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Channel: Crónicas irReales de Navarra

UTRIMQUE RODITUR

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En la fabulosamente dieciochesca Biblioteca de la catedral de Pamplona, se conservan una serie de Atlas tan hermosos como sólo pueden serlo esos coloridos planisferios de los siglos XVI y XVII, cuando todavía quedaban territorios por descubrir y por describir. En una de mis visitas tuve la suerte de poder ojear uno de ellos titulado: "Parte del Atlas Mayor o Geographía Blaviana, que contiene las cartas y descripciones de las Españas", fechado en el año 1672. 



Es una obra soberbia, de un tamaño que hoy podríamos identificar con las aparatosas ediciones de Taschen, como corresponde al que podríamos considerar como verdadero rey de los Atlas, cuyo nombre de pila tan evocador: "Geographia Blaviana", le viene por el de su autor: el holandés Willem Janzoon Blaeu.

Además de los mapas, que son un prodigio de detalle, los editores se preocuparon de incluir noticias históricas de cada reino, que, como de costumbre, no me hubieran llamado demasiado la atención si alguna de ellas no permitiese echar a volar mi muy blaviana imaginación. ¿Cómo definir si no esta más que sorprendente etimología del nombre de Navarra?:


Porque por supuesto que he conocido y conozco muchos paisanos nuestros que hacen de la barra un modo de vida, pero jamás pude pensar hasta consultar al señor Blaeu que lo que realmente hacían todos ellos cuando empinaban el codo con tanta frecuencia era una muestra constante de patriotismo navarro (o labarro, a elegir). 


Esta insólita información proporcionada por el cartógrafo holandés abre también una nueva era en el campo de nuestra Etnografía, pues basta con imaginarse cómo se llamarían hoy día algunas instituciones de haber hecho caso al erudito neerlandés, para comprender la importancia de su descubrimiento. Así, glosar por ejemplo las históricas hazañas de los gloriosos Reyes de La barra, poder votar en las elecciones para escoger al Gobierno de La barra, cantar a voz en grito el pasodoble: "¡No te vayas de La barraaaa!", o grabar en las matrículas automovilísticas LA en vez del histórico NA, como si la eurovisiva Massiel hubiera sido elevada sobre el pavés, no me cabe la menor duda de que  hubiesen mejorado mucho nuestro siempre crispado ambiente político. 

Bien asentadas todas estas acrisoladas certezas, diré también que no he encontrado en la Crónica del obispo García de Eugui la cita en la que Blaeu asegura basar su afirmación. Pero como también nombra al cronista Tristán de Silva, y este fue un castellano muy alejado de la realidad navarra, que además dedicó sus esfuerzos historiográficos exclusivamente a hacerle la pelota al emperador Carlos V, y que precisamente por eso mismo logró ser alcalde de -¡Caramba, qué sorpresa!- Madrid, podríamos adjudicarle a él -sin temor a equivocarnos demasiado- esta invención del "UTRIMQUE RODITUR" - "POR TODAS PARTES ME ROEN"-, el supuesto lema (que nunca lo fue) del príncipe de Viana, y que según el imaginativo cronista ni siquiera vendría de Carlos de Viana, sino de Sancho el Fuerte, que habría dejado así fijado el principal problema del reino de Navarra a lo largo de su trayectoria como país independiente: la continua apetencia de sus vecinos (Castilla, Aragón y Francia) por repartírselo y acabar con sus libertades políticas. La plasmación gráfica de esas constantes invasiones serían los dos lebreles que a los pies de la reina Leonor se pelean por un hueso (que representaría a Navarra) en la tumba del rey Carlos III el Noble en la catedral de Pamplona. 


Sin embargo, huelga decir que ni ese sepulcro (construido en 1425), ni la invención del castellano Tristán de Silva, luego recogida por el holandés Blaeu (que justo es reconocer que no le da validez alguna, como puede verse en el texto), tienen base histórica alguna, y que por tanto ni Navarra fue nunca La barra (aunque alguna vez podamos ponerlo seriamente en duda), ni el lema "Utrimque roditur" es otra cosa que una curiosa adjudicación que, eso sí, ha gozado de tanto éxito que incluso hoy en día puede seguir utilizándose perfectamente para explicar la alevosa actitud de supuestos líderes políticos que todo lo que saben de Navarra parecen haberlo aprendido en la barra -ellos sí- de un bar. madrileño

Mapa del Reino de Navarra en la Geographia Blaviana (1672)


©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019



LA TÍA ELISA

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Desde que tengo memoria, la tía Elisa fue una presencia habitual en nuestras casas. La abuela Pilar, su hermana, tenía colgado su retrato en la suya, y cuando se vino a vivir con nosotros lo trajo con ella y mi madre lo colocó en la nuestra.

Elisa Blasco Torrea (1902-1918)
Es una fotografía que calculo que tiene unos 105 años, sobre todo teniendo en cuenta que la tía Elisa murió en 1918, cuando sólo tenía 16 años, afectada por la temible epidemia que aún se conoce injustamente como Gripe Española, aunque en realidad todo indica que la enfermedad nació en EEUU, pero que la férrea censura de prensa establecida en los medios de comunicación de las naciones enzarzadas en la 1ª Guerra Mundial adjudicó al único país occidental que no participó en ella, y cuyos periódicos por tanto sí que se ocupaban de ese vertiginoso contagio que se llevaba por delante sobre todo a los y las más jóvenes, como la pobre tía Elisa. Se calcula que en todo el mundo murieron entre 40 y 100 millones de personas, y se la considera como la peor pandemia padecida por la humanidad, muy por encima de la Peste Negra que diezmó Europa en el siglo XIV.

La tía Elisa fue la hija más pequeña del matrimonio formado por Isidro Blasco Novoa y Juliana Torrea Pérez, que vivían en Pedroso. Tuvieron cuatro hijas más: Segunda (nacida en 1892), Julia (nacida en 1896), Pilar (nuestra abuela materna, nacida en 1900) y Sabina, que murió cuando sólo tenía dos años, y de la que desconocemos exactamente su año de nacimiento, que quizás pudo ser 1898. En realidad tampoco sabemos en que año nació Elisa, aunque podemos especular con que sería en 1901 o 1902, y que por tanto tendría unos 16 años al fallecer en el año de la gripe.

Los bisabuelos Isidro Blasco Novoa y Juliana Torrea Pérez
De izquierda a derecha sus hijas: Segunda, Julia y Pilar, hacía 1900
Reverso de la misma fotografía. Esta no hay duda de
 quién y dónde la hizo: Alberto Muro, en Logroño
El retrato del que os hablaba la muestra como lo que era: una niña, cuya edad oscilaría en el momento de posar para el fotógrafo entre los 13 y los 14 años. Comparando ese rostro enmarcado con las otras dos pequeñas fotografías que de ella conservamos, podemos comprobar que en realidad se trata de la misma imagen en los tres casos, sólo que retocada y de diferentes tamaños, y que esa imagen tiene su origen en otra fotografía convertida en postal que muestra a las tres hermanas que hacía 1915-1916 seguían residiendo en el pueblo con sus padres: Julia, Pilar y Elisa.

Esta debió ser la única foto que hicieron a Elisa en su vida, y fue obtenida pensando en enviársela a su hermana Segunda, que el año 1910 había emigrado a la Argentina, en cuya capital, Buenos Aires, permaneció hasta el año 1929, que fue cuando regresó a Pedroso para volver a vivir ya siempre con sus dos hermanas Julia y Pilar.

Julia, Elisa y Pilar Blasco Torrea, hacía 1915
La fotografía no tiene sello de autor, así que es imposible saber quién la hizo. Viendo el fondo escogido, que no parece de estudio, quizás podríamos adjudicársela a algún fotógrafo aficionado o incluso itinerante, que iría por los pueblos ofreciendo inmortalizar a quien le pagase unas pocas pesetas. O quizás no, y puede que bajaran a Logroño para que saliese perfecta. Como os digo, aunque fue revelada como postal, no fue enviada por correo, pero sí que en su reverso consta la inscripción: "Para Segunda Blasco". Por eso mismo sabemos que la imagen fue concebida para que la querida hermana que vivía entonces tan lejos pudiera tener un recuerdo de las hermanas que se habían quedado en Pedroso. Que ahora podamos admirar esta imagen significa que la tía Segunda la recibió en mano, entregada probablemente por otro emigrante del pueblo, y sobre todo que luego la trajo con ella y la conservó siempre tras su retorno.

Julia, a la izquierda, Pilar, a la derecha, y Elisa, en el centro, llevan sus mejores galas, con ese detalle de las dos mayores con su reloj prendido al pecho o colgando del cuello y un abanico en las manos, que también lleva Elisa. Nuestra abuela lleva falda de cuadros, y Elisa lleva un precioso vestido blanco bordado con muchos encajes. Mira a la cámara con gesto un poco menos hosco que sus hermanas, quizás porque todavía era una niña, y podemos fijarnos también en que le sobresale un mechón en la frente, detalle que la abuela Pilar explicaba porque la tía Elisa debía ser muy trasto, y ella misma se había cortado el pelo con unas tijeras, sin sospechar que esa sería la imagen que quedaría siempre de ella.

Y es que no sabemos mucho más de la tía Elisa, lo cual no resulta demasiado extraño a un siglo ya de su muerte. Sólo ese detalle del cabello cortado que rompe coquetamente la simetría de su peinado, y otra historia que contaba la abuela Pilar sobre ella, que demuestra otra vez que podía ser una niña, sí, pero que tenía su carácter. Al parecer se aburría en la Escuela, que entonces no estaba en la Plaza sino en el Cerradillo. O sea: a un paso de su/nuestra casa. El caso es que alguna vez se escapaba de clase, y al pasar por delante de la puerta donde estarían su madre o sus hermanas mayores, se tapaba los ojos pensando que así los demás no la veían. Cosas de cría...

Nos queda también un pequeño objeto personal suyo, quién sabe si elaborado en la propia fábrica de muebles que hubo en el pueblo, y que la familia conserva a pesar de los distintos traslados y migraciones que en todo un siglo se dieron. Es un banquito de apenas 25x14 cm, sobre el que podemos imaginarnos que la tía Elisa se subiría para mirarse en el espejo mientras se cortaba su mechón rebelde. Quién sabe...

Su muerte debió afectar mucho a su familia, sobre todo a la abuela Pilar, quizás porque era la hermana que menos años se llevaba con ella. Tanto que, cuando se casó con mi abuelo Fermín Viniegra allá por el año 1921, el nombre que escogió para su primera hija fue precisamente el de Elisa. Y hay que recordar que lo más habitual era ponerle el nombre de una de las abuelas, que en este caso eran María Larios Sáez y la ya citada Juliana Torrea Pérez. Pero no: eligió el de su querida hermana desaparecida hacía ya más de tres años. Y esa hija es nuestra madre: Elisa Viniegra Blasco, que nunca ha olvidado que lleva el nombre de la tía que murió el año de la gripe.

 Su retrato, como dije al principio, siempre ha estado en casa. Uno de tamaño folio y otros dos más muy pequeños. El grande era el de la abuela Pilar, los otros dos -muy probablemente- de sus otras dos hermanas: uno de la tía Julia y otro de la tía Segunda. Ambas permanecieron solteras y se dedicaron a cuidar, primero a las hijas e hijos de su hermana Pilar, y luego, ya en Pamplona, también a los de su sobrina Elisa, o sea: a mis hermanos y a mí. Julia murió cuando yo era muy pequeño y apenas la recuerdo, pero a la tía Segunda le debo muchas cosas, sobre todo sus maravillosas historias sobre lo que había vivido en aquellos casi veinte años en Buenos Aires (asistencia a conciertos del famosísimo tenor Enrico Caruso incluida), y un cariño y una paciencia infinitas. Ahora puedo hacerme a la idea del tremendo shock que tuvo que suponer para ella, después de haber vivido tanto tiempo en la capital del mundo en aquella época, regresar a un pueblo de apenas 500 habitantes. Pero los relatos se entrecortan, y no hay forma ya de saber qué le movió a hacerlo. Tengo entendido que fue porque pensó que si no volvía en aquel momento, ya nunca más regresaría, pero el sacrificio personal debió ser aún así muy alto, por más que mis hermanos y yo agradezcamos cada minuto que nos dedicó, y fueron muchísimos...

Segunda Blasco Torrea en Buenos Aires, hacía 1920
¿Pero cómo habría sido la tía Elisa de haber superado aquella terrible gripe? ¿Seria y un poco adusta como sus hermanas Julia y Pilar, o alegre y sociable como Segunda? Pues observando el gesto que mantiene en su retrato, y recordando lo que la abuela contaba de ella, creo que hubiera sido más parecida a su hermana más mayor. Lo que sí es cierto es que, bien mirado, mostrar su retrato en Internet supone ahora darle la oportunidad de volver a vivir un poco, aunque sea de forma virtual

De todas maneras puedo asegurar que algunas veces, sentado en la madera junto a la puerta de nuestra casa en Pedroso, me parece verla doblar la esquina del Cerradillo, y al darse cuenta de que la estoy mirando, se tapa los ojos con su mano como para que no la vea y, conteniéndose la risa, sigue andando y baja por la ribera hasta Vado, donde sus tres hermanas la están esperando ya junto a la fuente. Les digo que miren a la cámara, como hace 105 años. Ahora ya están las cuatro juntas otra vez.

PD: Imposible haber trazado este recuerdo sin los apuntes genealógicos de nuestro padre, Fermín Zuza, que tuvo la curiosidad de preguntar a los abuelos y a las tías por sus raíces familiares, y sin cuyo trabajo, muy probablemente se habrían perdido para siempre. Muchas gracias, papá.





© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019









LA TÍA ELISA 2ª PARTE

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Al escribir el otro día la historia de nuestra tía Elisa dije que no nos quedaban muchos recuerdos de ella, lo que no resultaba extraño teniendo en cuenta que murió hace un siglo, el año de la gripe. Tan sólo un banquito de madera y un par de rasgos de su carácter: que al parecer no le gustaba la escuela, y que ella misma se cortó el mechón que le cubría la frente, el día que le hicieron la única fotografía que nos permite evocar su imagen.

Lo que yo no sabía el jueves es que sí que mi familia guardaba otro objeto relacionado con la tía Elisa. Uno que viene a cerrar el círculo de su propia historia, además, pues refleja mejor que miles de palabras que yo pueda hilar la unión existente entre las hermanas Blasco, incluso con la que estaba a miles de kilometros, en Argentina: la tía Segunda. Puse su foto, fechada en los años 20 en Buenos Aires, ¿os acordáis?

Segunda Blasco en Buenos Aires, hacia 1920

Pues en esa fotografía, y en realidad en todas las que de ella conservamos, la tía Segunda lleva un precioso dije de oro colgado del cuello, siempre el mismo. El mismo que llevó consigo toda su vida, pues incluso yo, siendo muy pequeño, recuerdo habérselo visto puesto. Lo que yo no sabía hasta que mi hermana  me lo dijo al día siguiente de leer mi crónica sobre la tía Elisa, es que ese colgante encerraba dentro de sí la clave de la historia que acababa de escribir, y que la tía Segunda, la hermana que vivía tan lejos de las otras tres, recibió en Buenos Aires no sólo la postal con la fotografía de Julia, Pilar y Elisa (la única imagen que nos queda de Elisa, y de la que se hicieron las demás que conservamos), sino también el  otro recuerdo que de la hermana fallecida en 1918 guardaron/guardamos:


Efectivamente: el mechón de pelo que Elisa se cortó el día que le hicieron su única fotografía no era simplemente por tanto una muestra de su carácter rebelde, sino también la prueba del cariño que tenía por su hermana Segunda, que quería que se acordase de ella de esa manera. Cosa que consiguió, pues ella lo llevó toda su vida sobre el corazón en un dije guardapelo, un tipo de joya muy común a finales del siglo XIX y principios del XX, que es lo que realmente era ese colgante tan hermoso.

Podemos imaginar el dolor que sentiría al enterarse, quizás meses después, de la noticia de la muerte de su hermana Elisa, a la que no había visto desde que salió de Pedroso en 1909 para emigrar a la Argentina. Es decir, cuando Elisa sólo tenía 8-9 años y Segunda 17. Es decir, podemos pensar que, igual que hizo luego tantas veces en su vida, ella sería la encargada -como hermana mayor- de cuidar a la más pequeña, y que ese lazo entre ellas jamás se rompió, aunque después no conservemos más cartas entre ellas (lo que no quiere decir que no las hubiera) que la postal que sus tres hermanas le enviaron... junto con el mechón de pelo de Elisa, siempre tan traviesa.


La tía Segunda contaba que ella misma había acudido a una buena joyería de Buenos Aires y que entre todos los broches y colgantes que le mostraron, el que escogió fue el que más le gustó. Tanto que, aunque a las pocas semanas le advirtieron de la misma tienda que tenían un modelo muy parecido, adornado con rubíes, prefirió quedarse con el suyo, en cuyo reverso hizo grabar sus iniciales. En esa misma joya tan preciada es en la que hacia 1915 guardó el mechón y la foto de Elisa.

Y ahora, al desvelar el secreto de ese dije en 2019, es como si Elisa y Segunda volvieran a abrazarse después de muchos años separadas por un océano de agua salada y de tiempo...





© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019



DANTZA!

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Versalles, 7 de mayo de 1663

Majestad Cristianísima: en cuanto a la respuesta que esperáis a la cuestión que me propuso vuestro canciller sobre la imposibiliad de documentar ni una sola vez que los reyes de Navarra hubiesen bailado en público, tras arduos esfuerzos por mi parte he de confesaros que, tras revisar todos los Archivos que del Royaume de Navarre se conservan a este lado de los Pirineos, sólo he sido capaz de hallar un ejemplo que creo que podréis utilizar para vuestro propósito, que según tengo entendido no es otro que el de sorprender a toda vuestra Corte con un baile orquestado por el maestro Lully.

Al contrario que en el caso de los Reyes de Francia, que ya desde vuestro augusto antepasado Carlomagno es notorio que gustaban de danzar ante sus familiares y amigos, los de Navarra siempre se mostraron reacios a hacerlo, puede que influidos por una idea mal entendida de la realeza como muestra de inamovible seriedad. Por eso me ha costado tanto hallar la prueba escrita que creo sin duda que desactivará los reparos de vuestro ya mentado -y si me lo permitís, también adusto- canciller, a que mostréis vuestra gracia y donaire sobre un escenario.



Sí, porque puesto que él argumentaba precisamente que por vuestra doble condición de rey de Francia y de Navarra, no sería adecuado que olvidárais que éstos no bailaron jamás, por mucho que aquellos sí lo hicieran tan frecuentemente. Pues bien: según una crónica fechada en el año 1194, el rey Sancho, apodado el Fuerte por su tremenda estatura, bailó un buen rato ante las murallas de Loches, ciudad gascona que estaba sitiando. Sorprendéos de tal actitud conmigo, Majestad, e imaginad qué efecto haríais vos mismo si escogiéseis como salón de baile el sitio de Arrás, por ejemplo. Mas si queréis hacer gala de honrar a vuestro antepasados, podríais replicar, como voy a contaros, la extraordinaria hazaña del citado don Sancho. séptimo de su nombre.

Asegura la crónica que la ciudad resistía los embates de los sitiadores desde hacía al menos tres semanas, y que por tanto el tedio y la abulia más acusadas empezaban a adueñarse del campamento de don Sancho, quien, por la penuria de entretenimientos de aquellos tiempos, no hacía más que comer y beber en la abundancia que se espera de un gigante. En una de aquellas interminables cenas, uno de sus aliados ingleses, vasallo por tanto de su cuñado Ricardo Corazón de León, cometió la imprudencia de alardear del valor que su rey había demostrado una vez, cuando sitiando el castillo de Troisfontaines, había descendido de su caballo y había dado no uno ni dos, sino hasta tres pasos de baile bajo las almenas donde sus enemigos se encontraban. "¿Habría alguien más valiente que Ricardo en todo el mundo?" -exclamó el inglés-, y con ello demostró no conocer en absoluto el carácter de los navarros, que entendieron su impertinente pregunta de la siguiente manera, muy extendida en aquel reino: "¿A qué no hay dídimos de atreverse a bailar ante las murallas de Loches?".
Indudablemente el rey don Sancho así lo entendió, así que esa misma noche se plantó ante las murallas donde los súbditos del conde de Tolosa se hallaban encerrados y, despojándose de la cota de malla que lo cubría de pies a cabeza, se colocó la corona más grande que tenía sobre las sienes, y quedando cubierto por un simple brial donde relucían las armas de Navarra (de ahí que más adelante a la ropa interior masculina se la denominase "Abanderado"), se puso a ejecutar no uno, ni dos, ni tres, sino toda una panoplia de pasos de baile durante más de media hora, lo cual provocó -naturalmente- la rabiosa furia de los cercados.

Entended que don Sancho no se movía con la facilidad que lo hacéis vos, Sire, porque como os dije, medía lo que miden dos hombres puestos uno sobre los hombros del otro, así que eran sus movimientos talmente los de un haya cuando cae al ser talada desde la base: se inclinaba mucho hacia delante, después hacía atrás, pero sin arquear la espalda ni despegar los brazos del cuerpo ni una pulgada, y cuando se cansaba de repetir la misma melopea, daba vueltas y más vueltas sobre sí mismo, como la rueda de un gigantesco molino. Autores hay que defienden que las danzas de Gigantes a las que tan aficionados son todavía en aquel reino en cuantas fiestas se celebran, vienen precisamente de este asombroso acontecimiento protagonizado por don Sancho, aunque dejo a los que son más eruditos que yo demostrar si esto puede ser o no ser cierto.

A todo esto, sus enemigos no cesaban de lanzarle mientras tanto todo tipo de saetas, virotes y cuadrillos, y la crónica asegura (y no hay por qué dudar de ella en este punto- que no le acertaron ni una sola vez. Cuando creyó que ya era bastante, volvió a subirse a su caballo y se alejó en busca del inglés que tanto había ponderado el valor de su cuñado. Así le habló cuando lo tuvo delante: "¡Ved que vuestro rey bailó tres pasos, y yo he danzado al menos mil trescientos!".

Así pues, Majestad, con esta prueba de valor de vuestro antepasado don Sancho, no debéis albergar ya ninguna duda sobre vuestra facultad para epatar a toda la Corte de Francia con vuestra habilidad para la danza  mañana mismo si así os place. Y si alguna vez giráis visita a vuestro otro reino, allá en Navarra, no dudéis que vuestros súbditos, celosos de su independencia y conocedores de su propia Historia, han de contar vuestros pasos para ver si dais más de mil trescientos, porque si sois Luis XIV para los franceses, sois tambien Luis III para los navarros.

Vuestro humilde servidor: Arnaud de Oihenart, Historiador y Poeta.









© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019

ANGÉLICA PARTITURA

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El pintor más importante de la Edad Media en Navarra, y uno de los representantes más cualificados del denominado estilo gótico lineal, es, sin duda alguna, Joan Oliver, el seguro autor del mural del refectorio de la catedral de Pamplona (aparece su nombre en la inscripción), y muy probablemente de los conjuntos conservados -si bien fragmentariamente- en Ororbia y Olloki. 



Que fuera escogido para decorar el testero de un edificio tan simbólicamente importante para el reino (allí dentro era donde se celebraban, por ejemplo, los festejos por las coronaciones reales), ya nos habla de la categoría artística que sus contemporáneos le concedían. La misma categoría que, en la actualidad, le sigue haciendo figurar en los catálogos internacionales de obras maestras de todos los tiempos, acompañado únicamente, en lo que se refiere a Navarra, por la Arqueta de Leyre y el sepulcro de Carlos III el Noble. 


Quienes han estudiado a Joan Oliver, sobre todo la profesora Carmen Lacarra y más recientemente Carlos Martínez Alava (El Arte Gótico en Navarra, pp. 366-367), se lamentan de la escasez de noticias documentales que de él podemos rastrear en los archivos, pero las pocas con las que contamos permiten situar el inicio de su carrera en los palacios papales de Aviñón, en la segunda década del siglo XIV, donde habría tenido como maestro a Fray Pierre del Puig, un pintor muy famoso entonces, tanto que pudo llegar a codearse con Giotto cuando éste trabajó en la misma corte. 


En 1328 murió fray Pierre, y ahí se pierde la pista de su discípulo Joan Oliver hasta que en 1332 alguien del mismo nombre -probablemente fuera él- aparece documentado como "pintor de Pamplona" que pinta unas estatuillas de cera por orden de los nuevos reyes de Navarra, precisamente unos que habían comenzado a reinar en 1328: Juana II de Navarra y Felipe III de Evreux. Otro documento muestra que, en 1366, alguien llamado Joan Oliver (¿quizás un hijo del anterior?) paga sus impuestos en el burgo de San Cernin, y hay noticias de nuevos encargos pictóricos por parte de los reyes de Navarra a alguien llamado Joan Oliver en 1379, 1387 y 1390. Esto podría suponer quizás la confirmación de un taller abierto en Pamplona durante bastantes décadas, que se transmite de padre a hijo.


El caso es que la nueva dinastía regia conllevaría también un aumento de la presencia de pintores, escultores y arquitectos en Pamplona, donde, aunque las obras del claustro gótico de la catedral de Pamplona (arruinado tras la Guerra de la Navarrería de 1276) llevaban varias décadas en marcha, se impulsaron todavía con más fuerza, buscando sin duda el efecto propagandístico de las nuevas realizaciones. 


Esto es: los Evreux tenían que darse a conocer en su reino, a través de nuevas construcciones y decoraciones que representaran por ejemplo las nuevas armas heráldicas: las que unían el carbunclo pomelado de Navarra y las flores de lis con banda componada de gules y plata de los Evreux. Y en tal sentido, el refectorio de la catedral de Pamplona es el edificio más emblemático de todos. Con dichas armas bien visibles en las bóvedas más cercanas a la cabecera, y también en el citado mural pintado por Oliver, que quizás repetiría también dicho efecto en Olloki, donde las armas reales aparecen igualmente bien a la vista. 


Pinturas de Olloki

No obstante, el obispo de Pamplona, como dueño del complejo catedralicio, fue lógicamente el principal polo de atracción de artistas del otro lado de los Pirineos, y por eso se piensa que debió ser él quien propició la llegada de artífices como el pintor Joan Oliver o el escultor Jacques Perut. Entre otras muchas cosas, porque el mismo obispo nació al otro lado de los Pirineos. 


Me estoy refiriendo a Arnalt de Barbazán, natural de la villa del mismo nombre, en Bigorra, hoy Departamento Francés de Altos Pirineos. Estuvo al frente de la Diócesis de San Fermín nada menos que 37 años, de 1318 a 1355, por lo tanto durante todo el reinado de los mencionados reyes y los cinco primeros años en el trono de Carlos II. El hecho es que Juana y Felipe apenas visitaron en Navarra, donde les representaba un gobernador, pero el obispo Barbazán sí que residió siempre entre sus mugas. Por eso le tocó lidiar con muchos acontecimientos políticos, porque de hecho él era el cargo institucional más importante del reino, en ausencia de los reyes, más incluso que los propios gobernadores. 


Por ejemplo, le tocó hacer frente a varios proyectos de invasión castellana por la frontera guipuzcoana en 1331 y 1334. Y su primera reacción demuestra que nunca rompió los lazos con su tierra natal, pues a quienes primero pidió ayuda fue a sus paisanos de Bigorra, entre ellos a su hermano Teobaldo de Barbazán, a Laspesio de Bearn y a Fortaner de Lescun, comunicándoles que estuviesen preparados con caballos y armas y vinieran a Navarra al primer aviso (J. Goñi Gaztambide. Los obispos de Pamplona, Tomo II, pp. 114-115). 


Uno de los centros de devoción más importantes de Bigorra era el monasterio benedictino de Saint-Savin, del que hoy en día se conserva su imponente fábrica románica. En cuanto al mobiliario litúrgico medieval que sin duda debió poseer en abundancia, sólo nos queda una preciosa torre eucarística o tabernáculo, tallada en madera y sobredorada, que hacía las veces de sagrario. Es una obra magnífica, de la primera mitad del siglo XIV, cuyas hechuras recuerdan poderosamente a muchos de los doseles arquitectónicos que adornan las esculturas y tumbas de aquellos siglos. 







Pero lo que más llama la atención de dicha torre son sus bóvedas pintadas con figuras de ángeles músicos que rodean al Cordero Místico. Porque precisamente alguna de ellas hace recordar las realizaciones navarras de Joan Oliver. Y si los estudiosos creen que debió ser el obispo Barbazán quien promovió la llegada del pintor a Pamplona, puede pensarse que, quizás, ello facilitaría también un desplazamiento del taller en sentido opuesto, hacia el otro lado del Pirineo. Porque el señorío de Barbazán-Dessus estaba (y está) a apenas 40 kilómetros en linea recta del monasterio de Saint-Savin.          








El tabernáculo, y por tanto sus pinturas parecen ser de factura más moderna que la que marca la fecha del mural del refectorio: 1335. ¿Podrían ser una obra quizás de ese “segundo” Joan Oliver? Porque hay que tener en cuenta además que los ángeles de Saint-Savin están pintados sobre tabla, y no sobre el muro, como los conjuntos de la cuenca de Pamplona, y si comparamos los rostros, aunque esas características y rotundas narices son bastante parecidas, igual que las bocas o incluso los cabellos, los ojos de los personajes del mural del refectorio o de la iglesia de Ororbia parecen distintos, más almendrados y cerrados que los de los ángeles de Saint-Savin.


Angel vihuelista de Saint Savin
Angel organista de Saint Savin

Verdugo de Cristo en Ororbia
Angel en el sepulcro de Ororbia
Matanza de los inocentes en Ororbia

Personajes al pie de la Cruz en el mural del refectorio de la catedral de Pamplona
Por cierto, que la manera de dibujar los pies de los personajes también es similar: 

Pies de un ángel en Saint Savin


Pies de Cristo en Ororbia

Pero es en el aspecto musical cuando los ángeles de Saint-Savin recuerdan más a los representados por Joan Oliver en el mural del refectorio, por ejemplo el ángel y la maravillosa juglaresa que tocan la vihuela de arco, aunque es evidente que la postura o el tratamiento de los pliegues en la túnica del ángel resultan mucho más dinámicos:


A la izquierda el ángel del tabernáculo de Saint-Savin, 
y a la derecha la juglaresa del mural del refectorio

Y atentos al detalle de la posición de los dedos al coger el arco: 





Otro de los músicos pintados por Joan Oliver en el refectorio pamplonés lleva un instrumento que también toca uno de los ángeles de Saint-Savin. Se trata de una madora, un laúd corto, en función de la escasa longitud de su mástil, y con un clavijero característico en forma de hoz, rematado por una cabeza humana o animal. Podemos ver que ambos son pulsados por sus intérpretes con un plectro (también conocido como púaplumillapajuelavitelauña o uñeta. Es una pieza pequeña, delgada y firme, modernamente en forma de triángulo, hecha de diferentes posibles materiales que se usa para tocar la guitarra y otros instrumentos de cuerda, como un reemplazo o ayuda de los dedos).


En el medio, madorista del mural del refectorio de la catedral de Pamplona.
A los lados, ángel madorista de Saint Savin y detalle

Lo que más llama la atención es el clavijero, con esa misma cabeza de dragón que los hace tan similares. Carmen Lacarra (La Pintura Mural Gótica en Navarra, p. 179) describe el representado en el refectorio así: Es un ejemplar magnífico de laúd del Trecento, acabado en mango de cabeza de dragón, que posiblemente hubiese sido su modelo un ejemplar francés, pues los juglares navarros marchaban a surtirse de material fuera del reino, tal como nos lo indica este documento: “En Tudela, a 11 de octubre de 1396: “A Fassion et Cosin, nuestros juglares, por fazer sus expensas a yr a Tholosa et por comprar allí ciertos esturments que han menester para su officio a nos servir, treinta florines”. Firma: Carlos III el Noble”.



Dado que una de las mejores cosas del periodo medieval es que no existía la fabricación en serie, ¿se habría inspirado el autor o autores de ambas pinturas en el mismo instrumento? Imposible saberlo, pero no puede negarse que son casi idénticos.


Como prácticamente idénticos son el resto de instrumentos representados en Saint-Savin a los que aparecen en la obra musical más representativa que se conserva en la Catedral de Pamplona: la arquivolta de los ángeles músicos que enmarca la Epifanía tallada en el claustro por Jacques Perut hacia 1346, en pleno episcopado de Arnalt de Barbazán. Así puede verse en el caso del órgano portátil, del arpa y sobre todo del salterio, con la rosa central que perfora la caja en forma de estrella de David:


Arquivolta de la Epifanía de Jacqques Perut
 en el claustro de la catedral de Pamplona

Detalle de tres ángeles de la arquivolta

Detalle de tres ángeles de Saint Savin

No es fácil saber si hay o no relación directa entre ambos conjuntos, aunque el evidente parentesco, aquí queda reflejado. Quizás mi amigo y gran músico Enrique Galdeano, que lo sabe todo sobre instrumentos medievales, podrá darnos su autorizada opinión. Desde mi desconocimiento musical, lo único que puedo hacer es dar gracias infinitamente a Felipe III de Evreux, a Juana II de Navarra y sobre todo a Arnalt de Barbazán, por haber promovido la presencia en nuestra tierra de artistas tan magníficos como Joan Oliver o Jacques Perut.



Sepulcro de Arnalt de Barbazan en su capilla de la catedral de Pamplona

Porque las glorias regias o episcopales pasan, pero la música y el arte –muy poco, desafortunadamente, para todas las maravillas que realmente debió haber- son lo único que verdaderamente permanece.




ARMAS REALES DE NAVARRA EN EL MURAL DEL REFECTORIO 

Y bueno, que además ahora hay un motivo más para visitar Saint-Savin, y conocer la tierra natal del bueno de don Arnalt…



*Para ver más imágenes de la torre eucarística de Saint Savin:

ÁNGELES DE SAINT-SAVIN

*Para saber más sobre los ángeles músicos de la catedral de Pamplona:

ÁNGELES MÚSICOS CATEDRAL DE PAMPLONA

*Además recomiendo:

-Fernández-Ladreda, Clara. “Iconografía musical de la Catedral de Pamplona”, en Música en la Catedral de Pamplona, nº 4 (Pamplona: Capilla de Música de la Catedral de Pamplona, 1985), pp. 5-34 (2ª ed.: ibidem, 2004).

Galdeano Aguirre, Enrique: LA ICONOGRAFÍA MUSICAL DEL GÓTICO EN NAVARRA (TESIS DOCTORAL INÉDITA)


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019

AGNES DE KLEVES PRINCESA DE VIANA Y AMAZONA LEONERA

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Un polígrafo del siglo XIX que a mí me gusta mucho, Juan Iturralde y Suit, en su artículo para la Revista Euskara titulado "La caza en Navarra en los tiempos pasados", nos habla de un método cinegético bastante peculiar, al menos por estos pagos, aunque al parecer no en otros reinos vecinos, como el de Francia.


El caso es que cuenta que "los monteros, precedidos de los perros, recorrían el campo a caballo, llevando en la grupa un leopardo (hay noticias de que en aquella época, prolongando la confusión heráldica que siempre hubo entre ellos, denominaban así también a los leones, y de que también usaron guepardos a los que llamaban onza).

Cuando los perros hacían saltar la caza, soltábase al leopardo, que, perfectamente amaestrado, se precipitaba sobre su víctima, y entonces apeándose los cazadores, arrojaban a su terrible auxiliar un trozo de carne fresca, que devoraba este, abandonando su presa y volviendo a colocarse en la grupa del caballo.

Se sabe con certeza que Luis XI, Carlos VIII y Luis XII de Francia cazaban de este modo con frecuencia, y los leopardos que formaban parte de la montería real, estaban encerrados en un foso o cueva del Chateau d’Amboise, llamada de los Leones, nombre que generalmente daba el vulgo a aquellos terribles carniceros.

Estamos persuadidos de que tan extraño método de caza se usó también en Navarra, pues es sabido que en el magnífico palacio Real de Olite existía un lugar llamado "la leonera", donde se guardaban tan feroces animales.

Así se explica por qué Cárlos II, llamado El Malo, mandó hacer unas andas para llevarlos consigo cuando iba de viaje, costumbre que hasta hoy se consideraba como capricho propio del carácter que por algunos se atribuye a tan renombrado monarca, pero que puede explicarse naturalmente por su afición al arte de montería".


Esto de imaginarse a leones sueltos por los bosques o las praderas navarros en plenos siglos XIV y XV no puede dejar de sorprender, y podemos imaginar el terror y el respeto -probablemente ese sería el efecto principal buscado por los reyes- que infundiría la visión de un gran felino a una población que el animal más grande que habrían visto sería quizás un ciervo, máximo un oso, si es que vivían en la zona pirenaica.


Iturralde y Suit no encontró pruebas, no obstante, de que Carlos II, su hijo Carlos III el Noble o su bisnieto, el príncipe de Viana, llegaran a emplear los leones que mantenían en el palacio de Olite para cazar en sus habituales desplazamientos por todo el reino. Y no es raro, porque parece que quien sí pudo usarlos no fue ningún hombre, sino una mujer: precisamente la esposa del príncipe de Viana, Agnes de Kleves. Eso es al menos lo que puede pensarse tras la lectura de este documento fechado en febrero de 1446, que nos cuenta cómo los lebreles (los perros de caza) de la princesa fueron llevados al abad de La Oliva "para que los criase", pero también nos dice que una acémila (un asno o mulo de mucha fuerza) fue de Sangüesa a Olite "con los pericos de la princesa y el león".


Y podría pensarse que al transcriptor se le ha olvidado añadir una "r" a la palabra "pericos", pero no, los periquitos y papagayos formaban parte de cualquier corte principesca medieval que se preciase, y tanto las aves "exóticas" (en aquel tiempo lo eran, y mucho) como los leones, solían ser regalo frecuente entre príncipes para demostrar su poderío y su capacidad comercial. En el caso navarro, casi todos eran regalados por nobles aragoneses, corona que entonces compartía fronteras mediterráneas con la rivera musulmano-africana. De hecho, en mi primer libro: "Crónicas irreales del Reyno de Navarra", incluí un cuento sobre el regalo auténtico que recibió el príncipe de Viana de unos búfalos africanos que acabaron escapándose en Tudela, aunque yo hice que la fuga transcurriese en Pamplona, en plenos Sanfermines...



Lo que queda confirmado es que el león o leones -inolvidable "Marzot", que tantos siglos después sigue dando que hablar, protagonizando ahora mismo la nueva novela "Diez mil heridas" del gran Patxi Irurzun- de los reyes de Navarra no permanecían todo el año en Olite, sino que los llevaban también en las comitivas regias como si fueran uno más de los miembros de la familia real.


De esta manera, que participase en cacerías es lo más probable, sobre todo teniendo en cuenta -según la profesora María Narbona- que Agnes de Kleves fue la primera princesa navarra de la que se tiene noticia que incluyera un cazador en su  hostal, en julio de 1441, prácticamente recién llegada al reino, lo que quiere decir que ya era aficionada a la caza cuando de niña vivió en la corte de sus tíos, los Duques de Borgoña, la más lujosa de Europa, donde debió nacer igualmente su gusto por las joyas y los vestidos caros, por la equitación y por la danza, costumbres que mantuvo e incrementó tras su llegada a Navarra para casarse con Carlos de Viana, pues no en vano ambos iban a ser los futuros reyes de Navarra. Aunque ya se encargó Juan II de Aragón de que tan legítima aspiración no llegara a realizarse jamás.


De ahí el nombramiento de Per Arnaut de San Pelay, y de ahí también el que la princesa tuviera los perros de caza que el abad de la Oliva (los monjes siempre tenían conocimientos de Albeytería y Veterinaria) debía criarle. Y de ahí también que, a partir de ahora podamos incluir, entre lo poco que se conocía de Agnes de Kleves (aunque en "Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar", descubrí varias noticias completamente nuevas sobre ella, alguna nada halagüeña para la pobre princesa) esta posible inclinación suya por la caza con leones entre Olite y Sangüesa que, dado el gusto de la corte de Navarra por lo fantasioso y mitológico, casi la transformaría (a los ojos de sus contemporáneos) en una amazona rediviva, tan belicosa como aquella reina Pantasilea que se enfrentó a Alejandro Magno, o como aquella no menos legendaria reina Hipólita que luchó en buena lid contra Hércules.






No obstante, no quiero acabar sin expresar, como cualquiera que me haya leído alguna vez debe saber ya, que aborrezco profundamente la caza, aunque comprenda que para los nobles de la Edad Media, su práctica fuera un símbolo de status y una manera de mantenerse en forma,  mientras que para el resto de la población era un medio de pura supervivencia.  Así que maldigo a todos esos y esas  -algunos incluso presumen de tener la cabeza coronada, aunque desde luego nada amueblada- que ahora mismo viajan a Africa para asesinar los pocos leones que allí quedan con el único objeto de sacarse una mierda de foto, y les deseo desde aquí que ojalá se infecten  de la cepa más agresiva del virus del Ébola y fallezcan entre los dolores más espantosos que puedan imaginarse.
Que conste.


León tallado en la tumba del rey Carlos III el Noble por Jehan de Lomme hacia 1415,
 inspirándose probablemente en uno de los que vivían en el palacio de Olite




© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019

CUATRO ERAN CUATRO

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Sí hay en el arte medieval navarro un tema que me ha llamado siempre la atención, y al que he dedicado muchas horas de trabajo, ya sea histórico o literario, es al del juego de espejos que llevan siglos manteniendo las tres portadas prácticamente iguales de Larrángoz, Lizoain y Redín, repartidas en un radio de apenas 25 kilómetros por los valles de Lónguida y de Lizoain.


Recuerdo perfectamente cuando, hace ya muchos años, mi hermano mayor me contó que había estado en un despoblado llamado Larrángoz, y cómo en la portada de su abandonada iglesia había un caballero tallado. Bien sabía él lo mucho que me interesaban ya esos pequeños –y no tan pequeños- caballeros de piedra, y por eso desde que me lo contó anduve buscando información sobre aquel lugar y sobre aquella portada. Y en la era pre-internet, eso no resultaba nada sencillo, porque el tomo concreto del Catálogo Monumental de la Merindad de Sangüesa no había sido editado todavía –y cuando lo hizo no es que dijera mucho al respecto-, y en el resto de publicaciones de la Caja de Ahorros de Navarra o de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona el nombre de Larrángoz no aparecía por ningún sitio.

Al fin en los Índices de la revista Príncipe de Viana –editados en papel por aquel entonces- encontré que J. M. Lacarra había dedicado en los años 40 un párrafo al caballero de Larrángoz, al que a pesar de su tosquedad situaba en el “top ten” de esas contadas representaciones en Navarra, junto con el “caballico de Santiago” de Tudela (que muchos años después sería tan magníficamente estudiado por Manuel Sagastibelza y Maite Forcada) y al caballero de San Cernin de Pamplona (otra de mis obsesiones artistíco-medievales favoritas).

Allí aparecía también una foto del caballero de marras que, efectivamente, confirmaba los gustos ya bastante arcaizantes de quien lo hubiera tallado a inicios del siglo XIV, y es hora de agradecer vivamente a J. E. Uranga (factótum de la –por aquellos años- recientemente creada Institución Príncipe de Viana) que hiciera esa fotografía, porque es la única que nos queda de nuestro protagonista aún intacto. Tanto, que cuando se la enseñé a mi hermano, no reconoció en ella la figura que él había contemplado in situ.


Eso ya me dio mala espina, pero aunque no tenía yo en aquella época nada fácil desplazarme hasta Larrángoz para poder conocer por mí mismo el –al parecer fatal- estado en el que se encontraba la talla del caballero, sí que rebuscando en la biblioteca de Navarra acabé encontrando un artículo de la revista Pregón (concretamente en el número de Semana Santa de 1971), en el que el etnógrafo Ramón María de Urrutia trataba largo y tendido sobre aquel lugar, y sobre aquella portada. Cuando lo escribió ya estaba despoblado, y según contaba, el caballero había perdido su integridad por las pedradas que los bárbaros alumnos de los agustinos de la cercana Artieda le propinaban en cada excursión que hasta allí hacían, sin que sus profesores –no menos bárbaros que aquellos- hicieran nada por evitarlo. Sin haber estado todavía jamás allí, recuerdo la indignación que me causó leer aquello ¡y eso que habían pasado 15 años de lo que contaba Urrutia! Pero recuerdo también el impacto que me causó otra noticia contenida en aquel artículo, que hasta entonces yo desconocía por completo:

“…En los capiteles del lado izquierdo de la portada aparece la figura de un caballero armado, montado sobre un caballo enjaezado y con una cruz en el escudo. En contraposición, hay que señalar que esta figura de caballero es casi idéntica a otras que existen en las portadas de las iglesias de Lizoain y Redín, y que en ambas está también situada en los capiteles del lado izquierdo. No le vamos a dar más vueltas, pero no deja de constituir un pequeño e interesante misterio histórico”.

 
No hice caso a Urrutia, y vaya que si le he dado vueltas a este asunto desde entonces, porque aunque él no lo decía, esas tres portadas compartían también otro rasgo: en los capiteles del lado derecho había tallada una escena muy particular: un águila cazando una liebre. Vale, en la de Lizoain no, allí aparece un San Miguel alanceando al dragón, pero sus emplumadas alas lo emparentan claramente con el ave predadora de Larrángoz, porque muy probablemente los talló el mismo maestro.

Finalmente pude llegarme hasta Larrangoz, la primera vez con mi hermano y luego todas las veces que he tenido oportunidad, porque hay algo allí que decididamente me llama. Quizás simplemente que el primero de mi familia debió salir de aquel lado del valle de Lónguida, pues Zuza está (estaba, mejor dicho) a muy poca distancia, y lo triste es que ambos despoblados están completamente arruinados, aunque la iglesia de Larrangoz muestre la habilidad de sus constructores manteniéndose aún milagrosamente en pie, hasta que un próximo invierno se la lleve definitivamente por delante. Vendrán entonces los hipócritas llantos de Jeremías, pero lo cierto es que ni sus dueños (inmatriculada en 2003 por el Arzobispado de Pamplona), ni el Gobierno de Navarra, que al menos debería presionarles un mínimo, han hecho ni harán nunca nada por ella. El precioso retablo renacentista (quizás el más bello de esa época en Navarra) sí que se lo llevaron en su momento, y ahora yace prisionero en una de esas iglesias-bajera de ladrillo urbanas que colaboraron en/provocaron la desbandada de católicos en los años 70 y 80. Pobre…

Vuelvo a las tres portadas (aunque una de ellas, precisamente la de más valor artístico) esté a punto de desaparecer, porque se me llevan los demonios y me da una pena tremenda que sigan ocurriendo estas cosas en Navarra a punto de alcanzar el año 2020. 

Como os decía, les he dedicado mucha tinta, unas veces en forma de narración:



Y otras en forma de trabajo histórico:


Si tenéis la paciencia de leer este último, veréis que en él reflexionaba sobre la posibilidad de que el caballero representado fuera Juan Martínez de Medrano, noble muy importante de la época en que se construyeron los tres templos citados. Tan importante que llegó a ser regente de Navarra –junto con Corbarán de Lete- en el momento de abandonar la tutela de los reyes de Francia y adoptar una nueva dinastía regia: la de Evreux, en el año 1328. El hecho de que sus armas de linaje fueran una cruz potenzada, como la que portan los tres caballeros en sus escudos, y que hubiera sido además alcaide de Corella, cuyo primer sello muestra precisamente un águila cazando una liebre, me llevaron a pensar en que fuera él el protagonista por triplicado de este misterio medieval. También es cierto que dejaba yo bien claro que no había documento alguno que lo ligase a los valles de Lónguida o Lizoain, sino que casi todas sus posesiones estaban en Tierra Estella.

Desde entonces (aquello lo escribí en mi blog en junio de 2012 y lo publiqué después en papel en 2016 en “Izaga en el Corazón”) ha pasado mucha agua del Irati por debajo del puente colgante que lleva a Larrángoz, y ha habido autores que han mostrado su desacuerdo con mi posible identificación. El más serio, el amigo corellano Jabier Sainz, al que no conozco pero llamo amigo porque a todo aquel que se ocupe de estos temas lo considero mi amigo, que en un trabajo sobre el escudo de su ciudad –que sigue manteniendo el águila y la liebre, más de siete siglos después de aquel primer sello- me replicaba que si Juan Martínez de Medrano hubiera donado sus armas a Corella, hubiese regalado al concejo la Cruz Potenzada de su linaje familiar, y no el águila y la liebre, como yo defendía. Me decía también en su trabajo que tenía que haber pensado yo en otra posibilidad: la del caballero Pedro Sánchez de Monteagudo, que llevaba por esas mismas fechas un águila en su escudo, que fue también alcaide de Corella y que además tenía algunas tierras en Lónguida (aunque no en Larrangoz).


Defiende así que su Águila heráldica pudiera ser por tanto la representada en las tres portadas, olvidando -añado yo- que tanto los artistas medievales como quienes les encargaban su trabajo, sabían perfectamente qué es lo que debían representar, por lo que no es lo mismo un águila sola (como la del escudo de Pedro Sanchez de Monteagudo), que un águila cazando una liebre (como las de las tres portadas iguales). Son dos emblemas parecidos, pero completamente distintos. En cuanto a los caballeros de los capiteles del lado izquierdo, no serían según Jabier Sainz más que la representación del “caballero victorioso”, una escena muy habitual en las iglesias medievales (aunque no, desafortunadamente para mi gusto, en las navarras) en la que la cruz de sus escudos no indica más que su condición de cristianos. En cuanto al águila predadora, es una escena muy común en toda Europa desde la tardoantigüedad romana, y en la propia Navarra aparece en muchísimas otras iglesias, e incluso en la arqueta islámica de Leyre, cosas que yo tampoco escondí en mi artículo, igual que traté en él sobre la interpretación simbólica –el alma humana acechada por la muerte- que el águila cazadora tenía en aquella época.

A pesar de todo lo dicho, Jabier Sainz tampoco puede asegurar documentalmente que la figura de Pedro Sánchez de Monteagudo sea el origen del escudo de Corella. Es una especulación tan válida como la mía. Porque yo sigo defendiendo que es posible –y recalco lo de posible- que sea Juan Martínez de Medrano el representado en Lónguida y Lizoain, y quizás también el origen remoto del sello corellano. Y lo hago porque sigo reconociendo al águila de Larrangoz un carácter no solo simbólico, sino también heráldico, como creo que demuestra que, incluso en la actualidad, siga habiendo dos emblemas municipales en Navarra que llevan un águila y una liebre. Y esos son únicamente los de Corella y Larrángoz, aunque este último sea un despoblado desde los años 60 del siglo XX.   

En ese contexto, Juan Martínez de Medrano podría perfectamente haber donado a Corella, no la Cruz potenzada de su linaje, sino una divisa escogida por él mismo: en este caso concreto el águila y la liebre. Recordaré que las divisas fueron manifestaciones paraheráldicas que vinieron a completar el sistema de armerías, que como bien dice el mejor heraldista vivo, Michel Pastoureau, en L'effervescence emblématique et les origines héraldiques du portrait au XIVe siècle, no terminaba de expresar completamente la personalidad de quien lo utilizaba, pues sólo aludía a su identidad y a su pertenencia a un grupo familiar concreto. De ahí la aparición de fórmulas emblemáticas nuevas, flexibles, más vivas, con las que cada uno podía proclamar sus pulsiones simbólicas más personales.

Es cierto que las divisas y el resto de emblemas paraheráldicos alcanzaron su mayor éxito a partir del segundo tercio del siglo XIV, pero hubo también innegables manifestaciones anteriores, como las cimeras, que nacieron ya a finales del XII, y cuyo uso fue desarrollándose con fuerza desde las últimas décadas del XIII hasta lograr un éxito generalizado en el XIV. Las cimeras eran las figuras que adornaban los cascos de los participantes en justas y torneos. Fabricadas con materiales frágiles pero lígeros como cuero, cartón, plumas o madera, quedaban destrozadas en cuanto comenzaba la refriega, pero han quedado reflejadas para la posteridad en los sellos y en los armoriales prodigiosamente miniados, que muestran como los grandes personajes adoptaron figuras aisladas (animales, plantas, objetos), muy diferentes de aquellas que adornaban sus escudos familiares. Esos emblemas personales sirvieron a la vez como marca de propiedad y también –sobre todo en momentos de crisis políticas- como signos de reconocimiento o manifestación de adhesión o vasallaje a reyes y príncipes.

¿Quiero decir con todo esto que el águila y la liebre de Larrángoz, Lizoain o Redín fueron la divisa o incluso la cimera del caballero representado en las portadas de sus iglesias? Pues no lo puedo asegurar, pero lo creo bastante posible, además de por las razones aportadas, porque todas estas innovaciones y modas nacían fundamentalmente en la corte de Francia, ¿y quién sabemos que sirvió varias veces como embajador plenipotenciario entre París y Pamplona? Pues uno de los principales caballeros navarros: Juan Martínez de Medrano. ¿Especulativo? ¿Casual? Pues claro, como todo lo que no puede probarse documentalmente. Pero yo ahí lo dejo...

En cualquier caso, que sobre la cabeza llevaban los caballeros medievales figuras bastante más extravagantes que un águila cazando una liebre, lo demuestra por ejemplo el repertorio de cimeras contenido en el famoso Armorial de Gelre: 



El prólogo ha sido largo, pero ahora viene lo mejor, porque creo que os habrá quedado claro cuánto me gustan esos tres caballeros, sumados a otro muy querido también: el de la ventana de la iglesia de Zuazu (Izagaondoa), que puede que tallase el mismo maestro que labró a sus hermanos. 



Y si ha sido así, imaginad ahora lo que supuso para mí descubrir hace apenas un mes, por pura fortuna, que había una cuarta portada, con su caballero, con su águila y con su liebre.

He de confesar que hacía años que la venía persiguiendo. Que, en mi ir y venir a lo largo y ancho de Navarra, intuía que me aguardaba en algún lugar recóndito.
  
ARDAITZ

Hasta que al fin, en las estribaciones meridionales del valle de Erro, a apenas 20 kilómetros hacia el norte de Lizoain, una soleada mañana de otoño de 2019, se me mostró como una revelación. En la protogótica portada de San Pedro de Ardaitz,que consta de tres arquivoltas baquetonadas y apuntadas, sin tímpano (signo de modernidad estilística), hay a cada lado capiteles corridos. En el de la izquierda unos arquillos trilobulados, un jinete y dos cabezas y en el de la derecha un águila atrapando a una liebre y otras dos cabezas. En esos capiteles se emplazaba, se emplaza, la cuarta pieza ignorada hasta ahora de la misma serie que sus hermanas mayores de Larrángoz, Lizoain y Redín. 

PORTADA DE SAN PEDRO DE ARDAITZ (ERRO)

PORTADA DE SAN BARTOLOMÉ DE LARRÁNGOZ


PORTADA DE SAN MIGUEL DE LIZOAIN

PORTADA DE SAN ANDRÉS DE REDÍN


Es cierto que, en su extrema modestia, quizás no pueda compararse su arte con la de las otras tres portadas. Es cierto que el caballero no cabalga hacia la izquierda, como sí que lo hacen sus otros tres compañeros. Es cierto que podríamos pensar que la ruda labra de ambas representaciones las convierte un poco en las Cenicientas del  grupo de águilas, liebres y caballeros. Pero lo más importante es que el parentesco iconográfico entre los cuatro pórticos es completamente innegable.

Quede claro, no obstante, que naturalmente la portada de Ardaitz ya estaba “descubierta”. Lleva más de setecientos años en pie, como para no estarlo... Ocurre que a pesar de haber sido descrita, tanto en el Catálogo Monumental como en la Gran Enciclopedia Navarra, ningún autor –que yo sepa- la había puesto aún en relación con las otras tres.

Ya veis que como os digo, el caballero marcha hacia la derecha, lo cual, si estuviéramos hablando de sigilografía, sería signo de modernidad, como ya expliqué en esta otra entrada de mi blog:


Pero no creo que en este caso concreto tenga eso nada que ver. Tampoco lleva escudo, y es difícil juzgar incluso a corta distancia si debió llevarlo originalmente. Parece tener una muesca, así que podría ser que sí lo llevara. Lo más que puede decirse de él, a juzgar por su perfil, es que era tan narizotas como el de Larrángoz.

Perfil del caballero de Ardaitz
En cuanto al águila, su aspecto “loriforme” (de loro) recuerda muchísimo a la que aparece en el sello del Concejo de Corella. Si la liebre no es igual de parecida, creo simplemente que es porque la forma que tiene el capitel no permitiría demasiadas florituras a un maestro de estilo tan arcaizante e incluso infantil como el que talló la portada de Ardaitz. 


Sello del Concejo de Corella, hacia 1307
Detalle del águila de la portada de Ardaitz
Pero desde luego no voy a menospreciar su trabajo, porque si me dieran un martillo, un cincel y un sillar, sé perfectamente que yo sería incapaz de hacerlo mejor que él. Al contrario, siempre le estaré agradecido por haber convertido este misterioso triángulo en caballeresco cuadrado que me permite seguir elucubrando sobre por qué alguien decidió, a principios del siglo XIV, repetir no ya tres, sino cuatro veces la misma portada en un territorio tan concreto.

Y, quien sabe, puede que alguna vez hasta aparezca una quinta portada  con su caballero, su águila y su liebre. Yo, desde luego, la voy a seguir buscando. Y os invito a hacer lo mismo, siguiendo esta auténtica ruta de caballeros andantes...


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019

PAZ Y GUERRA

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Entre los muchos temas y papeles que hube de desechar para que la publicación de “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar” pudiera algún día ver la luz, quiero rescatar ahora esta elucubración mía sobre uno de los maravillosos libros que sabemos que Carlos tenía en su capilla privada, descrito así en el inventario de sus bienes realizado tras su muerte en Barcelona, el día 23 de septiembre de 1461:

“Hun Salteri: en la primera carta ha cosides quatre patenes d'or,
les tres redones en que es figurat en la maior la Veronica, en la mijana
Sancta Maria de Montserrat, en la plus chica sent Angel de Pulla, e en la
Gran, feta a manera de patena larch, es hun sant de Englaterra appellat
Osmundus. Ab los principis en les capletres grans ab les istories de les
letres et cetera ab los tancadors dor e ab la cuberta de vellutat blau.”

Que el historiador francés Desdevises du Dezert tradujo así en el siglo XIX para su biografía del príncipe:

“Hay cosidas sobre la primera hoja cuatro patenas de oro, de ellas tres redondas; en la mayor se representa a la Verónica, en la intermedia a Nuestra Señora de Montserrat, en la más pequeña la imagen del ángel de Apulia (San Miguel del Monte Gárgano), y en la mayor, que tiene forma de patena larga (elíptica), hay un santo de Inglaterra llamado Osmundus (San Edmundo). Los títulos y las iniciales son de gran tamaño, e iluminados,; la cubierta es de terciopelo azul y los cierres son de oro”.

Aparte de lamentar una y mil veces que la espectacular –para su época- biblioteca del príncipe de Viana se dispersase, vendida al mejor postor para enjugar sus numerosas deudas, y de no dejar de soñar con lo que supondría  tener ahora mismo en el palacio de Olite (de donde salieron muchos de ellos) aquel centenar largo de libros preciosos, y como ya hablé largo y tendido del más importante de todos ellos (el Salterio de San Luís, que sólo podían poseer los miembros de la Familia Real de Navarra), quiero poner el foco en este otro Salterio. Y dentro de él, en ese detalle curioso del santo inglés San Osmundo, que Desdevises tradujo como San Edmundo, que aunque suenen parecido, no son, como veréis, los mismos santos.

Porque San Osmundo fue uno de los altos clérigos normandos que acompañó al duque Guillermo en la Conquista de Inglaterra del año 1066, y por eso mismo fue premiado con el obispado de Salisbury, diócesis que rigió con mano de hierro hasta su muerte en 1099.

Pero San Edmundo fue un rey sajón de cuando Inglaterra estaba dividida en pequeños reinos. Él concretamente gobernó Anglia Oriental entre el año 854 y el 870, y fue famoso por su piedad y ansia de saber. Resistió las acometidas de los vikingos daneses, hasta que el ataque conjunto de los jefes Hinguar (Ivar el Deshuesado) y Hubba (Uve Ragnarsson), provocó su captura y muerte. Según la Crónica de San Dunstan, Edmundo renunció a luchar contra los daneses, prefiriendo el martirio, siguiendo de ese modo el ejemplo del propio Cristo, que prohibió a Pedro luchar contra los judíos que venían a detenerlo. Mientras era ferozmente torturado, Edmundo seguía cantando los salmos de alabanza a Dios hasta que, cansados de escucharlo, los vikingos comenzaron a lanzar docenas de flechas contra él. Luego lo decapitaron, que es un método que podían copiar perfectamente los vecinos del Casco Viejo para aplicar a los que cantan en su barrio a altas horas de la madrugada. El culto a San Edmundo se extendió rápidamente por Gran Bretaña,  poniéndolo como ejemplo de príncipe pacífico y sabio que renunció a la guerra.

Por su forma de morir, se le representó iconográficamente durante toda la Edad Media como un rey nimbado con el aura de santidad, que llevaba además una flecha en la mano. Puede vérsele así figurado en el maravilloso Díptico de Wilton que se conserva en la National Gallery de Londres, donde es el primero por la izquierda de los tres santos protectores (los otros dos son el rey Eduardo el Confesor y San Juan Bautista) del monarca que aparece arrodillado ante la Virgen María: Ricardo II de Inglaterra, precisamente otro ejemplo claro de príncipe refinado y poco belicoso.



Reparando en esa iconografía de San Edmundo, fiándome además de la transcripción de Desdevises, y de lo que casi todos los historiadores habían escrito sobre Carlos de Viana: que por haber sido educado por su madre, doña Blanca, fue siempre de natural pacífico y remiso por tanto a la guerra y al enfrentamiento con su padre, recordé un viejo artículo de Tomás Domínguez Arevalo, aparecido en 1a Revista de Historia y Genealogía Española, y poco después, en 1912, en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Navarra, que llevaba por título “Un retrato del príncipe de Viana”.

Cuando el conde de Rodezno (título nobiliario del citado Tomás Domínguez Arevalo) escribía cosas interesantes y que no hacían daño a nadie, mucho antes por tanto de firmar o admitir miles de ejecuciones sumarias durante su mandato como primer ministro de ¿Justicia? del general Franco, reparó en que Pedro de Madrazo, en su viaje por Navarra durante el último tercio del siglo XIX, había hablado de una tabla pintada del siglo XV custodiada en la casa que la familia Escudero –parientes de los marqueses Montesa- tenía en Corella. En ella se representaba a un santo (tenía la cabeza nimbada), de pelo largo y barba abundante, con un bonete como el que solía llevar el príncipe, que llevaba además una flecha en la mano…


 Dijeron unos al erudito Madrazo que representaba al primer marqués de Montesa, otros que a San Sebastián (el soldado y famoso mártir romano que murió asaeteado en el siglo III), y otros finalmente que al príncipe de Viana… Esta última adjudicación es la que llamó la atención de Domínguez Arévalo y la que, naturalmente, me atrajo a mí también.

Dos eran las motivaciones fundamentales que para tal identificación se daban en el mencionado artículo: la primera, que un ancestro de los marqueses de Montesa, Fernando de Oloriz, había ocupado cargos muy cercanos al príncipe de Viana, nada menos que el de alcaide de los palacios de Tafalla y el de escudero trinchante del propio Carlos, y que por lo tanto a través suyo podía haber llegado la tabla pintada a sus descendientes. La segunda, que fuera quien fuera el representado, lleva al cuello el collar de la Orden de Caballería del Grifo, precisamente el mismo que lleva el príncipe de Viana en su más famosa miniatura. Un collar que sabemos por la documentación que le regaló –se lo quitó de su propio cuello- su tío, el rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo, la primera vez que ambos se vieron, el año 1457, en el gran salón del Castel Nuovo de Nápoles. Estas dos circunstancias probarían, según Domínguez Arevalo, que nos hallábamos ante el más que seguro retrato de Carlos de Viana.

Como no me puedo quedar quieto, uní inmediatamente y de memoria, la iconografía de la tabla corellana y la del díptico de Wilton. ¿Sería la figura del rey mártir y pacífico Edmundo objeto de devoción por parte del príncipe de Viana? Que uno de los libros más lujosamente iluminados de su capilla personal estuviera dedicado a él así parecía demostrarlo. A pesar de todo, ¿Se habría atrevido (él mismo o sus partidarios tras su muerte) a representarle, no sólo como un santo –recordemos que se le dio culto en Barcelona y muy probablemente también en Pamplona- sino precisamente con los atributos iconográficos de San Edmundo, en un supuesto retrato fuertemente simbólico que representaría el amor por la paz y la sabiduría del príncipe de Viana?

Estaba yo prácticamente convencido de que sí, de que todo coincidía a la perfección, cuando estudiando a fondo el estupendo y fundamental artículo de la profesora norteamericana Linde Brocato, en el que de hecho basé algunas de las conclusiones de “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar”, titulado “Leveraging the Symbolic in the Fifteenth Century: The Writings, Library and Court of Carlos de Viana”, que podría traducirse como [Realzando lo simbólico en el siglo XV: los escritos, la biblioteca y la corte de Carlos de Viana] al hablar precisamente del lujoso salterio que ha dado pie a toda esta investigación, pude leer:

“San Osmundo fue canonizado por el papa Calixto XIII en 1457. ¿Quizás un regalo del pontífice al príncipe de Viana, bien personalmente o a través del rey Alfonso V?”

Y recordemos que cuando Carlos se vio obligado a exiliarse de Navarra en 1456, de camino a la Corte de Nápoles pasó por Roma, donde se entrevistó precisamente con… el papa Calixto XIII, que no hizo nada por apoyar la justa reivindicación del Trono de Navarra que le presentó el príncipe. Entre otros muchos motivos, porque su verdadero nombre era Alfonso de Borja, esto es: era él mismo, como valenciano que luego italianizó su apellido transformándolo en “Borgia”, un súbdito de la Corona Aragonesa. Como para atreverse a desairar a Alfonso V o a su hermano Juan II… 

Eso sin tener en cuenta cómo actuó siempre el Vaticano frente al Reino de Navarra: marginándolo y supeditándolo al vecino más poderoso, fuera éste Castilla, Francia o, como en este caso concreto, Aragón. Por lo tanto es cierto que, lo más probable es que se lo quitara de encima con buenas palabras y con algún regalo de fuste, como aquel maravilloso Salterio decorado con la imagen de San Osmundo, que no de San Edmundo, a pesar de lo que el bueno de Desdevises pensase en el siglo XIX.

En cuanto a la tabla que en 1912 se conservaba en Corella, desconozco por completo si sigue allí o incluso si la casa Escudero donde se custodiaba sigue en pie. Lo indudable es que no hay una fotografía reciente o en color de la famosa tabla (por eso tenemos que seguir empleando –y gracias- la borrosa y casi decimonónica imagen) donde lo más seguro es que apareciera figurado San Sebastián, con la misma iconografía de la flecha en la mano que cientos de otras  representaciones coetáneas del siglo XV, con las que aún puede compararse. Aunque también es cierto que ese collar tan particular que llevaba... No sé, no sé, permite hacer bastantes cábalas...
De todas maneras, si algún corellano o corellana puede proporcionar algún dato sobre este supuesto retrato del príncipe de Viana, les quedaré muy agradecido.

Sin embargo hay otra razón, además de la aportada por la profesora Brocato que me movió a desechar la identificación del Salterio y de la tabla con el príncipe y con San Edmundo. Y esa razón es que, como demostré en mi libro, el supuesto carácter retraído y pacífico de Carlos de Viana, aquél que tantos historiadores e historiadoras defendieron durante décadas, que sería el que le había impedido enfrentarse con garantías de éxito a su padre, no existió más que en la percepción que todos ellos tuvieron de la realidad histórica de aquellos tiempos, y para darse cuenta basta con la más que representativa y simbólica queja número 79, de las 87 que componen el documento conservado en Pau, el que recoge las reclamaciones de los partidarios de su padre, el usurpador Juan II, en el que basé todo mi estudio:

“…Dejadas por el príncipe las armas de su padre, Aragón y Castilla, y sólo con las de Navarra hechas sus banderas y pendones, y las cotas de armas de los heraldos y persevantes, denotando ser él Rey y señor de aquella tierra, anduvo haciendo la guerra a las del señor rey, su padre, y eso mismo la gente suya al reino de Aragón”.


No, definitivamente no creo que alguien así tomara como modelo a San Edmundo. Y si acaso llegó a hacerlo, no sería por imitar su conducta pacífica, sino por el amor a la sabiduría que ambos compartieron.

Y si habéis llegado hasta aquí, quizás habréis pensado que, no pudiendo finalmente identificar tabla ni salterio con el príncipe de Viana, mi gozo se vio en un pozo. Pero he de deciros que estáis muy equivocados, porque lo que he hecho es sacar información de otro pozo que hasta ese momento yo desconocía por completo. Y creo que en eso consiste, al fin y al cabo, la investigación histórica: en partir de un hecho incontrovertible (el príncipe poseía en efecto un lujoso salterio para sus oraciones personales) y acabar encontrándose por el camino con la iconografía medieval de los santos, el Díptico de Wilton, la tabla ignota de Corella, el collar de la Orden del Grifo, un rey pacífico y un príncipe que –digan lo que sigan diciendo- no lo fue tanto, ni tenía en realidad por qué serlo, porque lo único que hizo fue defender su legítimo derecho de todas las maneras a su alcance. También con la espada en la mano.

Si en todo este proceso, además he conseguido entreteneros y habéis aprendido algo que no sabíais, quedo yo muy contento, y rezaré por vuestra salud a San Osmundo, San Edmundo y quizás incluso a San Carlos, que fue al fin y al cabo también santo para los catalanes y para un buen puñado de navarros. Y creo que don Johan de Beaumont, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, además de tío y mentor del príncipe, tuvo mucho que ver. Pero eso, como decía Kipling, es ya otra historia...

© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019



TOP SECRET

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                En 1995 el corazón del rey Carlos II de Navarra, custodiado desde su muerte en 1387 en el santuario de Ujué, salió por primera vez de allí para ser exhibido en una exposición en la Cámara de Comptos de Pamplona. Aunque oficialmente fue la Institución Príncipe de Viana quien se encargó de la organización de la muestra, documentos archivados hasta ahora con el sello de confidencial en el cuartel general de la Policía Foral permiten ahora comprobar que fue Harfleur Corporation, un potente conglomerado industrial cuya sede central radica en el norte de Francia, quien financió realmente no sólo esa, sino muchas otras actividades del Gobierno de Navarra de aquella época previa al año 2000.


               A cambio de su generosa ayuda económica, parece ser que Harfleur sólo pidió realizar un análisis exhaustivo sobre la citada reliquia de Carlos II. Dicho estudio se llevó a cabo en un polígono del área de París, entre los días 1 y 8 de abril del año 1995. Una parte de los resultados fue editada lujosamente, pudiendo consultarse una copia en la biblioteca del Archivo General de Navarra, con la signatura Harfleur NA 1387. No obstante, otro apartado de la investigación, sin duda el más importante, permaneció secreto en cuanto correspondió realizarlo a uno de los departamentos más ocultos de la Harfleur Corporation: el de Genética avanzada, con sede en la ciudad de Mantes-la-Jolie.


               No obstante, informes de la Dirección General de Seguridad Exterior –el Servicio Secreto francés- desclasificados recientemente, demuestran que Harfleur extrajo en aquel momento una muestra de tejido epitelial del citado corazón, suficiente como para secuenciar todo el genoma del individuo que, en vida, lo albergó dentro de sí. Dicha carga genética fue descargada en un número indeterminado de óvulos que fueron implantados en un número indeterminado de vientres de alquiler. En el año 2000 se esperaba que nacieran los primeros clones, pero sabemos que, en ese momento, sólo uno de ellos llegó a buen término de maduración. Se desconoce el destino de las madres, aunque se piensa que otra de las filiales de Harfleur, la destinada a la industria bélica, hizo desaparecer cualquier tipo de prueba, excepto el informe de los Servicios Franceses de Seguridad.


               En los tres años siguientes, hasta 2004, otros tres embriones con exactamente la misma carga genética fueron implantados en su correspondiente vientre de alquiler, llegando los tres a buen término. Consta que uno de ellos fue manipulado para que naciese expresamente una niña. Harfleur se hizo cargo, quizás mediante hogares de adopción pertenecientes a altos cargos de la Corporación –no está demasiado claro-, de que los cuatro niños crecieran y se educaran con un plan determinado que el agente Dugüesclin, aquel que llevaba la investigación comisionado por la Sureté y el Departamento del Tesoro Francés, no fue capaz de desentrañar antes de su extraña muerte, atropellado en la estación de metro de Saint Dennis, el año 2010.


               El 14 de mayo de 2017 Emmanuel Macron accedió a la presidencia de la República Francesa. Al año siguiente el primer clon alcanzó la mayoría de edad legal, y fue puesto al frente de una de las divisiones de Harfleur Corporation: la de Investigaciones Sociológicas, encargada en teoría de realizar informes sobre la realidad social de los distintos departamentos y comunidades de Francia. Sospechamos que eso le facilitó a él y a sus subordinados moverse en ambientes muy castigados por la crisis económica mundial, que tuvo en Francia un impacto muy severo. Hay motivos muy fundados para creer que la crisis de los Chalecos Amarillos, que estalló en aquel país en noviembre de 2018, fue alentada y financiada por Harfleur, utilizando como detonante el impuesto sobre los carburantes que acababa de aprobar Macron. Este, prevenido por el Ministerio de Defensa, aceptó mantener una reunión “fuera de agenda” con representantes de la Corporación, entre ellos probablemente con el primer clon del que venimos hablando, que en todo caso fue invitado por el presidente (agradablemente impresionado por la elocuencia y el don de gentes de nuestro protagonista) a unirse a su partido político: La República en Marcha (LaREM; en francés: La République en marche), cuyo nombre oficial es Asociación para la Renovación de la Vida Política (en francés: Association pour le renouvellement de la vie politique). Todo ello a pesar de que Macron estaba también sobre aviso de las fuertes cantidades de dinero que Harfleur había invertido en el Reino Unido en apoyo de la campaña proBrexit, que alcanzó su punto álgido en primera instancia con la victoria de los antieuropeos en el referéndum celebrado el 23 de junio de 2016, y finalmente con la salida definitiva el 31 de enero  de 2020. Quizás el presidente tenía datos sobre la generosa financiación de Harfleur a la campaña del conservador Boris Johnson y quiso guardárselos como garantía personal. El hecho cierto es que todo indica que La Republique en Marche está ahora mismo completamente infiltrada por Harfleur.


               Esto se comprueba fehacientemente con la reciente caída en desgracia del delfín político del propio Macron: Benjamin Griveaux, que renunció a su candidatura a la Alcaldía de París al ser implicado en un escándalo de videos sexuales e infidelidades matrimoniales, que mandos de la Policía francesa que se niegan a identificarse atribuyen a un montaje urdido por Harfleur. Sea o no cierto este punto, lo que sí es verdad es que el primer clon ha heredado la citada candidatura macronista a la Alcaldía de París.


Prácticamente en este mismo lapso de tiempo, la filial farmacéutica de Harfleur con sede en la ciudad china de Wu Han, fue la primera en reportar la aparición de una epidemia de neumonía por coronavirus de 2019-2020,2​ enfermedad denominada oficialmente como COVID-19,3​4​ que está provocada por el virus SARS-CoV-2,4​5​ y que oficialmente empezó en diciembre de 2019, aunque el MSS (Ministerio de Seguridad del Estado Chino) acumula pruebas de que el coronavirus no salió, como luego se dijo, del Mercado Mayorista de Mariscos de esa ciudad, sino precisamente de las instalaciones de Harfleur Corporation.


En cuanto a los demás clones, su régimen educativo y familiar fue muy similar al del primero de todos ellos, estando a punto todos ellos de alcanzar la mayoría de edad legal a lo largo del próximo bienio. Mientras tanto, los tres ganan experiencia en el mundo de los negocios internacionales encargándose de tres sedes industriales muy concretas: la de Normandía, matriz de Harfleur, la de París, y la de Tirana (Albania). Sabemos precisamente que el jefe de esta última delegación será muy pronto transferido a la filial que Harfleur tiene en Navarra. El clon al cargo de la filial normanda se llama Philippe Longueville. La mujer, a cargo de la de París, responde al nombre de Blanche Neaufles. El nombre de quien muy pronto residirá en Navarra es Louis Beaumont. El del primer clon, que va a competir por la alcaldía de París, es Charles Navarre.


Quien haya leído mi informe hasta aquí, puede que haya establecido ya el plan que el agente Dugüesclin no supo comprender. Si no es el caso, lo dejaré todavía más claro. Una corporación industrial de raíz normanda, con ilimitados recursos financieros acometió en los albores del siglo XXI un osado proyecto genético basado en el corazón de un rey medieval conservado en el santuario navarro de Ujué. Sus innovadores, aunque faltos de toda ética, métodos propiciaron que cuatro de los embriones obtenidos llegaran a su nivel óptimo de maduración, aquél que siguiendo un plan establecido, no por un oscuro empresario contemporáneo, sino por la propia Historia, ha permitido llegar al año 2020 a esos cuatro experimentos diabólicos, convertidos en el trasunto actual de Carlos II de Navarra y el de sus tres hermanos, como podrá comprobar cualquiera que compare unos hechos concretos del siglo XIV (aquél en el que vivió Carlos), y del siglo XXI (donde Harfleur ha hecho que viva su clon).


Veamos: Carlos II llegó a ser el jefe de su dinastía, la de Evreux, al morir su madre, Juana II de Navarra, aquejada de peste bubónica. Una epidemia que se llevó por delante a casi la mitad de la población mundial en 1348. En 2020, la extensión del Coronavirus –puede que creado por la misma Harfleur Corporation- continúa imparable por el mundo, sin que sea posible saber qué consecuencias letales para la población, y qué consecuencias de revueltas sociales y políticas tendrá en tal caso, si la OMS sigue impotente ante el avance de la epidemia.


    Carlos II era el heredero legítimo de Francia, pero los nobles franceses del siglo XIV inventaron la Ley Sálica para apartar a su madre, la citada Juana II de Navarra, del trono. Carlos sólo contaba con los débiles recursos del Reino de Navarra para sostener sus reclamaciones, así que llegó a un pacto con Eduardo III de Inglaterra en 1354 para ayudarse mutuamente y, en caso de tener éxito, repartirse Francia. En 2021, la Corporación Harfleur subvencionó generosamente la campaña proBrexit de quienes en el Reino Unido eran partidarios de salir de la Unión Europea, remedo actual de la poderosa Francia del siglo XIV. ¿A qué acuerdos de compensación habrá llegado Harfleur con las fuerzas ProBrexit británicas? Francia debería ponerse a temblar, porque el último conflicto de similares características tardó más de cien años en solucionarse.


En 1358 Carlos II fue nombrado “Capitán de París” por los habitantes de la ciudad, rendidos admiradores de las habilidades políticas del navarro. Un cargo que él pensaba que sería la antesala del trono de Francia. Se equivocó entonces, aunque ahora, en pleno 2020, parece que sus poderosos partidarios han decidido repetir la estrategia, pues Charles Navarre se presenta, tras el porno-escándalo Grimeaux, a la Alcaldía de París. Le Monde Diplomatique informaba precisamente la semana pasada sobre su primer mitin electoral. Llenó hasta la bandera el polideportivo de Saint Germain des Prés, donde caben más de 10.000 espectadores, que acabaron aclamándole en pie al grito de: “Navarre, Navarre!”. Todos lucían en sus gorras o bufandas los colores de campaña del candidato: el rojo y el azul. Si alcanzase la alcaldía, las posibilidades de que llegara a ser el sucesor de Macron en el palacio del Elíseo serían elevadísimas.


En cuanto a la Crisis de los Chalecos Amarillos, que ha comprometido la legislatura de Macron prácticamente desde su comienzo, recordemos que en 1358, Carlos II se enfrentó y acabó sin contemplaciones con la revuelta campesina conocida por el nombre de “Jacquerie”. El hecho de que en 2020 su sucesor (o cómo sea que haya que denominar técnicamente a un clon) sea sospechoso de alentar esta revuelta neorural, y el hecho de que Charles Navarre sea una de las últimas personas que vio con vida a Jacques Bonhome, el líder de los Chalecos amarillos, a quien había convocado previamente a una misteriosa reunión en la sede parisina de Harfleur, puesto que el presidente Macron había encargado a Navarre resolver el conflicto a cualquier precio, no hace sino completar el cuadro histórico-contemporáneo que deja al descubierto el plan de tan siniestra Corporación. El nombre de Harfleur, por cierto, es el del castillo-prisión en el que el rey de Francia Juan II tuvo encarcelado a Carlos II de Navarra en 1357…


Pues bien, a pesar de que mis conclusiones no pueden estar más claras, mis superiores en la Consejería de Interior del Gobierno de Navarra se niegan a aceptarlas, probablemente porque desde aquel malhadado año de 1995, en el que el corazón de Carlos II salió de Ujué, todo el Gobierno de Navarra está infectado/sobornado por Harfleur Corporation, con vistas a a ejercer el poder de facto en cuanto llegue de Albania Louis Beaumont, igual que su homónimo gobernó Navarra en 1360 en nombre de su hermano Carlos II. No importa, ayer mismo entregué mi carta de dimisión como teniente de la Policía Foral, para mi nueva misión no me va a hacer falta ninguna placa oficial, aunque sí que conservaré mi arma, por lo que pueda pasar. 


Y esa misión es organizar desde ahora mismo la resistencia en Navarra para luchar contra Harfleur y esos cuatro malditos clones que planean conquistar el mundo a través de políticos comprados, revueltas falsas y epidemias mortales . No estoy solo en este combate, por eso muchos otros amantes de la Libertad y yo acabamos de crear MILUCE (Movimiento Internacional de LUcha Contra los Evreux), e informo desde aquí a quienes queráis uniros, que ya está en marcha nuestra primera acción: hemos acuñado cientos de miles de monedas e impreso millones de billetes que imitan los tipos del euro francés, pero con discretas marcas de estampación que hacen responsable a Charles Navarre de este intento de falsificación y de destrucción por consiguiente de la economía francesa. No nos detendremos hasta que el omnímodo poder de Harfleur sea destruido.


¡UNÍOS A LA CAUSA!   Y recordad:


PRO LIBERTATE PATRIA, GENS LIBERA STATE!


JUSTICIA POÉTICA I

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Palacio Real de Pamplona, 31 de enero de 1393


¿Cuánto, cuánto puede tardar en llegar a Navarra desde París un jinete a galope tendido? ¿Cuánto las noticias –quizá excelentes, quizá no tanto- que traerá con él? Agnes se lo pregunta una y otra vez mientras cuenta los días, las horas que ella calcula que empleará el mensajero.


Sí, Agnes, la vieja y loca tía Agnes, que perdió la razón por no poder soportar tantos disgustos y sinsabores causados por su condición de princesa, y que ahora sobrevive gracias a la caridad de su sobrino el rey Carlos III de Navarra, acogida en su corte como un trasto apolillado que no se sabe muy bien dónde colocar. Pero no siempre fue así, y Agnes se agarra a aquellos recuerdos “des bons temps” porque demasiado bien sabe que, al menos mientras no llega el correo, hace tiempo que no tiene más aliada que su propia memoria.


Y por eso viaja, viaja con su mente al momento en que participó, casi en primera línea de combate, a los desvelos de una de las dinastías regias más importantes de la Cristiandad: los Evreux-Navarra. Aquella cuyos miembros los cronistas llegaron a comparar con los dedos de una mano, así de bien se llevaban todos los hermanos, actuando siempre al unísono de lo que más conviniera a la familia. Pero ella, igual que su hermana Blanca, había nacido mujer, así que su papel no estaba en el campo de batalla, sino en el de la diplomacia, entendida como la oportunidad de establecer lazos nupciales con otras familias importantes que ayudasen a acrecentar el poder de la Casa Real de Navarra. A ella le tocó en suerte Gastón de Foix, el joven señor de Bearn, el príncipe más influyente del sur de Francia. Por lo menos ambos tenían casi la misma edad, cercana a los 17 años, lo que no era dato baladí en aquellos matrimonios concertados…


Porque su hermana mayor, Blanca, que había sido prometida al heredero de la corona, el príncipe Juan, tuvo la desgracia de haber nacido tan bella e inteligente que llamó la atención de quien iba a convertirse en su futuro suegro, el rey Felipe, que deshizo el compromiso de su hijo para casarse él mismo con la pobre princesa navarra. Ella tenía apenas 18 años, él como mínimo 56. Aunque Blanca tuvo suerte, y sólo tuvo que aguantarlo un año, el que tardó en morir el repulsivo y decrépito viejo.


Los dos matrimonios se celebraron en París con una diferencia de muy pocos meses, en el año 1349. Aquellos tres meses que vivieron en París, fueron los únicos de relativa tranquilidad en doce años de vida en común. Agnes los recuerda como si fuera ayer, aunque ya entonces comenzó a entender que no tenía ni probablemente tendría nunca nada que ver con el carácter o los gustos de su esposo, ya que ella había sido educada por su madre, la reina Juana II de Navarra, en medio de una corte de poetas, entre los que descollaba Guillaume de Machaut, el mejor músico y compositor desde los tiempos del abuelo Teobaldo. De él había aprendido todo. Y todo quiere decir todo, porque no fue difícil saltar de los versos de amor en papel (y Agnes demostró saberlos escribir tan bien o mejor que Machaut, como puede afirmar cualquiera que los lea) a los besos cruzados entre maestro y alumna...


Supuesto estatuilla de Blanca de Navarra, hermana de Agnes, cuyo aspecto no sería muy distinto.
Museo de los Claustros de Nueva York
Hacia 1350
Todos en la corte navarra lo sabían, todos menos la reina Juana. Aunque Agnes sospecha ahora, tantos años después, que su madre lo sabía igual que todos, a pesar de que jamás le dijese nada al respecto. Probablemente porque ella habría pasado por la misma situación cuando era joven, justo hasta que la obligaron a casarse con Felipe de Evreux. ¿Habría amado ella en secreto a otro poeta? Es lo más probable. Pero convertida ya en reina, sabe que los amores imposibles son eso justamente: imposibles, y que las princesas son una pieza importante en el tablero político, aunque no tan importantes como para que no puedan ser sacrificadas en aras de un bien –supuestamente- mayor.


Y Agnes sabe que a ella la inmolaron en ese altar. Lo supo en cuanto sintió los primeros desprecios de Gastón, cuando vio lo que entendía él por hacerle un regalo. Como aquella vez que llenó el patio del palacio donde residían de cabezas de lobos, ciervos y jabalíes, haciéndola nadar en un océano de sangre, porque para él no existía otra cosa que la caza. Rodeado de sucios monteros y ruidosas rehalas de mastines educados para matar a todo lo que se moviera. Y cuando se cansó de matar animales, decidió matar personas. Primero se fue hasta la lejana Prusia para perfeccionar sus métodos como asesino, allí se dedicó a “matar paganos”, como los caballeros teutónicos y él consideraban a los naturales de aquellas tierras. Y luego, cuando allí ya no quedaba nadie para matar, volvió a Francia para perseguir a los Jacques, los campesinos que habían osado rebelarse contra sus señores. Carlos II, el hermano de Agnes le ayudó entonces en sus correrías, aunque no alcanzó nunca su nivel de crueldad.


Gastón de Foix, representado en su Libro de la Caza (Hacia 1387)






En los diez años que pasaron desde su boda, Gastón sólo se acercó a su mujer buscando tener un heredero legítimo.  “Te quiero sólo para eso, no para que me escribas versos”, le dijo una vez. Al fin, en 1359, nació un hijo que sólo vivió unas horas. Para entonces Agnes apenas veía a su marido, que vivía hacía años con su amante Caterina de Rabat, quien le había dado ya cuatro hijos. Uno de ellos, Yvain era claramente su favorito. Pero en septiembre de 1362, contra todo pronóstico, vino al mundo otro heredero: Gastón. Y ahí comenzó el verdadero Infierno para Agnes…


Era el niño más hermoso del mundo, Agnes lo recordaba siempre así, entre sus brazos. Lo veía como la promesa de que la situación con su marido mejoraría al fin. Pero Gastón, que acababa de sumar a su lista de trofeos a los Armagnac, los encarnizados enemigos de la casa condal de Bearne durante décadas, tenía otros planes. Alegando que el hermano de Agnes aún no había pagado la dote estipulada en su contrato matrimonial, urgió a su esposa a que fuera a Navarra a reclamársela. Pero Agnes entendió rápidamente por qué lo hacía ahora, cuando en los últimos doce años no se había preocupado de cobrar tal deuda: sólo por los rescates que obtendría por liberar a sus enemigos recién vencidos, la fortuna de Gastón se incrementaría vertiginosamente, así que no necesitaba realmente la dote prometida por Carlos II para nada. No. Simplemente quería librarse de una vez de su mujer, sobre todo ahora que le había dado por fin el anhelado heredero, y vivir con Caterina y sus hijos sin tener que ocultarse.


Agnes recordaba las hirientes palabras que le dijeron que había dicho: “Y decidle que no se le ocurra volver al Bearne sin el dinero”. Porque Gastón era valiente con animales y personas indefensos, pero a su mujer no se atrevió a decírselo a la cara, así que envió a su hermano bastardo, Arnaud Guilhem de Morlanne, para que la expulsara del palacio condal de Orthez. Demasiado bien conocía Agnes el irascible carácter de su marido y sintió el mismo miedo que cuando le anunciaban sus cada vez más infrecuentes visitas. Pero conocía igualmente el orgullo desmedido de su hermano Carlos II, y cómo jamás perdonaría semejante agravio –no porque la hubieran insultado a ella, sino por haber menospreciado de tal modo a la dinastía real de Navarra- ni le daría por tanto el dinero de la dote. Eso suponía que jamás podría volver al Bearne, como Gastón le había advertido. Por eso mismo decidió llevarse consigo todas sus posesiones, y cuando ya las tenía todas cargadas en los mulos, el bastardo Arnaud, por orden de Gastón, arrancó de las caballerías todas las valijas y baúles, dejándola sólo con la ropa que llevaba puesta, y aún le quitó el abrigo que llevaba, para recordarle que, si volvía sin la dote, “talmente como una pobre mendiga debería buscarse la vida en Orthez”.


Era la gélida mañana de Navidad de 1362, y Agnes recordaba perfectamente cómo, tiritando de frío sobre su mulo, y con las lágrimas de rabia y de dolor que resbalaban por sus mejillas congelándose antes de llegar a su barbilla, tuvo que emprender la huida hacia Navarra, dejando allí a su hijo de apenas tres meses. No volvería a verlo hasta trece años después…



CONTINUARÁ...



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020

LA EMPRESA Y DIVISA DE LA CADENA DE CARLOS III EL NOBLE

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El historiador José Marcos García Isaac, que mantiene en Facebook el siempre interesante espacio titulado Aragón, Castilla y Navarraen la Baja Edad Media, nos brindaba el otro día un brillante descubrimiento documental sobre el rey Carlos III el Noble: la posible existencia –hasta ahora desconocida- de otra Orden de Caballería ligada a este monarca navarro.

Recordemos que al igual que otros soberanos de su época (Eduardo III de Inglaterra y su Orden de la Jarretera, Juan II de Francia y su Orden de la Estrella, Alfonso XI de Castilla y su Orden de la Banda, etc…), el rey de Navarra fundó también una Orden caballeresca a imitación del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda, cuya denominación no queda clara en los registros conservados,  ya que dos documentos fechados en el mismo mes de julio del año 1391, hablan tanto de “la Orden de nuestro collar de Buena Fe, como de la Orden que nos habemos hecho del Lebrel Blanco. Otra referencia cercana en el tiempo, sin mencionar ya Orden de ninguna clase, habla del pago al orfebre Garvain por un collar de hojas de castaño, nuestra divisa y librea.


Vemos pues que estaban representadas tres de las divisas conocidas del rey: el lema Bone Foi (la buena fe inherente a todo caballero), el Lebrel Blanco (puede que por mera paronimia: Levrier y L’Evreux suenan parecido en francés) y la hoja de castaño (quizás por el mismo motivo: Chataigne y Charles empiezan por la misma sílaba en francés, aunque puede que también porque la castaña era una representación simbólica de la Inmaculada Concepción). Sólo falta el triple lazo (se supone que era un cifrado de la Santísima Trinidad), para completar toda la panoplia emblemática que heredaría después su hija, la reina doña Blanca, y finalmente su nieto, el príncipe de Viana.


En cuanto a si fueron dos Ordenes distintas o una sola, resulta imposible saberlo, lo que sí sabemos es que, al contrario que las otras Órdenes creadas por el resto de soberanos europeos, la del Rey de Navarra no parece que tuviese reuniones fijas en el calendario, estatutos ni reglas conocidas, al menos no se han conservado, ni la documentación de Comptos permite demostrar que dicha Orden u Órdenes tuvieran una existencia consolidada en el tiempo, más allá de la entrega (sobre todo en los primeros años del reinado de Carlos III) y como mero elemento honorífico, de collares cuyos eslabones eran hojas de castaño a nobles (incluidas mujeres) y caballeros o embajadores de otros reinos que visitaban la corte navarra.


Por eso el hallazgo documental de José Marcos García Isaac en el Archivo de la Corona de Aragón no puede dejar de sorprender a quienes nos gusta este tema de la heráldica y la paraheráldica de los reyes de Navarra, y es notorio que a mí me gusta mucho. Se trata de una carta escrita por Violante de Bar, duquesa de Gerona (la princesa heredera de Aragón) el 19 de septiembre de 1386, y dirigida a su primo hermano, el entonces todavía infante heredero de Navarra, futuro Carlos III:


“…Molt car cosi, en aquestes parts ha cavallers e scuders molts, qui desigen esser de la vostre empresa e divisa de la Cadena. Perque molt car cosi, nos pregam, affectuosament, que la dita empresa, ab copia dels capitols e ordinacions, nos vullats trametre, ab tot poder, en manera que nos la puxam donar per vos aci, a aquells que semblant nos sera…


 “…Muy querido primo: en estos lugares hay muchos caballeros y escuderos que desean formar parte de vuestra Empresa y divisa de la Cadena. Por lo cual, muy querido primo, os rogamos afectuosamente que queráis transmitirnos fielmente dicha empresa, con la copia de sus capítulos y ordenamientos, de manera que podamos entregárselas aquí a aquellos que mejor nos parezca…”


Fuente: Archivo de la Corona de Aragón, Real Cancillería, reg. 1819, f. 63v.


El documento es bien claro: desde la corte de Aragón se pide en 1386 al infante de Navarra que les envíe el reglamento de su Empresa y divisa de la Cadena. ¿Podría ser una nueva Orden Caballeresca, que sería además la primera de todas las creadas por Carlos III? La “Cadena”, evidentemente, haría alusión a las armas de Navarra, pues no en vano fue el propio Carlos III, bastantes años más tarde, eso sí, en 1423, el primero en hablar de las cadenas como elemento heráldico. Concretamente en el punto 15 del Privilegio de la Unión de la Ciudad de Pamplona, cuando al fijar cómo debía ser el pendón o bandera de la nueva comunidad dice:


“…y un pendón de unas mismas armas, de las cuales el campo será de azur y en medio habrá un león pasante que será de plata y habrá la lengua y las uñas de gules. Y alrededor del dicho pendón habrá un renc [un rango] de nuestras armas de Navarra: el campo de gules y la cadena que irá alrededor de oro”.



El escudo original de Pamplona
excelentemente dibujado por Mikel Ramos
en su libro "Usos heráldicos enNavarra"


Efectivamente, fue el propio Carlos el primero en definir las armas de Navarra con la palabra “cadena”, pues hasta entonces todos los heraldos y armoriales las describían como “carbunclo dorado cerrado y pomelado”. Pero no fue él, sino su ya mencionado nieto, Carlos de Viana, el primero –en su Crónica de los Reyes de Navarra, fechada en 1453- en identificar esa cadena con las que habría roto su antepasado Sancho VII el Fuerte en las Navas de Tolosa. Es cierto que podía ser una historia que pasase de rey en rey de Navarra desde el año 1212, aunque suena más al deseo de presumir por parte del príncipe de que su ancestro luchó contra los moros y ganó las armas heráldicas que desde entonces representaban al reino.

En cualquier caso, la “cadena” del documento aragonés y la del Privilegio de la Unión parecían casar bien, e incluso resolver el misterio de esa nueva y desconocida Orden de Caballería creada por Carlos III el Noble. Hasta que…


Hasta que leyendo atentamente el documento escrito por Violante de Bar, reparé en que el término “Orden”, no aparece por ningún lado. La que sí aparece es la palabra “Empresa”. Y acudiendo al gran maestro Martí de Riquer (cosa que recomiendo vivamente a todo el mundo, en cualquier ocasión), en su inspirador libro “Caballeros andantes españoles”, podremos leer que:


Empresa era como se llamaba el voto caballeresco, palabra que con el tiempo pasó a designar las divisas pintadas y motes de pocas palabras que usaban los caballeros en sus contiendas deportivas y, más adelante, los emblemas tan cultivados por los escritores. Sebastián de Covarrubias (1611), al definir el verbo emprender, nos ofrece una rápida idea de la evolución semántica del término: Emprender: Determinarse a tratar algún negocio arduo y dificultoso…, porque se le pone aquel intento en la cabeza y procura ejecutarlo. Y de allí se dijo Empresa el tal acometimiento. Y porque los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus escudos y recamar en sus sobrevestes estos designios y sus particulares intentos, se llamaron empresas. De manera que empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender y conquistar o mostrar su valor y ánimo.


El voto caballeresco consistía en abstenerse de una cosa determinada o en exteriorizarse con cualquier detalle llamativo, singular o humillante hasta haber participado en un hecho de armas bajo determinados capítulos o condiciones previamente fijados. Eran muy frecuentes estos votos, versión en lo profano de las promesas de carácter piadoso. Los hubo tan fuera de lo común como el del conde de Salisbury, que juró llevar un ojo siempre cerrado hasta haber guerreado con el rey de Francia, o el del famoso Bertrand Du Guesclin, que prometió no comer hasta haber luchado con los ingleses, o el de las damás de la corte castellana que juraron no volver a comer nada que tuviera cabeza, por haber resultado herido justo en esa parte del cuerpo el condestable Alvaro de Luna durante un torneo. Pero los más habituales fueron aquellos que daban un contenido simbólico al deseo de combatir por el placer mismo de exhibirse luchando cuando no existían razones de odio o de malquerencia.


Así, don Suero de Quiñones, en lo que denominó “Passo Honroso”, juró en 1434 llevar todos los jueves una argolla de oro al cuello, símbolo de su amor por Leonor de Tovar, hasta haber quebrado trescientas lanzas, prohibiendo el paso a quien le desafiase en el puente de Órbigo, en pleno camino de Santiago. Las justas se desarrollaron entre el 10 de julio y el 9 de agosto, día en que don Suero fue herido, y en las mismas murió uno de los caballeros participantes: el catalán Asbert de Claramunt.

Porque el caballero que ostentaba una empresa –como la argolla de Suero de Quiñones- fingía que esperaba luchar con otro que lo “liberase” del voto. Pues, hasta haber combatido bajo las condiciones estipuladas en los ordenamientos, se veía obligado bajo juramento a ir ataviado de aquel insólito modo, lo que podía llegar a prolongarse durante años.


En recuerdo de su hazaña, la “argolla” de oro y rubíes fue regalada al tesoro de la catedral de Santiago de Compostela por el propio Suero de Quiñones al acabar su Empresa, y aún puede verse allí. La inscripción que la recorre dice así:


“Si à vous ne plait de avoir mesure,
certes je dis que je suis sans venture”.


“Si no os place corresponderme,
en verdad que seré desdichado”
.



Argolla del Passo Honroso de don Suero de Quiñones
Hacia 1400. Tesoro de la catedral de Santiago de Compostela

Otro caballero famoso, el borgoñón Jacques de Lalaing, decidió partir en busca de aventuras e hizo el voto de llevar en el brazo derecho “un brazalete de oro al cual había prendido un lambrequín o adorno de tela de los que entonces se solían colocar encima del yelmo. Al llegar a la corte del rey de Francia hizo públicos los capítulos de la Empresa del Brazalete, o sea, las condiciones que imponía a los caballeros que quisieran luchar con él para “liberarle” de su voto. Van firmados el 20 de julio de 1446, cuando el caballero tenía unos 23 años, y empiezan con las siguientes palabras:

“Quien toque mi empresa se verá obligado a liberarme según lo contenido en estos capítulos, a condición de que sea gentilhombre por sus cuatro costados y sin reproche… Para hacer las susodichas armas y cumplirlas punto por punto según lo contenido en mis capítulos, he elegido al excelentísimo y poderosísimo rey de Castilla, a quien suplico muy humildemente que, por su benigna gracia, le plazca hacerme este honor y concederme mi petición”.  


Por tanto, se ve claramente que la “Empresa y divisa de la Cadena” del infante Carlos de Navarra no corresponde a ninguna nueva Orden creada por él, sino a otra iniciativa caballeresca suya, que debió alcanzar tanta fama en su época como para que fuera requerido desde Aragón para que les enviase los capítulos bajo los que se aprestaba a luchar contra aquellos que quisieran liberarle del voto, dirigido indudablemente a su mujer, Leonor de Trastamara, con la que se había casado en 1375, a los 14 años. Ese voto iría representado por una cadena, que tanto representaría el amor que sentía por ella, como sus propias armas heráldicas, a juzgar por cómo él mismo las definió en 1423: un renc [un rango] de nuestras armas de Navarra: el campo de gules y la cadena que irá alrededor de oro”.


Es decir: que Carlos probablemente llevaría una cadena de oro (al cuello, en el brazo o sobre el torso), bien visible en cualquier caso, un día de la semana concreto o durante una temporada, esperando que otros caballeros vinieran a “liberarle” combatiendo con él, como establecerían los “capítulos y ordenamientos” que habría redactado y que fueron los que le solicitó su prima la condesa de Gerona. 


Porque, aunque se ha hablado siempre de un Carlos III poco belicoso y amante estricto de la paz, si acudimos a la auténtica Biblia sobre este personaje: la impresionante biografía que le dedicó José Ramón Castro en 1967, comprobaremos varias cosas. Primero, que sí que participó en varias campañas guerreras, como el sitio de Gijón o las campañas contra Portugal que terminaron con la derrota total de las armas de Castilla en la espectacular batalla de Aljubarrota (1385). Bien es cierto que lo hizo siempre acompañando a su cuñado, Juan I de Castilla, y que quizás lo hizo pensando ya en lograr lo que finalmente consiguió: atenuar las onerosas condiciones fijadas por el Tratado de Briones del año 1379, que convertían a Navarra en un mero protectorado castellano. Por cierto, que quien secundó siempre a Carlos en esas batallas fue otro guerrero navarro verdaderamente legendario: su chambelán Pierres de Laxaga, el único de los caballeros que conquistaron Albania que regresó a su tierra natal.


Pero también descubriremos que, como cualquier joven noble de su tiempo, Carlos estaba siempre dispuesto a participar en un buen torneo. Por ejemplo, en unas justas organizadas en Pamplona el primer domingo de septiembre de 1377, cuando él tenía apenas 16 años, para las cuales se compraron en Zaragoza 33 codos de tafetán verde, de los cuales se hizo el paramento para el infante, por los que se pagaron 64 florines de Aragón, incluyendo en dicha cantidad lo pagado por imposición y peaje, y por 14 “roquez”, 14 “agrapes”, y 14 “rondelles” para justar.


Precisamente esas 14 “rondelles”, me dieron pie a especular en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar” (cuya dedicatoria, por cierto, está muy relacionada también con este asunto de las Empresas caballerescas), y ya que el inventario de los bienes del príncipe elaborado tras su muerte en Barcelona el año 1461 asegura que el príncipe tenía otra gualdrapa de caballo pintada de color carmesí, con las divisas de hierros de lanza, y sin flecos”,con la posibilidad de que esta ahora desconocida divisa de los hierros de lanza fuera la de los tres círculos concéntricos que alternan el color blanco y negro en una de las orlas de la bóveda pintada de la reina doña Blanca en la catedral de Pamplona.  


Al menos se hace bastante extraño que en una decoración que combina prácticamente todas las divisas de los Evreux: los lebreles blancos, la hoja de castaño, la inicial coronada del nombre de la reina formada por eslabones de cadenas, las plumas de pavo real de la cimera, los triples lazos y las flores de lis, se incluya también un simple motivo ornamental ya visto en pinturas murales navarras anteriores como las de San Pedro de Olite, que no guarda –aparentemente- relación con el resto de emblemas propios de los monarcas navarros.


Creo que esos círculos podrían ser el dibujo de una lanza de torneo vista de frente. Si observamos la siguiente ilustración, donde aparecen tres imágenes de armaduras de justar conservadas en el Kunstorisches Museum de Viena, podremos ver muy bien la pieza de forma redonda que protegía la mano de quien empuñaba la lanza, que según Martí de Riquer en castellano recibía el nombre de “arandela”, y en francés el de ronde o rondelle. Estas lanzas solían ir pintadas en colores alternos, como sucedería en nuestro caso concreto con el blanco y el negro, precisamente los dos colores predilectos, junto con el rojo, del rey Carlos III el Noble, que sabemos que los empleó con mayor profusión, quizás por preferencia personal o porque les diese mayor valor emblemático. Fueron los mismos colores, junto con el azul, que siguió luego utilizando su hija doña Blanca. Y también su nieto, el príncipe de Viana, que decoró con azul, rojo, blanco y negro su estandarte, sus escudos, gualdrapas de caballo, arcas y otros elementos.



Fragmento de la decoración pintada en la bóveda de la catedral de Pamplona.

Divisas de la reina doña Blanca (hacia 1430)



En la franja de arriba, 1 y 2: armadura de torneo de Juan de Sajonia (hacia 1497) 3: Traslación ideal de la rodela blanquinegra a la misma armadura . En la franja de abajo: posibles divisas de “hierros de lanza” en la bóveda de la catedral de Pamplona (hacia 1430)


Puesto que esos círculos aparecen en la bóveda de doña Blanca, harían referencia a una divisa perteneciente a su padre, de quien ya hemos visto que fue muy aficionado a los torneos, afición corroborada ahora también por su gusto por emprender a votos caballerescos como el de la Empresa y divisa de la Cadena.


¿Habría sacado de algún apuro vital al joven Carlos el Noble una de esas “rondelles” en alguno de los muchos torneos en que debió participar, y por eso la escogió como divisa personal? Un significado emblemático que su familia más cercana reconocería por habérsela oído de viva voz al protagonista del hecho. Tanto como para incluirla en su catálogo de divisas, mantenido luego por su hija y heredera doña Blanca, que la habría situado junto a todas las demás en la decoración de su bóveda en la catedral de Pamplona, y también por su nieto, Carlos de Viana, que emplearía quizás en las justas alguna de las viejas gualdrapas heráldicas de su abuelo, una de las cuales sería ésta de los hierros de lanza de la que estamos hablando…




El infante Carlos de Navarra, futuro Carlos III,
cuando era joven, en París. Del libro:
Historia de la Cultura y del Arte de Pamplona,
de Josefina y Martín Larrayoz


Volviendo al documento aragonés y teniendo en cuenta que fue redactado el 19 de septiembre de 1386, lo más lógico es suponer que la Empresa de la Cadena, cuya fama había llegado ya hasta Aragón, se estaría desarrollando desde poco tiempo antes, o con vistas a un futuro muy próximo. Castro, citando a Zurita, vuelve a informarnos precisamente de que en abril de 1386 el infante Carlos marchó a Zaragoza, donde estuvo muy confederado con el duque de Girona, e hicieron entre sí una muy estrecha amistad, y concertaron que el infante don Jaime, hijo primogénito de los duques, casase con doña Juana, que era la hija mayor del infante de Navarra.

Así que muy probablemente durante aquella estancia zaragozana pudo dar a conocer el heredero de Navarra su Empresa y divisa, que causaría tanta curiosidad como para que, a los pocos meses, la duquesa de Gerona le pidiera, en nombre de los caballeros aragoneses, que le enviase sus capítulos y ordenamientos.


¿Pero qué pasó después? ¿Le daría tiempo a Carlos a mandar su reglamento? Si es así, quizás algún día aparezca en el Archivo de la Corona de Aragón, aunque sí que podemos establecer una hipótesis bastante certera de por qué lo más probable es que dicha Empresa, aunque puede que llegara a iniciarse, no terminase llegando a buen puerto. Porque el 1 de enero de 1387, apenas tres meses después de la misiva de Violante de Bar, falleció en el palacio real de Pamplona Carlos II, y Carlos III se convirtió en el nuevo rey de Navarra. Ya no podría arriesgarse a justar él mismo en un alarde de armas nunca más.


Toda su vida le siguieron gustando los torneos y el mundo caballeresco y literario que los hacía posibles, pero la muerte a muy temprana edad de sus dos hijos varones, Carlos y Luis, y el hallarse desde entonces inmerso en una corte eminentemente femenina (tuvo seis hijas), le apartarían de semejantes entretenimientos, sostenidos desde entonces en Navarra únicamente por sus caballeros más distinguidos y, muchos años después, también por su nieto, el príncipe de Viana.


Y nada más, sólo volver a reiterar mi agradecimiento a José Marcos García Isaac porque su descubrimiento documental me ha permitido profundizar un poco más en el esplendoroso Otoño de la Edad Media que se vivió en la corte de los Reyes de Navarra de la dinastía de Evreux.






© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020


JUSTICIA POÉTICA II

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Conviene leer antes: Justicia Poética I , pero por si no apetece, resumiré la historia diciendo que la princesa Agnes de Navarra, educada en la corte literaria de su madre y poetisa ella misma, fue casada a los 16 años con Gastón de Bearn, el noble más poderoso del sur de Francia, obsesionado únicamente con la caza y la guerra. La disparidad evidente de caracteres conllevó una vida prácticamente separada, hasta que al nacer un heredero legítimo en 1362, su marido la repudió y la obligó a refugiarse en la corte de su hermano, el rey Carlos II de Navarra. Hasta 1375, madre e hijo no pudieron volver a encontrarse...



Vino el joven Gastón a la corte de Navarra, efectivamente, en 1375. Durante unos pocos meses pudo Agnes conocer a su hijo al fin, y éste pudo reconocer también a la mujer de la que recibía cartas proscritas desde el otro lado de los Pirineos. Y no sólo pudieron conocerse, sino que sobre todo se reconocieron ambos, pues era su carácter muy parecido. Siempre tuvo miedo la exiliada en Pamplona de que su hijo, al que arrebataron de sus brazos con apenas tres meses, durante los que le cantó todas las noches una nana compuesta por ella misma, creciera y fuese educado para ser una mera réplica de su belicoso padre. Pero no: el joven Gastón era sensible, refinado, elegante y sobre todo amaba la poesía tanto como ella. Era a su bastardo Yvain a quien el señor del Bearne había convertido en su duplicado: pendenciero, violento, obsesionado por la caza. Maldito Yvain…


 El joven Gastón volvió tres años después a Pamplona en viaje de recién casados. Quería presentar a su madre a su esposa. Agnes le regaló entonces varios objetos -entre los pocos y pequeños que había podido salvar de su propio expolio- pertenecientes a sus antepasados navarros, para que no olvidase nunca que provenía de una estirpe de reyes: dos relicarios, uno de la Vera Cruz y otro de la Virgen, y dos libros de horas con las armas de Navarra.


A Agnes le gusta recordar a su hijo así, contento por conocer las historias de sus antepasados. Ya no lo vería nunca más. Se cruzaron cartas, claro, pero ya no volvieron a verse jamás. Lo demás duele demasiado todavía al recordarlo. En 1380, los nobles bearneses, descontentos con el despótico gobierno de Gastón tramaron un complot contra él. Una maquinación en la que el hijo del tirano, el joven Gastón, estaba llamado a jugar un papel esencial. Porque su tío, el rey Carlos II de Navarra, siempre amigo de todas las intrigas, le había entregado en aquella última visita a Pamplona una bolsa de cuero llena de un misterioso preparado: “el veneno más infalible de todos”, según sus propias palabras. Gastón sólo tendría que echar una pequeña cantidad en la comida de su padre, para que el Demonio lo acogiera de una vez en el Infierno, que es el único lugar destinado a quienes se atreven a desafiar a la dinastía de Evreux.


Pero Agnes no sabía nada de todo aquello, lo jura y lo repite a todo aquel que quiere escucharla. Lo hizo entonces, cuando ya demasiado tarde se enteró de todo, y lo sigue haciendo ahora, trece años después, cuando no es más que la vieja y loca tía Agnes, acogida por pena en la corte de su sobrino Carlos III de Navarra. Lo que sí sabe es que el Demonio, en lugar de abrir las puertas del Infierno para el viejo Gastón, se las abrió de lleno a Gastón el joven, porque la bolsa con el veneno acabó –nadie sabe cómo- en manos del bastardo y favorito Yvain, que raudo corrió a denunciar a su medio hermano a su padre.


El tirano persiguió y torturó a todos los posibles implicados, y a su hijo legítimo lo encerró en la torre más alta del castillo. Allí, el pobre hijo de Agnes se negó durante días y días a probar bocado, temeroso él mismo de ser envenenado. Su padre perdió la paciencia e intentó obligarle a comer, llevándole él mismo un trozo de venado a la boca. La carne iba clavada en la punta de una afilada daga, pero el joven Gastón se resistía a obedecer, se removía aterrado entre los crispados brazos de su padre hasta que… Hasta que el puñal fue a clavarse con fuerza en el cuello del prisionero, el único lugar donde no puede aplicarse un torniquete. El hijo de Agnes murió desangrado en pocos minutos.


A Pamplona tardó en llegar la funesta nueva unos días, pero de que el triste mensajero había cumplido su cometido se enteraron todos los habitantes, porque cuentan que los gritos de desesperación de Agnes se oyeron por toda la ciudad. Desde aquel momento dicen también que la cabeza de Agnes ya no volvió a funcionar del todo bien, que únicamente repetía que su hijo vendría cualquier día a visitarla, y que entonces le cantaría aquella vieja nana que le compuso cuando era un niño…


Los años fueron pasando, en 1387 murió Carlos II de Navarra, y en 1391 Gastón de Bearne, el asesino de su propio hijo. Parece que intentó hasta el último momento que le heredara su favorito Yvain, pero un lejano pariente de la rama legítima de los Foix: Mateo de Castelbon, fue quien, apoyado por el dinero navarro, consiguió hacerse finalmente con el gobierno del Bearne. Hasta se logró entonces una indemnización por lo que se había hecho sufrir a Agnes. Aunque ella, naturalmente, no vio una sola moneda, pues la compensación fue íntegramente al tesoro navarro. Tampoco le importó demasiado. Todos pensaron que porque estaba loca, como se suele juzgar a quienes no otorgan en su vida la importancia mayor al dinero. No, lo que ocurría es que lo único que importaba a Agnes desde la muerte de su hijo es que aquel maldito delator, el bastardo Yvain, seguía vivo en alguna parte. Ella había sobrevivido a todos los protagonistas del drama, menos a aquel bastardo.


Era vieja, sí, cada vez con menos contactos en Francia, pero sí que contaba con uno ciertamente importante: su hermana Blanca, la afortunada reina viuda de Francia desde hacía casi cincuenta años. Si alguien podía enterarse de dónde andaba Yvain de Foix era ella…

Y se enteró. Vaya que si se enteró. Y se lo hizo saber a su hermana Agnes: el bastardo había conseguido introducirse en la corte del joven rey Carlos VI, con quien compartía todo tipo de diversiones y borracheras, organizando fiestas continuas que duraban días enteros y escandalizaban a toda la ciudad de París.


Blanca de Navarra, reina  viuda de Francia,
en una vidriera de la catedral de Evreux.
Siglo XIV
Agnes no está loca. No lo ha estado nunca. Le sobra cabeza para organizar una última intriga, arte que han dominado todos los miembros de la dinastía de Evreux. Ella no será menos. Envía una carta a Blanca:


-¿Hermana, sigues viviendo en aquel palacio cercano a les Gobelins? Ya sabes: aquel que tiene a su izquierda el arsenal de la Estrella y a su derecha el pequeño palacio del mariscal des Ursins.


Y Blanca, a la vuelta de quince días contesta que sí, que allí vive desde hace décadas. Nuevo mensaje de Agnes:


“Por el cariño que como hermanas nos tenemos, y por todo el dolor que hemos sufrido al anteponer la razón de Estado a nuestra propia felicidad, obligadas a casarnos con hombres maltratadores cuando no directamente asesinos, tú mejor que nadie puedes comprenderme, Blanca. Y mi venganza ya no puede cobrarse más que en la piel del maldito Yvain. Organiza en tu palacio una fiesta para su grupo de diletantes, que sea dentro de dos meses. El tiempo justo para que yo pueda aleccionar –y sobre todo pagar-  a quien pueda llevarla a cabo en mi nombre. Te mantendré informada…”


La fiesta se confirma, efectivamente, para finales de enero de 1393, en el palacio de la reina Blanca, cerca des Gobelins. Mientras tanto, Agnes, que nunca ha estado loca, sabe a quién encargar su desquite:  Pons de Orendain, el fiel capitán de la guardia real, sin oficio desde la muerte de Carlos II. Él tiene además edad para acordarse de todas las sevicias sufridas por Agnes a manos de los Foix, y está plenamente dispuesto a hacérselo pagar al culpable. Aun así, el agradecimiento debido se expresa comprando para la familia del guerrero el palacio cabo de armería de su pueblo. 



Relieve en la ventana del vestíbulo de la actual sala de investigadores del Archivo Real de Navarra,
antiguo Palacio Real de la Navarrería de Pamplona

-Mira y escucha, Pons: tú no conoces París, pero te dibujaré aquí con tiza, en el muro junto a la ventana de mi pequeña habitación en el palacio real de Pamplona, los tres hitos que deberán guiarte: el arsenal de L’etoile (así llamado por tener forma de estrella), el gran palacio de mi hermana, la reina Blanca, con sus fortísimas torres redondas en sus cuatro esquinas, que marcaremos con una "P" y el petit palais del mariscal des Ursins, con sus cuatro torrecillas circulares, que marcaremos con una doble "P P". Repítetelos a ti mismo hasta aprendértelos, hasta que en tu cabeza no haya duda alguna de que sólo tendrás que entrar en el palacio de mi hermana, que tiene a su izquierda el arsenal y a su derecha el pequeño palacio del mariscal. Los servidores de mi hermana te estarán esperando y te proporcionarán todo lo necesario, que no será ninguna espada de oro ni un puñal de plata, te lo garantizo. No tendrás que luchar con nadie, bastante has batallado tú también por Navarra. Esta será nuestra última misión: la tuya y la mía.






Pons partió hace un mes ya. Y Agnes espera, tan solo espera a que llegue el mensajero con la noticia anhelada.  El 1 de febrero las tablas del puente levadizo del palacio tiemblan bajo los cascos del caballo del correo que desde París galopa para informar a su majestad Carlos III de Navarra de lo acontecido en el palacio de su tía la reina Blanca hace apenas tres días. Pero nunca contará las cosas como realmente fueron, como sólo Agnes y Blanca de Navarra saben que ocurrieron.


Fue precisamente Blanca, siempre tan ocurrente, la que precisamente dio la idea a los jóvenes nobles de que se vistieran de hombres salvajes. Las damas compitieron por coser sobre las ropas de lino de aquellos guapos muchachos las ramas de roble que les darían el fiero aspecto requerido. Sin embargo, muy pocas sabían que uno de ellos sería el propio rey, Carlos VI, que se ha empeñado en participar en el baile de máscaras. El gran salón está casi a oscuras, pues se ha prohibido que nadie entre con antorchas en la mano, dado lo fácilmente combustibles que son los disfraces de los protagonistas. 

Pero entonces, cuando ya los seis jóvenes se lanzan a su frenética danza, por una puerta entra alguien, parece ser que el duque de Orleans llevando un farol en la mano. Un farol que acerca al rostro de uno de los danzantes por ver si reconoce al enmascarado. Entonces una chispa salta del candil a las ramas que adornan el vestido del alumbrado, que comienza a arder como una tea. En el caos que se sucede inmediatamente, nadie repara en un oscuro servidor que arroja aceite sobre quien él sabe sin duda alguna que es Yvain de Foix. Y después le acerca una vela para que arda en el Infierno donde le espera su malvado padre.


De hecho, murieron cuatro de los seis danzadores. El quinto se salvó arrojándose dentro de una cuba de vino, y el sexto, que resultó ser el propio rey Carlos, metiéndose bajo las faldas de la duquesa de Berry. ¡Lástima –piensa Agnes para sí-, podíamos habernos librado a la vez de los Foix y de los Valois! Pero no importa, lo que cuenta es que el bastardo Yvain ha muerto como el bellaco que era: ardiendo por los cuatro costados.


Un mes después vuelve a Pamplona Pons de Orendain, que le da los detalles más concretos de lo que los parisinos conocen ya como “Le bal des ardents” (El baile de los ardientes). Por deseo de Dios debió ser que se adelantara el duque de Orleans al plan tramado por Agnes y Blanca, porque el capitán estaba ya dispuesto a ejecutarlo cuando comenzó a arder otro que no era Yvain. Pero el bastardo no se escapó, vaya que no…


Le Bal des ardents, en una miniatura de las Crónicas de Froissart
Los danzantes tratan de quitarse sus disfraces en llamas. Al fondo a la derecha, uno de ellos se salva
metiéndose en una cuba de vino. A la izquierda, bajo la capa azul de la duquesa de Berry, asoma la cabeza del rey Carlos VI
Siglo XV, British Library

Se abrazan. Por afecto, y porque la misión se ha cumplido a entera satisfacción de ambos y de Navarra. La vieja deuda de Agnes con los Foix ha sido cobrada.


Y no quedará más prueba de ello que aquellos dibujos que la propia Agnes trazó en la ventana de su pequeña habitación en el palacio real de Pamplona. Para que no se borren de la memoria de las generaciones futuras, pocos días después ordenará a un albañil que los grabe en el muro con maza y cincel. Todos dirán lo mismo de siempre: la vieja y loca tía Agnes.


 Hasta que muchos siglos más tarde, uno que debió haber empleado el tiempo en transcribir farragosos y aburridos documentos allí, prefirió fijarse en aquellos signos labrados en piedra para recordar la tragedia griega sufrida por una princesa navarra. Agnes murió en Estella en 1396, Blanca en París en 1398.


Pero Agnes sonríe, y mientras mira por la ventana ponerse el sol sobre las crestas de Goñi, vuelve como cada noche a cantar para su hijo Gastón aquella nana que compuso especialmente para él. Una canción que, andando el tiempo, llegará a convertirse en un himno para una de las naciones más hermosas del mundo, aunque ya no exista: Occitania.


Y cronistas ignorantes defenderán luego también que, en realidad, la compuso Gastón de Foix, olvidando así que la única poeta de aquella malhadada pareja fue siempre ella. Por eso canta y pide que se allanen las montañas que no le dejan ver a su pequeño hijo desde Navarra:



Dejós ma fenèstra,
i a un aucelon.
Tota la nuèch canta,
canta sa cançon.


Se canta que cante,
canta pas per ieu.
Canta per mon mio,
qu'es al luènh de ieu.


Aquelas montanhas,
que tan nautas son.
M'empachan de veire,
mon amor ont son.


Baissatz-vos montanhas,
planas, levatz-vos.
Per que pòsque veire,
mon amor ont son.


Aquelas montanhas,
lèu s'abaissaràn.
E mon amorete
se raprocharà.



Bajo mi ventana
hay un pajarito.
Toda la noche canta,
canta su canción.


Si canta, que cante,
no canta para mí.
Canta para mi amado
que está lejos de mí.


Aquellas montañas
que son tan altas,
me impiden ver
dónde está mi amor.

Bajaos montañas,
alzaos llanuras,
para que pueda ver
dónde está mi amor.


Aquellas montañas
pronto se bajarán.
Y mi amor
se acercará.






© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020

LA BIBLIOTECA PERDIDA DE LOS REYES DE NAVARRA

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Muchas veces me he imaginado como hubiera podido ser la biblioteca de los Reyes de Navarra, si se hubiese podido mantener integra y a salvo en un lugar único. Y más veces todavía me he imaginado paseando por ella y abriendo tomos al azar. Así que si os place, os invito a una visita guiada ahora mismo.

Dejando de lado casi todos los libros de temática religiosa, que por la documentación conocemos que fueron de uso frecuente y estuvieron también maravillosamente iluminados, aquellos que voy a citar son únicamente los que tenemos la seguridad que poseyeron los monarcas hasta la mitad del siglo XV, justo hasta que la guerra civil entre Juan II y su hijo Carlos de Viana provocó la decadencia del patrimonio regio

Para ello voy a apoyarme en la obra del gran archivero don José Goñi Gaztambide titulada: "Libros, bibliotecas y escritores medievales", que recogió casi todas las menciones de libros que aparecen en los registros de comptos.

Desafortunadamente dichas menciones no eran demasiado exhaustivas (al escribano no le importaban normalmente cómo se titulaban los libros de los que hablaba),  pero a veces sí que daba el título o exponía el tema del volumen, y eso es lo que me permitirá ahora, como os digo, reconstruir la biblioteca que pudieron haber llegado a acumular los reyes de Navarra.

Nos situaremos pues hacia 1440 en la corte del príncipe de Viana, el último de los soberanos navarros que vivió en la paz del palacio de Olite, la misma paz que permite dedicarse al cultivo de la lectura y la escritura. Era el heredero no sólo del reino de Navarra, sino también de todas las posesiones que sus antepasados le hubiesen legado, entre ellas los libros, entendidos en aquel entonces como otro tesoro más que añadir a las joyas, muebles u obras de arte que les rodeaban. Y realmente obras de arte de lo más suntuosas eran todos aquellos volúmenes.

Como os digo, pasaré por alto las perdidas anteriores que evidentemente se dieron en el patrimonio bibliográfico de Navarra antes de esa fecha de 1440, e imaginaré que los reyes de las distintas dinastías que se sucedieron en el trono -especialmente a partir del siglo XII, época dorada, nunca mejor dicho- de la miniatura medieval- se preocuparon por mantener unida tan espectacular biblioteca.

Así, el primer ejemplar destacado sería el conocido como Beato de Pamplona, un comentario del Apocalipsis de mediados del siglo XII, que probablemente perteneció a Sancho VI el Sabio, y que se guardó en la catedral de Pamplona hasta mediados del siglo XIX. Está encuadernado con un documento perteneciente a Carlos III el Noble, por eso podemos pensar que también le perteneció a él. Ahora se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia.

Mapamundi del Beato de Pamplona



Vendrían luego las dos Biblias encargadas por Sancho el Fuerte hacia 1198 a su canciller Ferrando Periz de Funes. Son tan impresionantes que su mayor estudioso -F. Bucher- dijo que sin duda representan el ciclo bíblico más valioso de toda la Edad Media. Ahora se conservan una en la Biblioteca Pública de Amiens, y otra en la del castillo alemán de Harburg.




En 1234 sucedieron a la dinastía pirenáica originaria de los Sanchos y los Garcías unos nuevos soberanos procedentes del condado de Champaña. El primero de ellos fue Teobaldo el Trovador. Con ese nombre, es evidente que le gustaron mucho los libros, y pasando por alto los que suponemos que traería a Navarra desde su tierra natal, sí que podemos imaginar que el manuscrito original de sus canciones pudo llegar a guardarse, quizás, en Tiebas. En la actualidad no se conserva, y sólo se guardan en varias bibliotecas de todo el mundo copias preciosamente iluminadas ya desde el propio siglo XIII, pues no en vano fue tan buen poeta que hasta el mismo Dante Alighieri elogió su arte.


Hacia 1278 escribió su libro sobre La Guerra de la Navarrería el soldado poeta Guillem de Anelier. El príncipe de Viana, en su Crónica de los Reyes de Navarra (año 1453) nos dice que utilizó una copia que pertenecía a la Cámara de Comptos, que es como decir que formaba parte del patrimonio regio. Ahora se conserva en la biblioteca de la Real Academia de la Historia.



Pasando ya al siglo XIV, en 1350 alcanzó el trono Carlos II, segundo representante de la dinastía de Evreux, una dinastía tan emparentada con la monarquía francesa, que realmente debieron ser ellos quienes reinasen en el país vecino. A fe que Carlos II lo intentó, pero entre hazañas y desventuras variadas, también encontró tiempo para la lectura, pues no en vano los Evreux fueron educados en el ambiénte bibliófilo más suntuoso del momento, y poseyeron verdaderas joyas manuscritas.


Por ejemplo, su poder y prestigio le hizo patrocinar a autores tan famosos como Guillem de Machaut, el mejor poeta y músico de su época. A Carlos dedicó, por esas mismas fechas de inicios de su reinado, una larga composición titulada "Le jugement du roi de Navarre" (El juicio del rey de Navarra). Y más tarde, cuando en 1356 el rey fue apresado por el rey de Francia, otro denominado "Le confort d'Ami" (Consuelo para el amigo), que sin duda debió aliviarle el aburrimiento de su prisión en las mazmorras del castillo de Harfleur. Evidentemente, a su protector regalaría Guillem los manuscritos originales, que desafortunadamente hoy no se conservan. Esos serían los que se guardasen hoy en día en Navarra, de haber tenido suerte. Sí que hay copias en muchas bibliotecas europeas y norteamericanas. 

Guillem de Machaut conversa con Carlos II de Navarra
prisionero en el castillo de Harfleur

Mientras Carlos II estaba en Francia, dejò como gobernador de Navarra a su hermano menor, el infante Luis de Beaumont, que acabaría conquistando Albania.  Como a toda su familia, a él también le gustaban los libros, así que en agosto de 1361, al ordenar que se inventariasen los bienes del antiguo recibidor (recaudador) de Estella, Lucas Lefevre, que habían sido secuestrados, desdeñó todos los libros religiosos y se quedó para él con una "Historia de Alexandre", una saga de mucho éxito en la Edad Media que narraba de forma fantástica los supuestos hechos de Alejandro Magno en Asia. Hay centenares de copias diseminadas por todas las bibliotecas del mundo. Os pongo una página que muestra cómo Alejandro no fue concebido por el rey Filipo de Macedonia, sino por el rey hechicero Nectanebo de Egipto, que se disfrazó de dragón para acostarse con la reina Olimpia. ¿Cómo no iban a entretenerse con semejantes giros de guión?:


A partir de su regreso definitivo a Navarra, Carlos II comenzó a preocuparse por la educación de su sucesor, así que sabemos que en 1365 adquirió el "De regimine principum" (Educación para Príncipes), compuesto por el monje agustino Egidio Romano. Fue el libro más empleado por los soberanos del siglo XIV para instruir a su descendencia, no en vano había sido compuesto originalmente para Felipe IV el Hermoso de Francia, casado con Juana I de Navarra. Os muestro la portada de una de las copias custodiadas en la Biblioteca Nacional de Francia.


Siendo educado con tanto esmero, Carlos III el Noble mostró siempre un gusto excelente por los libros, sobre todo por los de tema caballeresco. Así, en enero de 1392 pagó al rabino de los judíos de Tudela para que le encuadernase el "Roman de Lancelot", que había prestado a su hermano de padre, el bastardo Leonel, "para que aprendiese a leer". Las aventuras del Rey Arturo y de sus caballeros fueron sin duda -incluso podría decirse que lo siguen siendo, en la medida que son las que mayor interés mantienen todavía incluso en nuestra época- las preferidas de todos los lectores (nobles sobre todo) de aquel tiempo, que a la medida de sus posibilidades y sobre todo de sus personalidades, intentaron replicarlas en la vida real. Desde luego Carlos III logró llevar su pasión literaria al extremo de diseñar sus residencias y palacios atendiendo a las referencias que aparecían en sus libros favoritos (por ejemplo la torre de la Joyosa Guarda de Olite, que es un homenaje nada encubierto al citado Roman de Lancelot). No se conserva ese libro en Navarra, pero dada la multitud de copias en otras bibliotecas, podemos pensar que la copia perteneciente a Carlos sería igual de lujosa e iluminada que aquellas. Tanto como para que un niño como Leonel se interesase por tan atractivas ilustraciones y aprendiese a leer.


En 1397 murió la hermana de Carlos II, Agnes de Foix, de la que os hablé hace muy poco. Ella también fue poeta, y se guardan varias de sus composiciones, que hubieran formado parte sin duda de de esta Biblioteca Real de Navarra. En su testamento habla de varios libros que poseía, la mayoría religiosos -todos decorados con las armas de Navarra y Evreux- pero también cita un "Breviario de amores" (ella, que sufrió tanto en ese campo) y un "Roman de Merlín", otro de esos auténticos best sellers medievales, que además de entretener y hacer volar la imaginación, tenían en este caso concreto un componente "mágico", porque el libro contenía unas supuestas profecías hechas por el mago que permitían conocer el futuro ¡Ahí es nada! Como tampoco se conserva, os pongo una página escogida entre las muchísimas copias guardadas: justo aquella que muestra como Merlín fue concebido por un demonio. ¡Caramba!


En 1398 murió otra de las hermanas de Carlos II: Blanca de Navarra, reina viuda de Francia durante casi 50 años. Famosa por su inteligencia, su testamento cita pormenorizadamente un buen número de libros. Los dos más importantes fueron legados a su sobrino Carlos III: El Breviario de San Luis (aquel que un angel le trajo del cielo cuando el rey estuvo preso en Egipto, asegura el testamento). Ese libro debió ser la joya de la Corona -nunca mejor dicho- de la Biblioteca Real, pues Blanca ordenaba a Carlos que "jamás saliera de la familia real de Navarra", cosa que se cumplió escrupulosamente hasta su nieto, el príncipe de Viana, que incluso se lo dejó olvidado en Sicilia, e hizo a un servidor volver exprofeso a por él desde Barcelona, y que sólo se perdió definitivamente tras la muerte de aquél en dicha ciudad en 1461, última mención conocida de tan preciado breviario. Como no se sabe cual es, y se conservan unos cuantos de San Luis, que luego fueron usados como reliquia (de ahí su tremendo valor) pongo la imagen de uno de los más bellos, que se guarda en la Biblioteca Nacional de Francia.



El otro libro que legó Blanca  a su sobrino Carlos fue Las Grandes Crónicas de Francia. Teniendo en cuenta que ella había sido reina de aquel país, es de suponer que la copia de la que dispondría habría salido de los mejores talleres de iluminación de París, así que escojo una página de una de las más fabulosas copias de las Crónicas que se conservan en la ya muy citada Biblioteca Nacional de Francia, para que podáis haceros una idea.


Hacia 1400 llegó también a Navarra el único libro de esta imaginaria pero real biblioteca que seguimos conservando entre nuestras mugas: "El ceremonial de la coronación, unción y exequias de los reyes de Inglaterra", que Carlos III adquiriría para replicar la etiqueta inglesa en la corte de Navarra. Por fortuna, como os digo, se guarda en el Archivo Real de Navarra.


En una de las cuatro largas estancias que el rey hizo en París -la capital del lujo literario a principios del siglo XV- adquirió un Libro de Horas que hoy se conserva en el Cleveland Museum de Ohio (EEUU). Sus miniaturas son una maravilla, y cada página viene ornada por las armas de Navarra Evreux. No hay duda de que, dados sus gustos, que muchas veces no podían ser respaldados por las posibilidades económicas del reino, adquiriría muchos más libros, de los que no queda constancia documental, aunque yo tenga la sospecha de alguno de los títulos que seguro debió tener y que se perdieron más tarde.




Y llegamos por fin al propio príncipe de Viana, que podemos estar seguros de que heredó al menos todos los libros que había ido reuniendo su abuelo Carlos III el Noble, y que por su acendrada bibliofilia, fue aumentando mientras las circunstancias se lo permitieron. Como decía antes, cuando murió en 1461 en el exilio barcelonés, se hizo un inventario de sus bienes con el fin de subastarlos y poder así enjugar sus cuantiosas deudas. Con su biblioteca hicieron lo mismo. Contaba con unos 120 ejemplares, lo que para su época no está nada mal, más aun teniendo en cuenta que al salir de Navarra no habría llevado consigo más que los más apreciados, a los que fue sumando muchos más durante su periplo mediterráneo por Napoles, Sicilia y Cataluña.

No daré la lista de todos los ejemplares, porque ya ha sido suficientemente publicada, pero sí que mostraré los cuatro libros que sabemos -sin lugar a dudas- que le pertenecieron, porque llevan sus armas bien a la vista en sus portadas. En mi ensayo "Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar", ya me lamenté de qué nivel hubiese podido alcanzar la Biblioteca de los Reyes de Navarra si Carlos de Viana se hubiese tenido que preocupar sólamente por aumentar su colección. Basta con imaginar cómo hubieran podido ser todos los libros si sus portadas fueran iguales a estas cuatro que se conservan: con todas las divisas de los monarcas navarros punteando las preciosas decoraciones (el triple lazo, el  lebrel blanco, las hojas de castaña, el lema Bonefoy...).

El primero se titula: "Epístolas de Falaris", y se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia:


El segundo forma ahora parte del mismo volumen, y se titula "Cartas de Crates":


El tercero, y más importante y lujoso, es la traducción que el propio Carlos de Viana hizo de las Éticas de Aristóteles, para intentar impresionar a su tío, Alfonso V el Magnánimo de Aragón, que era el mayor bibliófilo de su tiempo, y desde luego que el libro es impresionantemente bello:


El cuarto y último (de más de 120, ¡ay!) de los identificados hasta ahora, se titula "Las cien Baladas" y también hace muy poco que os hablé de él en un artículo para Diario de Noticias "El príncipe de Viana, bibliófilo":


Los cuatro fueron compuestos por varios artistas, siendo los principales el iluminador Guillem Hugoniet y el calígrafo Gabriel Altadell. Este último tiene también el honor de ser el primer bibliotecario de nombre conocido al servicio de un rey de Navarra o de cualquier otro navarro, aunque tuviera que servirle en el exilio, pues firma como "principis librario" en el colofón de las Éticas. Así que a él y a su memoria deberíamos encomendarnos todos los bibliotecarios y bibliotecarias de Navarra en tiempos de tribulación...

Y envidio vivamente a Guillem y Gabriel que estuvieran rodeados de tantos volumenes y tomos maravillosos. Lo que ya no les envidio es el escaso sueldo -si es que alguna vez llegaron a cobrarlo, claro- mientras estuvieron al servicio de Carlos, que siempre tuvo mejor gusto que cartera para llevar a cabo su propósito de crear a su alrededor una corte literaria. Si queréis saber cómo sería una biblioteca/estudio de su tiempo, no hace falta imaginarse gran cosa, en esta evocadora miniatura puede apreciarse casi hasta el silencio y la tranquilidad necesarias para cualquier actividad intelectual:


Y en Navarra estoy seguro de que Carlos si lo hubiese podido lograr, pero la guerra provocada por su padre, el usurpador Juan II, se llevó por delante todos los proyectos y al propio reino independiente, pocos años más tarde. Y de haber sido así -y pudo ser así perfectamente-, ahora conservaríamos en Navarra una de las Bibliotecas medievales más hermosas del mundo, porque aunque lo primero que arrasa la guerra es la vida de las personas, lo segundo es su Cultura, que es lo que al fin y al cabo nos permite distinguirnos de las piedras o de los alcornoques (aunque éstos por lo menos proporcionan corcho, y no ocurrencias, como suele acontecer con los de la especie humana).

De todas maneras, y aunque reconozco que no es nada fácil competir con un libro que un ángel bajó del cielo para consolar a un rey santo en su prisión de Egipto, creo firmemente que el volumen más importante de los custodiados en la biblioteca de Carlos de Viana era sin duda alguna la Crónica de los Reyes de Navarra que el mismo escribió. No la mutilada, de sólo tres partes que aún conservamos, sino la que originalmente él dividió en cuatro apartados, siendo el último aquél en el que contaba de primera mano las discordias y guerras contra su padre. Un libro lo suficientemente peligroso como para morir  por él (si los partidarios de su padre, vencedores al fin y al cabo de la guerra, te encontraban con él encima era garantía de muerte segura, motivo más probable de que esa cuarta parte haya "desaparecido" misteriosamente), y que yo he querido imaginarme que hubieran
 ido iluminado tan bellamente como estas otras Crónicas de Froissart conservadas en la Biblioteca Nacional de Francia:


Pero lo cierto es que tampoco acabó todo con el príncipe de Viana, porque siempre me gusta recordar el texto del cronista Ramirez De Avalos, que describió así al último de nuestros reyes, Juan III de Labrit:

"Y fue hombre leído, e filósofo natural, e tuvo una muy singular biblioteca. Estimaba mucho a los hombres de linaje, tanto que procuró saber todos los blasones del reino".

Así que el rey de Navarra seguía teniendo allá por 1500 una "muy singular biblioteca", que no hay forma de saber por cuantos ejemplares de los adquiridos por sus antecesores en el trono estaría formada. Dada la destrucción provocada por la guerra de 50 años entre agramonteses y beaumonteses, estimo que muy pocos, a pesar de esa mención a los gustos heráldicos navarros de Juan de Labrit (afición compartida por Carlos III y Carlos de Viana, cuyos heraldos disponían de muchos libros de este tipo), que le harían poseer también varios armoriales y recopilaciones de escudos. No es ocioso recordar que el Libro de Armería original del Reino, desapareció tras la conquista castellana. Desapareció quiere decir que fue robado por un jurista castellano,  y nunca más se volvió a saber de él. Por eso el que ahora se conserva data del año 1571. Os pongo una página del Armorial Bergshamer, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Suecia, en la que Navarra aparece estupendamente acompañada por naciones tan acrisoladas como Escocia, Portugal o Aragón.


Tampoco es cuestión de terminar de hablar de esta Biblioteca soñada -pero basada en hechos reales, como las películas de mayor éxito- sin recordar que la última reina propietaria, Catalina I de Foix, fue la que trajo a Navarra al primer impresor que hubo por estos pagos: Arnalt Guillen de Brocar, uno de los mejores y más hábiles en su oficio. Sin el terremoto que supuso el año 1512, quizás muchos de estos impresionantes manuscritos de los que os he hablado hubieran podido también convertirse en incunables famosos, que hoy atraerían a Navarra a estudiosos de todo el mundo,  y la Biblioteca de los Reyes de Navarra no se hubiera perdido jamás.

Marca de imprenta de Arnao Guillem de Brocar
De hecho, no se ha perdido: subsistirá mientras nos acordemos de ella, aunque no podamos ojear ya las páginas de sus libros, ni leerlos a la sombra de la morera del palacio de Olite, mientras resuena por sus doradas galerías un virolay de Guillem de Machaut...




© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020












TÚ ERES PEDRO

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Hay en la catedral de Pamplona un pequeño pero hermosísimo espacio que, a la imponente sombra del propio templo o del claustro, acaba por pasar invariablemente desapercibido a los visitantes que recorren las dependencias.



A la capilla de don Pedro de París, también conocida como de San Jesucristo, me estoy refiriendo. Una construcción de principios del siglo XIII, que sirvió muy probablemente de lugar de culto del palacio en el que vivió el rey Teobaldo I, y que después, sobre todo a partir de la época barroca, que tanto daño hizo al complejo medieval, fue quedando olvidada hasta el punto de acabar sirviendo durante siglos -y hasta hace muy poco tiempo- de almacén de todos los objetos litúrgicos, retablos, poleas y demás faramalla acumulada por el templo catedralicio durante centurias. Pero no deja de ser la arquitectura más antigua que allí se conserva, constando de una sola nave con dos tramos separados por un arco fajón apuntado, que ya anuncia la llegada del arte gótico.

Ese carácter recóndito y escondido invita no obstante a pensar que debió necesariamente acoger ceremonias y actos que no tenían cabida en las celebraciones oficiales de la seo pamplonesa, o que al menos no interesaba darles público realce. Al menos a mí desde luego que me hacía imaginarlas, quizás llevado por una de las glosas de Angel María Pascual que más me gustan: la del día 10 de septiembre de 1946, titulada precisamente "Don Pedro de París", cuyo párrafo final dice:

Hoy todo eso ha desaparecido. La arquitectura vuelve a ser noble y, al fondo, la capilla lejana y silenciosa de don Pedro de París es como una estrofa más vetusta y fuerte en el poema de piedra de la catedral. Han desaparecido las estrofas que ornarían las paredes, las lámparas, el retablo de esmaltes. Por una puerta entraría el obispo con la mente sumida en Teologías; por la otra, el rey Sancho el Sabio con las preocupaciones del gobierno. Y estas bóvedas permanecen. Y por la ventanilla de la tarde entra como entonces el canto de los pájaros.

 Desde que afortunadamente las dependencias volvieron a abrirse, y aunque soy yo poco partidario de la exposición "Occidens", al menos de cómo está concebida, y no deje yo de añorar el antiguo Museo Diocesano, son muchas las veces que he ido a disfrutar de esta verdadera cápsula del tiempo que es la capilla de San Jesucristo. Sentado en aquella mínima y calmada geografía protogótica, arrullado quizás por la música gregoriana  que a todas horas la envuelve, imaginé algunos acontecimientos que pudieron tener lugar allí, sobre todo los relacionados con una hipotética presencia del hoy llamado "Retablo de Aralar" que me sigue pareciendo -a mí, a Manuel Sagastibelza que es el que más sabe de este asunto, desde luego que no- concebido precisamente para este sagrado espacio.

Pero he de confesar que jamás reparé en los signos grabados en el altar que preside el conjunto, hasta que los vi reproducidos en el muro de FB de la Asociación Astrolabio Románico. Y uno de ellos es precisamente el que ha venido a confirmar que mis desvaríos e imaginaciones sobre este pequeño santuario ojival de piedra podrían tener cierta base...



Posible retrato de Benedicto XIII
Porque quienes alguna vez, luchando a brazo partido con el insomnio, hayáis acabado por caer en este blog mío, quizás sabréis de mi especial predilección por la figura de don Pedro de Luna, un clérigo aragonés que llegó a ser papa, aunque los intrusos pontífices romanos sigan todavía hoy sin reconocerle como tal.

Pero sí, claro que sí: Pedro de Luna fue papa -en la obediencia de Aviñón- entre 1394 y 1423, y reinó bajo el nombre de Benedicto XIII. Repetir todas sus glorias y desventuras sería reiterativo, así que para los interesados e interesadas, mejor os dejo el enlace a esta otra entrada que le dediqué:

EN SUS TRECE 

Sí que puedo reseñar su estrecha relación con Navarra, y cómo fue él el encargado de coronar en la catedral de Pamplona al rey Carlos III el Noble, el día 6 de febrero de 1390, después de conseguir que el reino reconociera la autoridad del papa aviñonés Clemente VII. Como he dicho, apenas cuatro años después fue el propio Pedro de Luna quien llegó a ser sumo pontífice, y desde entonces bregó lo indecible para mantener bajo su obediencia a los distintos reinos que inicialmente le reconocieron como tal. Hasta que en 1415, todos ellos salvo su natal Aragón, le dieron definitivamente la espalda.


Clave de bóveda con el escudo del Cardenal Zalba
También Navarra, incapaz de soportar la presión de la corte francesa. De tal forma que Carlos III abandonó a su viejo amigo y envió legados a la ciudad suiza de Constanza, donde el Concilio Universal se había reúnido para elegir a un único papa: Martín V. Y bien amargamente pudo decir el papa Luna a su antiguo amigo Carlos lo que el profeta en las Sagradas Escrituras: "A mí, que te hice rey, me envías al desierto..." Aunque no fue esa la única relación de Pedro de Luna con Navarra, porque bajo su mandato se colocó la primera piedra  de la nueva catedral gótica de Pamplona, ya que la románica se había hundido en julio de 1390, y porque dos de sus mayores defensores y partidarios fueron Martín y Miguel de Zalba, tío y sobrino, los dos obispos de Pamplona y que alcanzaron la categoría de cardenales después. Y no ha habido tantos cardenales navarros en la historia desde entonces, porque pueden contarse con los dedos de las dos manos y sobran dedos. Cuando ellos murieron, el obispado de Pamplona quedó vacante y pasó a ser administrado por Lancelot, el hijo bastardo de Carlos III, bajo cuyo gobierno la diócesis sustrajo su obediencia a los papas de Aviñón y reconoció ya para siempre a los de Roma.





Escudo de Lancelot de Navarra

Por eso descubrir que en el citado altar de la capilla de San Jesucristo, entre los varios símbolos grabados sobre el ara aparecía este esquemático escudo -ni tiempo ni ganas debieron tener para grabar además la tiara y las llaves de San Pedro- me hizo recordar aquellos otros que todavía pueden verse en determinados lugares, y también los tiempos en que ostentarlo conllevaba pena de excomunión e incluso de muerte, pues Roma persiguió con saña a Benedicto y a sus cada vez más menguados partidarios, refugiados todos ellos en Peñíscola, hasta que la corte papal quedó reducida a un séquito de no más de doce personas. El mismo número de los apóstoles que siguieron a Cristo...




Posible escudo del papa proscrito Benedicto XIII 
en el altar de la capilla de San Jesucristo
 de la catedral de Pamplona

Escudo del Papa Luna en el castillo de Peñíscola


Lo cual no quiere decir que no quedasen núcleos dispersos de obediencia al papa Luna, y creo que esas armas grabadas en el altar de una capilla recóndita en la catedral cabeza del reino de Navarra, podrían indicar la existencia de uno de ellos.  Imaginad: Lancelot, que nunca llegó a ser obispo -precisamente porque Benedicto XIII le  negó tal reconocimiento, quizás no viendo en él cualidad eclesiástica alguna, gobierna con mano de hierro en nombre del papa romano Martín V, que a cambio le otorga  el título honorífico de Patriarca de Alejandría. Todas las misas y festividades litúrgicas se celebran en los altares principales de la catedral invocando a Roma.

Mientras tanto, miembros del Cabildo -casi todos ellos nombrados bajo la obediencia aviñonesa al fin y al cabo- prefiriendo jugarse la vida terrenal a la eterna, celebran misa en uno de los lugares más ocultos de la catedral en nombre de quienes ellos -y yo- consideran que es el verdadero papa: Benedicto XIII que muere, abandonado por todos, excepto por uno de sus últimos cuatro cardenales: Jean Carrier, que se empeña en continuar la línea papal correcta nombrando él mismo un nuevo pontífice, llamado también Benedicto, y que sólo reconoceran en un área muy remota de los Pirineos franceses, hasta que los crueles inquisidores enviados por Martín V acaben con los últimos seguidores de Aviñón, que se reconocían los unos a los otros porque grababan en las  puertas de sus escondidísimos y apartados lugares de culto la media luna heráldica de Pedro de Luna...

Así que la próxima vez que entre en la capilla de San Jesucristo, recordaré al verdadero papa igual que quien grabó su símbolo en el altar, mientras repito las palabras del Evangelio:

Tu es Petrus
Et super hanc petram ædificabo ecclesiam meam
Et portæ inferi non prævalebunt adversus eam.
Et tibi dabo claves regni cælorum...


Tú eres Pedro,
Y sobre esta piedra  edificaré mi Iglesia.
Y las puertas del Infierno no prevalecerán frente a ella.
Y te daré las llaves del Reino de los Cielos... 




 © MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020




Cuento parisino de Navidad

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Ciudad de París,  diciembre del año 1456

Más de seis meses ya desde que tuvo que exiliarse de Navarra, y el principe de Viana sigue sin lograr que su pariente, el rey de Francia, se digne a recibirle en su palacio del Louvre. Y las quejas que tiene que exponerle son tan perentorias...

Sí, ha de hablarle de cómo su padre, Juan II, retiene injustamente la corona de Navarra que sólo a él corresponde, como descendiente directo de Carlos III el Noble, rey que tanta nombradía logró precisamente en esta corte francesa. Gracias a él su nieto puede ahora guarecerse del frío, pues los reyes de Navarra siguen manteniendo su morada en pleno centro de la capital. Bien es cierto que sólo hasta el próximo mes de enero, pues las extenuadas arcas de Carlos de Viana ya no pueden hacerse cargo de los gastos de un edificio como aquel. 


A duras penas ha logrado pagar los últimos tributos, vendiendo lo poco que quedaba ya dentro del "Hôtel de Navarre": sillas, mesas, lechos y alacenas han ido saliendo por la puerta principal para no volver. Él mismo duerme con la cabeza apoyada en la silla de montar del único caballo que pace en el patio. El resto de muebles ha servido de combustible para la chimenea del salón, y está el palacio en verdad tan vacío, que Carlos piensa -mientras pasea por las distintas dependencias- que es la perfecta metáfora de su derrotada causa. 
 
Con tan infaustos pensamientos llega a lo que fue la capilla, donde no hay ya ni un candelabro, ni un cáliz, ni una mísera casulla que empeñar. Tan solo el fragmento de un pequeño retablo portátil, apoyado sobre el altar. "Esto es todo lo que ha quedado del tesoro de los reyes de Navarra", reflexiona cabizbajo. "No obstante, parece obra de calidad, quizás todavía puedan darme algo por él los usureros -perdón, quise decir comerciantes- del barrio".

Así que lo envuelve en un ajado terciopelo que saca de su alforja, y sale a la rue du Chaume a buscar las monedas que le permitan aguantar hasta final de año, cuando dicen que el rey de Francia recibe a todo el mundo. En la primera tienda le ofrecen tan poco que ni siquiera se digna en contestarles. En las tres siguientes la oferta es aún más baja, deben juzgar que, por el raído aspecto de sus ropas, aceptará cualquier cosa. El precio no sube en ninguna de las demás boutiques que atestan la calle y, agotado, duda sobre si merecerá la pena entrar en la última, cuyo escaparate repleto de objetos de oro y plata refulge tras el cristal. En el cartel campea muy bien pintado el nombre del dueño: monsieur Dupont. 

"Si en las tiendas menos opulentas han querido estafarme, ¿qué no querrán hacerme en esta, que es la más lujosa?" Y está ya a punto de regresar a su desvencijado palacio cuando se abre la puerta del comercio y un anciano cuya indumentaria refleja lo saneado de sus cuentas le pregunta: "¿Soís el príncipe de Navarra, no es cierto? He reconocido vuestro escudo... 

"Pues debéis ser el único en esta ciudad", responde el príncipe sacudiendo el polvoriento emblema que lleva bordado en su hopalanda.  "Os felicito, por vuestros conocimientos heráldicos,  pero si me lo permitís, tengo frío y quiero volver a mi morada."

"Pasad a mi tienda, Sire, tengo entendido que deseáis vender una pieza de vuestra colección..."

"Mi colección quedó en Olite, un palacio que haría palidecer de envidia a vuestro propio rey. Aquí no tengo más que esto, ¿creéis que podréis darme más del escudado y medio de oro que vuestros colegas de oficio me han ofrecido por él?" Y le enseña el fragmento de retablo que lleva consigo. La verdad es que a la luz del sol de invierno, aquella pequeña pieza flamenca brilla como el trigo en julio, y el pequeño pesebre y los ángeles que lo rodean parecen cobrar vida....  


"No me hace falta verlo, Sire, lo conozco muy bien."

"¿Y cómo puede ser eso, si l'hôtel de Navarre lleva tantos años cerrado? ¿Os han ofrecido acaso más piezas de este retablo?"

"No, y de haber sido así no las hubiera aceptado. Conozco ese retablo porque hace casi medio siglo, cuando yo sólo tenía 13 años, lo robé de una de las tiendas de esta misma calle. Pero no era demasiado hábil robando -eso lo he ido perfeccionando tras el mostrador de mi tienda- así que no tardaron en atraparme, y estaban ya a punto de cortarme la mano y de marcarme a fuego con la flor de lis de los ladrones, cuando afortunadamente vuestro abuelo, también llamado Carlos como vos, salió de su palacio y compadecido de mi situación, compró el retablo a cambio de que la enfurecida multitud me dejarse ir libre. Llevaba el mismo emblema que vos en su capa, por eso jamás lo he olvidado". 

"No me extraña lo que me contáis de él, que sé que mi abuelo fue un gran hombre, sí. Y no tengo duda de que se avergonzaría de mí si viese la ruinosa situación en la que se  halla ahora nuestra familia y nuestro reino. ¿Os interesa el retablo? Lo que me ofrezcais por él me parecerá bien."

"No debéis pensar así. Vuestro abuelo no tuvo que enfrentarse a su padre, como vos. Al contrario, tuvo la suerte de contar siempre con el apoyo y la admiración del suyo, y eso le hizo convertirse en el gran hombre que efectivamente fue. Él me dio una oportunidad, y con suerte, ahora  soy un gran marchante, que como os he dicho, quizás sólo sea la forma elegante de seguir siendo un ladrón. En cualquier caso me toca devolverle el favor: por supuesto no aceptaré vuestro retablo, quedároslo como recuerdo de la historia familiar que os he contado. Pero por Dios que voy a pagároslo como si os lo hubiera comprado y sobre todo como si lo hubiera tallado el propio Claus Sluter, que dicen que es el mejor escultor que ha habido en el mundo desde los griegos. Y no admitiré un no por respuesta. Admitidme vos un consejo: abandonad esta corte cuanto antes, nuestro rey es un inútil que dejó morir en la hoguera a la doncella Juana de Arco, que era quien le había conseguido el trono, ¿creéis que moverá ahora un dedo por un pariente caído en desgracia como vos? No, no lo hará. Buscad otros horizontes y apoyos para vuestra justa y legítima causa y algún día ceñiréis la corona de vuestro abuelo. Pero eso podrá esperar también un día. Porque hoy será noche de celebración en el l'hôtel de Navarre, y yo pagaré todo, tranquilizaos. Os prometo que la Navidad de este año será siempre recordada en París porque el fasto del príncipe de Navarra rivalizó con el del propio y mezquino rey de Francia."


"Pero un príncipe que se precie no puede aceptar limosna, monsieur Dupont, y no tengo para corresponderos salvo uno de mis leales de plata, la moneda cuya posesión conlleva la muerte si el bando de mi padre os encuentra con ella encima."


Leal de plata del Príncipe de Viana


Actual Hôtel de Clisson, justo enfrente de donde estuvo
el Hôtel de Navarre, que sería bastante parecido

"No creo que el brazo de vuestro padre llegue hasta París, don Carlos, pero aunque así fuese, me doy por más que bien pagado con vuestro leal de plata, aunque como he oído que no se os da mal la música, me gustaría también que en la celebración de Navidad de esta noche entonáseis alguna canción de vuestro reino, ¿podría ser?"

Y asegura la Crónica de Saint Denis del año 1456, que la Navidad se celebró con tal lujo ese año en l'hôtel de Navarre, sito en la rue du Chaume -actual rue des Archives, en el precioso barrio del Marais- que incluso muchos de los que asistían a la fiesta del rey Carlos VII en el Louvre, abandonaron su aburrida fiesta y cruzaron el Sena para participar de la celebración de los navarros y que aunque se oyeron versiones de "Tijuane en Bleu", "Seraphim de Zubigi" o "Barricade", lo que realmente cantó el príncipe de Viana, aquella noche con lagrimones corriéndole por las mejillas, pues sólo quería volver a su casa de Olite, fue:


Y desde entonces, dicen que a los que pasean por esa calle cogidicos del brazo, más aún si provienen de Navarra, toda suerte de bienes y felicidades se les conceden como por arte de magia...

FELIZ NAVIDAD - EGUBERRI ON!



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020
 



UNA CANCIÓN QUE LE GUSTABA MUCHO AL PRÍNCIPE DE VIANA

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Preparando las dos conferencias que he dado estos días en Olite y Pamplona con motivo de la conmemoración del 6º Centenario del Nacimiento de un viejo conocido de este blog: el Príncipe de Viana, recordé que entre las miles de páginas que leí para escribir su biografía, había un dato que reflejé en mi libro, pero al que entonces no presté demasiada atención. 

Varios trabajos de investigación reflejaban que, cuando Carlos se vio obligado a exiliarse de Navarra en la primavera de 1456, y tras pasar unos meses intentando convencer a su estólido primo Carlos VII de Francia de que le ayudase, decidió viajar a Italia para acogerse a la hospitalidad de su tío, el rey Alfonso V de Aragón, que residía en Nápoles. Para llegar hasta allí, cruzó la península italiana de norte a sur, y así sabemos que estuvo una semana acogido en la corte milanesa del duque Francisco I Sforza, y que luego pasó por una Florencia efervescente de arte y de cultura, donde tenían sus talleres abiertos, por citar sólo a los más renombrados, artistas como Donatello, Filippo Lippi, Paolo Uccello, Verrochio, Michelozzo, Benozzo Gozzoli o Piero della Francesca.

Ese primer contacto con un Quatroccento en plena ebullición debió resultar deslumbrante para alguien que, como Carlos, "todo el tiempo de su vida amó el estudio", a pesar de sus desdichas y contrariedades políticas. El caso es que una vez asentado ya en corte napolitana, envió una carta al duque de Milán para pedirle que le enviase a uno de sus cantantes, llamado Todeschino, porque mientras estuvo allí alojado escuchó cantar unas canciones del poeta veneciano Leonardo Giustiniani, que le gustaron tanto que quería poder oírlas de nuevo. 

Leonardo Giustiniani fue un diplomático y poeta veneciano que murió en 1446, y cuyas composiciones alcanzaron gran fama en su época, así que no es extraño que el príncipe las hubiera conocido en el Milán de mediados del siglo XV. Pudieron clavarse también en su memoria debido al estilo veneciano de interpretarlas, que era muy recargado y gustaba de las más alambicadas florituras vocales. 

Pero esta que voy a ofreceros casi en rigurosa primicia, tiene la particularidad de que puede  relacionarse con uno de los lemas paraheráldicos del propio Carlos, ese "AY" que podemos ver encima de otra de sus divisas: el triple lazo que provenía de su abuelo Carlos III el Noble de Navarra.



La profesora María Narbona, que es quien más y mejor ha estudiado esas divisas, relaciona ambas recordando que, en francés, "Lazo" se dice "Las", y que tal palabra es muy similar a "Helas", exclamación que en esa misma lengua significa "Ay de mí". También nos descubre que el príncipe de Viana tenía a su servicio hacia 1450 un persevante (un heraldo) denominado precisamente "Las". En cuanto al lema "AY", no se sabe exactamente cuándo empezó a emplearlo Carlos, sólo que fue en los últimos años de su vida y que con esa elección buscaría aludir a su desdichada y errante vida. 

Pero esos años son justo también los que pasó en Italia, lo cual me permite elaborar la teoría de que quizás el príncipe de Viana pudo inspirarse en alguna de las citadas canciones de Leonardo Giustiniani con la que se sintiera especialmente identificado, como por ejemplo esta que vais a poder escuchar en el video que os adjunto, que lleva -como no- el título de "Ay de mí". Esta es su traducción al castellano: 

AY DE MÍ, SUSPIRO,

PORQUE NO ENCUENTRO LA PAZ.

¿QUÉ PODRÉ HACER, SINO MORIR,

PARA NO SEGUIR SUFRIENDO?

PORQUE ESTA ANGUSTIA ME DESTROZA.

 

Quién sabe... 

De lo que podemos estar casi seguros es de que Carlos de Evreux, el hombre que debió reinar en Navarra, escuchó esta hermosa canción, y también de que, quizás, soñó con poder escucharla muy pronto en una de las muchas habitaciones doradas de su palacio de Olite. Desafortunadamente, no pudo conseguirlo, pero ahora todos nosotros podemos compartir su buen gusto musical para felicitarle por su 600 aniversario. 

Zorionak, Charles!



AY ME SOSPIRI - LEONARDO GIUSTINIANI




BIBLIOGRAFÍA: 

-"¡Ay!" Las  divisas de Carlos de Evreux, Príncipe de Viana (1421-1461) / María Narbona Cárceles. En Príncipe de Viana. Año nº 72, Nº 253, 2011 (VII Congreso General de Historia de Navarra) pags. 357-374

-Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar / Mikel Zuza Viniegra. Pamiela, 2ª ed. 2018.

-Una cort a Barcelona per a la literatura del siglo XV / Jaume Torró Torrent. En Revista de Catalunya, Nº 163. 2001. pags. 97-124




UNA NOCHE (Y SÓLO UNA) EN LA ÓPERA

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Si en la anterior entrada de mi blog os hablé de unas canciones del poeta veneciano Giustiniani que le gustaron muchísimo al príncipe de Viana durante su estancia en Milán en 1457, y con ánimo de dar otra vuelta de tuerca novedosa a este tema tan trillado en este 2021 en el que se cumple el 6º Centenario del nacimiento de Carlos de Evreux, os descubriré ahora otra relación suya con el mundo musical igual de desconocida, porque resulta que el 2 de febrero de1885 se estrenó una ópera dedicada a su figura en el Teatro Real de Madrid que, como casi todo lo que tiene que ver con nuestro protagonista, causó un revuelo y una polémica tales que nunca más ha vuelto a ser representada.  

En efecto, parece ser que por aquellos años la empresa que arrendaba el Teatro Real tenía la obligación de estrenar al menos una ópera española al año, y se da la circunstancia de que aquel año de 1885 la obra elegida por el jurado entre tres posibles fue la titulada: "El príncipe de Viana" (drama lírico en tres actos), compuesta por el maestro Tomás Fernández Grajal según el libreto original del general de infantería y poeta Mariano Capdepón Maseres. 

El general de brigada y libretista de ópera, Mariano Capdepón


Aunque hoy no le suene -nunca mejor dicho- a casi nadie, Tomás Fernández Grajal no era precisamente un piernas en el mundo de la música, ya que fue por ejemplo uno de los discípulos predilectos de nuestros paisanos y célebres músicos Hilarión Eslava y Emilio Arrieta en el Real Conservatorio de Madrid, donde en 1863 conoció a Giuseppe Verdi -que había venido a España para el estreno de "La forza del destino"- a quien dedicó un himno que fue muy elogiado por el maestro italiano. 

Los músicos Manuel y Tomás Fernández Grajal, en 1888

Lo cierto es que tanto Tomás como su hermano Manuel (otro gran e ignorado músico) lucharon toda su vida por poner en pie un género operístico propiamente hispano, dándose de bruces una y otra vez contra los inamovibles gustos del público, que prefería la zarzuela a un género que creía exclusivamente italiano. 

Por eso, tras el estreno de "El príncipe de Viana", la noche del 2 de febrero de 1885, las críticas periodísticas fueron tan unánimemente inmisericordes, que la obra se retiró de escena ipso facto. Pero hay que tener en cuenta que los artistas contratados por el Real (que como he dicho estrenó la obra por obligación), eran todos italianos, que llevaban la obra muy mal ensayada, pues sabían que las óperas españolas raramente volvían a ser interpretadas una segunda vez, y que el público asistente percibió al instante que la obra se había ensayado poco y mal, porque incluso la romanza principal de la ópera no fue cantada por indisposición repentina del tenor. Lo que más sorprende es que por imposición del Teatro Real, la ópera que había sido escrita en castellano tuvo que ser traducida a toda prisa al italiano para su interpretación, e incluso que los carteles anunciadores se escribieron en italiano. 

Ante semejante cúmulo de desaires hacia Fernández Grajal, tuvo que ser otro maestro tan insigne como el compositor y violinista Tomás Bretón (becado en Italia para su formación como músico) quien tuviese que salir a defender al autor y a su música en una tribuna del periódico "El Liberal" del día 7 de febrero, con unos argumentos demoledores que, 136 años después, podréis comprobar que siguen -para nuestra desgracia- plenamente vigentes. Ved si no: 

"El autor compositor del Príncipe de Viana, en otro país en que no haya tantos políticos como en España quieren hacernos felices, tanto motín y pronunciamiento como dichos señores nos regalan para demostrarnos la bondad de sus ideas y tanta corrida de toros que consume la savia del público español, rebajando a los ojos del mundo civilizado nuestro nivel intelectual, en otro país, o en éste, que no pasara tanta desdicha como apuntado dejo, tal vez el maestro Fernández Grajal, a sus cuarenta años cumplidos, estrenara no su segunda, sino su décima ópera, y quien sabe si España podría calificarle de artista insigne. [,,,] 

Pero el público de estos espectáculos es pequeño y el mismo siempre; así que pretender, repito, que éste sostenga espectáculos tan costosos como los líricos de ópera y zarzuela, sin un auxilio poderoso e inteligente de parte del gobierno, es pretender un imposible, como los sucesos teatrales contemporáneos lo están demostrando. Aumentan así en Madrid, los templos del arte de Pepe-Hillo y otros toreros, y los teatros de a real la pieza llenan sus arcas con obras en que los cuernos y la política son el argumento esencial... en tanto que el regio coliseo lleva vida premiosa, los de zarzuela faltos de ella mueren. ¡En ello consiste hacer de la capital de España un gran centro artístico, en vez de escuela de tauromaquia!"

Al maestro Bretón le replicaron muchos otros autores y críticos (entre ellos Pérez-Galdós), y la ópera "El príncipe de Viana", que en teoría iba a dar fama y gloria eternas a su compositor acabó provocando una agria discusión intelectual sobre la viabilidad de las óperas cantadas en español, que no pudieron remontar la falta de interés de un público acostumbrado por una parte a las continuas novedades que en ese género llegaban desde Italia, y por otra a las astracanadas costumbristas reflejadas en las zarzuelas de mayor éxito. 

Y tengo para mí que el haber elegido como protagonista de su obra al príncipe de Viana, cuya trayectoria política ya pudo cambiar la historia de España de una manera radical mientras vivía, volvió a concitar el espíritu de la contradicción que parece envolver siempre a este personaje, y aunque ahora a finales del siglo XIX, no pudo cambiar tampoco la deriva "cultural" del país, que ni que decir tiene que entre toros y ópera escogió -desafortunadísimamente- los toros. 

Porque si en el texto de Bretón cambiamos "los teatros de a real la pieza" por "Tele 5", y dejamos los toros, defendidos todavía a ultranza -nunca mejor dicho- por las autoridades madrileñas como quinta esencia cultural de lo español, veremos que la España que denunciaba el maestro Bretón y la actual son -para nuestra desgracia- prácticamente idénticas.

De todas formas, y como si el destino quisiera burlarse de él, lo cierto es que a Bretón, que compuso 8 óperas e infinidad de conciertos, y fue un músico muy famoso en su tiempo, hoy sólo se le recuerda por una zarzuela convertida desde su estreno del año 1894 en apoteosis de la caspa madrileña y de todo lo que él denunciaba precisamente en su artículo, y también en hit-parade favorito de quienes allá se envanecen de su chulaponería, enroscándose con fruición la gorrilla de cuadros a la cabeza para protegerse de las perniciosas influencias de la periferia separatista: "La verbena de la paloma", que la fotografía muestra que sigue plenamente de moda entre las mentes ¿pensantes? de la comunidad que se cree destinada por la providencia para guiar los destinos de ¡Españñña!:

  


El caso es que el pobre Tomás Fernández Grajal, descorazonado y harto, nunca más volvió a componer una ópera, y se refugió en el Real Conservatorio de Madrid, donde sucedió en el cargo de maestro al citado Arrieta, y donde dio clases hasta su muerte en el año 1914. No obstante he de decir que no he podido hallar la música que compuso para "El príncipe de Viana", así que sólo he podido consultar el libreto escrito por el general Capdepón, quien, desgraciadamente, no era desde luego -literariamente hablando- Lorenzo Da Ponte, el libretista de las óperas más famosas de Verdi, porque me temo que los bienintencionados pero terribles ripios con que trufó su texto (que recordemos además que para mayor disparate tuvo que traducir al italiano para el estreno) no los hubieran podido salvar ni Donizetti, ni Bellini, ni siquiera Wagner. Como muestra, vaya esta escena primera del acto segundo, donde unos caballeros partidarios del príncipe de Viana cantan (o algo así): 

"Al fin el Rey accede

a recibir al Príncipe.

Al fin D. Juan no puede

su cólera saciar:

su inmenso poderío

se estrellará impotente

en la lealtad y el brío

del pueblo catalán.

Vivamos prevenidos,

porque el rencor profundo

del Rey D. Juan segundo

jamás se aplacará.

La Reina, que es madrastra

del Príncipe glorioso,

el pecho de su esposo

incita a la crueldad.

Escudo de D. Carlos

nuestro valor será.

Los lazos que le tiendan

las armas cortarán.

Sí persiste en su encono tremendo

nuestro Rey con furor parricida.

en contienda civil, homicida,

Cataluña, Aragón arderán.

Lucharemos sin tregua briosos

hasta ver á D. Carlos vengado.

de Navarra en el trono usurpado

venturoso y tranquilo reinar".   

Sin embargo, podría yo fantasear perfectamente en una de mis crónicas irreales con que el inmortal tenor Julián Gayarre hubiera podido interpretar en escena aquella noche de febrero de 1885 a su paisano, el príncipe Carlos de Viana, así que puede que la escriba alguna vez,..


Pero sí que creo que este año 2021, que como ya he dicho se celebra el 6º centenario del nacimiento del príncipe de Viana, hubiera sido el momento idóneo para estrenar en Pamplona esta desconocida ópera a él dedicada, por muy malo que su libreto fuera, porque a juzgar por esta composición de Tomás Fernández Grajal que he podido hallar, seguro que la música sí que merecía la pena: 



 

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2021


EN RECTA LÍNEA - EL IMAGINARIO HISTÓRICO Y LITERARIO DE LOS REYES DE NAVARRA DE LA DINASTÍA DE EVREUX

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La imagen muestra la razón última por la que he tenido bastante abandonado este blog mío, pero es que los libros no se escriben solos, y digamos que los Evreux me hicieron firmar un contrato de exclusividad literaria, sólo roto fugazmente por mis escapadas al desaparecido y siempre añorado Libro Redondo de Leyre. 

Pero una nueva obra viene a sumarse a todas las que he ido colocando en la estantería estos años. El caso es que creo que ha quedado muy bien, y que quienes en el futuro quieran comprender un poco a los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux tendrán que utilizarlo. Esto no sé muy bien si es un anhelo o una condena, tendrá que juzgarlo quien lo lea. 

Si os gustan las profecías, las crónicas imaginarias que acaban convirtiéndose en reales, los libros iluminados, los milagros medievales y los enigmas heráldicos por fin resueltos, creo que EN RECTA LÍNEA ha de gustaros mucho. 

Espero de corazón -nunca mejor dicho como en este caso concreto- que así sea. 

En cualquier caso, muchas gracias a tod@s, mila esker guztiontzat.

 

 
 
 
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 © MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022

 

ROJO Y AZUL CON ALGO DE BLANCO

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Preparando mi último libro: EN RECTA LÍNEA, rastreé muchas de las huellas que figuras como Carlos II de Navarra han dejado en la Historia. Una de las más curiosas y controvertidas sea quizás que cada vez que una bandera tricolor francesa se iza en algún mástil alrededor del mundo, no sólo se esté honrando a los ideales de Liberté, Egalité y Fraternité que a todos nos suenan, sino también a aquel rey de Navarra que mereció serlo también de Francia. Veamos:

En efecto, la revuelta parisina del 22 de febrero del año 1358 marcó el momento en el que Carlos II de Navarra estuvo más cerca de alcanzar el trono de Francia, que los Valois habían usurpado a su madre, Juana II, únicamente por ser mujer.
El preboste de los mercaderes, Etienne Marcel y sus hombres, tocados todos con el "chaperon" (el sombrero) rojo y azul, los colores propios del rey de Navarra, asaltaron el palais de la Cité, donde se refugiaba el delfín y tras eliminar a los jefes de su guardia, los mariscales Robert de Clermont y Jean de Conflans, le obligaron a ponerse también dicho sombrero si quería conservar la vida. Os pongo la imagen original, sacada de las Grandes Chroniques de France, y también una interpretación moderna de esa escena publicada por la revista Despertaferro.






El caso es que esta historia de los colores rojo y azul, que siempre me ha interesado y de la que os he hablado muchas veces, era difícil de contrastar con autores de los autodenominados "serios", muchos de los cuales insistían e insisten en que esos colores eran los de la ciudad de París, y no los de Carlos II de Navarra.
Hasta ahora, cuando bastantes historiadores comienzan a darle la misma credibilidad que yo le he concedido siempre. Por ejemplo Laurent Hablot, Director de Estudios de la IVª Sección de la Escuela Práctica de Estudios Superiores, y titular de la cátedra de Emblemática Occidental en la Université Paris-Sciencies et Lettres, que en su reciente Manuel de Héraldique et Emblématique Médiévale suscribe:
"Una de las primeras veces en que quedó atestiguado el uso político de la librea, fue durante la revuelta parisina del año 1358, dirigida por Etienne Marcel, y en la cual los partidarios de Carlos II de Navarra, sin citar jamás su nombre, llevaban broches y sombreros con sus colores (el rojo y el azul), que eran también los de su emblema: cuartelado de Navarra/Evreux".

Aunque gracias a la investigación que aporto en mi último libro: EN RECTA LÍNEA, podemos al menos dudar de que ese cuartelado no fuera el Navarra/Francia, que ahora sabemos que ordenó lucir a sus tropas alrededor del año 1364.


En todo caso, al no haberse atrevido Etienne Marcel a librarse del delfín, la revuelta fracasó y Carlos II nunca llegó a ocupar el trono que legítimamente le correspondía. El delfín, en cambio, no tuvo problema alguno en ordenar asesinar a Etienne Marcel el 31 de julio de 1358, desactivando así una revolución que nadie sabe hasta dónde podría haber llegado.
Pero esta historia no acaba en 1358, porque cuatro siglos más tarde, en 1789, cuando el pueblo se levantó contra el rey Luis XVI, algunos autores se acordaron de aquel otro precedente revolucionario llevado a cabo por el preboste Marcel, y recuperando los colores que había defendido (que no eran otros que los del rey de Navarra, aunque para entonces se habían convertido también en los de la ciudad de París), pusieron entre medio el color blanco de la enseña de los Borbones para diseñar la bandera tricolor de la nueva República Francesa, queriendo significar que el poder del pueblo sujetaba a partir de entonces al del rey. De esta última innovación fue responsable Lafayette, el famoso militar que años antes había ayudado a las colonias norteamericanas a emanciparse.



Efectivamente, y como si la Historia quisiera repetirse, el 17 de julio de 1789, apenas tres días después de la toma de la Bastilla, Luis XVI, conocido como "ciudadano Luis Capeto" por los rebeldes, fue invitado/obligado a presentarse en el Ayuntamiento de París, donde le esperaban entre muchos otros, el recién nombrado alcalde, Sylvain Bailly (hasta ese día la ciudad jamás había tenido alcalde), que según algunos cronistas fue quien le entregó la escarapela con los colores de la ciudad (rojo y azul). Pero la mayoría afirman que fue el citado general Lafayette quien se la ofreció, introduciendo entre ambos colores heráldicos, en señal de respeto y buscando integrar a la Monarquía en la Revolución, el blanco de los Borbones.

Podéis ver esta escena en el video que os adjunto, perteneciente a la película del año 1989: "Historia de una revolución", donde Sam Neill interpreta a Lafayette, y repite casi miméticamente lo acontecido entre el preboste Etienne Marcel y el delfín Carlos de Francia: ambos obligaron a los reyes a lucir los colores rojo y azul. Pero si en 1358 Marcel sabía perfectamente que se trataba de los colores de Carlos II de Navarra, en 1789 esa memoria se había perdido, y la ciudad se había apropiado de ellos como símbolo revolucionario, atenuado por el color blanco de la monarquía.



¿Que se había perdido esa memoria he dicho? No del todo, porque había autores que sabían perfectamente a quién pertenecían realmente esos colores, como os demostraré con estos fragmentos de la "Gazette de Paris" un periódico monárquico que se publicó en aquella capital entre el 1 de octubre de 1789 y el 10 de agosto de 1792. Podemos imaginar el valor o la inconsciencia que había que tener para publicar un periódico de propaganda regia en aquellas circunstancias, y efectivamente, de ambas cosas dio sobrada muestra su editor: Barnabe Farmian Durosoy, un periodista, escritor e historiador que acabó siendo detenido y juzgado sumariamente por el Tribunal Revolucionario, que lo condeno a ser guillotinado. Dicen que reaccionó de esta manera a su sentencia de muerte: "No habéis podido hacer mayor honor a un realista como yo, que ordenar mi ajusticiamiento el 25 de agosto, día de San Luis".








Pues en el número del 7 de abril de 1790 de la Gazette de Paris, Durosoy ya había comparado de forma visionaria -historiográficamente hablando- el momento revolucionario que le tocaba vivir con aquel otro ocurrido en febrero de 1358. y como veréis él no tenía duda alguna de a quién representaban entonces -y por extensión también en 1789- aquellos colores:

"Estos colores eran los de Carlos el Malo, de suerte que los ciudadanos de París llevaban la librea del rey de Navarra".

"El mejor de los príncipes [refiriéndose al delfín Carlos de Francia] llevaba los colores de Carlos el Malo".

El 31 de julio de 1789 (justo el día que se cumplía el 431 aniversario del asesinato del preboste Etienne Marcel), el propio Lafayette propuso a la ciudad de París que la escarapela tricolor fuera desde entonces la única que llevasen para identificarse todos los revolucionarios, incluidos los miembros de la Guardia Nacional. Andando el tiempo de esa escarapela nacería la bandera tricolor francesa. Así defendió su propuesta el general:

"Les traigo, señores, una escarapela que dará la vuelta al mundo, un emblema cívil y militar que triunfará sobre las viejas leyes de Europa y que reducirá a los gobiernos tiránicos a la alternativa de ser renovados si lo adoptan, o a ser derrocados si se atreven a enfrentarse a él"



Probablemente sin sospecharlo, se cerraba así una batalla de más de cuatrocientos años en la que, por fin, y siquiera de manera simbólica y emblemática, Carlos II (el más francés de todos los reyes de Navarra) salía por fin vencedor, haciendo que su divisa representase desde ese momento y hasta ahora mismo a Francia en todo el mundo, aunque seguramente de una forma mucho más republicana de lo que a él le hubiera gustado. Aunque, quién sabe...
Por cierto, Etienne Marcel es honrado todavía hoy en París con una estatua frente al Ayuntamiento, mientras que Carlos II de Navarra permanece conceptuado como traidor en casi todas las Historias de Francia.



¡Ingratos!


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022

TRIPLE LAZO

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Mayo de 1456, el príncipe de Viana, tras llevar tres años residiendo en Pamplona, capital beaumontesa por excelencia, se ve incapaz de resistir la ofensiva combinada de Pierres y Martín de Peralta desde el sur, y de su cuñado el conde Gastón de Foix desde el noreste, y parte a un exilio del que ya no regresaría jamás, y no por su propia voluntad, sino porque su progenitor se lo prohibió taxativamente. Carlos había vivido en Navarra, casi sin moverse, 33 de sus 35 años de vida. 

Buscó primero ayuda en la corte francesa, donde defendió elocuentemente pero sin éxito sus derechos al trono navarro y al ducado de Nemours, pero la propaganda enviada por su padre a través del citado secuaz agramontés, Pierres de Peralta, hizo que el rey Carlos VII no se decidiese a apoyarle. Resolvió entonces el príncipe trasladarse a la corte napolitana de su tío, el rey Alfonso V de Aragón, adonde llegó el 31 de enero de 1457. 

De camino, pasó por la ciudades de Milán y Florencia,  Podemos imaginar el deslumbramiento que debió sentir el príncipe de Viana al entrar en contacto con la plena eclosión del Renacimiento italiano. Una Florencia en la que, en ese mismo año de 1456, tenían sus talleres abiertos artistas –por citar sólo a los de mayor rango– como Donatello, Filippo Lippi, Paolo Uccello, Verrocchio, Michelozzo, Benozzo Gozzoli o Piero della Francesca.

Quién sabe, quizás hasta llegó a conocer a alguno de ellos e incluso a hacerles algún encargo, aunque lo único que podamos probar documentalmente es que, en 1459, residiendo ya en Palermo, Carlos nombró a Juan de Liédena como su procurador para que se encargase de recuperar el dinero que le debían ciertos mercaderes florentinos.

En ese momento, el gobernante florentino era Cosme el Viejo, fundador de la dinastía Medicis y primero en imponer su dominio de siglos sobre la ciudad toscana. Debió congratularse ciertamente de recibir a un príncipe como Carlos, pues ambos compartían nada menos que su emblema personal. 

En efecto, el príncipe de Viana, entre las varias divisas heráldicas que había heredado de su abuelo, Carlos III el Noble, tenía el triple lazo como una de sus favoritas, Tanto que las hermosas monedas que acuñó en 1455, llamadas Leales, muestran la K de Karolus coronada entre dos triples lazos. 

La profesora María Narbona explica así el trifolio del rey de Navarra: era un “nudo sin fin”, un nudo de la familia de los llamados “celtas”, que podían tener varias puntas pero siempre trazados con una línea que no tenía ni principio ni final, como el Creador. En cuanto al significado de esta divisa, en la época esta forma geométrica era habitualmente una “representación figurativa indirecta, no narrativa”, un cifrado de la Santísima Trinidad.  

El triple lazo encerraba también para Carlos de Viana un nuevo significado que describía a la perfección su estado de ánimo: su forma antigua romanceada las (o llaç) fonéticamente resultaba idéntica al término que significaba “infeliz, desgraciado” y expresaba un lamento, una queja, ¡Las!, que podría traducirse por el ¡Ay de mí! castellano. 

De esto último os hablé en otra entrada anterior de mi blog titulada: Una canción que le gustaba mucho al príncipe de Viana, dato que confirmaría que ese triple lazo se convirtió en el emblema más identificativo del príncipe, por eso en la famosa miniatura que lo representa en la carta de su secretario Fernando de Bolea, los triples lazos aparecen asociados al lamento "ay".

¿Y cuál era el emblema del citado Cosme de Medicis? Pues nada menos que los llamados "anillos borromeos": tres anillos entrelazados de tal manera que, si se saca uno de ellos, los otros dos también se separan. Un símbolo prácticamente idéntico, como podemos ver, al de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux.





Otros autores, sin embargo, adjudican ese emblema no a Cosme (1389-1464) sino a su célebre nieto, Lorenzo el Magnífico (1449-1492), que por eso lo habría hecho incluir en el famoso cuadro de Boticelli: Palas y el centauro (pintado hacia 1482), donde vemos que adorna el vestido de la diosa Palas. 




Aparece igualmente en el templete del Santo Sepulcro, comenzado en 1457 (justo en el preciso momento en el que el príncipe de Viana estaba en Florencia) por el gran maestro Leon Battista Alberti para Giovanni Rucellai, que es de dónde he sacado el emblema (se supone en este caso concreto que de Lorenzo) para compararlo con el del príncipe de Viana. 

Una verdadero lástima que esa coincidencia emblemática no permitiera al príncipe sellar una alianza con los riquísimos Medicis, representados en su época por Cosme o Cósimo "il vechio". Quizás su propia historia (y la nuestra) hubiera sido muy distinta. Y si para cuando llegó Carlos a Florencia los Medicis todavía no empleaban ese enigmático símbolo, quizás la heráldica del heredero navarro les inspiraría para adoptarlo definitivamente. 

Misterios del arte y de Carlos de Viana, que nunca deja de sorprender... 

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022



 

UNA NUEVA EXPLICACIÓN DE LA PORTADA DE UJUÉ (y 1)

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Que yo recuerde, la portada de Ujué me ha interesado desde la primera vez –hace muchos años ya- que pude contemplarla “in situ”. Para entonces había leído casi todo lo que sobre ella se había publicado que, sintetizándolo mucho, podría resumirse en la idea de que el misterioso donante que aparece arrodillado a la derecha del tímpano debía ser el rey Carlos II, máximo protector de aquel santuario.

Se fueron añadiendo luego muchos estudios más, que sustituyeron esa atribución por otras con más o menos base. Yo mismo aposté por dos personajes distintos. Primero por el consejero real Robert Le Coq, uno de los máximos partidarios de Carlos II en Francia, y a quien el rey protegió de la ira de los Valois, consiguiéndole el obispado de Calahorra:

Sobre una posible identificación del donante en la portada de Ujué

Y años más tarde defendí que debía ser el alcalde de Sangüesa, Sancho de Oillasco, el representado en la portada:

Colas de gallo

No obstante, las publicaciones científicas que en mayor profundidad y más recientemente se han ocupado del asunto fijan que esa intrigante figura debe representar al infante Luis, el hermano de Carlos II, que fue el primer miembro de la familia real cuyo contacto con Ujué puede documentarse. Esa es al menos la opinión de Rosa Alcoy. La otra opción, argumentada por Carlos Martínez Alava, es que podría encarnar a Carlos II, representado como devoto peregrino “principal”, pues la proximidad sentimental del rey con Ujué daba evidente prestigio al santuario, que querría así “presumir” de esa especial relación, independientemente de que el monarca financiase las obras de la portada o no.

Lo cierto es que mis dos atribuciones se basaron fundamentalmente en la cercanía física de un hermoso gallo al relieve del donante, que me parecía que necesariamente debía querer indicar algo. De ahí que pensara en Robert Le Coq (el gallo, en francés) o en Sancho de Oillasco (gallo, en euskera).

Tampoco es el único gallo del patrimonio histórico-artístico navarro del que me he ocupado, porque también intenté desentrañar el misterio que esconde el que corona la portada del santuario de San Zoilo, en Cáseda, que atribuí –creo que con bastante fundamento- al rey Luis el Hutín, único de los llamados “reyes malditos” que vino fugazmente a Navarra para coronarse:

Luis el Hutín y San Zoilo

El caso es que este emplumado tema es, como se ve, recurrente en mi trabajo, y por eso mientras preparaba mi último libro: “EN RECTA LÍNEA”, sobre la dinastía de Evreux, sabía que en algún momento acabaría volviendo a surgir ante mis ojos entre los cientos de libros y artículos consultados para escribirlo.




De hecho, teniendo en cuenta que creo haber demostrado sin ningún género de dudas en dicho libro que Carlos II sí que reivindicó de manera pública y abierta sus derechos al trono francés, y que por esa misma razón ordenó quitar la brisura roja y blanca de los Evreux, y que la prueba de todo ello estuvo y está al menos desde el año 1364 bien a la vista, precisamente en el mismo santuario de Ujué, quizás vaya siendo hora también de adjudicar definitivamente la identidad del misterioso donante de la portada, porque si ahora no cabe duda alguna de la intervención de Carlos II en la fábrica del santuario –como la clave de bóveda con sus armas corrobora- entonces el representado en el tímpano podría ser también dicho monarca, como los cronistas más antiguos ya afirmaban y como Martinez Alava (en el estudio más reciente sobre el santuario) hemos visto que defiende también. Desde luego no se puede asegurar, pero creo que Carlos II merece encabezar de nuevo la lista de candidatos a donante del año. 

Ello me obligaría a repensar igualmente el papel del tan cacareado gallo, porque dejaría así de ir ligado a la figura arrodillada adyacente, represente esta a quien represente, y podría volar libre –nunca mejor dicho- en busca de una explicación individual a su destacada presencia en el tímpano ujuetarra.


Esa explicación podría estar basada en los Evangelios Apócrifos, cientos de textos surgidos en los primeros siglos del cristianismo pero que la Iglesia no aceptó como “canónicos” aunque no por ello dejaron de seguir alimentando la imaginación y la iconografía religiosa de la sociedad medieval, que anhelaba saber todo lo posible sobre figuras como Cristo, su madre o la infinidad de santos y mártires a quienes encomendaban sus plegarias y sus anhelos de salvación eterna.

Por eso dichos apócrifos tuvieron un éxito brutal –y global- tanto en oriente como en occidente, del que naturalmente Navarra participó con el mismo entusiasmo que el resto de naciones tanto de fe católica como ortodoxa. Prueba de ello es la representación de escenas sacadas de los más difundidos en alguno de los templos más importantes del reino. En ese orden de cosas, y sin ánimo de ser exhaustivo, podemos citar los ejemplos de las portadas de San Cernin de Pamplona, del Santo Sepulcro de Estella o de la del Arcedianato de la catedral de Pamplona, donde aparece representada la Anástasis o descenso de Cristo a los Infiernos. Una imagen que no aparece en ninguno de los cuatro evangelios aceptados por la Iglesia, sino que está sacada del llamado “Evangelio de Nicodemo”, también conocido como “Hechos de Pilatos”, una obra del siglo V donde también aparecen recogidos por primera vez nombres e historias que forman parte del imaginario cristiano. Los de los dos ladrones que fueron crucificados con Jesús: Dimas y Gestas. El del centurión que le dio la lanzada: Longinos. Y también el de la Verónica, en cuyo pañuelo quedó grabado el rostro de Cristo durante la pasión.

También en el claustro de la catedral de Pamplona, la Puerta Preciosa muestra distintas escenas de la muerte y tránsito a los cielos de la Virgen María, sacados no de los evangelios de Lucas, Mateo, Marcos o Juan, sino de textos apócrifos o estudios medievales sobre ellos como el “Transitus” griego, las Homilías de Cosme Vestitor o el Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica. Y en el mismo lugar están los vestigios de las pinturas murales sobre la vida de María, basados en el Protoevangelio de Santiago y el Pseudomateo.


Pero no sólo en estos edificios tan importantes, sino que podría dar ejemplos diseminados por toda la geografía navarra. Por citar uno sólo, hablaré de las pinturas murales de Ororbia, obra probablemente del gran Joan Oliver, una de cuyas escenas representa el milagro del rayo de sol, según el cual el niño Jesús apostó con sus amigos a que podría deslizarse por él como si se tratase de un tobogán, cosa que hizo, mientras los demás caían al vacío. Es una escena muy poco común en la iconografía sagrada, sacada de un apócrifo más raro aún: el Libro de la infancia del Salvador. Con esto quiero decir que toda esta bibliografía estaba extendidísima, y a ningún promotor –religioso o laico- en aquella época se le hacía raro recurrir a ella, porque el ansia de milagros era tal, que cualquier representación de los mismos era bien recibida.

Podemos comprobar que todas estas obras fueron realizadas a partir de la llegada de los Evreux al trono navarro, en el año 1328. Una dinastía que, por su origen, siempre estuvo en contacto con las corrientes –artísticas, universitarias y teológicas- más de moda allí donde se marcaban todas estas tendencias al resto del continente: la corte de París.

Tampoco es nada extraño, porque como defiendo en mi último libro, Juana II y luego su hijo Carlos II debieron haber reinado también en Francia. Pero ese es otro asunto, así que remito a los interesados/as a EN RECTA LÍNEA si queréis saber más sobre él.

Volviendo al llamado Evangelio de Nicodemo, suele datarse en el siglo V, aunque su origen más remoto podría estar en el siglo II, y su denominación como tal no aparezca hasta el siglo XIII. La parte que contiene el descenso a los Infiernos fue sin duda la de mayor éxito durante la Edad Media, de ahí la abundancia de representaciones que hemos podido ver. Además cada una podía ser distinta respecto a las demás, porque mientras la Iglesia mantenía inalterables los textos canónicos, la copia de los innumerables apócrifos, realizada sin control alguno, dio lugar a una increíble cantidad de variantes, algunas de las cuales alcanzaron tal éxito, que fueron recogidas posteriormente en otras obras fundamentales de la hagiografía y el saber medieval escritas hacia 1260, como son la Leyenda Dorada de Jacobo de la Varagine y sobre todo el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais. Un libro por cierto que sabemos que poseía Carlos II de Navarra y que sirvió de base histórica principal a cronistas navarros como Garci López de Roncesvalles y el propio príncipe de Viana.

Pues bien, resulta que existe una historia milagrosa de origen apócrifo, recogida en una de esas variantes del ya citado Evangelio de Nicodemo, que creo que podría tener que ver con la presencia del gallo en el tímpano de Ujué, Una historia que dice lo siguiente:

“Ocurrió que el día de la Santa Cena, a Cristo nuestro señor le fue servido un gallo asado, y cuando Judas fue a traicionarle, Jesús ordenó a dicho gallo revivir y levantarse del plato para que le siguiera. Y el gallo así lo hizo, y vino después a informarle de cómo Judas lo había traicionado, y por eso dicen que el gallo subió después con él al Paraiso…”

Sin embargo, justo esa variante con el milagro del gallo se basa en un original griego al parecer nunca traducido al latín occidental, que podría fecharse quizás entre los siglos X y XII y que habría influido en la creación de posteriores tradiciones eslavas de la Semana Santa ortodoxa. Incluso otra variante ofrece una nueva versión también con el gallo como protagonista:

“Y así Judas fue a su casa a buscar una cuerda con la que colgarse, y encontró a su esposa asando un gallo sobre unas brasas. Él le dijo: mujer, dame una cuerda, porque he traicionado a mi maestro, Jesús, que resucitará al tercer día. Y ella le replicó: no pienses eso, porque antes cantará este gallo que Jesús vuelva a la vida. Y en cuanto pronunció esas palabras, el gallo extendió sus alas y cantó tres veces. Judas entonces cogió la cuerda, apretó el nudo y se ahorcó”.

Vemos que estos relatos están estrechamente ligados con lo que aquí conocemos como “milagros de peregrinación”, pues en occidente estos milagros se hallan más frecuentemente asociados a santos intercesores que a las historias relacionadas con el propio Cristo, y van casi invariablemente unidos a la intervención de una persona escéptica que duda del poder de Dios.

El más famoso de todos ellos es sin duda el que la tradición afirma que aconteció en Santo Domingo de la Calzada, donde un peregrino fue acusado de ladrón y ahorcado, pero el apóstol Santiago lo sujetó para que no muriese. Seguro de su inocencia, el padre del acusado en falso le dijo al juez que su hijo seguía vivo, y el magistrado –que estaba comiendo- le respondió que su hijo estaba tan vivo como ese gallo asado en su plato, momento en el que el ave revivió y cantó. Pero este milagro no aparece recogido en el Codex Calixtinus, de mediados del siglo XII, y tampoco en la Leyenda Dorada, de mediados del XIII, aunque desde el siglo XV siempre apareció ya unido a la leyenda de Santiago.
De cualquier manera, la más antigua mención a estas leyendas sobre un gallo asado que vuelve a la vida corresponde a san Pedro Damián en 1067:

"Dos amigos que vivían en la región de Bolonia estaban sentados a la mesa. Uno de ellos troceó el gallo que le habían servido y lo roció con salsa de pimienta fina. Hecho esto, el otro le dijo: ¡Bueno!, amigo, cortaste ese gallo de una manera que el mismo San Pedro, si quisiera volver a ponerlo como estaba, no podría hacerlo. A lo que respondió el primero: no sólo San Pedro, porque ni aunque Cristo mismo diera la orden, este gallo se volvería a levantar. A estas palabras, de repente, el gallo vivo y emplumado saltó sobre sus patas, batió sus alas, cantó, sacudió sus plumas y roció a los dos amigos con la salsa con la que había sido sazonado. Inmediatamente a la blasfemia imprudente y sacrílega siguió el castigo que ambos merecían: en efecto, al mismo tiempo que fueron rociados con la pimienta, se infectaron de lepra. Y este mal, no sólo lo padecieron hasta la muerte, sino que lo transmitieron a toda su descendencia, de generación en generación. Así aprendieron a no hablar a la ligera del poder divino".

Este mismo relato lo recoge también Vicente de Beauvais en su ya citado Speculum Historiale, subrayando así las consecuencias que podía tener dudar del poder de Dios, despreciando las enseñanzas de la Iglesia, y convirtiendo al gallo en el instrumento empleado por Dios para advertir contra la blasfemia.

Conste que existe también otra narración plenamente occidental y de carácter no hagiográfico, datada a principios del siglo XIII, que pone en relación un gallo no con la muerte de Jesús, sino con su nacimiento. Se trata del cantar épico titulado “Oger el danés” –uno de los 12 Pares de Carlomagno-, que entre los versos 11615 y 11630 cuenta que Herodes no cree a los Reyes Magos cuando le hablan de la llegada del Mesías, y de cómo les contesta que sólo les creerá si al gallo asado que tiene ante sí en el plato le crecen plumas y subido a su percha, se pone a cantar, cosa que naturalmente ocurre de manera inmediata.

Curiosamente –o no tanto- esa obra estaba en la biblioteca de los reyes de Navarra, pues aparece en el inventario de libros que pertenecieron al príncipe de Viana, muchos de los cuales provenían de la de su abuelo Carlos III y probablemente también de la de su bisabuelo Carlos II, que tuvo fama merecida de interesado en el estudio y de frecuentar y apoyar a autores tan renombrados como el poeta Guillem de Machaut. Pudieron conocer por tanto ellos también este milagro del gallo asociado a Herodes y no a San Pedro o a Judas.

Vemos por tanto que esta historia sobre el gallo circuló por tanto de forma temprana en el occidente medieval para advertir contra la blasfemia y sirvió más tarde de base para edificantes relatos hagiográficos que perseguían el mismo objetivo. Y en una perspectiva similar, y aunque supuestamente nunca se hubiesen traducido al latín aquellas dos citadas versiones del milagro del gallo asociado a la Pasión de Cristo (al menos de una forma distinta a la más tópica, la que asocia el gallo a las tres negaciones de San Pedro), el hecho es que sí que existen libros occidentales donde se consigna la historia del gallo relacionada con la traición de Judas.

Me estoy refiriendo a la Biblia de los Siete Estados (Ms. Paris BnF fr. 1526), una especie de Historia Sagrada en verso, fechada en 1243 y escrita por el clérigo Geoffroi de París, quien insertó en ella una serie de relatos apócrifos extraídos de los poemas que sobre la Pasión cantaban los juglares de su tiempo por aldeas y castillos.

Este manuscrito contiene gran número de nuevos episodios sobre la Pasión de Cristo que los citados juglares añadieron con éxito a los ya recogidos en los Apócrifos. En síntesis, emplearon los Evangelios canónicos y el Evangelio de Nicodemo como inspiración, agregando además varias de esas leyendas más o menos curiosas. Por ejemplo, una que aparece tanto en el tímpano de Ujué como en el de la puerta del refectorio de la catedral de Pamplona: la representación de la Última Cena más habitual en los siglos XII y XIII, que muestra a todos los apóstoles sentados alrededor de Jesús a un lado de la mesa, y a Judas solo en el otro. Cristo tiene un pez en el plato, que el discípulo traidor parece querer robar. Así aparece en el texto:

“Judas no se sentó
con nuestro señor.
Y mientras todos los demás comían,
¿qué hacía el traidor?

Pues mientras nuestro señor bebía
Judas, como un glotón,
cogió el mejor trozo del pez,
sin que Jesús le hiciera ningún reproche.”



[Continuará]

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022




UNA NUEVA LECTURA DE LA PORTADA DE UJUÉ (y 2)

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(Continúa de Una nueva lectura de la portada de Ujué (y 1)

...Pero otro de los episodios recogidos en la citada Biblia es, precisamente, aquel que pone en contacto la traición de Judas con la conocida leyenda del gallo asado, que hemos visto que es muy antigua, puesto que figura ya en aquellas variantes griegas del Evangelio de Nicodemo, y que debió llegar hasta los juglares franceses del siglo XIII a través de los peregrinos o los cruzados que regresaban de Tierra Santa.

Veamos la narración:

Oez de Judas qu'il devint.

Chiés sa mère est alez tôt droit,

a l'ostel ou elle manoit;

laiens faisoit on le mengier,

chaspons rostir et tornoier.

Judas a sa mère dit

comne il a vendu Jhesuchrist.

Celé respont : filz, tu as tort,

il doit resusciter de mort,

pieça a dit li nostre sire,

a toi meïsmes l'oï dire.

Dist Judas: lessiez tel sermon.

Veez vous rostir cel chapon?

Ne plus que jamès chantera,

Jhesus ne resuscitera.

Oyez grant miracle de Dieu!

Li cos qui rostissoit au feu

est arrière vis devenu,

de la broche s'en est issu,

emmi la meson vet chantant.

Lors fu Judas forment dolent,

d'ilec s'en va sanz plus atendre,

aus Juïs vet leurs deniers rendre.


“Oid qué hizo entonces Judas.

Fue directo a casa de su madre,

al lugar donde moraba;

estaba haciendo la comida,

asando un capón.

Judas le dijo a su madre

Cómo había vendido a Jesucristo.

Ella respondió: hijo, te equivocas,

porque Él debe resucitar de entre los muertos,

así lo prometió nuestro señor,

a ti mismo te lo oí decir.

Dijo Judas: deja ya ese sermón.

¿Estabas asando este capón?

pues igual que él ya jamás volverá a cantar,

Jesús nunca resucitará.

¡Y Escuchad el gran milagro de Dios!

El cuerpo que se asaba en el fuego

volvió a ponerse en pie,

del asador salió,

y subió al tejado de la casa cantando.

Entonces Judas, asustado,

de allí se marchó sin esperar más,

porque quería devolver las 30 monedas de plata a los judíos.

Prácticamente la misma historia que aparece recogida en otro manuscrito posterior, fechado en el siglo XIV que se conserva en la British Library, y que cuenta como Judas, tras traicionar a Jesús, discute con su madre sobre la resurrección de su maestro:

Judas, enfurecido, vio entonces sobre la cocina una marmita en la que había un gallo a medio cocer y le dijo a su madre: afirmo que este gallo desplumado y a medio cocer está mucho más vivo que alguien muerto en la cruz. Apenas dicho esto, el gallo medio cocido revivió y saliendo de la marmita apareció con todas sus hermosas plumas, subió al tejado de la casa y pasó allí todo el día cantando, proclamando la resurrección de Cristo.”

¿Podría hacer alusión el gallo del tímpano de Ujué a esta antigua leyenda sobre la Pasión de Cristo, que al parecer se representaba con éxito en Francia en el siglo XIV? Creo que sí, atendiendo sobre todo a ciertos elementos representados en la portada y a la alta probabilidad, ya comentada, de que el donante sea Carlos II.

Porque, en efecto, en la Edad Media la Biblia rimada formaba parte del repertorio de los juglares al mismo nivel que los cantares de gesta, y Jesucristo, la Virgen o los santos tenían sus propias chansons e incluso mayor éxito popular que héroes épicos como Roldán o Carlomagno. Y esos poemas, con el tiempo, acabarían dando paso a obras teatrales o dramas sacro-líricos denominadas “Misterios”.

Esos Misterios, cuyo origen más remoto podría rastrearse en el siglo XI, cobraron verdadera importancia a mediados del siglo XIV. Consistían en una sucesión de cuadros dialogados que gozaban de un éxito inimaginable. Empleaban para sus argumentos historias y leyendas de las que se había nutrido la imaginación y la creencia popular durante siglos. La Pasión de Cristo fue su tema principal.

Entre los siglos XI y XV, pasaron de celebrarse en el coro de las iglesias, a salir a los pórticos y finalmente a las calles. En el siglo XII, estas obras dramáticas ya se habían generalizado y del latín pasaron a representarse en francés, cada vez más independientemente de las ceremonias religiosas propiamente dichas, razón por la cual también pasaron de ser interpretadas exclusivamente por clérigos a serlo por laícos. Originariamente, la Iglesia los ofrecía a la población en medio de fiestas-espectáculos de varios días buscando captar la atención de un público analfabeto, para completar así la enseñanza de las portadas esculpidas y las vidrieras. Pero en el siglo XIV comenzaron a organizarse con el apoyo de gremios y cofradías, cuyos miembros se convertían en actores que interpretaban las distintas obras.

En 1398, ante los actos violentos que se cometían por la gran aglomeración de gente, el preboste de París prohibió todas las representaciones teatrales. Pero el rey Carlos VI autorizó en 1404 a los cofrades de la Pasión, compañía creada en Saint-Maur-des-Fossés, a actuar en París, obteniendo así el monopolio de organización y representación de los Misterios en la capital del reino. Probablemente esta cofradía fuera la heredera de aquellos burgueses de París que al menos desde 1370, según el polígrafo coetáneo Nicolás de Oresme, interpretaban la Pasión. Los mismos años más o menos en los que aparece recogida en la biblioteca del rey Carlos V de Valois, una Pasión rimada para interpretar con personajes.

Sabemos que esas cofradías tuvieron también un fuerte arraigo en la Alta Normandía, territorio muy relacionado con los reyes de Navarra, que eran también condes de Evreux. Así, queda constancia de que la Cofradía de los Doce Apóstoles de Amiens y la de la Caridad de Rouen organizaban regularmente representaciones de la Pasión ya en el último cuarto del siglo XIV. Y conocemos igualmente el dato de que Carlos II de Navarra y su mujer, Juana de Valois, fundaron el 23 de octubre de 1353 la Cofradía del Perdón en la catedral de Evreux. Y aunque no hemos conservado sus estatutos para saber si llevaban a cabo representaciones teatrales, es de suponer que al respecto actuarían igual que las cofradías de sus ciudades vecinas, porque los integrantes de las cofradías tenían la misión fundamental de promover la devoción propia de cada agrupación, y la mayoría lo hacían organizando representaciones teatrales y también concursos de poesía y de pintura.

Precisamente una de las recopilaciones más antiguas de dichos Misterios es la que pertenecía a la iglesia parisina de Sainte-Genevieve, y que hoy se conserva en la BNF, Ms 1131,es una copia de mediados del siglo XV del manuscrito original datado hacia 1350, pero cuyo probable origen son los ya citados poemas sueltos que fueron reuniéndose durante el siglo XIII para poder teatralizar toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su resurrección, y también la historia de la Virgen María desde su matrimonio hasta su asunción.

La idea era mostrar a los espectadores los dos misterios fundamentales del cristianismo: la Encarnación y la Resurrección, pero progresivamente a la Resurrección se añadieron más y más escenas de la historia de la Salvación, como la Creación del Mundo o el Juicio Final y del mismo modo la Natividad fue aumentada con más y más escenas sobre los profetas que habían advertido de la llegada del Mesías, la Anunciación, la Visitación, o los reyes magos. La Natividad y el Juego de los Tres Reyes están claramente inspirados en por un relato anterior: “La Anunciación de Notre Dame”. La Pasión y la Resurrección por los evangelios canónicos y el de Nicodemo, junto con gran variedad de leyendas, algunas de las cuales no estaban en las pasiones populares copiadas por Geoffroi de Paris.

Por ejemplo, una que sí aparece en la Colección Sainte-Genevieve, que puede ser la más antigua de todas, pues proviene de dos tratados escritos por San Agustín sobre el Evangelio de San Juan: la del debate doctrinal al pie mismo de la cruz entre dos personajes alegóricos: la Iglesia y la Sinagoga. Los Padres de la Iglesia ya habían dicho que Cristo era un segundo Adán, venido para reparar los pecados del primero. Igual que Eva salió del costado del costado de Adán durante su sueño y trajo consigo la perdición del mundo, la Iglesia salió por el costado de Cristo muerto. La sangre y el agua que se deslizaron entonces por la lanza de Longinos simbolizan los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que debían reemplazar los sacrificios de la Ley Antigua, representada por la Sinagoga.

Tanto Weber como Mâle afirman que es una iconografía mucho más frecuente en el siglo XIII. Su popularidad habría declinado rápidamente a partir de mediados del siglo XIV, precisamente porque por la influencia cada vez mayor de los Misterios teatrales, pintores y escultores prefirieron representar crucifixiones “más pintorescas” y menos simbólicas. No obstante, aparece representada también en la ya citada portada del refectorio de la catedral de Pamplona, datada hacia 1335, y quizás el ejemplo más destacado de todos sea la sarga o tejido frontal para el altar de la catedral de Narbona, ofrecido hacia 1375 por Carlos V de Francia y su esposa Yolanda de Borbón, que muestra probablemente la Pasión tal y como se interpretaría en los Misterios. Este paramento nos muestra al crucificado entre la Iglesia y la Sinagoga, y bajo ellas los dos donantes. Es un indicio de que la Pasión de santa Genoveva debió haber estado en contacto más o menos estrecho con la ya comentada Pasión de la Biblioteca de Carlos V, y que quizás no fuera más que una reelaboración de la misma.


Y otra leyenda que también recoge la Pasión de Sainte-Genevieve –y que aparecía ya en la Leyenda Dorada- es una que vuelve a poner en relación al gallo con San Pedro y no con Judas, que cuenta que Cristo, tras su Resurrección, fue a liberar a San Pedro, que desde que había renegado de su maestro se había encerrado en una cueva llamada precisamente por eso “Gallicantus”. Jean de Gerson, rector de la Sorbona y teólogo más famoso del siglo XIV lo cuenta así en uno de sus sermones:

Entonces el gallo cantó y Jesús miró a Pedro, que salió de la estancia a llorar amargamente. Y después se lanzó, según dicen los Doctores de la Iglesia, a una zanja o cueva que se llama Gallicantus o Chantecoq “Canto del gallo”, porque tras traicionar a su maestro, no se atrevía a convivir con los demás discípulos”.


Esa escena aparece representada también en los relieves sobre la vida de Cristo que ornan la clausura del coro de Notre-Dame de París, obra terminada hacia 1351, y al parecer acabó también por dar nombre o se convirtió en motivo decorativo de ciertos relojes en aquella época.

Con el tiempo, y ante el éxito obtenido por las representaciones teatrales, Encarnación y Resurrección se soldaron en una sola pieza, constituyendo un drama único que contenía todos los ciclos. Por eso las obras podían desarrollarse durante días, habitualmente todos los domingos de un mismo mes, aunque también podían darse en fiestas y celebraciones señaladas del calendario litúrgico. La representación se desarrollaba durante horas, debido a la gran extensión de los libretos, y por eso su contemplación era una experiencia que podía quedar marcada de forma indeleble en la memoria de los espectadores. Su consolidación trajo consigo el empleo de vestuario, música y escenografías cada vez más elaboradas, y también el deseo de complacer el gusto morboso de las gentes por escenas que se desarrollaban en el Infierno, pues entre los cientos de personajes que interpretaban las obras, los de mayor seguimiento entre el público fueron siempre los demonios, hasta el punto de que sus escenas –llamadas “diablerías”- eran siempre las más esperadas, ya que mostraban su oposición a Dios y a los santos con gestos violentos y bromas estrepitosas que suponían el elemento más divertido del espectáculo.

La Pasión devino por tanto en un conjunto, el Misterio por excelencia que acabó englobando a todos los demás. En ese sentido, la Colección Sainte-Genevieve es una recopilación de vidas y milagros de santos y de Misterios de la vida de Cristo teatralizados que contiene las siguientes obras:

-EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR

-EL JUEGO DE LOS TRES REYES

-LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR

-LA VIDA DE SAN FIACRO

-LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

-EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN

-LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

-LA CONVERSIÓN DE SAN DENIS

-COMO SAN PEDRO Y SAN PABLO FUERON A ROMA

-EL JUEGO DE SAN DENIS

-LOS MILAGROS DE SANTA GENOVEVA

Las tres de mayor éxito fueron sin duda las que ponían en escena el Nacimiento de Cristo, los Tres Reyes Magos y la Pasión.

La primera se abría con un sermón que expresaba la necesidad de la Encarnación. Dios, después de crear el mundo y a los ángeles, creaba a Adán y Eva. Después los profetas Amós y Elías recordaban a todos los augurios de la Sibila, que había predicho la muerte de Cristo en la cruz. Adán muere y Satán lo lleva al Infierno, pero Set planta una semilla de la vida sobre su tumba. Adán, Eva y sus descendientes acaban en el Limbo. Los profetas Isaías y Daniel imploran la misericordia divina. Vienen luego episodios de la vida de la Virgen: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Cristo y el Anuncio a los pastores.

La segunda deriva directamente de antiguos dramas litúrgicos con el mismo tema, que se conservaron en las iglesias rurales largo tiempo, y también de ciertas ceremonias que todavía subsistían en París a fines del siglo XIV, sobre todo en el entorno de la realeza, como podemos leer en la Crónica de Juan II y Carlos V, que narra la ceremonia que el rey de Francia realizaba la noche de Reyes, en aquella ocasión concreta ante el emperador alemán Carlos IV, de visita en París en el año 1378. Obreros, burgueses, príncipes y señores presentaban su ofrenda ante el altar como en tiempo de los Reyes Magos. Veamos:

Y cuando llegó el momento de la ofrenda, el rey había hecho preparar tres clases de presentes: uno de oro, otro de incienso y otro de mirra, para ofrecerlos en su nombre y en del emperador, como se acostumbraba en aquella festividad.

E hizo preguntar el rey al emperador si participaría en la ceremonia, pero el emperador se excusó porque era ya muy viejo y no podía arrodillarse ni hacer muchas otras cosas, y rogó al rey que fuese él quien hiciera la ofrenda, como era costumbre.

Así fue pues la ofrenda del rey: tres caballeros, sus chambelanes, llevaban en alto tres hermosas copas doradas y esmaltadas: en una estaba el oro, en otra el incienso y en la tercera la mirra. Y desfilaron los tres en orden con el rey cerrando la marcha, y todos se arrodillaron ante el altar, el rey ante el arzobispo. Y la primera ofrenda, que era la copa con el oro, se la entregó al rey el caballero que la portaba, y el rey se la ofreció a su vez al arzobispo besándole la mano. La segunda, que era la copa con el incienso, se la entregó el segundo caballero al primero, y este al rey, que se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Y la tercera, que era la copa con la mirra, se la entregó el tercer caballero al segundo, y este al primero, y este al rey, quien se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Así hizo el rey Carlos su ofrenda, devota y honorablemente”.

Tanto la Natividad como el Juego de los Tres Reyes bebían de la misma fuente: el Relato de l’Annonciation de Nostre-Dame.

Ofrendas similares están documentadas en la liturgia de la Epifanía para otros reyes coetáneos de Carlos V de Francia, como Eduardo III o Ricardo II de Inglaterra y también para Pedro IV de Aragón. De hecho, puede que en 1348, Eduardo III se hiciera representar (el cetro que porta uno de los magos está inspirado en el que aparece en el gran sello céreo del rey) como uno los Reyes Magos en las pinturas murales de la capilla de San Esteban del palacio de Westminster, donde desde luego sí que aparece como donante, en el nivel inferior. Desafortunadamente, la capilla ardió en 1843, así que sólo quedan dibujos de su disposición de principios del siglo XIX. En todo caso, la inclusión de la escena de la Epifanía podría ser la respuesta inglesa a que la monarquía francesa tenía entre sus ancestros a los Reyes Magos, y quería él también apropiarse de ellos como símbolo de la dinastía Plantagenet.








¿Si todos estos monarcas las realizaban, se quedaría Carlos II de Navarra al margen de una costumbre regia tan extendida? Es muy dudoso, así que ¿podría ser entonces el tímpano de Ujué un recuerdo de esas ceremonias, movido por el afán que tuvo el último Capeto de emular y repetir todos los signos y símbolos posibles de la realeza francesa, y sobre todo de competir con su archienemigo Carlos V de Valois en todos los campos posibles, como ya mostré en mi libro “En recta línea”?

Lo juzgo muy posible, por la utilización que en la Edad Media se hizo de la figura de los Reyes Magos como modelo ideal de virtudes para los reyes de la época. No existe, sin embargo, constancia documental de que Carlos II llegara a practicar esa ofrenda concreta, y el único acto específico relacionado con los Reyes Magos que puede ponerse en relación con la monarquía navarra es el del Rey de la Faba. Precisamente sabemos que Carlos II lo celebró al menos en 1381 y 1383.

No obstante, para dar idea de la importancia y el simbolismo que en aquella época se daba a los Reyes Magos, sí que podemos poner en relación con el rey de Navarra una historia transmitida por el cronista de la abadía inglesa de Canterbury, William Thorpe, que hacía 1380 narró de esta manera el nacimiento del futuro Ricardo II de Inglaterra, ocurrido el día de reyes del año 1367 en la ciudad de Burdeos:

“Y tres Reyes Magos asistieron a su nacimiento: el rey de España, el rey de Navarra, y el rey de Portugal, los cuales trajeron consigo preciosos regalos al niño recién nacido”.

En efecto, Ricardo, segundo hijo del príncipe negro, Eduardo de Wodstock, lugarteniente de su padre, Eduardo III, en Aquitania, vino al mundo en medio de las negociaciones emprendidas a fines de 1366 entre varios reyes que desembocarían en la batalla de Nájera de abril de 1367. En ese contexto, el “rey de España” no es otro que Pedro I de Castilla, expulsado por aquel entonces de su reino por su hermanastro, Enrique de Trastámara. Para recuperarlo, se refugió en la Gascuña inglesa y pidió ayuda al citado príncipe negro, que buscó rápidamente más aliados para empresa tan arriesgada. Y los encontró en Carlos II de Navarra, cuyo concurso era necesario pues su reino era la puerta de España, y en Jaime IV de Mallorca, rey exiliado que vio en la guerra civil castellana la posibilidad de volver a su reino. Fue él y no el rey Pedro I de Portugal quien pudo estar por tanto presente en el nacimiento del heredero inglés.

Pero el cronista William Thorpe, muy cercano a la corte, no andaba descaminado a pesar de su error de identificación entre el rey de Portugal y el de Mallorca, porque lo que en realidad le interesaba era subrayar el signo divino que suponía para el heredero inglés haber nacido precisamente el día de la Epifanía y haber sido agasajado por tres reyes, convirtiendo así al niño en una contrafigura del propio Cristo, y la ascensión de Ricardo al trono en una especie de mandamiento divino. Algo que el monarca tuvo siempre muy en cuenta, a efectos de propaganda de su realeza.

A pesar de todo, no existe ninguna otra fuente documental que corrobore que estos tres reyes asistieran juntos al bautizo de Ricardo en Burdeos. Es más, las cuentas del tesorero de Carlos II establecen que aunque el rey de Navarra hizo una visita a la corte del príncipe negro en Burdeos pocos días antes de que Ricardo naciera, no estuvo presente en el nacimiento mismo o en el bautismo subsecuente (ocurrido a los dos días, el 8 de enero de 1367). Y como Pedro de Castilla se encontraba en ese momento en Bayona, 185 kilómetros al sur de Burdeos, donde fue visitado por Carlos II de regreso a Navarra, es poco probable que él estuviese presente tampoco. Del paradero de Jaime IV no se sabe nada. Lo que sí es posible es que los citados tres reyes, interesados por distintos motivos en tener contento al príncipe negro, enviasen lujosos regalos para el recién nacido, lo cual daría origen a la historia narrada por William Thorpe, que ejemplifica de todos modos a la perfección la importancia alegórica de los Reyes Magos para un rey medieval. Algo subrayado por este pasaje de la Crónica aragonesa de Ramón Muntaner –escrita hacia 1330- en la que al hablar del viaje a Sicilia en 1282 de la reina Constanza de Hohenstaufen y sus hijos, los infantes Jaime y Federico (la familia de Pedro III el Grande), se dice:

“En cuanto las naves y las galeras se hicieron a la mar, el mismo Señor que guió a los tres Reyes con una estrella para que no se perdiesen, mantuvo también a estas tres personas en su estela de gracia. Esto es: a mi señora la reina doña Constanza y al señor infante don Jaime y al señor infante don Federico. Y ciertamente eran tres personas que se podían compararse con los Tres Reyes que fueron a adorar a Jesucristo, los cuales uno tenía por nombre Baltasar, el otro Melchor y el otro Gaspar.

Baltasar fue el hombre más devoto que haya nacido nunca, y el que más placía a Dios y al mundo entero. Y lo mismo podemos decir de mi señora, la reina, porque desde nuestra señora Santa María hasta entonces, no había nacido mujer más piadosa, ni más santa, ni más llena de gracia que ella. Y al señor infante don Jaime podríamos compararlo a Melchor, que fue el hombre más justo, cortés y amante de la verdad que haya nacido, salvo Jesucristo. Y por eso podemos compararlo con el infante don Jaime, que todas estas bondades y muchas más poseía. Y al infante don Federico podríamos compararlo con Gaspar, que era joven y niño, y el más bello hombre del mundo, y sabio y amante de la rectitud.

Por tanto, así como Dios quiso guiar a aquellos tres Reyes, así mismo guió a estas tres personas y a todas las que con ellas iban en las naves. Y para demostrarlo, en vez de la estrella, Dios les dio buen viento y no los desamparó hasta que, sanos, salvos y alegres, llegaron al puerto de Palermo”.

Vemos pues que, en la literatura de aquella época, los Reyes Magos son presentados siempre como personajes virtuosos, y son vistos como los primeros peregrinos, además de como cristianos ejemplares, caritativos, generosos y sabios. Justo las mismas cualidades que los tratados educativos o "Espejos de príncipes" exigían para un rey medieval. Y sabemos que Carlos II o su mujer, Juana de Valois, enviaron en 1367 a Navarra una copia de más famoso de todos ellos: el Regimine Príncipum, escrito por Egidio Romano. Una copia que todavía aparece en el inventario de los libros del príncipe de Viana, confeccionado tras su muerte, en 1461.

Volviendo a la portada de Ujué, y reiterando la posibilidad de que el donante representado en su tímpano, en base a la prueba indudable de que la clave Navarra/Francia de la bóveda también le pertenece, sea Carlos II, que aparecería figurado junto a la Epifania, una escena tan significativa para la sociedad medieval que se representaba en autos sacramentales y luego en misterios teatrales al menos desde el siglo XII. Y si tenemos en cuenta además que a esa escena la acompaña la de la Última Cena, con dos rasgos muy concretos de ese tipo de representaciones tan populares: el de Judas robando el pescado del plato de Jesús y el probable del gallo asado que revivió al dudar el apóstol traidor de la Resurrección de Cristo, quizás muchas otras imágenes de esa portada podrían también interpretarse en relación a estos ya citados Misterios teatrales.


Porque lo cierto es que si comparamos las escenas talladas en la portada de Ujué con las representadas en los Misterios de Sainte-Genevieve, podremos ver que hay nada menos que once coincidencias entre ambas: Anunciación, Visitación, Natividad, Anuncio a los pastores, Adán y Eva, los Tres Reyes, la Última Cena (con Judas al otro lado de la mesa y el gallo que aludiría también al apóstol traidor), San Pedro y San Pablo y un santo cefalóforo, que sería San Denis.


Incluidas también las que no podemos identificar en los capiteles del santuario, como las que representarían a la Gramática y la Retórica (que podrían ser los profetas que anuncian la venida del Mesías) y los músicos o los hombres montados en dragones, que podrían relacionarse también con espectáculos teatrales. Algo indudable en el caso de los músicos, y plausible en el de los híbridos, que recuerdan a lo que ahora podríamos identificar como “zaldikos”, las figuras burlescas que acompañaban los cortejos y espectáculos patrocinado por las autoridades civiles o eclesiásticas en las grandes solemnidades festivas, y cuya presencia podemos rastrear también en la portada del fondo del refectorio de la catedral de Pamplona.





Y sobre esos acontecimientos pensados para ganarse al público asistente, convendrá recordar de nuevo lo que ya dije en mi último libro:

“tras su liberación en noviembre de 1357, Carlos de Navarra llevó a cabo una política muy hábil de propaganda personal a base de ceremonias de entrada en las ciudades propias de un rey (que es lo que realmente era) y de discursos ante la multitud en los que defendió sus derechos de forma tan elocuente que su causa pronto fue sumando adeptos. Porque preocupándose de lo que pensaban las gentes, y trabajando por convencerlas, de forma innovadora había comprendido que el juego político pasaba ahora por el empleo de nuevos procedimientos que apelasen a la opinión pública”.

Así pues, mi hipótesis es que Carlos II conoció el éxito de esos Misterios, representados desde mediados del siglo XIV en todas las ciudades importantes de Francia, como Amiens, Rouan y sobre todo París, precisamente las ciudades en las que realizó entradas verdaderamente regias. Y que dado su interés por los libros, alabado por sus contemporáneos, pudo poseer alguna copia de dichos misterios, lo que unido a que –de manera innovadora, políticamente hablando- siempre se mostró interesado por la propaganda de su causa, puede ser que escogiera alguno de aquellos argumentos que seguro presenció personalmente, para decorar el templo que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en su predilecto y en el de sus sucesores, aquel en el que depositaría su propio corazón y donde quiso crear una universidad.

De que le interesaba el teatro tenemos al menos una prueba circunstancial: un documento fechado en el emblemático año de 1364 –en el que perdió todas sus opciones reales al trono francés tras la derrota de Cocherel- según el cual en agosto organizó en el palacio de Tiebas un festejo muy al estilo de su añorada corte de París, en el que intervinieron 16 danzantes vestidos de hombres salvajes que remedaban su pelo largo con lana de ovejas negras y llevaban “fals visages” o “caruchas”.

En esas coordenadas, la escena principal de la portada sería una respuesta más al usurpador del trono de San Luis, Carlos V de Valois, igual que lo es la clave de la bóveda, y podría replicar posiblemente una ofrenda que los reyes de Francia acostumbraban a hacer cada 6 de enero. Y el resto de imágenes representadas podrían ser un recordatorio del espectáculo más exitoso y a la moda de la Francia de su tiempo, aquel capaz de grabar los episodios más trascendentes (y también más fantasiosos) de la Historia Sagrada en las mentes de quienes lo contemplaban, mucho mejor y de forma más duradera que los sermones de los clérigos.


BIBLIOGRAFÍA

-Ujué, la montaña sagrada / C. Martínez Alava. Pamplona: Fundación para la

conservación del patrimonio histórico de Navarra, 2011

-Artes figurativas medievales, Santa María de

Ujué, / C. Fernández-Ladreda. Pamplona: Fundación para la conservación del patrimonio histórico de Navarra, 2011

-Le mystère de la Passion en France du XIVe siècle au XVIe siècle: Etude sur les sources et le classement des mysteres de la Passion / Emile Roy. Dijon, 1904.

-The roasted cock crows: apocryphal writings (Acts of Peter, The Ethiopic Book of the Cock, coptic fragments, the Gospel of Nicodemus) and folklore texts / Ilona Nagy. Folklore Review, nº 36.

-À propos des volailles cuites qui ont chanté lors de la passion du Christ / Rémi Gounelle. Recherches Augustiniennes, 33, 2003.

-El ciclo de la Dormición en el claustro de la catedral de Pamplona / Santiaga Hidalgo. Revue Mabillon, t. 22, 2011.

-Adoration of the Magi and Authority of the Medieval King: An Ambiguous Correlation / Doina Elena Craciun. Leeds, 2019.

-Les Rois mages, images du pouvoir des rois en Occident (XIIe-XVIe siècle) Resumen de Tesis Doctoral / Doina Elena Craciun. Bulletin du centre d’études médiévales d’Auxerre | BUCEMA, 21.1 | 2017.

The “Three Kings of Cologne” and Plantagenet

Political Theology / Mathew C. Brown. Mediaevistik 30 · 2017

-El gallo y la gallina de Santo Domingo: un milagro en el camino / Javier Pérez Escohotado. IX Jornadas del Románico en la Rioja Alta. Bañares, 15 de agosto 2019

-Histoire anecdotique des fêtes et jeux populaires au Moyen Age / Josephine Amory de Langerack. Lille, 1870.

-Chronique des Règnes de Jean II et de Charles V – 2º Tomo / R. Delachenal. París, 1916, p. 234.

-Ramón Muntaner, Crónica. Les quatre Grans cróniques. Barcelona, 1971, Capítulo 96, p. 753.

-La chevalerie Ogier de Danemarche par Raimbert de París: Poême du XIIº siecle. Tomo 2º. París, 1842, pp. 484-486.

-William Thorne’s Chronicle of Saint Augustine’s Abbey, Canterbury / B. Blackwell, 1934, p. 591.

-En recta línea / Mikel Zuza. Pamplona, 2022.


©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023




CARLOS II DE NAVARRA CON C DE CHARLES

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Mi amigo Galder Rodríguez Calparsoro tuvo hace días la gentileza -que le agradezco vivamente- de advertirme de la existencia de unos documentos relacionados con Carlos II de Navarra conservados hoy en día en los Archivos Departamentales de Calvados, en la ciudad normanda de Caen. Así que aprovecho para retornar fugazmente a mi abandonado blog para recuperar su fascinante historia.

Se trata de tres pergaminos en los que el rey de Navarra -actuando como conde de Evreux- se ocupa de la abadía de Saint-Cyr de Friardel, monasterio fundado en aquella villa normanda en el siglo XIII, que como tantos otros edificios medievales de la zona (muchos de ellos con connotaciones navarras) fue totalmente destruido en la II Guerra Mundial, durante el desembarco aliado de Normandía, en 1944. 

Hoy sólo podemos evocarlo por viejas fotografías de principios del siglo XX, porque lo único que nos queda es un yacente y un precioso fragmento de mural del siglo XIV, donde -quién sabe- quizás aparezca representado el caballero Robert de Friardel, que es quien se somete al juicio señorial de Carlos II en uno de los citados documentos. 


 
 

El caso es que en uno de esos friardelescos títulos (Signatura: H/9076/2), la inicial C de Charles aparece decorada con un cuartelado Francia/Navarra, mellizo (ya que no gemelo) del Navarra/Francia que campea en la bóveda de Ujué, y del que tanto me ocupé en mi libro EN RECTA LÍNEA. 

 
 
 Un documento expedido por la cancillería navarra y que por lo tanto no podía dudar de la conveniencia y especial significación de insertar o no la banda componada de gules y plata propia de los Evreux en la intitulación regia. De hecho, el sello pendiente de Carlos II que lo valida sí que la ostenta. Así que, ¿porque se arriesgarían a no colocarla también en la letra inicial? ¿Por pura vagancia o por falta de destreza a la hora de tener que dibujarla? Es dudoso, dada la evidente calidad decorativa de esa letra. Entonces, ¿quizás por reforzar la posición del rey de Navarra ante las inminentes negociaciones con su archienemigo y cuñado Carlos V de Valois? 
 
Porque el documento lleva fecha de febrero de 1370, y sabemos que precisamente esos fueron unos años claves para los dominios normandos del rey de Navarra, que en 1365, tras su derrota en la batalla de Cocherel del año anterior, había tenido que firmar un tratado con su rival por el cual aceptaba entregar las ciudades de Mantes, Meulan y Longueville (muy estratégicas por su cercanía a París), a cambio del señorío sobre la muy alejada ciudad de Montpellier. Y ese tratado se rubricó el 25 de marzo de 1371 en Vernon, cuando rodilla en tierra, Carlos II rindió homenaje a Carlos V de Valois "por todos los territorios que aún poseía en Francia", lo que suponía renunciar para siempre a sus legítimos derechos al trono de San Luis.

Puestas así las cosas, quizás ese cuartelado Francia/Navarra del documento del que estoy hablando, constituya una de las últimas "reivindicaciones" públicas de esos derechos, realizadas en un documento destinado a una apartada abadía normanda, sí, pero públicas al fin y al cabo. De hecho el pergamino aparece catalogado en el Archivo del Departamento de Calvados con fecha de febrero de 1371, lo que todavía acercaría más ambos acontecimientos, aunque yo sigo leyendo Mil Trois Cents Soixante Dix (1370).
 

 El tablero reivindicativo del rey de Navarra sobre Francia que hoy día conservamos quedaría pues así, con la clave de Ujué, la queja del rey de Francia sobre la utilización del cuartelado Navarra/Francia por parte de Carlos II y este "nuevo" documento normando, que muestra el cuartelado Francia/Navarra, dando prioridad al reino más grande (sólo en tamaño, que conste): 



Pero el documento aún contiene otra curiosidad más, porque viene firmado nada menos que por "Froissart", un nombre que inmediatamente nos evoca a uno de los autores más famosos de aquellos tiempos, firmante de las famosas Crónicas:


Crónicas en las que, por cierto, no sale nada bien parado el rey de Navarra. De hecho muchos de los bulos históricos que su figura sigue padeciendo hoy en día, fueron creados precisamente por Jehan Froissart. Por ejemplo, el de que el rey de Navarra, por sus muchos pecados, murió quemado en su cama del palacio de Pamplona, igual que un alma condenada en el Infierno. 



Pero claro, es que Froissart escribía a sueldo, por citar sólo uno de sus mecenas, de Gastón Febus, el renuente cuñado de Carlos II, que repudió a su legítima esposa, Agnes de Navarra, y que por tanto no apreciaba en absoluto al bueno de Charles. 
 

 Por lo tanto no es probable que Jehan Froissart ejerciera de secretario -siquiera fugazmente- del rey de Navarra. Pero quien sí lo hizo fue Jacques Froissart, de quien sabemos que ya en 1364, en la mencionada derrota de Cocherel, fue hecho prisionero por los franceses. Carlos II tendría su labor en gran estima y debió rescatarlo, porque sigue apareciendo años más tarde a su servicio (lo cual no era un trabajo sencillo ni envidiable, teniendo en cuenta que a otro de sus secretarios, el fidelísimo Pierre du Tertre, el rencoroso y vengativo rey de Francia lo hizo apresar, torturar y finalmente descuartizar pocos años después, en 1378). 


 
Lo que no sabemos es si Jacques y Jehan Froissart serían parientes, quizás incluso hermanos, lo cual sería digno de una novela decimonónica, cada uno de ellos convertido en defensor de dos señores distintos y además enfrentados entre sí. Pero bien pudiera ser...
 
Lo dicho: muchísimas gracias, Galder, por hacerme recuperar un trocico olvidado de nuestra historia, y sobre todo por permitirme volver a entrar en batalla enarbolando las armas Navarra/Francia o Francia/Navarra, que tanto montan en este caso, y tan sólo seis siglos después, que para mí es como si hubiera sido antesdeayer.
 


 
 
 
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023


 
 
 


 

 


PAMPLONA POETICA

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A pesar de que hoy nos pueda costar creerlo, Pamplona fue, en esa Edad Media que tantos se empeñan actualmente en tildar de “oscura”, lugar de ensoñación para literatos extranjeros muy destacados.

Sí: parece mentira pero hubo  poetas que creyeron que esta ciudad nuestra tan bronca -siempre derribamurallas, arboricida y parkingzale, que cree que es mejor tener bajo tierra Renaults Clio que termas romanas o cementerios musulmanes, que se mea en sus paisajes históricos, en el ICOMOS y en el Sursum Corda con tal de seguir levantando torres setenteramente horrendas, y que olvida veinte siglos de historia para promocionar únicamente unas fiestas sin igual que ya cansan durando 8 días, pero que las “cabezas pensantes” pretenden extender a los 357 días del año restantes, magalufizando a vecinos y residentes sin piedad alguna- sí que merecía ser recordada entre versos líricos y épicos de primera categoría. 

 

Dibujo de J.J. Montoro Sagasti - año 1933
  

Sólo son dos pequeñas citas, pero muy significativas. La primera de ellas en la novela de Chretien de Troyes “Lancelot, el caballero de la carreta”, escrita hacia 1181 por encargo de la condesa María de Champaña, la abuela de nuestro rey trovador, Teobaldo I.

El caballero de la Mesa Redonda, Lancelot (o Lanzarote, en castellano) debe rescatar a la mujer de su señor, el rey Arturo, Ginebra, secuestrada por el malvado Meleagant. Para lograrlo irá enfrentándose a distintas pruebas iniciáticas como la que da nombre a la novela, porque estaba muy mal visto que un caballero montase en una mísera carreta, y con tal de cumplir su misión Lancelot no duda en hacerlo, sacrificándose por su dama (pues ambos son amantes) pero siendo repudiado por el resto de caballeros.

Pues bien, entre los versos 1868-1882 se cuenta:

 1868      Le Chevalier après le moine

1869      Pénètre dans le cimetière. Il y voit les plus beaux tombeaux

1870      Qu'on pourrait trouver d'ici jusqu'au pays de Dombes,

1871      Et de là jusqu'à Pampelune.

1872      Sur chacun était gravé un nom

1873      Servant à désigner

1874      Celui qui un jour y serait couché.

1875      Et le Chevalier se mit à lire en silence

1876      Les épitaphes une à une.

1877      Il déchiffra: Ici reposera Gauvain,

1878      Ici Louis, ici Yvain.

1879      Plus loin il a lu les noms

1880      De bien d'autres chevaliers émérites,

1881      Les meilleurs et les plus connus,

1882      De cette terre et d'ailleurs.

 

1868 El caballero Lancelot, tras el monje,

1869 entró en el cementerio. Vio allí las tumbas más hermosas

1870 que podríamos encontrar desde aquí hasta la tierra de Dombes,

1871 y desde allí hasta Pamplona.

1872 En cada una se grabó un nombre

1873 usado para designar

1874 al que algún día yacería allí.

1875 Y el caballero empezó a leer en silencio

1876 ​​los epitafios uno por uno.

1877 Descifró: Aquí descansará Gawain,

1878 Aquí lo hará Louis, aquí Yvain.

1879 Además leyó los nombres

1880 de muchos otros caballeros famosos,

1881 los mejores y más conocidos

1882 de estas tierras y de otras partes...

Pamplona aparece sólo por tanto como referencia de distancia, como un lugar lejanísimo –visto desde Champaña, claro está- y como hito geográfico frente al país de Dombes, principado al norte de la ciudad de Lyon, en la frontera con los Alpes cuya etimología ha ido variando a lo largo del tiempo entre región baja, país de la niebla, país cubierto de madera, túmulo o país de las tumbas, que sería la acepción que mejor encajaría con lo que vemos que narra el poema. 

  

En cualquier caso, aunque hoy en día podamos resultar bastante escépticos respecto al carácter especial de nuestra ciudad, lo que se buscaría es destacar ese supuesto “exotismo” de la recóndita Pamplona, el lugar más allá de los Pirineos donde el emperador Carlomagno había sufrido su más terrible derrota.

Pero ese carácter ignoto lo perdería muy pronto en la corte de Champaña, pues la condesa María, por ser hija de Leonor de Aquitania (otra amante de las novelas de caballería), era también medio hermana de Ricardo Corazón de León, que en 1190 se acabaría casando con la infanta Berenguela de Navarra, hija de Sancho el Sabio. Pero la relación entre Champaña y Navarra quedó verdaderamente sellada con el matrimonio entre el hijo de María, Enrique el joven, con la hermana de Berenguela: Blanca de Navarra, madre del futuro rey de Navarra, el ya mencionado Teobaldo I, que con estos antepasados tan literarios y tan de leyenda, no es extraño que saliese tan buen trovador.

Tres siglos después, hacia 1460, el caballero flamenco Georges Chastelain, consejero, cronista y poeta de renombre en la corte de su señor Felipe el Bueno, duque de Borgoña, también entretejió versos con una remembranza a Pamplona en un poema alegórico titulado “L’oultré d’amour” (El indignado contra el amor), si bien es justo reconocer que en este caso influye mucho la fácil rima que en francés se produce entre “lune” (luna) y Pampelune (Pamplona). Aunque también la cita esconde una realidad menos conocida.

Porque resulta que Agnes de Kleves, sobrina del citado duque, vino a casarse con el heredero de la corona navarra: Carlos de Viana, y que pudo por tanto George Chatelain formar parte de la nutrida comitiva (comandada por su hermano, Johan de Cleves, que aprovechó el viaje para peregrinar después a Santiago) que acompañó a la princesa desde Flandes en el verano de 1439, o quizás de una de las múltiples visitas de viajeros borgoñones que en los años siguientes se produjeron, pudiendo conocer de primera mano la riqueza y lujo de la corte navarra, aunque frente al de la corte de Borgoña, cualquier otro de Europa palideciera. 

 

Georges Chatelain presenta su libro al duque de Borgoña, Carlos el Temerario

Pero precisamente la alusión que hace en su poema permite suponer que la vida en los palacios reales navarros no tenía nada que envidiar a los del duque de Borgoña, y que por tanto en Flandes se sabía/ se creía que el Reino de Navarra era riquísimo. Desde luego que un funcionario muy cercano al duque de Borgoña expresase tal opinión en uno de sus poemas, necesariamente quiere decir que la pompa y fasto alcanzados en la corte de los príncipes navarros era digna de ser señalada. 

El viajero alemán Sebastián de Ilsung cumplimenta a los príncipes de Viana en el palacio de Olite, año 1446

 

La visita más famosa de un borgoñón se produjo en 1446, cuando Jacques de Lalaing, considerado el mejor caballero de su tiempo recaló en la corte navarra. Me ocupé de ella en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar”, así que quien esté interesado podrá conocerla más extensamente leyéndolo. Pero no me resisto a poneros el fragmento más “guiri del año” del Livre des faits du bon chevalier messire Jacques de Lalaing (Libro de los hechos del buen caballero Jacques de Lalaing):

Entonces partieron todos juntos y montándose en sus caballos y mulas llegaron hasta el palacio, donde se apearon; pero bien podéis creer y saber que al pasar mi señor Jacques por las calles de Pamplona, yendo a palacio, puertas y ventanas estaban abiertas y llenas de damas y doncellas, burgueses y menos pudientes, para ver pasar a mi señor Jacques y su compañía. Y esto no debe extrañar a nadie, porque era él uno de los más bellos y jóvenes caballeros de su tiempo; e iba además muy ricamente vestido, con su ropa cargada de orfebrería.

Él era alto y fuerte, con todos sus miembros bien formados, bien parecido y agradable, dulce, amable y cortés; era un hombre valiente y nada había en él que desagradase a la vista. Quienes le veían pasar, tomaban placer en mirarle. Sobre todo las señoras y las doncellas; y es de creer que algunas de ellas lo hubiesen querido cambiar por sus maridos si hubieran podido hacerlo.

Así cabalgó mi señor Jacques por las calles de Pamplona, hasta que llegó ante el palacio, donde bajó de su caballo. Luego él, y aquellos que le acompañaban, entraron dentro del palacio, donde encontraron al príncipe y a la princesa, junto con gran número de caballeros y damas que les acompañaban. Él les hizo la reverencia, y ellos le dijeron que fuese muy bienvenido: él y toda su compañía.

“Mi señor Jacques –dijo el príncipe– vendréis a oír la misa con nosotros; luego, después de escuchada la misa, hablaremos con vos.” Mi señor Jacques respondió: Monseñor, cúmplase vuestro deseo”.

El príncipe entró primero entonces en su capilla; y la princesa, llevando a mi señor Jacques de la mano, entró después que él, y así oyeron la misa los tres juntos. Luego, terminada la misa, salieron de la capilla y entraron en una rica cámara, muy noblemente cubierta de tapices, donde el príncipe y la princesa, los altos barones, los señores y el Consejo, se sentaron. E igualmente, por orden del príncipe se sentó mi señor Jacques entre todos ellos.”

Durante décadas muchos autores defendieron precisamente que fue el propio Chatelain quien redactó el libro sobre las hazañas de Jacques de Lalaing, aunque ahora se cree que no fue él. Desde luego no hay constancia de que Chatelain estuviera por esos años en Navarra, aunque sí de que residía en la vecina corte de Francia, así que si él mismo no acudió en persona, pudo conocer de labios de compatriotas borgoñones esa fama suntuaria de la corte de los príncipes de Viana, abruptamente finalizada con la muerte de la princesa Agnes en 1448. 

Pero volviendo al poema de Chatelain, su alambicado argumento podría resumirse en como un caballero y su escudero alegan distintas razones a favor y en contra del amor, teniendo en cuenta que la mujer amada por el caballero –“dama de maravillosa belleza y gran nobleza”- acaba de morir tras nueve años de felicidad común. La amargura del caballero intenta ser consolada por los argumentos del escudero, que le invita a no eternizar su duelo. Finalmente serían los caballeros y damas que escuchasen el poema quienes decidiesen en uno de los conocidos como “juicios de amor” qué postura era la más honorable y adecuada para que adoptara el protagonista.

Y al describir la tristeza del caballero que ha perdido a su gran amor, es cuando Chatelain saca a relucir Pamplona, cuyas riquezas no bastarían para consolarlo:  

Triste là plus dessous la lune,

en quoi tout l'or de Pampelune,

ne du monde pour abregier,

ne suffiroit pour l'alegier.

 

Triste quedó allí, bajo la luna,

cuando ni todo el oro de Pamplona,

ni el del mundo entero, por abreviar,

sería suficiente para aliviar su pena.

Así que hemos visto al mejor caballero de ficción (Lancelot du Lac) y a dos de los mejores caballeros que sí existieron (Jacques de Lalaing y Georges Chastellain) haciendo guiños literarios a la casi siempre hosca ciudad de Pamplona, lo cual les agradezco vivamente, porque no es esta, evidentemente, tierra que permita demasiadas inspiraciones poéticas. Pero como los buenos sólo ganan en las películas, convendrá advertir que los dos caballeros reales murieron ambos en batalla, siempre al servicio de los duques de Borgoña.

Jacques durante la Revuelta de la ciudad de Gante, el 3 de julio de 1453, luchando por Felipe el Bueno. Su armadura, su lanza y su espada nada pudieron hacer contra la bala de cañón lanzada por los defensores del castillo de Poucques, que destrozó aquel cuerpo tan admirado por las pamplonesas. En cuanto a Georges, murió en el asedio de Neuss, en 1475, al servicio del nuevo duque: Carlos el Temerario.

Sic transit gloria mundi…  




®MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023


PODIO DE HONOR

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Si tengo que escoger a mis tres personajes medievales favoritos, aquellos de los que he leído con fruición todo lo que ha caído en mis manos, uno sería indudablemente el príncipe de Viana, y los otros dos Juana de Arco y Benedicto XIII.


Carlos más que los otros, pero el caso es que los tres han aparecido frecuentemente en estas crónicas mías. ¿Pero puede establecerse alguna relación entre ellos? Pues quizás un poco de carambola, pero sí, se puede.

Recordemos que Benedicto XIII, de nombre Pedro de Luna, vivió entre 1328 y 1423. Juana de Arco lo hizo entre 1412 y 1431. Y Carlos de Viana entre 1421 y 1461. 

Juana y Carlos eran demasiado pequeños cuando murió en Peñíscola, a los 95 años, el abandonado por todos –incluso por los que él mismo había enaltecido- papa Benedicto XIII.

Aunque en realidad no fue abandonado por todos, porque ya dediqué otra de mis historias ( Tú eres Pedro ) al escudo del papa Luna grabado en el altar más recóndito de la catedral de Pamplona (erigida por cierto bajo su pontificado): el de la capilla de San Jesucristo. Pero sobre todo porque en el Armagnac, al sureste de Francia, en la frontera con Aragón, parte del clero local se mantuvo en sus XIII –nunca mejor dicho- y se sabe que uno de los últimos 4 cardenales fieles que nombró Benedicto antes de morir provenía de allí. Los otros 3 eran aragoneses, y reunidos en conclave mínimo eligieron a uno de ellos, Gil Sánchez Muñoz, y lo nombraron papa Clemente VIII.

Pero el francés, que era deán de la catedral de Rodez, y se llamaba Jean Carrier, juzgó que muerto quien lo había nombrado cardenal, no tenía por qué obedecer a sus tres compañeros, así que se reunió consigo mismo (maravillosa y teológica decisión que, indudablemente, le evitó grandes discusiones) y eligió un nuevo papa –Benedicto XIV- en la persona del humilde sacristán de su catedral, que a la sazón se llamaba Bernard Garnier. Hizo así que continuase el denominado Cisma de Aviñón, cuando el papa de Roma, Martín V, pensaba que ya había logrado ponerle fin. Porque ahora había ya tres posibles papas: uno en Peñíscola, otro en Roma, y otro escondido y proscrito en el Armagnac.

De hecho, hay autores que afirman que la sucesión apostólica de Aviñon continuo tras Bernard Garnier, y que esa sería la verdadera Iglesia, y no la romana, porque tras Bernard Garnier vinieron muchos otros papas que siempre se llamaron Benedicto, en honor del papa aragonés que se había negado a renunciar. Y que de hecho habrían llegado hasta nuestros días, siendo perseguidos por Roma implacablemente, pues todos ellos se empeñaban en no dejar morir el Cisma.

Porque Benedicto XIII sigue siendo considerado por la Iglesia romana como antipapa, y pasados 600 años ya, es dudoso que tal condición vaya a cambiar algún día. Aunque me gusta recordar a ese respecto la placa que le homenajea en su fabuloso castillo de Peñíscola, una de cuyas sentencias afirma:

“El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...” 


Aunque quizás no haya que esperar tanto, porque contra todo pronóstico, el Vaticano solicitó el mes pasado al Arzobispado de Zaragoza documentación relativa a Benedicto XIII para estudiar su hipotética rehabilitación. Lo cierto es que cuando otro Benedicto (en este caso el XVI) y Francisco cohabitaron durante años dentro de los muros vaticanos, y hubo por tanto dos papas a la vez, siempre pensé que se abría una puerta para reivindicar a Benedicto XIII como lo que realmente fue: uno de los sumos pontífices más culto y honrado de toda la historia. Eso no allana el problema fundamental: si se rehabilita ahora al aragonés, ¿qué pasarían a ser todos los papas romanos que vinieron tras él? ¿Antipapas? Es desde luego toda una discusión bizantina, que probablemente nunca llegará a término, porque con ritmos habituales de la Iglesia, la decisión llegará muy probablemente para el ya citado Juicio Final.

Pero volviendo al asunto central de mi crónica y por tanto a la zona rebelde a Roma del Armagnac, resulta que allí gobernaba el conde Juan IV, Era el conde por tanto señor –y protector- del ya mencionado Jean Carrier, que se supone que le reveló la designación secreta de Benedicto XIV. Y no sabemos qué pensó de tan sensacional noticia, pero sí que sabemos que al menos la duda sobre quién era el verdadero quedó sembrada en su corazón.

¿Y cómo lo sabemos? Pues porque incrementando las dosis de folletín, Juana de Arco, tras ser capturada por los ingleses, fue llevada prisionera a Ruan, donde el malvado y traidor obispo Pierre Cauchon la sometió a un inmisericorde interrogatorio que –sorprendentemente- la joven sorteó con una prudencia e inteligencia inesperadas, más propias de un abogado de la corte que de una campesina –supuestamente- iletrada. Sin embargo, no resultó demasiado convincente cuando muy capciosamente, se la acusó de un asunto que puede sonarnos, y que por eso voy a trascribiros íntegramente:

Jueves 1 de marzo de 1431.

EL OBISPO. - Convocamos y exigimos a Juana que preste juramento de decir la verdad sobre lo que se le pide, simple y totalmente.

JUANA. - Estoy dispuesto a jurar decir la verdad sobre todo lo que sé sobre el proceso, como ya he dicho. Sé muchas cosas que no se refieren al proceso y no es necesario decirlas. De todo lo que realmente sé sobre este juicio, con mucho gusto hablaré.

EL OBISPO. - Una vez más convocamos y requerimos que hagas y prestes juramento de decir la verdad sobre lo que te preguntarán, simple y totalmente.

JUANA. - Lo que pueda decir que sea cierto en lo que respecta a este juicio, lo diré con mucho gusto. Lo juro por los santos Evangelios. (Jura.) En cuanto a lo que sé sobre el proceso, con gusto diré la verdad y del mismo modo como lo diría si estuviera ante el Papa de Roma.

EL OBISPO. – Ya que sacas este asunto ¿Qué piensas de nuestro Señor el Papa? ¿Quién crees que es el verdadero Papa?

JUANA. - ¿Hay dos?

EL OBISPO. - ¿Acaso no recibiste una carta del conde de Armagnac preguntándote cuál de los tres Soberanos Pontífices debía ser obedecido?

JUANA. – Es cierto: dicho conde me escribió cierta carta sobre este hecho, a la que respondí, entre otras cosas, que le daría una respuesta cuando estuviera en París, o en otro lugar más tranquilo. Estaba a punto de montar en mi caballo cuando di esta respuesta.

EL OBISPO. - Leamos pues las copias de las cartas de dicho conde y de dicha Juana.


CARTA DEL CONDE DE ARMAGNAC

 

“Mi muy querida dama, me encomiendo humildemente a vos y os ruego de parte de Dios, que, dada la división que ahora hay en la santa Iglesia universal, debida a la multitud de papas (porque hay tres pretendientes al papado: uno vive en Roma, y se hace llamar Martín V, a quien obedecen todos los reyes cristianos; el otro vive en Peñiscola, en el reino de Valencia, que se hace llamar Papa Clemente octavo; el tercero, no sabemos dónde vive, excepto sólo el cardenal. de Saint-Étienne y algunas personas con él, que se llama Papa Benedicto XIV. El primero, que se llama Papa Martín, fue elegido en Constanza con el consentimiento de todas las naciones cristianas; el que se llama Clemente fue elegido en Peñiscola, después de la muerte del Papa Benedicto XIII, por tres de sus cardenales; el tercero, que se llama Papa Benedicto XIV, fue elegido en secreto por el propio cardenal de Saint-Étienne). Rogad entonces a Nuestro Señor Jesucristo, que, por su infinita misericordia, quiera declararos quién es, de los tres antes mencionados, el verdadero Papa. Y a quien le agradará por tanto que obedezcamos de ahora en adelante: o al que se llama Martín, o al que se hace llamar Clemente, o al que se hace llamar Benedicto. Decidnos, señora, qué debemos creer, ya sea en secreto, o sin disimulo alguno, o en manifestación pública. Porque todos estaremos dispuestos a acatar la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo.

Todo vuestro: el conde de Armagnac. "

 

LA RESPUESTA DE JUANA

"Conde de Armagnac, mi muy querido y buen amigo. Yo, Juana la doncella, os informo que vino a mí vuestro mensajero, quien me dijo que lo habíais enviado para averiguar por mí cuál de los tres papas era el verdadero, Lo cual no podré deciros por el momento, hasta que esté en París o en otro lugar, descansando, porque en este momento me encuentro demasiado ocupada por tener que combatir en la guerra.

Pero cuando sepáis que estoy en París, enviadme un mensajero y os prometo que os haré saber toda la verdad sobre lo que debéis creer, y lo que yo he sabido por consejo de mi justo y soberano Señor, el Rey del mundo entero, y cómo debéis obedecerle. A Dios os encomiendo para que os cuide y proteja."

 

EL OBISPO. - ¿Fue tu respuesta como se representa en dicha copia?

JUANA. - Creo que di esta respuesta en parte, no en su totalidad.

EL OBISPO. - ¿Dijiste que sabías por consejo del Rey de Reyes lo que debería creer el conde en este asunto?

JUAN.A - No lo sé.

EL OBISPO. - ¿Tenías dudas sobre a qué Papa debía obedecer el conde?

JUANA. - No supe decirle al conde a quién debía obedecer, ya que me pidió que averiguara a quién quería Dios que obedeciera. Por mi parte, creo que debemos obedecer a nuestro señor el Papa que está en Roma. También le dije al mensajero del conde algo más que no está contenido en esa copia de las cartas. Y si el dicho mensajero no se hubiera ido inmediatamente, habría sido expulsado, aunque no por orden mía. En cuanto a lo que me pidió saber el conde, que a quién quería Dios que obedeciera, respondí que no lo sabía. Pero le dije varias cosas más que no quedaron escritas. Y yo creo en nuestro señor el Papa que está en Roma.

EL OBISPO. - ¿Entonces por qué escribiste que darías respuesta a este hecho en otro lugar, si crees en el papa que está en Roma?

JUANA. - La respuesta que le di fue sobre otras cuestiones, además del asunto de los tres Soberanos Pontífices.

EL OBISPO. - ¿Dijiste no obstante que, sobre los tres Soberanos Pontífices, tendrías algún consejo para el conde?

JUANA. - Nunca escribí ni hice que nadie escribiera sobre las acciones de los tres Soberanos Pontífices. En nombre de Dios, juro que nunca escribí ni hice que se escribiera nada al respecto…


Pero el mal ya estaba hecho, y no haber contestado inmediatamente al conde de Armagnac que el verdadero para era el de Roma (como creían los ingleses), selló el destino de Juana, que tan sólo dos meses después, el 31 de mayo de 1431 fue quemada en la hoguera por los esbirros del duque de Bedford…

Vale, esa es la relación entre el papa Luna y Juana de Arco, pero ¿dónde encaja el príncipe de Viana en este enrevesadísimo asunto? Pues resulta que el conde Juan IV de Armagnac se había casado en 1419 nada menos que con Isabel, la hija menor de Carlos III el Noble de Navarra.

 

Y por tanto, aquel hombre que, atraído por los rumores de que Juana de Arco era guiada por las voces de San Miguel, de Santa Margarita y de Santa Catalina, pensó probablemente de buena fe que la doncella de Orleans sería la única persona en el mundo que podría desenredar la madeja de los tres papas, causando sin querer su ruina, era tío del príncipe de Viana, y primo carnal por tanto de los hijos de la pareja condal de Armagnac.

El hijo mayor de Juan IV e Isabel de Navarra se llamó también Juan, y sucedió a su padre en 1450. Pasaría a la historia fundamentalmente por cometer incesto con su hermana menor, Isabel, con la que incluso llegó a casarse y con la que tuvo dos hijos, motivo por el que fue excomulgado y perseguido luego por el rey Carlos VII de Francia, teniendo que cruzar la frontera para salvar la vida, refugiándose en Barcelona, donde precisamente le amparó su primo carnal: el príncipe de Viana, que lo recibió muy cortésmente en Barcelona –donde por aquel entonces pugnaba contra su padre por volver a Navarra- en mayo del año 1460.

Carlos dirigió también cartas en favor de Juan a distintos nobles franceses, como los condes de la Marche y de Charolais o el duque de Borbón. Asimismo, se conserva otra carta enviada al duque de Milán Francesco Sforza, recomendándole a su primo, a quien consideraba «el mejor y más leal de sus parientes».

Así que en los Armagnac, relacionados con mis tres personajes medievales predilectos y aparentemente tan dispares, estriba pues el nexo entre el papa Luna, Juana de Arco y el príncipe Carlos de Viana.

Tres outsiders a quienes la posteridad ha tratado bastante mejor que su propia época, pues la misma Iglesia que la quemó luego canonizó a Juana y santa sigue siendo hoy en día. Y el príncipe de Viana fue considerado santo también durante siglos en Cataluña, y aunque ya no sea estimado así, su memoria es venerada hoy en día en Navarra como símbolo de la justicia y la razón perseguidas, de manera que no hay casi localidad que no lo recuerde con una calle o un centro cultural, mientras que a su padre, el taimado Juan II, nadie lo recuerda entre las mugas forales más que para maldecirle. Sólo falta por tanto que Pedro de Luna sea rehabilitado por el Vaticano, de lo cual parecen haberse dado ya los primeros pasos, para que mi santísima trinidad histórica esté por fin completa.

 

Aunque de todas maneras recordad:

El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...” 

 

© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023

 

 

 

 






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