Capilla del castillo de la Mota (Valladolid), septiembre de 1506
-¿Qué clase de flor es esa? Esa, la que adorna tan humilde tumba.
-En Castilla sólo es una flor de cardo, pero en el reino de vuestro cuñado Labrit, dicen que protege del mal a quien la coloca en el quicio de su puerta. Lo que es a la pobre infanta, no le ayudó gran cosa...
-¿Era la hija de los reyes Juan Y Catalina de Navarra, no es cierto?
-Magdalena se llamaba, hace dos años ya que murió. Con apenas uno de vida fue entregada en 1495 como rehén y prenda del Tratado de Madrid, por el cual mis señores, los Reyes Católicos se comprometían a meter en vereda al conde de Lerín, que alborotaba Navarra...
-Que alborotaba Navarra por encargo de esos mismos señores vuestros, ¿a que sí?
-Veo que vuestra fama de excelente estratega es completamente merecida. Sí, es cierto: ese conde es quien encabeza la facción que llaman beaumontesa, que mi señor el rey don Fernando emplea para que Navarra acabe cayendo en su poder. Desafortunadamente mi señora, la reina Isabel, murió el año pasado sin poder llegar a ver cumplido tan loable propósito, que no ha de tardar no obstante en producirse. Al fin y al cabo la unión de todos estos reinos es designio divino, y no importan los medios que hayan de emplearse para lograrlo. La infanta Magdalena sólo fue un peón en el tablero de ajedrez que la política supone, su sacrificio, por tanto, no tiene importancia alguna.
-¿Sabéis, señor alcaide? Conocí a un florentino que opinaba lo mismo que vos. "El fin justifica los medios", solía repetirme, aunque para llevar ese concepto a la práctica hay que tener tan pocos escrúpulos o tanta fuerza bruta como vuestro rey. En cuanto a lo primero, podría igualarme sin demasiado problema con don Fernando, pero en cuanto a lo segundo, desgraciadamente nunca pude oponerle tantas tropas como las que él enviaba constantemente a Italia. Por eso me veo ahora prisionero en este secarral. Pero yo soy un guerrero, y estoy expuesto a estas consecuencias. Sin embargo una niña de diez años como la infanta Magdalena era inocente de cualquier culpa.
-Si os sirve de consuelo, mi señor don César Borgia, sus padres nunca la olvidaron, y reclamaron constantemente a la reina Isabel que se la devolviera. Pero mi soberana -que seguro que estará en la Gloria Eterna- se negó siempre en redondo. Era muy consciente de que la razón de Estado ha de prevalecer siempre sobre los sentimientos, por eso fue tan gran gobernante, ¿no os parece?
Armas en Navarra de César Borgia Capitán General de los ejércitos de Navarra © Iñigo Saldise |
-No hablaré mal de una muerta, aunque sea una que me procuró tantos perjuicios cuando estaba viva. En cuanto a los vivos, confío todavía en poder combatir a vuestro rey don Fernando y hacerle pagar todas estas afrentas.
-Se os ve demasiado optimista, teniendo en cuenta que os halláis encerrado en la torre más alta que mi señor pudo hallar, en pleno corazón de Castilla. Pero podréis entretener vuestras horas con este libro que os entrego, que junto con esa ajada flor de cardo es lo único que queda de los frecuentes regalos que vuestros cuñados don Juan y doña Catalina enviaban a su hija para que no olvidase nunca su país natal. Quién sabe, quizás hasta podáis seguir soñando con llegar allí un día. Pero mientras tanto: ¡Encerrad a don César en su celda!
La puerta del calabozo se cierra tras él. La pequeña celda es todo lo que le queda. Él, que pudo ser César de toda Italia. Él, que desdeñó ser Papa. Sólo esa celda y este pequeño libro. Lo abre. Comienza a leer, y comienza a soñar de nuevo:
ADDENDA:
La noche del 25 de octubre de 1506, César Borgia escapó de la torre del homenaje del castillo de la Mota. Disfrazado de comerciante de lanas salió de Medina del Campo y, con todo el ejército castellano rastreando sus huellas, se las arregló para llegar hasta Santander, donde embarcó, obligándole una furiosa tormenta a refugiarse en Castro Urdiales. De ahí, en mula, atravesó Bizkaia y Gipuzkoa hasta conseguir llegar a Navarra por el puerto de Azpiroz a principios de diciembre.
Fue nombrado de inmediato Capitán General del Ejército Navarro por su cuñado, el rey Juan de Labrit.
Su destino le aguardaba en Viana...
Borgia, nada más escapar por esa ventana tan alta |