por tanto, habría que examinar los restos mezclados de las más de cien personas enterradas en Poblet para encontrar, si es que está allí, al verdadero Carlos de Viana, cosa que supondría tal gasto económico que podemos estar casi seguros de que jamás se hará, y los huesos del príncipe de Viana seguirán perdidos por toda la eternidad. Mejor así. El caso es que aquel carnaval del año 1935 se hizo ante los huesos de vaya usted a saber quién, porque desde luego no fue ante los de Carlos de Viana.
Hombre, el Gobierno de Navarra sí que podría presionar al Arzobispado (de hecho, le restauró completamente la catedral en 1994 con el dinero de todos los contribuyentes forales e, incomprensiblemente no se le ocurrió exigírselo a cambio, siquiera por mera curiosidad histórica) para que alguna vez se estudien los dos ataúdes, se supone que llenos de restos de los reyes y reinas navarros, que custodia la hermosa tumba borgoñona de Carlos III el Noble. Por supuesto, podemos esperar sentados a que algo así ocurra…
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2024
La Biblioteca de la institución Morgan de Nueva York conserva un misal castellano decorado (signatura MS M.146) https://ica.themorgan.org/manuscript/page/3/77071 con varias miniaturas entre las que destacan dos representaciones de armas heráldicas (fols 7r y 121r) que el informe curatorial atribuye -equivocadamente- a Juan II de Aragón y a su mujer, la reina Blanca I de Navarra.
Ocurre que el marido de Blanca no llegó a ser nunca rey de Castilla -ya hubiese querido él- y esas son las armas representadas a la izquierda, y que las insignias que dicho informe atribuye de forma un tanto delirante a la Orden del Hacha (una supuesta Orden catalana del siglo XII, más mítica que real, que no tiene ningún sentido en pleno siglo XV castellano) son en realidad las de la Orden de la Escama, fundada entre 1410 y 1420 o bien por el propio Juan II de Castilla o bien por su tutor-regente, el infante Fernando de Antequera, a la sazón padre del infante Juan de Aragón.
Detalle fol. 121r
El collar de dicha Orden lo describió Jorge de Einghen (caballero alemán que pasó también por la corte pamplonesa del príncipe de Viana) de esta forma: «un collar ancho en forma de escamas de pez». Según A. Fernández de Córdova, las escamas podían entenderse en el siglo XV como "piel de pez", "piel de serpiente" o como la malla metálica que formaba la cota protectora de los caballeros, que es la acepción que explica mejor el sentido de un collar que se identificaba con la pieza de la armadura conocida como "gorguera", y que formada por planchas articuladas protegía el cuello y la parte superior del pecho.
Collar de la Orden de la Escama en la tumba de un caballero
de la familia Velasco en Medina de Pomar
En este contexto heráldico, parece que con las escamas (imbricadas unas con otras para reforzar su unión) se pretendió simbolizar la siempre maltrecha unidad familiar de los Trastámara, divididos cada vez más entre los intereses de la rama castellana y la aragonesa- que era la que reinaba también en Navarra por medio de Juan II, el marido de Blanca I, la propietaria y señora natural).
Y ese collar de la Orden de la Escama (dibujado en planta) es el que podemos ver colgando del escudo cuartelado Castilla/León propio del Rey de Castilla Juan II. Con una novedad, que de él cuelga otra divisa particular suya: el Ristre (otra pieza fundamental de la armadura caballeresca), insignia que no adoptó hasta por lo menos el año 1428, por lo que el Misal no puede ser anterior a esa fecha. Al estandarte con las armas de Castilla vemos que también le acompaña probablemente el de dicha Orden de la Escama: una Cruz flordelisada acantonada por 4 Escamas. También podría ser, no obstante, el de la Orden de Santiago, si en vez de Escamas interpretamos que son veneras jacobeas las representadas en las 4 esquinas.
En cuanto a las armas heráldicas del lado derecho, las que supuestamente pertenecerían a doña Blanca I de Navarra, creo que en realidad representan a su marido, Juan II de Aragón, rey de Navarra desde 1425, y que por eso mismo anteponen el cuartelado Navarra/Evreux al cuartelado en aspa de sus emblemas propios: Aragón, Castilla y León, que es exactamente el mismo orden que muestra en su sello personal del año 1426 o el que puede verse en el escudo del claustro de Santa María de Olite.
Vemos que están soportadas por dos lebreles (el emblema heráldico de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux) y que la preciosa cimera está coronada también por el mazo de plumas de pavo real propio de los reyes de Navarra, flanqueada a la derecha por el collar de hojas de castaño de la Orden navarra de Bonefoy (fundada por Carlos III el Noble), y a la izquierda por lo que evidentemente es el collar-gorguera ya descrito de la Orden castellana de la Escama, sólo que dibujado esta vez en perspectiva y no en planta, como el que acompaña a las armas del rey de Castilla. Es una de las mejores representaciones gráficas, por cierto, que de él nos quedan.
Armas y divisas heráldicas de Juan II de Navarra o de su mujer,
la reina propietaria Blanca I
Detalle del collar de la Orden de la Escama
Quizás lo representado en el Misal sea por tanto una de las múltiples y breves treguas que en esos años previos a la guerra castellano-aragonesa de 1429 (que tanto afectó también a Navarra por culpa del marido de doña Blanca I) se hicieron entre el rey de Castilla y los Infantes de Aragón, durante la cual Juan II de Castilla habría concedido la Orden de la Escama a su homónimo Rey de Navarra, que como vemos ostentaba y hacía gala también de todas las insignias y divisas propias de los Evreux, a quienes paradójicamente, pocos años después, y en la figura de su propio hijo, el príncipe Carlos de Viana, se complacería en perseguir y eliminar.
No me consta que en la Orden de la Escama se admitieran damas, lo que reforzaría la hipótesis de que las armas representadas en el Misal son las de Juan II de Aragón (como rey de Navarra) y no las de la reina, Blanca I.
No obstante, si optamos por adjudicarle esas armas a ella, y damos por lógico que fueran las de la reina propietaria las armas representadas, y que por esa misma razón aparecerían todas sus divisas propias (entre las que en este caso concreto se incluiría también la Orden castellana de la Escama), no me resisto a incluir la posibilidad, basándome en las fotos más antiguas que conozco de la estatua de Blanca en el claustro de Santa María de Olite (la que aparece en el 5º tomo del Arte Medieval de Uranga e Iñiguez y la del libro de Steven Janke), en las que todavía se aprecian detalles que hoy en día ya no pueden percibirse, de que sea ese collar-gorguera de la Orden de la Escama lo que llevase -hasta que la erosión y la dejadez lo borró para siempre- la legítima reina propietaria de Navarra.
Foto más antigua de la estatua de Blanca de Navarra en
el claustro de Santa María de Olite (c.1432)
Foto un poco posterior, para el libro de Steven Janke
Estado actual
La foto de Jose Esteban Uranga es la más antigua, y todavía se ven mejor las extrañas placas imbricadas que cubrían el cuello y el arranque del pecho de doña Blanca en Santa María de Olite. Desde luego se parecen bastante a las escamas que enmarcan las armas heráldicas de Juan II en una chimenea de la cartuja de Miraflores o las que coronan las torrecillas circulares de la torre de Juan II en el Alcázar de Segovia.
Chimenea con decoración de escamas en la Cartuja de Miraflores
Torrecillas con escamas en el alcázar de Segovia
¿Podría ser entonces efectivamente el collar de la Orden de la Escama el
que lleva Blanca, como el que aparece en el citado Misal de la Morgan Library?
Si dicho libro no puede ser anterior al año 1428, ya que aparece también el
ristre como divisa personal de Juan II de Castilla, y del claustro de Santa
María de Olite sabemos que estaba en construcción en 1432, así que
probablemente las obras comenzaron antes, las fechas podrían coincidir.
No me resisto de todas formas a poneros también una imagen del gigante construido por el gran Aitor Calleja para la comparsa Perrinche de Tudela, inspirado en la estatua olitense, y así podréis ver también a todo color la talla de la que os hablo.
2 artículos de Álvaro Fernández de Cordova:
Las divisas del rey: escamas y ristres en la corte de Juan II de Castilla
El cordón y la piña. Signos emblemáticos
® MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2024
La recientísima reedición del sugerente artículo del gran historiador francés Marc Bloch titulado “La vie d’outre-tombe du roi Salomon” (La vida de ultratumba del rey Salomón), originalmente publicado en 1925, me permite especular también sobre la representación de dicho personaje bíblico en el arte medieval navarro.
Fijándose en dos leyendas sobre el rey de Israel recogidas en dos obras separadas por siglo y medio: la inglesa Vida de San Eduardo y la francesa Historia de Carlos VI, a Bloch le llamó la atención que en ambas se asegurase que Salomón, a pesar de ser a quien Dios concedió más sabiduría y quien edificó el Templo de Jerusalén, por haber caído al final de sus días en la idolatría y –sobre todo- en la lujuria, había sido condenado a no entrar en el Paraíso y a realizar penitencia por sus pecados.
En efecto, la citada Vida de San Eduardo el Confesor data de entre 1161 y 1250, y se conserva en la Universidad de Cambridge. En ella aparece interpolada esta curiosa historia:
"Dos peregrinos ingleses de vuelta de Jerusalén, ampliaron su viaje hasta el monte Sinaí. No lejos de allí, al pie de las montañas, fluía un río que nacía en el Paraíso, el Eufrates, por lo que decidieron remontar su corriente para buscar su origen. Tras muchas jornadas llegaron ante un muro infranqueable, de largura y altura infinitas. Sin embargo, vieron un arco sobre el río, debajo del cual las olas rugían violentamente, así que decidieron arrojarse a las aguas en aquel mismo punto y llegaron entonces a un bosque muy sombrío, en el que destacaba un enorme palacio en ruinas, con todas sus habitaciones vacías hasta que llegaron a la última, donde encontraron a un personaje de noble aspecto y agradable semblante, que les acogió con amabilidad y les informó de que pasado el bosque hallarían la ciudad de los reyes, llena de todas las delicias de la Salvación y la Vida eterna. Ellos le preguntaron entonces quién era, y él les dijo que descendía de la estirpe de David, porque era el rey Salomón quien, habiendo provocado la cólera de Dios, estaba obligado a hacer penitencia hasta el día del Juicio Final".
Casi siglo y medio después, en 1431, Jean Jouvenel des Ursins, obispo de Beauvais, escribió una Crónica del reinado de Carlos VI, y al llegar al año 1403 cuenta lo siguiente:
"Un hombre que vivía en París quería invocar al Diablo para hacerle unas trascendentales preguntas que, desafortunadamente, la fuente no aclara. Le aconsejaron que viajase hasta “la salvaje Escocia” para encontrarse con el demonio. Hizo el viaje, y en aquel misterioso país halló al fin a una anciana que le aseguro que podía conseguirle cita con el señor de las tinieblas. Le llevó entonces a un viejo castillo en ruinas, que sobre el muro tenía un saliente bastante grande. La bruja le ordenó que se quedara allí quieto, hasta que viese llegar a un hombre de color tan negro “como los moros de Mauritania”, y que él respondería a todas sus preguntas. Mientras esperaba tal visita, vio que sobre dicha ménsula o saliente aparecía de repente una caja en la que había una persona desnuda. Y entonces vio venir más de mil cuervos, que desmembraron a aquella pobre persona, y se comieron toda su carne, dejando sólo los huesos. Y esto hecho, fue metido de nueve en la caja y se lo llevaron.
Cuando llegó el Demonio, lo primero que el viajero le preguntó fue que quién era aquel desdichado, a lo que contestó que era el rey Salomón. Entonces le preguntó también si es que tan sabio monarca estaba condenado al Infierno, respondiéndole el Diablo que no, pero que cada día –hasta el fin del mundo- sufriría semejante castigo".
¿Por qué un personaje bíblico tan importante como el rey Salomón, supuesto autor de algunos de los libros más importantes de la Biblia, pudo ser considerado en la Edad Media como no lo suficientemente digno de ser salvado? Quizás por lo que cuenta el Libro de los Reyes:
“Cuando Salomón llegó a la vejez, sus mujeres hicieron que volviese su corazón hacia deidades paganas, abandonando al verdadero Dios, al contrario que hizo su padre, el rey David. Fue por esto por lo que el Señor se indignó contra Salomón, porque él había dejado de adorarle, a pesar de que le había concedido la mayor sabiduría con una sola condición: que nunca abjurase del Dios de Israel”.
Sí, ahí debió estar el origen de las suspicacias de tantos doctores y exégetas cristianos que dudaron muy seriamente de las posibilidades de salvación eterna de alguien que, como Salomón, había caído en la idolatría precisamente debido a la tentación de la carne, el pecado más imperdonable para la mentalidad de los eclesiásticos medievales, que a pesar de ello lo consideraron también ancestro del propio Cristo, como aseveraba la genealogía inserta en el Evangelio de San Mateo.
Entre medio de esos dos sorprendentes testimonios que hemos visto, muchos otros autores se ocuparon de la figura del rey Salomón, siendo probablemente el más importante de todos ellos Dante Alighieri, que frente a aquellos que le negaron la gloria eterna, sí que lo situó morando en el Paraíso en su Divina Comedia.
Pero es sin duda en las representaciones artísticas de aquel tiempo donde mejor podrá verse esa dicotomía entre el Salomón merecedor del Cielo o el Salomón condenado al Infierno. Sobre todo, en las correspondientes a un tema de mucho éxito en la época: la Anástasis o el descenso de Cristo a los Infiernos tras su resurrección para liberar las almas de los justos del Antiguo Testamento que habían vivido antes de la llegada del Mesías.
Es un tema que no aparece en la Biblia, pero si en apócrifos muy difundidos en la Edad Media, al principio en Oriente, como el Evangelio de Nicodemo, de donde pasaría a textos fundamentales de la hagiografía y la historia occidentales como la Leyenda Aurea de Jacobo de la Varágine o el Speculum de Vicente de Beauvais. De allí pasaron asimismo a los Misterios que representaban teatralmente escenas de la Historia Sagrada, con especial predilección por las de la Pasión de Cristo.
Cronológicamente, en el arte bizantino son muy numerosas las escenas de la Anástasis, en las que se forja la iconografía que luego se extenderá también a Occidente, según la cual Cristo libera a Adán y Eva “tirando” de ellos o al menos dándoles la mano para sacarlos de la morada infernal donde se encuentran. Pero a partir del siglo XI se añade un motivo accesorio que acabará convirtiéndose casi en inmutable: la presencia cerca del Redentor de dos personajes coronados, que los historiadores reconocen casi unánimemente como David y Salomón. De esta manera los artistas y quienes encargaron la obra dejaban clara su fe en que ambos monarcas hebreos se habían salvado.
Pero en Occidente, según Marc Bloch, eso no parecía quedar tan claro, como demuestra la Anástasis representada en el Beato de Girona, realizado hacia 975, magníficamente estudiada por Joaquín Yarza, pero que Bloch no debió conocer, donde no aparecen representados justos con corona.
Beato de Girona - Siglo X | |
Y tampoco en Francia, donde en las Anástasis representadas en los monumentos que nos quedan del siglo XII, tras Adán y Eva sólo aparecían representados personajes sin caracteres distintivos.
Catedral de Ravello |
No obstante, en la contemporánea catedral de Benevento, que parece servir de precursora a todo Occidente en este peliagudo asunto salomónico, se muestra ya un solo rey, lo mismo que ocurrirá un siglo y medio más tarde en la Anástasis pintada por Andrea Bonaiuti en la capilla dei spagnuoli de Santa María Novella de Florencia, donde ocurre lo mismo.
Anástasis en Santa María Novella |
No hay duda de que se trata del rey-profeta David, porque su salvación tras el descenso de Cristo a los Infiernos quedaba atestiguada por el citado Evangelio de Nicodemo, que no menciona en ningún caso a Salomón, lo que hizo de paso que el rey sabio tampoco apareciera representado en los exitosos Misterios teatrales que tanto auge cobraron durante los siglos XIV y XV en Occidente. En todo caso, el Gótico supuso también la adopción de nuevos códigos de representación teológica e iconográfica, pues el Descenso de Cristo a los Infiernos ya no suponía sólo la resurrección para él y para los justos veterotestamentarios, sino para todos los fieles. De ahí que en la gran mayoría de los casos ya no se representase a los liberados con distintivo alguno.
Dicho todo esto, recordemos que Marc Bloch publicó su artículo en 1925, y que no tuvo por tanto acceso a muchas otras representaciones artísticas que quizás le hubiesen hecho cambiar de opinión en ciertos aspectos.
Porque si hubiera podido conocer los ejemplos navarros de este tema, hubiese podido comprobar que al menos en varios de los de época románica, se siguió fielmente el modelo bizantino. Como por ejemplo en el claustro de la catedral de Tudela, construido entre 1185 y 1200, donde la Anástasis aparece en uno de los capiteles, y donde además de Adán y Eva podemos ver dos cabezas coronadas: David y Salomón.
Anástasis en el claustro de la catedral de Tudela | |
Y si bien es cierto que en ejemplos anteriores, como en la esquemática metopa de la portada de San Martín de Artaiz:
o en el muy deteriorado capitel del claustro de San Pedro de la Rúa de Estella:
Así, en la conservada en Amiens podemos ver a dos reyes, que serían lógicamente David y Salomón:
Y en un alarde de originalidad del autor navarro, en la conservada en la Biblioteca de la Universidad de Augsburg podemos contar nada menos que…
¡Tres reyes!, lo que desde luego abre un interesante enigma sobre la posible identidad de ese tercer rey que acompañaría en el Infierno a David y a Salomón.
Teniendo en cuenta que la Biblia que hoy se conserva en Alemania fue un encargo posterior a la que se conserva en Amiens, y que quizás el geniudo Sancho metió prisa al pobre Ferrando para que acabase pronto el segundo ejemplar y poder así regalárselo a su hermana Blanca, que iba a casarse con el conde de Champaña, ¿podría ser ese tercer rey representado una irónica venganza del apremiado ilustrador, que se habría atrevido a situar a su patrón en el Infierno? Al fin y al cabo, Cristo terminaba por liberarlo luego de sus penas, así que no supondría demasiada afrenta. Lo cierto es que Ferrando no volvió a colaborar nunca más con el irascible monarca navarro, prefiriendo la tranquilidad de su canonjía en Calahorra al complicadísimo puesto –tratándose de un reino tan pequeño como el nuestro, siempre apetecido por Castilla y Aragón y ninguneado por el Vaticano- de canciller del rey de Navarra.
Pero quizás la explicación más sencilla al misterio de los tres reyes condenados nos la proporcione el Talmud, la obra que recoge multitud de normas, tradiciones e historias judías, elaborada en las academias rabínicas de Jerusalén y Babilonia, en cuya parte más antigua, o Mischná, podemos leer una leyenda que asegura que todo Israel compartió la vida eterna, salvo grandes pecadores de su historia, entre los que había precisamente tres reyes: Jeroboam, Acab y Manasés, que se habían rebelado contra Dios, adorando ídolos e incumpliendo sus mandamientos. Así que podría ser que fueran ellos los representados en esta Biblia de Sancho el Fuerte, y que ello demostrase de paso la posible relación que tuvo que tener Ferrando Pérez de Funes con sabios hebreos para componer su obra, indispensable para reflejar fielmente tantos y tantos pasajes bíblicos del Antiguo Testamento como aparecen reflejados en sus dos biblias.
Biblias que tuvieron, por así decirlo, una tercera hermana, pues una adaptación de las mismas, hecha ya en estilo gótico y probablemente para la reina Juana II de Navarra, por lo tanto ciento cincuenta años después de las originales, que se elaboraron entre 1197 y 1199, se conserva hoy en día en la Biblioteca Pública de Nueva York, pero como hemos dicho, en esa época la Anástasis ya no solía representar personajes señalados, más allá de los consabidos Adán y Eva:
Esto es algo que puede verse también en la portada de San Cernin de Pamplona:
En la portada del Arcedianato de la Catedral de Pamplona:
O en la del Santo Sepulcro de Estella:
Otra posible explicación a ese tercer rey en el Infierno de la biblia de Augsburgo podría ser que a las figuras “canónicas” de David y Salomón, su autor decidiera unir la del ya citado Manasés, un rey que, aunque abandonó al Dios de Israel para adorar a ídolos extranjeros, terminó por arrepentirse y fue perdonado, por lo que acabaría mereciendo la salvación. Es digno de recordar también que, precisamente con ese mismo rey, fue comparado en su tiempo Carlos II de Navarra, primero por Philippe de Mezieres, que incidió más en el carácter traicionero del rey israelita y luego por Guillaume de Machaut, que en cambio subrayó su arrepentimiento.
En cualquier caso, y para finalizar, quede bien claro que no he querido enmendar la plana a Marc Bloch, un historiador por el que siento una gran admiración (su monumental obra “Los reyes taumaturgos” me fue de mucha utilidad y magisterio para mi “En recta línea”) y que, además, acabó fusilado por la Gestapo por pertenecer a la Resistencia francesa en 1944.
Al contrario, descubrir este pequeño y desconocido ensayo suyo, que ahora le hace ser considerado un precursor de la Antropología Histórica, me ha abierto otra puerta –en este caso la de los Infiernos- al siempre maravilloso mundo de las imágenes medievales.
Y le estoy muy agradecido por ello.
BIBLIOGRAFÍA:
-La vie d'outre-toumbe du roi Salomon / Marc Bloch
-La imagen del mal en el románico navarro / Esperanza Aragonés Estella, pags. 47-52.
-El Beato de Gerona / Joaquín Yarza
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2024