Siempre he creído que el único lugar en Navarra donde podría salir a recibirnos el caballero Perceval, es sin duda el pórtico de San Vicente de Larunbe.
¿Podrían acaso ser sus hermosas y breves crujías el proyecto de un templo dedicado íntegramente al Grial?
Recordad, recordad...:
"...con una sola hostia que se lleva en este grial, el anciano monarca -padre a su vez del Rey Pescador- su vida sostiene y vigoriza: tan santa cosa es el Grial, y él tan espiritual, que para su vida no necesita nada más que la hostia que va en el Grial. Así ha estado quince años sin salir de la habitación donde viste entrar el Grial..."
30 de marzo de 1239, en el pórtico de San Vicente de Larunbe
Llevas cinco años ya sentado en el trono de tus antepasados y te sientes -más que nunca desde que llegaste- parte del plan que tu abuela María de Francia dejó trazado hace ya tantos años. Nadie en este extraño reino de Navarra lo llegará a sospechar siquiera, pero si tú eres ahora mismo su rey Teobaldo I, es porque ella así lo quiso.
Y si tú has podido enterarte de todo ha sido porque tu padre, el conde Teobaldo III de Champaña, a quien no llegaste a conocer, pues murió en 1201 en Tierra Santa, dejó este libro que ahora sostienes en tus manos en depósito del hermano bibliotecario en el monasterio de los Jacobinos de Provins, con la orden tajante de que se te entregase a ti y sólo a ti cuando llegases a la edad de 14 años.
El propio libro lo explica: porque su madre, la antedicha condesa María de Francia, así lo había dispuesto. Y para lograrlo educó a su hijo en la idea de que la casa condal de Champaña estaba en guerra con el mundo, y que aunque ella -por ley de vida- muriese, debía su heredero continuar con lo estipulado. Y también el heredero de su heredero. Así que dejó previstos muchos asesinatos con vistas a alcanzar un fin mayor que ahora su nieto tenía al alcance de la mano.
Así, el primero en morir debía ser su medio hermano, el rey Ricardo Corazón de León. Aunque la parca vino a llevársela a ella antes, así que fue su hijo el conde Teobaldo III quien debió poner en práctica aquello para lo que había sido instruido. Y su madre le indicó muy claramente en el libro que todas las muertes debían parecer un accidente o ser camufladas en las escaramuzas propias que en todas las guerras se dan. Y aunque hubiese resultado mucho más sencillo acabar con la infanta Berenguela de Navarra, que por estar casada con Ricardo podía acaso llegar a concebir un día un hijo que heredase las coronas de Inglaterra y Navarra -echando a perder así todo lo planeado- y aunque María realmente apreciaba a su medio hermano Ricardo, no quiso dejar de aprovechar la ocasión para hacer daño a su madre, Leonor de Aquitania, que la había abandonado a ella y a su padre, el rey de Francia, para correr a los brazos de Enrique II de Inglaterra. La condesa de Champaña sabía que a la vieja no le supondría ninguna pena especial que Berenguela muriese, pero en cambio que lo hiciera su hijo favorito no tardaría en llevarla a ella también a la tumba. Bien merecido se lo tenía por haberla dejado sola en París, siendo sólo una niña. Y por fin su hijo Teobaldo III cumpliría punto por punto su venganza...
Y cierto es que la primera vez que leíste el libro, quedaste horrorizado, pero luego, en sucesivas aproximaciones, no pudiste dejar de admirar los designios de tu antepasada. Porque una vez eliminado el rey inglés en abril de 1199 mediante una flecha que nadie sabe de dónde salió, pero fue a clavarse certeramente en su cuello. Apenas dos meses después se cumplió también la segunda cláusula: Teobaldo III casó con la infanta Blanca de Navarra -hermana del rey Sancho VII el Fuerte y de Berenguela-, matrimonio que llevaba tejiéndose en la mente de María de Champaña desde muchos años antes...
Naturalmente Blanca no supo jamás nada de todos estos designios, como había dejado ordenado la condesa María. Y así lo cumplió también su marido, que aún tuvo tiempo antes de morir de seguir adelante con el plan, pues no tardó en ejecutar un año después al hermano de su esposa: el infante Fernando de Navarra, al que unos cerdos salieron repentinamente al paso de su caballo en las calles de Tudela, y no pudiendo dominar su montura, vino a dar su cabeza con el suelo con tal fuerza, que quedó quebrada por más de media docena de sitios.
El siguiente en la lista iba a ser el único heredero que podía hacer ya sombra a los condes de Champaña en su carrera hacia el trono de Navarra: el propio hijo del rey Sancho, que también llevaba por nombre Fernando, como su malogrado tío.
Pero por aquel mismo tiempo el Papa ordenó una nueva cruzada, y el poderoso conde de Champaña -el noble más importante de Francia tras el propio rey- no pudo negarse a encabezarla. Y en la tierra que pisó Jesús encontró su fin en 1201.
Y había quedado Blanca en Champaña embarazada, naciendo a los pocos meses un heredero póstumo, que fuiste tú, Teobaldo IV. Y pasaron los años hasta que cumpliste los catorce en que tu padre había dejado ordenado que se te entregase el libro comenzado por tu abuela.
Sí: ahora te tocaba a ti. Porque al leer lo que buscaba obtenerse con tanta muerte regia, no te costó mucho decidirte a ser quien definitivamente llevase a cabo todo lo que María de Champaña había estipulado. Y el último obstáculo para lograrlo era el príncipe y heredero del rey Sancho.
Y quiso el diablo que el sicario que había enviado al otro mundo al infante Fernando aún viviese, así que volvió a ser enviado para que -providencialmente- unos cerdos volvieron a cruzarse en el camino de un príncipe navarro en las calles de Tudela. Y nuevamente no pudo sujetar el niño -pues apenas tenía nueve años- a su aterrorizada montura, así que fue a caer al suelo con la misma fuerza con la que quince años antes lo hizo su tío, de tal forma que su cabeza quedó tan fracturada que allí mismo murió sin que nadie pudiese socorrerle. Bueno, la verdad es que la del príncipe -según te contó el asesino y tú mismo anotaste en el libro que ahora sostienes en tus manos- no se rompió, que ya se sabe que los niños tienen los huesos de otra consistencia. Y tuvo que ser el esbirro que había asustado también a los cerdos quien debió terminar el trabajo y machacar con su maza de guerra la desmayada cabeza del muchacho. Y según también te dijo, la tenía tan dura como una calabaza, de ahí que muchos de los que cuentan ahora la historia "oficial" denominen "Ferrán Calabaza" al desdichado príncipe, que para quien quiera saber donde encender un cirio, está sepultado en el pasillo de salida al claustro de la catedral de Tudela.
Y sigue contando este desconocido libro que como había planeado doña María hacía tantos años ya, quedó el rey Sancho tan entristecido, que no volvió ya a levantar cabeza, pues veía próximo el fin de su dinastía, que sólo le quedaba un sobrino, allá en la lejana Champaña. Para él sería pues el trono de Navarra, tal y como había dejado dispuesto la condesa María de Francia, allá por el año 1180.
Ese fue precisamente el año en que Chretien de Troyes le contó que creía haber descubierto que el Grial estaba custodiado en el reino que cabalgaba sobre ambas vertientes de las altísimas montañas del sur: Navarra. Entonces fue cuando comenzó a elaborar su maquinación: el Grial sería suyo o de nadie.
Porque ese mismo desconocido libro que ahora tienes en tus manos es "Li contes du Graal", el romance que escribió el citado Chretien para tu abuela María. Pero no sólo la parte que todos conocen por haberse extendido ya por todas las cortes de occidente, sino también el final que supuestamente su autor no pudo llegar a escribir por haberle sorprendido la muerte. La muerte encarnada -o descarnada, quién sabe- en la persona de la propia María, claro está.
No. No podía dejar que nadie supiera el secreto del Grial, y Chretien estaba ansioso por hacérselo saber a todo el mundo cuanto antes. Hacer saber que, según sus averiguaciones, el Grial se había guardado en Roma hasta el año 258, cuando durante las persecuciones del emperador Valeriano, fueron martirizados tanto el papa Sixto II como su diácono y bibliotecario Lorenzo de Huesca, a quien el primero había entregado el santo cáliz para que lo pusiese a salvo en su tierra natal. Pero como ha quedado dicho, Lorenzo también sufrió el martirio, siendo asado en una parrilla la noche del diez de agosto, así que no pudo ser él sino su discípulo Precelio quien finalmente llevase la sagrada copa a su nuevo hogar, donde fue recibida por otro diácono oscense que años después sería también martirizado, pasando a ser venerado por los cristianos como san Vicente de Huesca.
En esa ciudad estuvo depositado en la iglesia de san Pedro hasta la invasión sarracena del año 711, cuando el obispo Acisclo huyó con él para encontrar refugio en lo más profundo del reino que andando el tiempo habría de llamarse Navarra. Y fueron sucediéndose generaciones de prestes y sacerdotes que se ofrecían para custodiar el Grial. Y para él edificaron un templo bajo la advocación de quien había recibido el cáliz al pie de las altas montañas, san Vicente mártir, en un lugar que en la lengua madre del lugar quiere decir "bajo el prado". Esto es: Larunbe.
Y concluía Chretien de Troyes su tesis asegurando que aunque de ese antíquísimo culto se hubiera ya perdido la memoria, el rey -que naturalmente no podría ser otro que el de Navarra- que devolviese el cáliz a Jerusalén, la ciudad de la que salió, tendría derecho a convertirse en emperador del mundo y nuevo Arturo redivivo, como glorioso y honorable portador de la luz que iluminaría de nuevo y esta vez para siempre al mundo. De hecho su libro terminaba con la llegada del caballero Perceval a la corte del rey navarro para ponerse a su servicio y desvelarle la verdad tanto tiempo oculta...
Por eso justamente tuvo María que matar a Chretien -el primero de los cuatro asesinatos que volvieron a llenar el grial de sangre real- y arrancar de sus yertas manos esa última parte de su novela, que pasó a convertirse en el inicio del libro que ahora mismo tú: Teobaldo I de Navarra y IV de Champaña sostienes en tus manos.
Aunque ahora también sostienes otro objeto: una copa de ónice que contuvo la sangre de Cristo en su interior, y que hallaste en esta apartada iglesia de San Vicente al poco de acceder al trono, aunque desde luego no ofrecía externamente signo alguno del tesoro que guardaba en su sellada cripta. Porque Chretien tenía razón: el Grial siempre había estado allí.
Y es cierto que para que no desconfiasen estos condenados navarros sobre los que al fin reinas, tuviste que camuflar la excavación con la construcción de un pórtico en el que hasta te permitiste el sarcasmo de poner a la vista de todos las claves del plan de María de Champaña, haciendo que el tosco pero muy expresivo tallador local que escogiste exprofeso para este empeño, esculpiese en sus capiteles además de la historia imaginada o descubierta por el ingenuo Chretien:
También la puerta de la cripta que guardaba el Grial, con María de Francia y su libro del destino en la mano:
O, bailando abrazados la inapelable danza de la muerte, a todos los reyes y príncipes asesinados para lograr la gesta que ni siquiera Arturo de Bretaña y todos sus demasiado escrupulosos caballeros pudieron lograr. Encontrar el Grial:
Y lo mejor de todo: en un par de meses embarcarás hacia Tierra Santa para encabezar la cruzada que tú mismo has convocado, y el deseo de María de Francia será al fin cumplido: un miembro de la dinastía de Champaña será rey del mundo. Aunque ese cáliz que sostienes en tus manos brille con una luz que -de tan pura- resulta hasta amenazante, cada vez que simplemente lo piensas...
©Mikel Zuza Viniegra, 2015
J. E. Uranga, F. Iñiguez. Arte medieval navarro, tomo III, pp. 105-107 y 113. Lam 266