(Continúa de Una nueva lectura de la portada de Ujué (y 1)
...Pero otro de los episodios recogidos en la citada Biblia es, precisamente, aquel que pone en contacto la traición de Judas con la conocida leyenda del gallo asado, que hemos visto que es muy antigua, puesto que figura ya en aquellas variantes griegas del Evangelio de Nicodemo, y que debió llegar hasta los juglares franceses del siglo XIII a través de los peregrinos o los cruzados que regresaban de Tierra Santa.
Veamos la narración:
“Oez de Judas qu'il devint.
Chiés sa mère est alez tôt droit,
a l'ostel ou elle manoit;
laiens faisoit on le mengier,
chaspons rostir et tornoier.
Judas a sa mère dit
comne il a vendu Jhesuchrist.
Celé respont : filz, tu as tort,
il doit resusciter de mort,
pieça a dit li nostre sire,
a toi meïsmes l'oï dire.
Dist Judas: lessiez tel sermon.
Veez vous rostir cel chapon?
Ne plus que jamès chantera,
Jhesus ne resuscitera.
Oyez grant miracle de Dieu!
Li cos qui rostissoit au feu
est arrière vis devenu,
de la broche s'en est issu,
emmi la meson vet chantant.
Lors fu Judas forment dolent,
d'ilec s'en va sanz plus atendre,
aus Juïs vet leurs deniers rendre.
“Oid qué hizo entonces Judas.
Fue directo a casa de su madre,
al lugar donde moraba;
estaba haciendo la comida,
asando un capón.
Judas le dijo a su madre
Cómo había vendido a Jesucristo.
Ella respondió: hijo, te equivocas,
porque Él debe resucitar de entre los muertos,
así lo prometió nuestro señor,
a ti mismo te lo oí decir.
Dijo Judas: deja ya ese sermón.
¿Estabas asando este capón?
pues igual que él ya jamás volverá a cantar,
Jesús nunca resucitará.
¡Y Escuchad el gran milagro de Dios!
El cuerpo que se asaba en el fuego
volvió a ponerse en pie,
del asador salió,
y subió al tejado de la casa cantando.
Entonces Judas, asustado,
de allí se marchó sin esperar más,
porque quería devolver las 30 monedas de plata a los judíos.”
Prácticamente la misma historia que aparece recogida en otro manuscrito posterior, fechado en el siglo XIV que se conserva en la British Library, y que cuenta como Judas, tras traicionar a Jesús, discute con su madre sobre la resurrección de su maestro:
“Judas, enfurecido, vio entonces sobre la cocina una marmita en la que había un gallo a medio cocer y le dijo a su madre: afirmo que este gallo desplumado y a medio cocer está mucho más vivo que alguien muerto en la cruz. Apenas dicho esto, el gallo medio cocido revivió y saliendo de la marmita apareció con todas sus hermosas plumas, subió al tejado de la casa y pasó allí todo el día cantando, proclamando la resurrección de Cristo.”
¿Podría hacer alusión el gallo del tímpano de Ujué a esta antigua leyenda sobre la Pasión de Cristo, que al parecer se representaba con éxito en Francia en el siglo XIV? Creo que sí, atendiendo sobre todo a ciertos elementos representados en la portada y a la alta probabilidad, ya comentada, de que el donante sea Carlos II.
Porque, en efecto, en la Edad Media la Biblia rimada formaba parte del repertorio de los juglares al mismo nivel que los cantares de gesta, y Jesucristo, la Virgen o los santos tenían sus propias chansons e incluso mayor éxito popular que héroes épicos como Roldán o Carlomagno. Y esos poemas, con el tiempo, acabarían dando paso a obras teatrales o dramas sacro-líricos denominadas “Misterios”.
Esos Misterios, cuyo origen más remoto podría rastrearse en el siglo XI, cobraron verdadera importancia a mediados del siglo XIV. Consistían en una sucesión de cuadros dialogados que gozaban de un éxito inimaginable. Empleaban para sus argumentos historias y leyendas de las que se había nutrido la imaginación y la creencia popular durante siglos. La Pasión de Cristo fue su tema principal.
Entre los siglos XI y XV, pasaron de celebrarse en el coro de las iglesias, a salir a los pórticos y finalmente a las calles. En el siglo XII, estas obras dramáticas ya se habían generalizado y del latín pasaron a representarse en francés, cada vez más independientemente de las ceremonias religiosas propiamente dichas, razón por la cual también pasaron de ser interpretadas exclusivamente por clérigos a serlo por laícos. Originariamente, la Iglesia los ofrecía a la población en medio de fiestas-espectáculos de varios días buscando captar la atención de un público analfabeto, para completar así la enseñanza de las portadas esculpidas y las vidrieras. Pero en el siglo XIV comenzaron a organizarse con el apoyo de gremios y cofradías, cuyos miembros se convertían en actores que interpretaban las distintas obras.
En 1398, ante los actos violentos que se cometían por la gran aglomeración de gente, el preboste de París prohibió todas las representaciones teatrales. Pero el rey Carlos VI autorizó en 1404 a los cofrades de la Pasión, compañía creada en Saint-Maur-des-Fossés, a actuar en París, obteniendo así el monopolio de organización y representación de los Misterios en la capital del reino. Probablemente esta cofradía fuera la heredera de aquellos burgueses de París que al menos desde 1370, según el polígrafo coetáneo Nicolás de Oresme, interpretaban la Pasión. Los mismos años más o menos en los que aparece recogida en la biblioteca del rey Carlos V de Valois, una Pasión rimada para interpretar con personajes.
Sabemos que esas cofradías tuvieron también un fuerte arraigo en la Alta Normandía, territorio muy relacionado con los reyes de Navarra, que eran también condes de Evreux. Así, queda constancia de que la Cofradía de los Doce Apóstoles de Amiens y la de la Caridad de Rouen organizaban regularmente representaciones de la Pasión ya en el último cuarto del siglo XIV. Y conocemos igualmente el dato de que Carlos II de Navarra y su mujer, Juana de Valois, fundaron el 23 de octubre de 1353 la Cofradía del Perdón en la catedral de Evreux. Y aunque no hemos conservado sus estatutos para saber si llevaban a cabo representaciones teatrales, es de suponer que al respecto actuarían igual que las cofradías de sus ciudades vecinas, porque los integrantes de las cofradías tenían la misión fundamental de promover la devoción propia de cada agrupación, y la mayoría lo hacían organizando representaciones teatrales y también concursos de poesía y de pintura.
Precisamente una de las recopilaciones más antiguas de dichos Misterios es la que pertenecía a la iglesia parisina de Sainte-Genevieve, y que hoy se conserva en la BNF, Ms 1131,es una copia de mediados del siglo XV del manuscrito original datado hacia 1350, pero cuyo probable origen son los ya citados poemas sueltos que fueron reuniéndose durante el siglo XIII para poder teatralizar toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su resurrección, y también la historia de la Virgen María desde su matrimonio hasta su asunción.
La idea era mostrar a los espectadores los dos misterios fundamentales del cristianismo: la Encarnación y la Resurrección, pero progresivamente a la Resurrección se añadieron más y más escenas de la historia de la Salvación, como la Creación del Mundo o el Juicio Final y del mismo modo la Natividad fue aumentada con más y más escenas sobre los profetas que habían advertido de la llegada del Mesías, la Anunciación, la Visitación, o los reyes magos. La Natividad y el Juego de los Tres Reyes están claramente inspirados en por un relato anterior: “La Anunciación de Notre Dame”. La Pasión y la Resurrección por los evangelios canónicos y el de Nicodemo, junto con gran variedad de leyendas, algunas de las cuales no estaban en las pasiones populares copiadas por Geoffroi de Paris.
Por ejemplo, una que sí aparece en la Colección Sainte-Genevieve, que puede ser la más antigua de todas, pues proviene de dos tratados escritos por San Agustín sobre el Evangelio de San Juan: la del debate doctrinal al pie mismo de la cruz entre dos personajes alegóricos: la Iglesia y la Sinagoga. Los Padres de la Iglesia ya habían dicho que Cristo era un segundo Adán, venido para reparar los pecados del primero. Igual que Eva salió del costado del costado de Adán durante su sueño y trajo consigo la perdición del mundo, la Iglesia salió por el costado de Cristo muerto. La sangre y el agua que se deslizaron entonces por la lanza de Longinos simbolizan los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que debían reemplazar los sacrificios de la Ley Antigua, representada por la Sinagoga.
Tanto Weber como Mâle afirman que es una iconografía mucho más frecuente en el siglo XIII. Su popularidad habría declinado rápidamente a partir de mediados del siglo XIV, precisamente porque por la influencia cada vez mayor de los Misterios teatrales, pintores y escultores prefirieron representar crucifixiones “más pintorescas” y menos simbólicas. No obstante, aparece representada también en la ya citada portada del refectorio de la catedral de Pamplona, datada hacia 1335, y quizás el ejemplo más destacado de todos sea la sarga o tejido frontal para el altar de la catedral de Narbona, ofrecido hacia 1375 por Carlos V de Francia y su esposa Yolanda de Borbón, que muestra probablemente la Pasión tal y como se interpretaría en los Misterios. Este paramento nos muestra al crucificado entre la Iglesia y la Sinagoga, y bajo ellas los dos donantes. Es un indicio de que la Pasión de santa Genoveva debió haber estado en contacto más o menos estrecho con la ya comentada Pasión de la Biblioteca de Carlos V, y que quizás no fuera más que una reelaboración de la misma.
Y otra leyenda que también recoge la Pasión de Sainte-Genevieve –y que aparecía ya en la Leyenda Dorada- es una que vuelve a poner en relación al gallo con San Pedro y no con Judas, que cuenta que Cristo, tras su Resurrección, fue a liberar a San Pedro, que desde que había renegado de su maestro se había encerrado en una cueva llamada precisamente por eso “Gallicantus”. Jean de Gerson, rector de la Sorbona y teólogo más famoso del siglo XIV lo cuenta así en uno de sus sermones:
“Entonces el gallo cantó y Jesús miró a Pedro, que salió de la estancia a llorar amargamente. Y después se lanzó, según dicen los Doctores de la Iglesia, a una zanja o cueva que se llama Gallicantus o Chantecoq “Canto del gallo”, porque tras traicionar a su maestro, no se atrevía a convivir con los demás discípulos”.
Esa escena aparece representada también en los relieves sobre la vida de Cristo que ornan la clausura del coro de Notre-Dame de París, obra terminada hacia 1351, y al parecer acabó también por dar nombre o se convirtió en motivo decorativo de ciertos relojes en aquella época.
Con el tiempo, y ante el éxito obtenido por las representaciones teatrales, Encarnación y Resurrección se soldaron en una sola pieza, constituyendo un drama único que contenía todos los ciclos. Por eso las obras podían desarrollarse durante días, habitualmente todos los domingos de un mismo mes, aunque también podían darse en fiestas y celebraciones señaladas del calendario litúrgico. La representación se desarrollaba durante horas, debido a la gran extensión de los libretos, y por eso su contemplación era una experiencia que podía quedar marcada de forma indeleble en la memoria de los espectadores. Su consolidación trajo consigo el empleo de vestuario, música y escenografías cada vez más elaboradas, y también el deseo de complacer el gusto morboso de las gentes por escenas que se desarrollaban en el Infierno, pues entre los cientos de personajes que interpretaban las obras, los de mayor seguimiento entre el público fueron siempre los demonios, hasta el punto de que sus escenas –llamadas “diablerías”- eran siempre las más esperadas, ya que mostraban su oposición a Dios y a los santos con gestos violentos y bromas estrepitosas que suponían el elemento más divertido del espectáculo.
La Pasión devino por tanto en un conjunto, el Misterio por excelencia que acabó englobando a todos los demás. En ese sentido, la Colección Sainte-Genevieve es una recopilación de vidas y milagros de santos y de Misterios de la vida de Cristo teatralizados que contiene las siguientes obras:
-EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR
-EL JUEGO DE LOS TRES REYES
-LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
-LA VIDA DE SAN FIACRO
-LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
-EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN
-LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO
-LA CONVERSIÓN DE SAN DENIS
-COMO SAN PEDRO Y SAN PABLO FUERON A ROMA
-EL JUEGO DE SAN DENIS
-LOS MILAGROS DE SANTA GENOVEVA
Las tres de mayor éxito fueron sin duda las que ponían en escena el Nacimiento de Cristo, los Tres Reyes Magos y la Pasión.
La primera se abría con un sermón que expresaba la necesidad de la Encarnación. Dios, después de crear el mundo y a los ángeles, creaba a Adán y Eva. Después los profetas Amós y Elías recordaban a todos los augurios de la Sibila, que había predicho la muerte de Cristo en la cruz. Adán muere y Satán lo lleva al Infierno, pero Set planta una semilla de la vida sobre su tumba. Adán, Eva y sus descendientes acaban en el Limbo. Los profetas Isaías y Daniel imploran la misericordia divina. Vienen luego episodios de la vida de la Virgen: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Cristo y el Anuncio a los pastores.
La segunda deriva directamente de antiguos dramas litúrgicos con el mismo tema, que se conservaron en las iglesias rurales largo tiempo, y también de ciertas ceremonias que todavía subsistían en París a fines del siglo XIV, sobre todo en el entorno de la realeza, como podemos leer en la Crónica de Juan II y Carlos V, que narra la ceremonia que el rey de Francia realizaba la noche de Reyes, en aquella ocasión concreta ante el emperador alemán Carlos IV, de visita en París en el año 1378. Obreros, burgueses, príncipes y señores presentaban su ofrenda ante el altar como en tiempo de los Reyes Magos. Veamos:
“Y cuando llegó el momento de la ofrenda, el rey había hecho preparar tres clases de presentes: uno de oro, otro de incienso y otro de mirra, para ofrecerlos en su nombre y en del emperador, como se acostumbraba en aquella festividad.
E hizo preguntar el rey al emperador si participaría en la ceremonia, pero el emperador se excusó porque era ya muy viejo y no podía arrodillarse ni hacer muchas otras cosas, y rogó al rey que fuese él quien hiciera la ofrenda, como era costumbre.
Así fue pues la ofrenda del rey: tres caballeros, sus chambelanes, llevaban en alto tres hermosas copas doradas y esmaltadas: en una estaba el oro, en otra el incienso y en la tercera la mirra. Y desfilaron los tres en orden con el rey cerrando la marcha, y todos se arrodillaron ante el altar, el rey ante el arzobispo. Y la primera ofrenda, que era la copa con el oro, se la entregó al rey el caballero que la portaba, y el rey se la ofreció a su vez al arzobispo besándole la mano. La segunda, que era la copa con el incienso, se la entregó el segundo caballero al primero, y este al rey, que se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Y la tercera, que era la copa con la mirra, se la entregó el tercer caballero al segundo, y este al primero, y este al rey, quien se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Así hizo el rey Carlos su ofrenda, devota y honorablemente”.
Tanto la Natividad como el Juego de los Tres Reyes bebían de la misma fuente: el Relato de l’Annonciation de Nostre-Dame.
Ofrendas similares están documentadas en la liturgia de la Epifanía para otros reyes coetáneos de Carlos V de Francia, como Eduardo III o Ricardo II de Inglaterra y también para Pedro IV de Aragón. De hecho, puede que en 1348, Eduardo III se hiciera representar (el cetro que porta uno de los magos está inspirado en el que aparece en el gran sello céreo del rey) como uno los Reyes Magos en las pinturas murales de la capilla de San Esteban del palacio de Westminster, donde desde luego sí que aparece como donante, en el nivel inferior. Desafortunadamente, la capilla ardió en 1843, así que sólo quedan dibujos de su disposición de principios del siglo XIX. En todo caso, la inclusión de la escena de la Epifanía podría ser la respuesta inglesa a que la monarquía francesa tenía entre sus ancestros a los Reyes Magos, y quería él también apropiarse de ellos como símbolo de la dinastía Plantagenet.
¿Si todos estos monarcas las realizaban, se quedaría Carlos II de Navarra al margen de una costumbre regia tan extendida? Es muy dudoso, así que ¿podría ser entonces el tímpano de Ujué un recuerdo de esas ceremonias, movido por el afán que tuvo el último Capeto de emular y repetir todos los signos y símbolos posibles de la realeza francesa, y sobre todo de competir con su archienemigo Carlos V de Valois en todos los campos posibles, como ya mostré en mi libro “En recta línea”?
Lo juzgo muy posible, por la utilización que en la Edad Media se hizo de la figura de los Reyes Magos como modelo ideal de virtudes para los reyes de la época. No existe, sin embargo, constancia documental de que Carlos II llegara a practicar esa ofrenda concreta, y el único acto específico relacionado con los Reyes Magos que puede ponerse en relación con la monarquía navarra es el del Rey de la Faba. Precisamente sabemos que Carlos II lo celebró al menos en 1381 y 1383.
No obstante, para dar idea de la importancia y el simbolismo que en aquella época se daba a los Reyes Magos, sí que podemos poner en relación con el rey de Navarra una historia transmitida por el cronista de la abadía inglesa de Canterbury, William Thorpe, que hacía 1380 narró de esta manera el nacimiento del futuro Ricardo II de Inglaterra, ocurrido el día de reyes del año 1367 en la ciudad de Burdeos:
“Y tres Reyes Magos asistieron a su nacimiento: el rey de España, el rey de Navarra, y el rey de Portugal, los cuales trajeron consigo preciosos regalos al niño recién nacido”.
En efecto, Ricardo, segundo hijo del príncipe negro, Eduardo de Wodstock, lugarteniente de su padre, Eduardo III, en Aquitania, vino al mundo en medio de las negociaciones emprendidas a fines de 1366 entre varios reyes que desembocarían en la batalla de Nájera de abril de 1367. En ese contexto, el “rey de España” no es otro que Pedro I de Castilla, expulsado por aquel entonces de su reino por su hermanastro, Enrique de Trastámara. Para recuperarlo, se refugió en la Gascuña inglesa y pidió ayuda al citado príncipe negro, que buscó rápidamente más aliados para empresa tan arriesgada. Y los encontró en Carlos II de Navarra, cuyo concurso era necesario pues su reino era la puerta de España, y en Jaime IV de Mallorca, rey exiliado que vio en la guerra civil castellana la posibilidad de volver a su reino. Fue él y no el rey Pedro I de Portugal quien pudo estar por tanto presente en el nacimiento del heredero inglés.
Pero el cronista William Thorpe, muy cercano a la corte, no andaba descaminado a pesar de su error de identificación entre el rey de Portugal y el de Mallorca, porque lo que en realidad le interesaba era subrayar el signo divino que suponía para el heredero inglés haber nacido precisamente el día de la Epifanía y haber sido agasajado por tres reyes, convirtiendo así al niño en una contrafigura del propio Cristo, y la ascensión de Ricardo al trono en una especie de mandamiento divino. Algo que el monarca tuvo siempre muy en cuenta, a efectos de propaganda de su realeza.
A pesar de todo, no existe ninguna otra fuente documental que corrobore que estos tres reyes asistieran juntos al bautizo de Ricardo en Burdeos. Es más, las cuentas del tesorero de Carlos II establecen que aunque el rey de Navarra hizo una visita a la corte del príncipe negro en Burdeos pocos días antes de que Ricardo naciera, no estuvo presente en el nacimiento mismo o en el bautismo subsecuente (ocurrido a los dos días, el 8 de enero de 1367). Y como Pedro de Castilla se encontraba en ese momento en Bayona, 185 kilómetros al sur de Burdeos, donde fue visitado por Carlos II de regreso a Navarra, es poco probable que él estuviese presente tampoco. Del paradero de Jaime IV no se sabe nada. Lo que sí es posible es que los citados tres reyes, interesados por distintos motivos en tener contento al príncipe negro, enviasen lujosos regalos para el recién nacido, lo cual daría origen a la historia narrada por William Thorpe, que ejemplifica de todos modos a la perfección la importancia alegórica de los Reyes Magos para un rey medieval. Algo subrayado por este pasaje de la Crónica aragonesa de Ramón Muntaner –escrita hacia 1330- en la que al hablar del viaje a Sicilia en 1282 de la reina Constanza de Hohenstaufen y sus hijos, los infantes Jaime y Federico (la familia de Pedro III el Grande), se dice:
“En cuanto las naves y las galeras se hicieron a la mar, el mismo Señor que guió a los tres Reyes con una estrella para que no se perdiesen, mantuvo también a estas tres personas en su estela de gracia. Esto es: a mi señora la reina doña Constanza y al señor infante don Jaime y al señor infante don Federico. Y ciertamente eran tres personas que se podían compararse con los Tres Reyes que fueron a adorar a Jesucristo, los cuales uno tenía por nombre Baltasar, el otro Melchor y el otro Gaspar.
Baltasar fue el hombre más devoto que haya nacido nunca, y el que más placía a Dios y al mundo entero. Y lo mismo podemos decir de mi señora, la reina, porque desde nuestra señora Santa María hasta entonces, no había nacido mujer más piadosa, ni más santa, ni más llena de gracia que ella. Y al señor infante don Jaime podríamos compararlo a Melchor, que fue el hombre más justo, cortés y amante de la verdad que haya nacido, salvo Jesucristo. Y por eso podemos compararlo con el infante don Jaime, que todas estas bondades y muchas más poseía. Y al infante don Federico podríamos compararlo con Gaspar, que era joven y niño, y el más bello hombre del mundo, y sabio y amante de la rectitud.
Por tanto, así como Dios quiso guiar a aquellos tres Reyes, así mismo guió a estas tres personas y a todas las que con ellas iban en las naves. Y para demostrarlo, en vez de la estrella, Dios les dio buen viento y no los desamparó hasta que, sanos, salvos y alegres, llegaron al puerto de Palermo”.
Vemos pues que, en la literatura de aquella época, los Reyes Magos son presentados siempre como personajes virtuosos, y son vistos como los primeros peregrinos, además de como cristianos ejemplares, caritativos, generosos y sabios. Justo las mismas cualidades que los tratados educativos o "Espejos de príncipes" exigían para un rey medieval. Y sabemos que Carlos II o su mujer, Juana de Valois, enviaron en 1367 a Navarra una copia de más famoso de todos ellos: el Regimine Príncipum, escrito por Egidio Romano. Una copia que todavía aparece en el inventario de los libros del príncipe de Viana, confeccionado tras su muerte, en 1461.
Volviendo a la portada de Ujué, y reiterando la posibilidad de que el donante representado en su tímpano, en base a la prueba indudable de que la clave Navarra/Francia de la bóveda también le pertenece, sea Carlos II, que aparecería figurado junto a la Epifania, una escena tan significativa para la sociedad medieval que se representaba en autos sacramentales y luego en misterios teatrales al menos desde el siglo XII. Y si tenemos en cuenta además que a esa escena la acompaña la de la Última Cena, con dos rasgos muy concretos de ese tipo de representaciones tan populares: el de Judas robando el pescado del plato de Jesús y el probable del gallo asado que revivió al dudar el apóstol traidor de la Resurrección de Cristo, quizás muchas otras imágenes de esa portada podrían también interpretarse en relación a estos ya citados Misterios teatrales.
Porque lo cierto es que si comparamos las escenas talladas en la portada de Ujué con las representadas en los Misterios de Sainte-Genevieve, podremos ver que hay nada menos que once coincidencias entre ambas: Anunciación, Visitación, Natividad, Anuncio a los pastores, Adán y Eva, los Tres Reyes, la Última Cena (con Judas al otro lado de la mesa y el gallo que aludiría también al apóstol traidor), San Pedro y San Pablo y un santo cefalóforo, que sería San Denis.
Incluidas también las que no podemos identificar en los capiteles del santuario, como las que representarían a la Gramática y la Retórica (que podrían ser los profetas que anuncian la venida del Mesías) y los músicos o los hombres montados en dragones, que podrían relacionarse también con espectáculos teatrales. Algo indudable en el caso de los músicos, y plausible en el de los híbridos, que recuerdan a lo que ahora podríamos identificar como “zaldikos”, las figuras burlescas que acompañaban los cortejos y espectáculos patrocinado por las autoridades civiles o eclesiásticas en las grandes solemnidades festivas, y cuya presencia podemos rastrear también en la portada del fondo del refectorio de la catedral de Pamplona.
“tras su liberación en noviembre de 1357, Carlos de Navarra llevó a cabo una política muy hábil de propaganda personal a base de ceremonias de entrada en las ciudades propias de un rey (que es lo que realmente era) y de discursos ante la multitud en los que defendió sus derechos de forma tan elocuente que su causa pronto fue sumando adeptos. Porque preocupándose de lo que pensaban las gentes, y trabajando por convencerlas, de forma innovadora había comprendido que el juego político pasaba ahora por el empleo de nuevos procedimientos que apelasen a la opinión pública”.
Así pues, mi hipótesis es que Carlos II conoció el éxito de esos Misterios, representados desde mediados del siglo XIV en todas las ciudades importantes de Francia, como Amiens, Rouan y sobre todo París, precisamente las ciudades en las que realizó entradas verdaderamente regias. Y que dado su interés por los libros, alabado por sus contemporáneos, pudo poseer alguna copia de dichos misterios, lo que unido a que –de manera innovadora, políticamente hablando- siempre se mostró interesado por la propaganda de su causa, puede ser que escogiera alguno de aquellos argumentos que seguro presenció personalmente, para decorar el templo que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en su predilecto y en el de sus sucesores, aquel en el que depositaría su propio corazón y donde quiso crear una universidad.
De que le interesaba el teatro tenemos al menos una prueba circunstancial: un documento fechado en el emblemático año de 1364 –en el que perdió todas sus opciones reales al trono francés tras la derrota de Cocherel- según el cual en agosto organizó en el palacio de Tiebas un festejo muy al estilo de su añorada corte de París, en el que intervinieron 16 danzantes vestidos de hombres salvajes que remedaban su pelo largo con lana de ovejas negras y llevaban “fals visages” o “caruchas”.
En esas coordenadas, la escena principal de la portada sería una respuesta más al usurpador del trono de San Luis, Carlos V de Valois, igual que lo es la clave de la bóveda, y podría replicar posiblemente una ofrenda que los reyes de Francia acostumbraban a hacer cada 6 de enero. Y el resto de imágenes representadas podrían ser un recordatorio del espectáculo más exitoso y a la moda de la Francia de su tiempo, aquel capaz de grabar los episodios más trascendentes (y también más fantasiosos) de la Historia Sagrada en las mentes de quienes lo contemplaban, mucho mejor y de forma más duradera que los sermones de los clérigos.
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©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023