Santuario de San Miguel de Aralar, 9 de marzo de 1894
-¡Movsha, baja el caballete y los útiles de pintura de la mula, y ten cuidado, no vaya a darte una coz!
-Sí, maestro Isaak.
-¿Cómo he de decirte que no me llames maestro, que me llames simplemente Isaak? Llevamos casi ocho meses fuera de la patria rusa y aún no he conseguido que me apees el tratamiento, ¿me harás por fin caso ahora que ya no estamos en Francia?
-Sí, maestro.
-Bueno, la testarudez es siempre un rasgo de los buenos artistas, Movsha... En cualquier caso déjame hablar a mí, me temo que estos popes católicos no vean con muy buenos ojos que un par de judíos enviados por el Zar de todas las Rusias pretendan obtener imágenes de ese antiquísimo retablo que tanto ponderó a su majestad imperial nuestro cónsul en Biarritz...
-Pero usted me dijo que había dejado una espléndida limosna para garantizar que nadie pusiera trabas a nuestra misión, ¿no es cierto?
-Eso es al menos lo que vía telegráfica aseguró a sus superiores de Moscú, que son los que nos han enviado aquí. Ya te dije también que el Zar Alejandro III es un gran coleccionista de arte: mientras el pueblo ruso muere de hambre él gasta auténticas fortunas en reunir en sus palacios las piezas más selectas sin reparar en gasto alguno. Sin embargo, mala política es preferir el arte al bienestar del pueblo, y probablemente a él o a sus descendientes les acabará costando mucho más caro de lo que piensan... Pero volviendo a las obras de arte, las que a pesar de todo no puede conseguir, ordena reproducirlas exactamente a los pintores y orfebres más reputados de Europa. A muchos de ellos los has podido conocer en nuestra reciente estancia en París.
-Sí, maestro. Y nunca podré agradecerle lo suficiente que me escogiera entre todos los alumnos de la academia para acompañarle.
-Eras tan pequeño como ellos, Movsha, pero todos pretendían pintar como adultos excepto tú. Nunca pierdas esa capacidad de pintar como un niño: será tu sello. Ningún otro artista podrá arrebatártelo nunca. Aprende de todo lo que hemos visto estos meses, incluso de lo que yo mismo te voy enseñando, pero nunca cambies tu forma de pintar el mundo. Ese es el mejor consejo que puedo darte. Venir a este templo a copiar el retablo del que habló el diplomático a nuestro Zar es el pago que acepté dar a cambio de obtener una beca para poder conocer las obras de los grandes maestros que ahora mismo pintan en Francia, la meca de todas las artes. Y ciertamente hemos visto ya muchas cosas nuevas, así que cuanto antes cumplamos nuestro cometido, antes podremos regresar a nuestra querida Rusia. Pero llamemos ya a la puerta, que aunque para lo que estamos acostumbrados en nuestra tierra, esto de que la nieve nos llegue hasta la rodilla es sólo una broma, comienza a hacer un poco de fresco...
-¿Son ustedes los enviados cuya llegada nos anunció el cónsul ruso? Tienen suerte de que pasase dos cursos de seminarista en Toulouse y domine la lengua francesa, porque si no sería imposible entendernos. Veamos... Así que usted es Isaak Ilich Levitán, pintor famosísimo en su tierra y correspondiente de la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo. Y este mozalbete es su criado, Movsa Jatskelevich Shagálov, ¿no es eso? Bien, pues como quedó pactado con el representante del Zar, tienen ustedes permiso para realizar los bosquejos que quieran de la joya más importante que aquí custodiamos, aparte de la propia imagen de San Miguel, claro está. Bien entendido que no habrán de molestar el normal transcurso de los oficios sagrados, y que desafortunadamente tendrán que convivir estos días con obreros menos especializados que ustedes dos: las últimas tormentas han levantado el tejado de la zona del presbiterio, por eso como pueden ver hemos tenido que instalar un andamio que llega desde el altar hasta la bóveda.
-No se preocupe, a nosotros dos nos bastará con una mesa y un par de bujías que nos alumbren el retablo. Por cierto, ¿podríamos verlo ya?
-Por supuesto. Pero como artistas supongo que les interesará contemplar antes la efigie de San Miguel, ¿no es cierto? Interpreto por sus nombres que no son cristianos, ni siquiera de la rama ortodoxa que rige en su país, pero al menos apreciarán la fina labor de orfebrería de la talla...
-Y no solo eso, señor capellán, que la religión hebrea reconoce y adora a los ángeles tanto o más que la suya propia, ¿no es así, pequeño Movsha?
-Por supuesto: mi babushka me contaba siempre muchas historias preciosas sobre ellos para que yo se las dibujase, aunque este me parece que muestra un gesto demasiado adusto en su cara...
-¿Quién puede saber algo sobre el carácter de los ángeles? Serios o no, son ángeles al fin y al cabo. En cualquier caso buena costumbre es esa que seguías con tu abuela, Movsha. Procura que esos mismos ángeles de tu infancia te acompañen siempre: te aseguro que habrá momentos en que los necesitarás. Y ahora veamos ya lo que nos ha traído hasta esta montaña...
-¿Qué les parece? Su cónsul nos dijo que creía nuestro retablo muy digno de presidir el iconostasio de la catedral de San Basilio en Moscú...
-Pues que tenía razón: desde luego es una de las contadísimas obras de arte ante las que el Patriarca y el Zar debieran inclinar sus cabezas. He visto en Rusia tablas pintadas de un estilo parecido, pero jamás una de esmaltes de tanto mérito como estos.
-¿Y creen que podrán dibujarlo a entera satisfacción de su emperador? Miren que este arte de los antiguos no admite demasiadas réplicas...
-El buen arte y su sentido son la misma cosa hace ocho siglos que ahora. Se me ha encargado dibujar esta maravilla, y lo haré a la medida de mis pobres facultades, procurando molestar el discurrir diario de este santuario lo menos posible. De hecho me gustaría empezar cuanto antes, si es posible.
-Como deseen. Ordenaré que lleven sus maletas a sus habitaciones, pero ustedes son libres de empezar su trabajo cuando gusten.
-Gracias, señor capellán. Le garantizo que con una semana será más que suficiente para llevar a cabo nuestro propósito.
Y hay constancia de que Isaak Levitán trazó unos dibujos de tal calidad y perfección, que a decir del chantre de la catedral de Pamplona, don Mariano Arigita -que pudo contemplarlos-, costaba distinguirlos del original, salvo que unos eran de papel y otro de cobre sobredorado, de tal forma que si los órfebres del Zar querían alguna vez reproducir el retablo para sus colecciones artísticas, podrían hacerlo mejor que si lo tuviesen delante.
Pero un dato más desconocido de la estancia de este gran maestro ruso en San Miguel de Aralar, es que su último día en el santuario, y a pesar de que habían asegurado al capellán que lo aprovecharían para dar unos últimos retoques a los diseños, lo emplearon realmente Isaak y Movsha en trepar por el andamio hasta la bóveda, y que allá, bajo la supervisión de su respetado maestro, el niño dejó trazado un ángel igual que los que pintaba para su babushka, puede que para que el circunspecto titular del santuario tuviese por fin un compañero de juegos con el que poder revolotearlo todos los días desde la portada hasta el ábside.
Pero como los ángeles y los hombres no miden el tiempo por igual, éste del que hablamos no revelaría su presencia a los mortales hasta que volviera a filtrarse agua por el recién reparado tejado, pues emplearon los dos artistas rusos una pintura especial en su realización, una que sólo reaccionaba con la humedad. Y el caso es que a pesar de los durísimos inviernos de aquellas alturas, el agua no volvió a empapar aquella zona hasta más de un siglo después de los hechos que venimos narrando, haciendo que la enigmática figura se apareciese de repente ante los ojos de muchos peregrinos en pleno 2011, igual que cuentan precisamente que se apareció San Miguel a don Teodosio de Goñi, muchos, muchos siglos atrás...
Y tenía toda la razón, porque desde luego creo que ningún otro artista -al menos desde aquellos del Treccento italiano, que siguen ostentando el record mundial de ángeles pintados- ha pintado a los ángeles tanto y tan bien como Chagall...
-¡Movsha, baja el caballete y los útiles de pintura de la mula, y ten cuidado, no vaya a darte una coz!
-Sí, maestro Isaak.
-¿Cómo he de decirte que no me llames maestro, que me llames simplemente Isaak? Llevamos casi ocho meses fuera de la patria rusa y aún no he conseguido que me apees el tratamiento, ¿me harás por fin caso ahora que ya no estamos en Francia?
-Sí, maestro.
-Bueno, la testarudez es siempre un rasgo de los buenos artistas, Movsha... En cualquier caso déjame hablar a mí, me temo que estos popes católicos no vean con muy buenos ojos que un par de judíos enviados por el Zar de todas las Rusias pretendan obtener imágenes de ese antiquísimo retablo que tanto ponderó a su majestad imperial nuestro cónsul en Biarritz...
-Pero usted me dijo que había dejado una espléndida limosna para garantizar que nadie pusiera trabas a nuestra misión, ¿no es cierto?
-Eso es al menos lo que vía telegráfica aseguró a sus superiores de Moscú, que son los que nos han enviado aquí. Ya te dije también que el Zar Alejandro III es un gran coleccionista de arte: mientras el pueblo ruso muere de hambre él gasta auténticas fortunas en reunir en sus palacios las piezas más selectas sin reparar en gasto alguno. Sin embargo, mala política es preferir el arte al bienestar del pueblo, y probablemente a él o a sus descendientes les acabará costando mucho más caro de lo que piensan... Pero volviendo a las obras de arte, las que a pesar de todo no puede conseguir, ordena reproducirlas exactamente a los pintores y orfebres más reputados de Europa. A muchos de ellos los has podido conocer en nuestra reciente estancia en París.
-Sí, maestro. Y nunca podré agradecerle lo suficiente que me escogiera entre todos los alumnos de la academia para acompañarle.
-Eras tan pequeño como ellos, Movsha, pero todos pretendían pintar como adultos excepto tú. Nunca pierdas esa capacidad de pintar como un niño: será tu sello. Ningún otro artista podrá arrebatártelo nunca. Aprende de todo lo que hemos visto estos meses, incluso de lo que yo mismo te voy enseñando, pero nunca cambies tu forma de pintar el mundo. Ese es el mejor consejo que puedo darte. Venir a este templo a copiar el retablo del que habló el diplomático a nuestro Zar es el pago que acepté dar a cambio de obtener una beca para poder conocer las obras de los grandes maestros que ahora mismo pintan en Francia, la meca de todas las artes. Y ciertamente hemos visto ya muchas cosas nuevas, así que cuanto antes cumplamos nuestro cometido, antes podremos regresar a nuestra querida Rusia. Pero llamemos ya a la puerta, que aunque para lo que estamos acostumbrados en nuestra tierra, esto de que la nieve nos llegue hasta la rodilla es sólo una broma, comienza a hacer un poco de fresco...
-¿Son ustedes los enviados cuya llegada nos anunció el cónsul ruso? Tienen suerte de que pasase dos cursos de seminarista en Toulouse y domine la lengua francesa, porque si no sería imposible entendernos. Veamos... Así que usted es Isaak Ilich Levitán, pintor famosísimo en su tierra y correspondiente de la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo. Y este mozalbete es su criado, Movsa Jatskelevich Shagálov, ¿no es eso? Bien, pues como quedó pactado con el representante del Zar, tienen ustedes permiso para realizar los bosquejos que quieran de la joya más importante que aquí custodiamos, aparte de la propia imagen de San Miguel, claro está. Bien entendido que no habrán de molestar el normal transcurso de los oficios sagrados, y que desafortunadamente tendrán que convivir estos días con obreros menos especializados que ustedes dos: las últimas tormentas han levantado el tejado de la zona del presbiterio, por eso como pueden ver hemos tenido que instalar un andamio que llega desde el altar hasta la bóveda.
-No se preocupe, a nosotros dos nos bastará con una mesa y un par de bujías que nos alumbren el retablo. Por cierto, ¿podríamos verlo ya?
-Por supuesto. Pero como artistas supongo que les interesará contemplar antes la efigie de San Miguel, ¿no es cierto? Interpreto por sus nombres que no son cristianos, ni siquiera de la rama ortodoxa que rige en su país, pero al menos apreciarán la fina labor de orfebrería de la talla...
-Y no solo eso, señor capellán, que la religión hebrea reconoce y adora a los ángeles tanto o más que la suya propia, ¿no es así, pequeño Movsha?
-Por supuesto: mi babushka me contaba siempre muchas historias preciosas sobre ellos para que yo se las dibujase, aunque este me parece que muestra un gesto demasiado adusto en su cara...
-¿Quién puede saber algo sobre el carácter de los ángeles? Serios o no, son ángeles al fin y al cabo. En cualquier caso buena costumbre es esa que seguías con tu abuela, Movsha. Procura que esos mismos ángeles de tu infancia te acompañen siempre: te aseguro que habrá momentos en que los necesitarás. Y ahora veamos ya lo que nos ha traído hasta esta montaña...
-¿Qué les parece? Su cónsul nos dijo que creía nuestro retablo muy digno de presidir el iconostasio de la catedral de San Basilio en Moscú...
-Pues que tenía razón: desde luego es una de las contadísimas obras de arte ante las que el Patriarca y el Zar debieran inclinar sus cabezas. He visto en Rusia tablas pintadas de un estilo parecido, pero jamás una de esmaltes de tanto mérito como estos.
-¿Y creen que podrán dibujarlo a entera satisfacción de su emperador? Miren que este arte de los antiguos no admite demasiadas réplicas...
-El buen arte y su sentido son la misma cosa hace ocho siglos que ahora. Se me ha encargado dibujar esta maravilla, y lo haré a la medida de mis pobres facultades, procurando molestar el discurrir diario de este santuario lo menos posible. De hecho me gustaría empezar cuanto antes, si es posible.
-Como deseen. Ordenaré que lleven sus maletas a sus habitaciones, pero ustedes son libres de empezar su trabajo cuando gusten.
-Gracias, señor capellán. Le garantizo que con una semana será más que suficiente para llevar a cabo nuestro propósito.
Y hay constancia de que Isaak Levitán trazó unos dibujos de tal calidad y perfección, que a decir del chantre de la catedral de Pamplona, don Mariano Arigita -que pudo contemplarlos-, costaba distinguirlos del original, salvo que unos eran de papel y otro de cobre sobredorado, de tal forma que si los órfebres del Zar querían alguna vez reproducir el retablo para sus colecciones artísticas, podrían hacerlo mejor que si lo tuviesen delante.
Pero un dato más desconocido de la estancia de este gran maestro ruso en San Miguel de Aralar, es que su último día en el santuario, y a pesar de que habían asegurado al capellán que lo aprovecharían para dar unos últimos retoques a los diseños, lo emplearon realmente Isaak y Movsha en trepar por el andamio hasta la bóveda, y que allá, bajo la supervisión de su respetado maestro, el niño dejó trazado un ángel igual que los que pintaba para su babushka, puede que para que el circunspecto titular del santuario tuviese por fin un compañero de juegos con el que poder revolotearlo todos los días desde la portada hasta el ábside.
Pero como los ángeles y los hombres no miden el tiempo por igual, éste del que hablamos no revelaría su presencia a los mortales hasta que volviera a filtrarse agua por el recién reparado tejado, pues emplearon los dos artistas rusos una pintura especial en su realización, una que sólo reaccionaba con la humedad. Y el caso es que a pesar de los durísimos inviernos de aquellas alturas, el agua no volvió a empapar aquella zona hasta más de un siglo después de los hechos que venimos narrando, haciendo que la enigmática figura se apareciese de repente ante los ojos de muchos peregrinos en pleno 2011, igual que cuentan precisamente que se apareció San Miguel a don Teodosio de Goñi, muchos, muchos siglos atrás...
Por cierto, que aquel niño: Movsa Jatskelevich Shagálov, acabó siendo conocido como Marc Chagall. De él dijo Picasso: "Cuando Chagall pinta, no se sabe si está soñando o despierto. En algún lugar dentro de su cabeza tiene que haber un ángel."
Autorretrato de Marc Chagall |
© Mikel Zuza Viniegra, 2015