Palacio de Olite, 16 de febrero de 1406
-¿Qué ocurre, señores? ¿A qué viene ahora ese miedo habiéndolo hecho ya tantas veces?
-Pero fue en casas mucho más modestas que este lujoso castillo. Ayer ya casi el abad de San Antón se quedó sospechando de lo que contábamos.
-Pero acabó dándonos su bendición, ¿no es cierto? Sabéis que nunca me arriesgo demasiado, y siempre pregunto primero si ha viajado mucho nuestro interlocutor. Así que al decirme que nunca había salido de este reino de Navarra, supe que teníamos el camino abierto.
-Reconoce que esto no es vida, Johan: siempre temiendo que nos descubran...
-¿Preferirías seguir llevando tu vida anterior, Pedro? ¿Te gustaba más cuidar ovejas allá en Soria? ¿Y tú, Simón, acaso querrías seguir siendo aprendiz de zapatero en Sahagún? Porque lo que es yo, bastante mejor estoy haciéndome pasar por fraile que escardando los campos de Castrojeriz...
-No, si no te falta razón, y desde luego que llenar el buche tres veces al día es bastante más de lo que teníamos aquella madrugada, cuando al salir de la ciudad de Burgos nos encontramos a aquellos tres pobres hermanos ahorcados, colgando de un roble del camino. No sé quién pudo atreverse a llevar a cabo semejante crimen, porque nada habían dejado a los muertos, salvo los hábitos de su orden.
-¡Y bien que nos han venido desde entonces, que no damos ni golpe desde que nos vestimos con ellos! Y total, ¿cuáles son nuestras obligaciones? Llevar tonsura y poco más, porque más pobres que lo éramos, no somos, obediencia no debemos a nadie más que a nosotros mismos, y en cuanto a la castidad, cuando entramos a los burdeles no hacemos ni más ni menos que los otros frailes, ¿no es cierto?
-Ya, pero hasta ahora nos había ido bien contando nuestro cuento en pueblos pequeños y en conventos de monjas. ¿A qué empeñarse en probar suerte en una corte tan grande como esta?
-¿Grande la corte de Navarra? ¡Pues que dirías de la del rey de Castilla, necio? Al contrario, esta de Olite nos servirá de perlas para, si todo va como pensamos, probar luego el mismo método en las de Toledo y Barcelona...
-A una priora o a unos concejales es fácil engañarlos, ¿pero a una reina será tan sencillo?
-A una reina mucho más fácil todavía. ¿O habéis visto que desde que utilizamos la misma salmodia que escuchamos en Lerma a aquel juglar, alguien haya dicho nada alguna vez nada en contrario de lo que proclamamos? Lo que tenemos es que agradecer a los cielos haber estado presentes cuando aquel gran comediante empezó a contar a la concurrencia la historia del Preste Juan, que como nadie sabe quién es, ni donde está su reino, es el que mejor sirve desde entonces a nuestros propósitos.
-Mientras no topemos con algún sabio erudito que pueda descubrir nuestros disparates...
-¡Bah, tranquilos podemos entonces estar, que poco abundan esos señores ni en este reino ni en ningún otro! Y callad, que el maestresala de la reina doña Leonor ya va a anunciarnos...
-¡Fray Johan, fray Pedro y fray Simón, hermanos hospitalarios de San Antón en la tierra del preste Johan de las Indias!
-¡Pasad, buenos hermanos, y contadnos todo lo que de bueno haya en aquellos remotos parajes de los que procedéis!
-Todas las fatigas de nuestro proceloso viaje pasan raudas al poder besar por fin vuestra mano, majestad
-Soy yo quien debiera besar las vuestras, que por algo sois hombres sagrados, tan cercanos al poderoso Preste Juan. Pero decidme, ¿cómo es él?
-Tiene la color oscura,
tiene la su voz velada,
la su cabeza es pequeña
y algo braquicefalada.
Tiene rubios los cabellos,
tiene la barba afeitada,
breve el naso, noble el belfo,
la su frente despejada,
y una mirada tan dulce,
tan triste, tan apenada,
que hay que preguntarle al vella:
¿qué tienes en la mirada?
-Buen galán ha de ser entonces... Y decidme, ¿cómo son sus tierras?
-Puedo deciros, majestad, que en aquella laguna de Guatavita se hace una gran balsa de juncos, y aderézanla lo más vistoso que pueden… A este tiempo está toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudan entonces al heredero y lo untan con una liga pegajosa, y lo rocían todo con oro en polvo, de manera que va todo cubierto de ese metal. Métenlo en la balsa, en la cual va parado, y a los pies le ponen un gran montón de oro y esmeraldas para que ofrezca a Dios. Entran con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hace el indio Dorado entonces su ofrenda echando todo el oro y esmeraldas que lleva a los pies en medio de la laguna, y luego hacen igual los demás caciques que le acompañan. Concluida la ceremonia baten las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comienzan la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia queda reconocido el nuevo electo por Preste y Señor de las Indias...
-¿Pues si es tan guapo y tiene tanto oro, qué clase de ayuda podemos darle nosotros, pobre -aunque honrado- reino como somos?
-¿Ves, Johan? Ya te dije que no la engañaríamos tan fácil...
-¡Calla, mostrenco, que te van a oír! Déjame a mí:
Majestad, mi amo el Preste Juan, al oír hablar a los viajeros que hasta sus dominios se aventuran de la gran belleza e inteligencia que acreditaba la reina de Navarra, quiso enviarnos para que pudiéramos corroborar que lo que aquellos peregrinos contaban era totalmente cierto. Y viendo vuestra discreción y gozando de vuestro semblante, no tenemos más deseo que correr de nuevo hacia las Indias a confirmar a nuestro dueño que no sólo es verdadero todo lo que de vos le han contado, sino que se quedaron cortos en el elogio aquellos majaderos, pues muchos países hemos atravesado hasta llegar a esta vuestra corte de Olite, y puedo aseguraros que hasta en las tierras musulmanas -donde las mujeres y los camellos son mercancía equivalente- no darían por vos menos de quinientos de esos jorobados animales. Y ved que traíamos para vos muchos y ricos regalos, pero que una tormenta allá en el peligroso Mar Rojo, que fue tan fuerte que volvió a cerrar las aguas que Moisés había dejado abiertas muchos siglos atrás, nos hizo perder todo lo que el buen Preste nos había ordenado que os entregásemos. De tal suerte, que ahora somos nosotros los que nos vemos en la vergonzosa obligación de implorar vuestro socorro...
-Socorro y favor que os otorgo ahora mismo y de mil amores, pues no todos los días se conoce a sabios de visión tan clara y juicio tan sereno como el vuestro. Ordenaré inmediatamente a mi tesorero García Lopiz de Roncesvalles que os entregue el dinero que necesitéis para tan arduo viaje, y ved si la próxima vez que visitéis nuestra corte, podéis traerme un buen retrato pintado de vuestro señor, que no hay de que asombrarse si las navarras perdamos el seso y aún otras cosas por extranjeros tan agraciados como el Preste Juan, que es muy común por estos lares despreciar el producto masculino nacional.
-Perded cuidado, majestad, que así lo haremos sin falta...
Y como la maledicencia histórico-literaria me achaca continuamente que me lo invento todo, y que nada de lo que cuento pasó nunca más que en mi imaginación, vaya este documento que al caerme a las manos inesperadamente ha hecho brotar de súbito esta crónica para demostrar que de reinas crédulas y pícaros indianos -aunque no me arriesgaré a calcular el porcentaje exacto de unas y de otros- siempre hemos podido presumir por estos pagos:
-¿Qué ocurre, señores? ¿A qué viene ahora ese miedo habiéndolo hecho ya tantas veces?
-Pero fue en casas mucho más modestas que este lujoso castillo. Ayer ya casi el abad de San Antón se quedó sospechando de lo que contábamos.
-Pero acabó dándonos su bendición, ¿no es cierto? Sabéis que nunca me arriesgo demasiado, y siempre pregunto primero si ha viajado mucho nuestro interlocutor. Así que al decirme que nunca había salido de este reino de Navarra, supe que teníamos el camino abierto.
-Reconoce que esto no es vida, Johan: siempre temiendo que nos descubran...
-¿Preferirías seguir llevando tu vida anterior, Pedro? ¿Te gustaba más cuidar ovejas allá en Soria? ¿Y tú, Simón, acaso querrías seguir siendo aprendiz de zapatero en Sahagún? Porque lo que es yo, bastante mejor estoy haciéndome pasar por fraile que escardando los campos de Castrojeriz...
Ventanal del convento antoniano de Castrojeriz (Burgos), con las cruces en formade letra griega Tau, propias de esa Orden |
-No, si no te falta razón, y desde luego que llenar el buche tres veces al día es bastante más de lo que teníamos aquella madrugada, cuando al salir de la ciudad de Burgos nos encontramos a aquellos tres pobres hermanos ahorcados, colgando de un roble del camino. No sé quién pudo atreverse a llevar a cabo semejante crimen, porque nada habían dejado a los muertos, salvo los hábitos de su orden.
-¡Y bien que nos han venido desde entonces, que no damos ni golpe desde que nos vestimos con ellos! Y total, ¿cuáles son nuestras obligaciones? Llevar tonsura y poco más, porque más pobres que lo éramos, no somos, obediencia no debemos a nadie más que a nosotros mismos, y en cuanto a la castidad, cuando entramos a los burdeles no hacemos ni más ni menos que los otros frailes, ¿no es cierto?
-Ya, pero hasta ahora nos había ido bien contando nuestro cuento en pueblos pequeños y en conventos de monjas. ¿A qué empeñarse en probar suerte en una corte tan grande como esta?
-¿Grande la corte de Navarra? ¡Pues que dirías de la del rey de Castilla, necio? Al contrario, esta de Olite nos servirá de perlas para, si todo va como pensamos, probar luego el mismo método en las de Toledo y Barcelona...
-A una priora o a unos concejales es fácil engañarlos, ¿pero a una reina será tan sencillo?
-A una reina mucho más fácil todavía. ¿O habéis visto que desde que utilizamos la misma salmodia que escuchamos en Lerma a aquel juglar, alguien haya dicho nada alguna vez nada en contrario de lo que proclamamos? Lo que tenemos es que agradecer a los cielos haber estado presentes cuando aquel gran comediante empezó a contar a la concurrencia la historia del Preste Juan, que como nadie sabe quién es, ni donde está su reino, es el que mejor sirve desde entonces a nuestros propósitos.
-Mientras no topemos con algún sabio erudito que pueda descubrir nuestros disparates...
-¡Bah, tranquilos podemos entonces estar, que poco abundan esos señores ni en este reino ni en ningún otro! Y callad, que el maestresala de la reina doña Leonor ya va a anunciarnos...
-¡Fray Johan, fray Pedro y fray Simón, hermanos hospitalarios de San Antón en la tierra del preste Johan de las Indias!
-¡Pasad, buenos hermanos, y contadnos todo lo que de bueno haya en aquellos remotos parajes de los que procedéis!
-Todas las fatigas de nuestro proceloso viaje pasan raudas al poder besar por fin vuestra mano, majestad
-Soy yo quien debiera besar las vuestras, que por algo sois hombres sagrados, tan cercanos al poderoso Preste Juan. Pero decidme, ¿cómo es él?
-Tiene la color oscura,
tiene la su voz velada,
la su cabeza es pequeña
y algo braquicefalada.
Tiene rubios los cabellos,
tiene la barba afeitada,
breve el naso, noble el belfo,
la su frente despejada,
y una mirada tan dulce,
tan triste, tan apenada,
que hay que preguntarle al vella:
¿qué tienes en la mirada?
-Buen galán ha de ser entonces... Y decidme, ¿cómo son sus tierras?
-Puedo deciros, majestad, que en aquella laguna de Guatavita se hace una gran balsa de juncos, y aderézanla lo más vistoso que pueden… A este tiempo está toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudan entonces al heredero y lo untan con una liga pegajosa, y lo rocían todo con oro en polvo, de manera que va todo cubierto de ese metal. Métenlo en la balsa, en la cual va parado, y a los pies le ponen un gran montón de oro y esmeraldas para que ofrezca a Dios. Entran con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hace el indio Dorado entonces su ofrenda echando todo el oro y esmeraldas que lleva a los pies en medio de la laguna, y luego hacen igual los demás caciques que le acompañan. Concluida la ceremonia baten las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comienzan la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia queda reconocido el nuevo electo por Preste y Señor de las Indias...
-¿Pues si es tan guapo y tiene tanto oro, qué clase de ayuda podemos darle nosotros, pobre -aunque honrado- reino como somos?
-¿Ves, Johan? Ya te dije que no la engañaríamos tan fácil...
-¡Calla, mostrenco, que te van a oír! Déjame a mí:
Majestad, mi amo el Preste Juan, al oír hablar a los viajeros que hasta sus dominios se aventuran de la gran belleza e inteligencia que acreditaba la reina de Navarra, quiso enviarnos para que pudiéramos corroborar que lo que aquellos peregrinos contaban era totalmente cierto. Y viendo vuestra discreción y gozando de vuestro semblante, no tenemos más deseo que correr de nuevo hacia las Indias a confirmar a nuestro dueño que no sólo es verdadero todo lo que de vos le han contado, sino que se quedaron cortos en el elogio aquellos majaderos, pues muchos países hemos atravesado hasta llegar a esta vuestra corte de Olite, y puedo aseguraros que hasta en las tierras musulmanas -donde las mujeres y los camellos son mercancía equivalente- no darían por vos menos de quinientos de esos jorobados animales. Y ved que traíamos para vos muchos y ricos regalos, pero que una tormenta allá en el peligroso Mar Rojo, que fue tan fuerte que volvió a cerrar las aguas que Moisés había dejado abiertas muchos siglos atrás, nos hizo perder todo lo que el buen Preste nos había ordenado que os entregásemos. De tal suerte, que ahora somos nosotros los que nos vemos en la vergonzosa obligación de implorar vuestro socorro...
-Socorro y favor que os otorgo ahora mismo y de mil amores, pues no todos los días se conoce a sabios de visión tan clara y juicio tan sereno como el vuestro. Ordenaré inmediatamente a mi tesorero García Lopiz de Roncesvalles que os entregue el dinero que necesitéis para tan arduo viaje, y ved si la próxima vez que visitéis nuestra corte, podéis traerme un buen retrato pintado de vuestro señor, que no hay de que asombrarse si las navarras perdamos el seso y aún otras cosas por extranjeros tan agraciados como el Preste Juan, que es muy común por estos lares despreciar el producto masculino nacional.
-Perded cuidado, majestad, que así lo haremos sin falta...
Y como la maledicencia histórico-literaria me achaca continuamente que me lo invento todo, y que nada de lo que cuento pasó nunca más que en mi imaginación, vaya este documento que al caerme a las manos inesperadamente ha hecho brotar de súbito esta crónica para demostrar que de reinas crédulas y pícaros indianos -aunque no me arriesgaré a calcular el porcentaje exacto de unas y de otros- siempre hemos podido presumir por estos pagos:
© Mikel Zuza Viniegra, 2015