Si
tengo que escoger a mis tres personajes medievales favoritos, aquellos de los
que he leído con fruición todo lo que ha caído en mis manos, uno sería
indudablemente el príncipe de Viana, y los otros dos Juana de Arco y Benedicto
XIII.
Carlos más que los otros, pero el caso es que los tres han aparecido frecuentemente en estas crónicas mías. ¿Pero puede establecerse alguna relación entre ellos? Pues quizás un poco de carambola, pero sí, se puede.
Recordemos que Benedicto XIII, de nombre Pedro de Luna, vivió entre 1328 y 1423. Juana de Arco lo hizo entre 1412 y 1431. Y Carlos de Viana entre 1421 y 1461.
Juana y Carlos eran demasiado pequeños cuando murió en Peñíscola, a los 95 años, el abandonado por todos –incluso por los que él mismo había enaltecido- papa Benedicto XIII.
Aunque en realidad no fue abandonado por todos, porque ya dediqué otra de mis historias ( Tú eres Pedro ) al escudo del papa Luna grabado en el altar más recóndito de la catedral de Pamplona (erigida por cierto bajo su pontificado): el de la capilla de San Jesucristo. Pero sobre todo porque en el Armagnac, al sureste de Francia, en la frontera con Aragón, parte del clero local se mantuvo en sus XIII –nunca mejor dicho- y se sabe que uno de los últimos 4 cardenales fieles que nombró Benedicto antes de morir provenía de allí. Los otros 3 eran aragoneses, y reunidos en conclave mínimo eligieron a uno de ellos, Gil Sánchez Muñoz, y lo nombraron papa Clemente VIII.
Pero el francés, que era deán de la catedral de Rodez, y se llamaba Jean Carrier, juzgó que muerto quien lo había nombrado cardenal, no tenía por qué obedecer a sus tres compañeros, así que se reunió consigo mismo (maravillosa y teológica decisión que, indudablemente, le evitó grandes discusiones) y eligió un nuevo papa –Benedicto XIV- en la persona del humilde sacristán de su catedral, que a la sazón se llamaba Bernard Garnier. Hizo así que continuase el denominado Cisma de Aviñón, cuando el papa de Roma, Martín V, pensaba que ya había logrado ponerle fin. Porque ahora había ya tres posibles papas: uno en Peñíscola, otro en Roma, y otro escondido y proscrito en el Armagnac.
De hecho, hay autores que afirman que la sucesión apostólica de Aviñon continuo tras Bernard Garnier, y que esa sería la verdadera Iglesia, y no la romana, porque tras Bernard Garnier vinieron muchos otros papas que siempre se llamaron Benedicto, en honor del papa aragonés que se había negado a renunciar. Y que de hecho habrían llegado hasta nuestros días, siendo perseguidos por Roma implacablemente, pues todos ellos se empeñaban en no dejar morir el Cisma.
Porque Benedicto XIII sigue siendo considerado por la Iglesia romana como antipapa, y pasados 600 años ya, es dudoso que tal condición vaya a cambiar algún día. Aunque me gusta recordar a ese respecto la placa que le homenajea en su fabuloso castillo de Peñíscola, una de cuyas sentencias afirma:
“El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...”
Pero volviendo al asunto central de mi crónica y por tanto a la zona rebelde a Roma del Armagnac, resulta que allí gobernaba el conde Juan IV, Era el conde por tanto señor –y protector- del ya mencionado Jean Carrier, que se supone que le reveló la designación secreta de Benedicto XIV. Y no sabemos qué pensó de tan sensacional noticia, pero sí que sabemos que al menos la duda sobre quién era el verdadero quedó sembrada en su corazón.
¿Y cómo lo sabemos? Pues porque incrementando las dosis de folletín, Juana de Arco, tras ser capturada por los ingleses, fue llevada prisionera a Ruan, donde el malvado y traidor obispo Pierre Cauchon la sometió a un inmisericorde interrogatorio que –sorprendentemente- la joven sorteó con una prudencia e inteligencia inesperadas, más propias de un abogado de la corte que de una campesina –supuestamente- iletrada. Sin embargo, no resultó demasiado convincente cuando muy capciosamente, se la acusó de un asunto que puede sonarnos, y que por eso voy a trascribiros íntegramente:
Jueves 1 de marzo de 1431.
EL OBISPO. - Convocamos y exigimos a Juana que
preste juramento de decir la verdad sobre lo que se le pide, simple y totalmente.
JUANA. - Estoy dispuesto a jurar decir la verdad sobre todo lo que sé sobre el proceso, como ya he dicho. Sé muchas cosas que no se refieren al proceso y no es necesario decirlas. De todo lo que realmente sé sobre este juicio, con mucho gusto hablaré.
EL OBISPO. - Una
vez más convocamos y requerimos que hagas y prestes juramento de decir la
verdad sobre lo que te preguntarán, simple y totalmente.
JUANA. - Lo que pueda decir que sea cierto en lo que respecta a este juicio, lo diré con mucho gusto. Lo juro por los santos Evangelios. (Jura.) En cuanto a lo que sé sobre el proceso, con gusto diré la verdad y del mismo modo como lo diría si estuviera ante el Papa de Roma.
EL OBISPO. – Ya que sacas este asunto ¿Qué piensas de nuestro Señor el Papa? ¿Quién crees que es el verdadero Papa?
JUANA. - ¿Hay dos?
EL OBISPO. - ¿Acaso no recibiste una carta del conde de Armagnac preguntándote cuál de los tres Soberanos Pontífices debía ser obedecido?
JUANA. – Es cierto: dicho conde me escribió cierta carta sobre este hecho, a la que respondí, entre otras cosas, que le daría una respuesta cuando estuviera en París, o en otro lugar más tranquilo. Estaba a punto de montar en mi caballo cuando di esta respuesta.
EL OBISPO. - Leamos pues las copias de las cartas de dicho conde y de dicha Juana.
CARTA DEL CONDE DE
ARMAGNAC
“Mi muy querida dama, me encomiendo humildemente a vos y os ruego de parte de Dios, que, dada la división que ahora hay en la santa Iglesia universal, debida a la multitud de papas (porque hay tres pretendientes al papado: uno vive en Roma, y se hace llamar Martín V, a quien obedecen todos los reyes cristianos; el otro vive en Peñiscola, en el reino de Valencia, que se hace llamar Papa Clemente octavo; el tercero, no sabemos dónde vive, excepto sólo el cardenal. de Saint-Étienne y algunas personas con él, que se llama Papa Benedicto XIV. El primero, que se llama Papa Martín, fue elegido en Constanza con el consentimiento de todas las naciones cristianas; el que se llama Clemente fue elegido en Peñiscola, después de la muerte del Papa Benedicto XIII, por tres de sus cardenales; el tercero, que se llama Papa Benedicto XIV, fue elegido en secreto por el propio cardenal de Saint-Étienne). Rogad entonces a Nuestro Señor Jesucristo, que, por su infinita misericordia, quiera declararos quién es, de los tres antes mencionados, el verdadero Papa. Y a quien le agradará por tanto que obedezcamos de ahora en adelante: o al que se llama Martín, o al que se hace llamar Clemente, o al que se hace llamar Benedicto. Decidnos, señora, qué debemos creer, ya sea en secreto, o sin disimulo alguno, o en manifestación pública. Porque todos estaremos dispuestos a acatar la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo.
Todo vuestro: el conde de Armagnac. "
LA RESPUESTA DE JUANA
"Conde de Armagnac, mi muy querido y buen amigo. Yo, Juana la doncella, os informo que vino a mí vuestro mensajero, quien me dijo que lo habíais enviado para averiguar por mí cuál de los tres papas era el verdadero, Lo cual no podré deciros por el momento, hasta que esté en París o en otro lugar, descansando, porque en este momento me encuentro demasiado ocupada por tener que combatir en la guerra.
Pero cuando sepáis que estoy en París, enviadme un mensajero y os prometo que os haré saber toda la verdad sobre lo que debéis creer, y lo que yo he sabido por consejo de mi justo y soberano Señor, el Rey del mundo entero, y cómo debéis obedecerle. A Dios os encomiendo para que os cuide y proteja."
EL OBISPO. - ¿Fue tu respuesta como se representa en dicha copia?
JUANA. - Creo que di esta respuesta en parte, no en su totalidad.
EL OBISPO. - ¿Dijiste que sabías por consejo del Rey de Reyes lo que debería creer el conde en este asunto?
JUAN.A - No lo sé.
EL OBISPO. - ¿Tenías dudas sobre a qué Papa debía obedecer el conde?
JUANA. - No supe
decirle al conde a quién debía obedecer, ya que me pidió que averiguara a quién
quería Dios que obedeciera. Por mi parte, creo que debemos obedecer a nuestro señor
el Papa que está en Roma. También le dije al mensajero del conde algo más que
no está contenido en esa copia de las cartas. Y si el dicho mensajero no se
hubiera ido inmediatamente, habría sido expulsado, aunque no por orden mía. En
cuanto a lo que me pidió saber el conde, que a quién quería Dios que
obedeciera, respondí que no lo sabía. Pero le dije varias cosas más que no
quedaron escritas. Y yo creo en nuestro señor el Papa que está en Roma.
EL OBISPO. - ¿Entonces por qué escribiste que darías respuesta a este hecho en otro lugar, si crees en el papa que está en Roma?
JUANA. - La respuesta que le di fue sobre otras cuestiones, además del asunto de los tres Soberanos Pontífices.
EL OBISPO. - ¿Dijiste no obstante que, sobre los tres Soberanos Pontífices, tendrías algún consejo para el conde?
JUANA. - Nunca escribí ni hice que nadie escribiera sobre las acciones de los tres Soberanos Pontífices. En nombre de Dios, juro que nunca escribí ni hice que se escribiera nada al respecto…
Pero el mal ya estaba hecho, y no haber contestado inmediatamente al conde de Armagnac que el verdadero para era el de Roma (como creían los ingleses), selló el destino de Juana, que tan sólo dos meses después, el 31 de mayo de 1431 fue quemada en la hoguera por los esbirros del duque de Bedford…
Vale, esa es la relación entre el papa Luna y Juana de Arco, pero ¿dónde encaja el príncipe de Viana en este enrevesadísimo asunto? Pues resulta que el conde Juan IV de Armagnac se había casado en 1419 nada menos que con Isabel, la hija menor de Carlos III el Noble de Navarra.
El hijo mayor de Juan IV e Isabel de Navarra se llamó también Juan, y sucedió a su padre en 1450. Pasaría a la historia fundamentalmente por cometer incesto con su hermana menor, Isabel, con la que incluso llegó a casarse y con la que tuvo dos hijos, motivo por el que fue excomulgado y perseguido luego por el rey Carlos VII de Francia, teniendo que cruzar la frontera para salvar la vida, refugiándose en Barcelona, donde precisamente le amparó su primo carnal: el príncipe de Viana, que lo recibió muy cortésmente en Barcelona –donde por aquel entonces pugnaba contra su padre por volver a Navarra- en mayo del año 1460.
Carlos dirigió también cartas en favor de Juan a distintos nobles franceses, como los condes de la Marche y de Charolais o el duque de Borbón. Asimismo, se conserva otra carta enviada al duque de Milán Francesco Sforza, recomendándole a su primo, a quien consideraba «el mejor y más leal de sus parientes».
Así que en los Armagnac, relacionados con mis tres personajes medievales predilectos y aparentemente tan dispares, estriba pues el nexo entre el papa Luna, Juana de Arco y el príncipe Carlos de Viana.
Tres outsiders a quienes la posteridad ha tratado bastante mejor que su propia época, pues la misma Iglesia que la quemó luego canonizó a Juana y santa sigue siendo hoy en día. Y el príncipe de Viana fue considerado santo también durante siglos en Cataluña, y aunque ya no sea estimado así, su memoria es venerada hoy en día en Navarra como símbolo de la justicia y la razón perseguidas, de manera que no hay casi localidad que no lo recuerde con una calle o un centro cultural, mientras que a su padre, el taimado Juan II, nadie lo recuerda entre las mugas forales más que para maldecirle. Sólo falta por tanto que Pedro de Luna sea rehabilitado por el Vaticano, de lo cual parecen haberse dado ya los primeros pasos, para que mi santísima trinidad histórica esté por fin completa.
“El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...”
© MIKEL
ZUZA VINIEGRA, 2023