En el año del Señor 1455, el caballero austriaco Jorge de Einghen viajó por toda la Cristiandad, de Oriente a Occidente, y conoció en su periplo a muchos reyes y señores. Tantos como diez, que él mismo enumera en su crónica:
Al llegar a Navarra se alojaron en Pamplona, y allí cuenta que fueron agasajados por el rey, que se llamaba Juan...
Bueno, pues resulta que en 1455 no había un sólo rey de Navarra, sino dos: Juan II, que usurpaba la corona, y su hijo el príncipe de Viana, enfrentado a él en guerra abierta desde 1451. Y resulta también que Pamplona, plaza fuerte beaumontesa, no reconocía más rey que Carlos IV, por lo tanto el gobernante que acogió al visitante austriaco sólo pudo ser el príncipe de Viana, reconocido por sus leales como Carlos IV.
Al final del itinerario, Einghen presume de todos esos soberanos que conoció, y adjunta unos dibujos de los mismos. El del rey de Navarra viene a confirmar nuestras suposiciones, porque en 1455 Juan II tenía casi sesenta años, mientras Carlos de Viana sólo treinta y cinco, edad que refleja el representado en este bastante desconocido retrato del príncipe de Viana, que por eso mismo ha pasado hasta ahora prácticamente desapercibido:
EL PRÍNCIPE DE VIANA |
Tampoco era el primer viajero medieval alemán que pasaba por Navarra y confundía el papel político de ambos, porque el anónimo que pocos años antes que Einghen quedó deslumbrado por "las habitaciones doradas" del palacio de Olite (Espoz y Mina arda en el Infierno por toda la eternidad) ya destacó que era el joven príncipe quien realmente gobernaba:
Desde luego no soy el primero en reparar en la imposibilidad de que el rey de Navarra que Einghen conoció fuera Juan II. Ya en 1855 el polígrafo Vallet de Viriville estableció la hipótesis que os estoy relatando en un trabajo publicado en el tomo XV de los Annales Archeologiques de Didron Ainé:
En 1879, el historiador Antonio María Fabie tradujo el libro al castellano, y se mostró en desacuerdo con Viriville:
Pero Fabie se equivocaba, porque leyendo a Moret -bien-, sí que el príncipe estaba en Navarra en 1455. Es más, aclara que no abandono su país (para siempre y contra su voluntad) hasta mayo del año siguiente, 1456, lo que confirma una carta que envió desde la ciudad francesa de Poitiers a su tío el rey Alfonso V de Aragón, que vivía en Nápoles. Y se equivocaba también el traductor al subtitular el citado dibujo con un dubitativo "¿el conde de Fox?", porque el mismo cronista nos informa de que el traicionero conde de Fox, efectivamente vino a Navarra en 1455 invitado por su suegro, el usurpador Juan II, con el propósito -que no logró- de conquistar la ciudad de Pamplona, que es obvio que permanecía en poder del legítimo rey, Carlos IV de Navarra.
En 1941, el bibliófilo tafallés José María Azcona se hizo eco también de este asunto que voy contándoos en la revista Príncipe de Viana, aunque no indagó demasiado en ello:
Sin embargo hay una auténtica prueba del 9 de que el príncipe de Viana dominaba la capital de su reino: el documento que uno de los mejores numismáticos navarros, Joaquín Lizarraga, rescató de los Archivos de Comptos para corroborar que Carlos IV -quizás más bien sus partidarios- acuñó moneda en Pamplona. Y es que ese documento está suscrito el veinticinco de junio de 1455 "en la mía y muy noble ciudad de Pamplona". Por cierto, para mí esas monedas son sin duda las más hermosas de toda la historia numismática de Navarra. Por su diseño, y también por lo que representan: un sueño que no llegó a materializarse.
Incluso el propio Einghen confirma -curiosamente equivocándose- casi al cien por cien que fue el príncipe quien le recibió, pues la intitulación que dice que posee el rey de Navarra incluye la de "duque de Viana", refiriéndose claramente al Principado de Viana, que jamás ostentó don Juan, mientras que el resto de títulos sí que podían ser reivindicados por su hijo.
Así pues, aunque puede que el dibujante que contrató Einghen no fuese demasiado bueno, tenemos aquí un retrato auténtico del Príncipe de Viana, atestiguado por alguien que lo conoció personalmente. Que ese rostro de grandes ojos lo emparente con el alien que cayó en Roswell (Arizona) en 1947, no hace más que confirmar, a mi mucho más que docto parecer, algo que siempre había sospechado yo: que Carlos fue tan buena persona que sólo podía ser extraterrestre.
Y mi amigo Fox -el agente, no el conde- está completamente de acuerdo conmigo...
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016