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UNA NUEVA EXPLICACIÓN DE LA PORTADA DE UJUÉ (y 1)

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Que yo recuerde, la portada de Ujué me ha interesado desde la primera vez –hace muchos años ya- que pude contemplarla “in situ”. Para entonces había leído casi todo lo que sobre ella se había publicado que, sintetizándolo mucho, podría resumirse en la idea de que el misterioso donante que aparece arrodillado a la derecha del tímpano debía ser el rey Carlos II, máximo protector de aquel santuario.

Se fueron añadiendo luego muchos estudios más, que sustituyeron esa atribución por otras con más o menos base. Yo mismo aposté por dos personajes distintos. Primero por el consejero real Robert Le Coq, uno de los máximos partidarios de Carlos II en Francia, y a quien el rey protegió de la ira de los Valois, consiguiéndole el obispado de Calahorra:

Sobre una posible identificación del donante en la portada de Ujué

Y años más tarde defendí que debía ser el alcalde de Sangüesa, Sancho de Oillasco, el representado en la portada:

Colas de gallo

No obstante, las publicaciones científicas que en mayor profundidad y más recientemente se han ocupado del asunto fijan que esa intrigante figura debe representar al infante Luis, el hermano de Carlos II, que fue el primer miembro de la familia real cuyo contacto con Ujué puede documentarse. Esa es al menos la opinión de Rosa Alcoy. La otra opción, argumentada por Carlos Martínez Alava, es que podría encarnar a Carlos II, representado como devoto peregrino “principal”, pues la proximidad sentimental del rey con Ujué daba evidente prestigio al santuario, que querría así “presumir” de esa especial relación, independientemente de que el monarca financiase las obras de la portada o no.

Lo cierto es que mis dos atribuciones se basaron fundamentalmente en la cercanía física de un hermoso gallo al relieve del donante, que me parecía que necesariamente debía querer indicar algo. De ahí que pensara en Robert Le Coq (el gallo, en francés) o en Sancho de Oillasco (gallo, en euskera).

Tampoco es el único gallo del patrimonio histórico-artístico navarro del que me he ocupado, porque también intenté desentrañar el misterio que esconde el que corona la portada del santuario de San Zoilo, en Cáseda, que atribuí –creo que con bastante fundamento- al rey Luis el Hutín, único de los llamados “reyes malditos” que vino fugazmente a Navarra para coronarse:

Luis el Hutín y San Zoilo

El caso es que este emplumado tema es, como se ve, recurrente en mi trabajo, y por eso mientras preparaba mi último libro: “EN RECTA LÍNEA”, sobre la dinastía de Evreux, sabía que en algún momento acabaría volviendo a surgir ante mis ojos entre los cientos de libros y artículos consultados para escribirlo.




De hecho, teniendo en cuenta que creo haber demostrado sin ningún género de dudas en dicho libro que Carlos II sí que reivindicó de manera pública y abierta sus derechos al trono francés, y que por esa misma razón ordenó quitar la brisura roja y blanca de los Evreux, y que la prueba de todo ello estuvo y está al menos desde el año 1364 bien a la vista, precisamente en el mismo santuario de Ujué, quizás vaya siendo hora también de adjudicar definitivamente la identidad del misterioso donante de la portada, porque si ahora no cabe duda alguna de la intervención de Carlos II en la fábrica del santuario –como la clave de bóveda con sus armas corrobora- entonces el representado en el tímpano podría ser también dicho monarca, como los cronistas más antiguos ya afirmaban y como Martinez Alava (en el estudio más reciente sobre el santuario) hemos visto que defiende también. Desde luego no se puede asegurar, pero creo que Carlos II merece encabezar de nuevo la lista de candidatos a donante del año. 

Ello me obligaría a repensar igualmente el papel del tan cacareado gallo, porque dejaría así de ir ligado a la figura arrodillada adyacente, represente esta a quien represente, y podría volar libre –nunca mejor dicho- en busca de una explicación individual a su destacada presencia en el tímpano ujuetarra.


Esa explicación podría estar basada en los Evangelios Apócrifos, cientos de textos surgidos en los primeros siglos del cristianismo pero que la Iglesia no aceptó como “canónicos” aunque no por ello dejaron de seguir alimentando la imaginación y la iconografía religiosa de la sociedad medieval, que anhelaba saber todo lo posible sobre figuras como Cristo, su madre o la infinidad de santos y mártires a quienes encomendaban sus plegarias y sus anhelos de salvación eterna.

Por eso dichos apócrifos tuvieron un éxito brutal –y global- tanto en oriente como en occidente, del que naturalmente Navarra participó con el mismo entusiasmo que el resto de naciones tanto de fe católica como ortodoxa. Prueba de ello es la representación de escenas sacadas de los más difundidos en alguno de los templos más importantes del reino. En ese orden de cosas, y sin ánimo de ser exhaustivo, podemos citar los ejemplos de las portadas de San Cernin de Pamplona, del Santo Sepulcro de Estella o de la del Arcedianato de la catedral de Pamplona, donde aparece representada la Anástasis o descenso de Cristo a los Infiernos. Una imagen que no aparece en ninguno de los cuatro evangelios aceptados por la Iglesia, sino que está sacada del llamado “Evangelio de Nicodemo”, también conocido como “Hechos de Pilatos”, una obra del siglo V donde también aparecen recogidos por primera vez nombres e historias que forman parte del imaginario cristiano. Los de los dos ladrones que fueron crucificados con Jesús: Dimas y Gestas. El del centurión que le dio la lanzada: Longinos. Y también el de la Verónica, en cuyo pañuelo quedó grabado el rostro de Cristo durante la pasión.

También en el claustro de la catedral de Pamplona, la Puerta Preciosa muestra distintas escenas de la muerte y tránsito a los cielos de la Virgen María, sacados no de los evangelios de Lucas, Mateo, Marcos o Juan, sino de textos apócrifos o estudios medievales sobre ellos como el “Transitus” griego, las Homilías de Cosme Vestitor o el Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica. Y en el mismo lugar están los vestigios de las pinturas murales sobre la vida de María, basados en el Protoevangelio de Santiago y el Pseudomateo.


Pero no sólo en estos edificios tan importantes, sino que podría dar ejemplos diseminados por toda la geografía navarra. Por citar uno sólo, hablaré de las pinturas murales de Ororbia, obra probablemente del gran Joan Oliver, una de cuyas escenas representa el milagro del rayo de sol, según el cual el niño Jesús apostó con sus amigos a que podría deslizarse por él como si se tratase de un tobogán, cosa que hizo, mientras los demás caían al vacío. Es una escena muy poco común en la iconografía sagrada, sacada de un apócrifo más raro aún: el Libro de la infancia del Salvador. Con esto quiero decir que toda esta bibliografía estaba extendidísima, y a ningún promotor –religioso o laico- en aquella época se le hacía raro recurrir a ella, porque el ansia de milagros era tal, que cualquier representación de los mismos era bien recibida.

Podemos comprobar que todas estas obras fueron realizadas a partir de la llegada de los Evreux al trono navarro, en el año 1328. Una dinastía que, por su origen, siempre estuvo en contacto con las corrientes –artísticas, universitarias y teológicas- más de moda allí donde se marcaban todas estas tendencias al resto del continente: la corte de París.

Tampoco es nada extraño, porque como defiendo en mi último libro, Juana II y luego su hijo Carlos II debieron haber reinado también en Francia. Pero ese es otro asunto, así que remito a los interesados/as a EN RECTA LÍNEA si queréis saber más sobre él.

Volviendo al llamado Evangelio de Nicodemo, suele datarse en el siglo V, aunque su origen más remoto podría estar en el siglo II, y su denominación como tal no aparezca hasta el siglo XIII. La parte que contiene el descenso a los Infiernos fue sin duda la de mayor éxito durante la Edad Media, de ahí la abundancia de representaciones que hemos podido ver. Además cada una podía ser distinta respecto a las demás, porque mientras la Iglesia mantenía inalterables los textos canónicos, la copia de los innumerables apócrifos, realizada sin control alguno, dio lugar a una increíble cantidad de variantes, algunas de las cuales alcanzaron tal éxito, que fueron recogidas posteriormente en otras obras fundamentales de la hagiografía y el saber medieval escritas hacia 1260, como son la Leyenda Dorada de Jacobo de la Varagine y sobre todo el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais. Un libro por cierto que sabemos que poseía Carlos II de Navarra y que sirvió de base histórica principal a cronistas navarros como Garci López de Roncesvalles y el propio príncipe de Viana.

Pues bien, resulta que existe una historia milagrosa de origen apócrifo, recogida en una de esas variantes del ya citado Evangelio de Nicodemo, que creo que podría tener que ver con la presencia del gallo en el tímpano de Ujué, Una historia que dice lo siguiente:

“Ocurrió que el día de la Santa Cena, a Cristo nuestro señor le fue servido un gallo asado, y cuando Judas fue a traicionarle, Jesús ordenó a dicho gallo revivir y levantarse del plato para que le siguiera. Y el gallo así lo hizo, y vino después a informarle de cómo Judas lo había traicionado, y por eso dicen que el gallo subió después con él al Paraiso…”

Sin embargo, justo esa variante con el milagro del gallo se basa en un original griego al parecer nunca traducido al latín occidental, que podría fecharse quizás entre los siglos X y XII y que habría influido en la creación de posteriores tradiciones eslavas de la Semana Santa ortodoxa. Incluso otra variante ofrece una nueva versión también con el gallo como protagonista:

“Y así Judas fue a su casa a buscar una cuerda con la que colgarse, y encontró a su esposa asando un gallo sobre unas brasas. Él le dijo: mujer, dame una cuerda, porque he traicionado a mi maestro, Jesús, que resucitará al tercer día. Y ella le replicó: no pienses eso, porque antes cantará este gallo que Jesús vuelva a la vida. Y en cuanto pronunció esas palabras, el gallo extendió sus alas y cantó tres veces. Judas entonces cogió la cuerda, apretó el nudo y se ahorcó”.

Vemos que estos relatos están estrechamente ligados con lo que aquí conocemos como “milagros de peregrinación”, pues en occidente estos milagros se hallan más frecuentemente asociados a santos intercesores que a las historias relacionadas con el propio Cristo, y van casi invariablemente unidos a la intervención de una persona escéptica que duda del poder de Dios.

El más famoso de todos ellos es sin duda el que la tradición afirma que aconteció en Santo Domingo de la Calzada, donde un peregrino fue acusado de ladrón y ahorcado, pero el apóstol Santiago lo sujetó para que no muriese. Seguro de su inocencia, el padre del acusado en falso le dijo al juez que su hijo seguía vivo, y el magistrado –que estaba comiendo- le respondió que su hijo estaba tan vivo como ese gallo asado en su plato, momento en el que el ave revivió y cantó. Pero este milagro no aparece recogido en el Codex Calixtinus, de mediados del siglo XII, y tampoco en la Leyenda Dorada, de mediados del XIII, aunque desde el siglo XV siempre apareció ya unido a la leyenda de Santiago.
De cualquier manera, la más antigua mención a estas leyendas sobre un gallo asado que vuelve a la vida corresponde a san Pedro Damián en 1067:

"Dos amigos que vivían en la región de Bolonia estaban sentados a la mesa. Uno de ellos troceó el gallo que le habían servido y lo roció con salsa de pimienta fina. Hecho esto, el otro le dijo: ¡Bueno!, amigo, cortaste ese gallo de una manera que el mismo San Pedro, si quisiera volver a ponerlo como estaba, no podría hacerlo. A lo que respondió el primero: no sólo San Pedro, porque ni aunque Cristo mismo diera la orden, este gallo se volvería a levantar. A estas palabras, de repente, el gallo vivo y emplumado saltó sobre sus patas, batió sus alas, cantó, sacudió sus plumas y roció a los dos amigos con la salsa con la que había sido sazonado. Inmediatamente a la blasfemia imprudente y sacrílega siguió el castigo que ambos merecían: en efecto, al mismo tiempo que fueron rociados con la pimienta, se infectaron de lepra. Y este mal, no sólo lo padecieron hasta la muerte, sino que lo transmitieron a toda su descendencia, de generación en generación. Así aprendieron a no hablar a la ligera del poder divino".

Este mismo relato lo recoge también Vicente de Beauvais en su ya citado Speculum Historiale, subrayando así las consecuencias que podía tener dudar del poder de Dios, despreciando las enseñanzas de la Iglesia, y convirtiendo al gallo en el instrumento empleado por Dios para advertir contra la blasfemia.

Conste que existe también otra narración plenamente occidental y de carácter no hagiográfico, datada a principios del siglo XIII, que pone en relación un gallo no con la muerte de Jesús, sino con su nacimiento. Se trata del cantar épico titulado “Oger el danés” –uno de los 12 Pares de Carlomagno-, que entre los versos 11615 y 11630 cuenta que Herodes no cree a los Reyes Magos cuando le hablan de la llegada del Mesías, y de cómo les contesta que sólo les creerá si al gallo asado que tiene ante sí en el plato le crecen plumas y subido a su percha, se pone a cantar, cosa que naturalmente ocurre de manera inmediata.

Curiosamente –o no tanto- esa obra estaba en la biblioteca de los reyes de Navarra, pues aparece en el inventario de libros que pertenecieron al príncipe de Viana, muchos de los cuales provenían de la de su abuelo Carlos III y probablemente también de la de su bisabuelo Carlos II, que tuvo fama merecida de interesado en el estudio y de frecuentar y apoyar a autores tan renombrados como el poeta Guillem de Machaut. Pudieron conocer por tanto ellos también este milagro del gallo asociado a Herodes y no a San Pedro o a Judas.

Vemos por tanto que esta historia sobre el gallo circuló por tanto de forma temprana en el occidente medieval para advertir contra la blasfemia y sirvió más tarde de base para edificantes relatos hagiográficos que perseguían el mismo objetivo. Y en una perspectiva similar, y aunque supuestamente nunca se hubiesen traducido al latín aquellas dos citadas versiones del milagro del gallo asociado a la Pasión de Cristo (al menos de una forma distinta a la más tópica, la que asocia el gallo a las tres negaciones de San Pedro), el hecho es que sí que existen libros occidentales donde se consigna la historia del gallo relacionada con la traición de Judas.

Me estoy refiriendo a la Biblia de los Siete Estados (Ms. Paris BnF fr. 1526), una especie de Historia Sagrada en verso, fechada en 1243 y escrita por el clérigo Geoffroi de París, quien insertó en ella una serie de relatos apócrifos extraídos de los poemas que sobre la Pasión cantaban los juglares de su tiempo por aldeas y castillos.

Este manuscrito contiene gran número de nuevos episodios sobre la Pasión de Cristo que los citados juglares añadieron con éxito a los ya recogidos en los Apócrifos. En síntesis, emplearon los Evangelios canónicos y el Evangelio de Nicodemo como inspiración, agregando además varias de esas leyendas más o menos curiosas. Por ejemplo, una que aparece tanto en el tímpano de Ujué como en el de la puerta del refectorio de la catedral de Pamplona: la representación de la Última Cena más habitual en los siglos XII y XIII, que muestra a todos los apóstoles sentados alrededor de Jesús a un lado de la mesa, y a Judas solo en el otro. Cristo tiene un pez en el plato, que el discípulo traidor parece querer robar. Así aparece en el texto:

“Judas no se sentó
con nuestro señor.
Y mientras todos los demás comían,
¿qué hacía el traidor?

Pues mientras nuestro señor bebía
Judas, como un glotón,
cogió el mejor trozo del pez,
sin que Jesús le hiciera ningún reproche.”



[Continuará]

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022





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