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PAMPLONA POETICA

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A pesar de que hoy nos pueda costar creerlo, Pamplona fue, en esa Edad Media que tantos se empeñan actualmente en tildar de “oscura”, lugar de ensoñación para literatos extranjeros muy destacados.

Sí: parece mentira pero hubo  poetas que creyeron que esta ciudad nuestra tan bronca -siempre derribamurallas, arboricida y parkingzale, que cree que es mejor tener bajo tierra Renaults Clio que termas romanas o cementerios musulmanes, que se mea en sus paisajes históricos, en el ICOMOS y en el Sursum Corda con tal de seguir levantando torres setenteramente horrendas, y que olvida veinte siglos de historia para promocionar únicamente unas fiestas sin igual que ya cansan durando 8 días, pero que las “cabezas pensantes” pretenden extender a los 357 días del año restantes, magalufizando a vecinos y residentes sin piedad alguna- sí que merecía ser recordada entre versos líricos y épicos de primera categoría. 

 

Dibujo de J.J. Montoro Sagasti - año 1933
  

Sólo son dos pequeñas citas, pero muy significativas. La primera de ellas en la novela de Chretien de Troyes “Lancelot, el caballero de la carreta”, escrita hacia 1181 por encargo de la condesa María de Champaña, la abuela de nuestro rey trovador, Teobaldo I.

El caballero de la Mesa Redonda, Lancelot (o Lanzarote, en castellano) debe rescatar a la mujer de su señor, el rey Arturo, Ginebra, secuestrada por el malvado Meleagant. Para lograrlo irá enfrentándose a distintas pruebas iniciáticas como la que da nombre a la novela, porque estaba muy mal visto que un caballero montase en una mísera carreta, y con tal de cumplir su misión Lancelot no duda en hacerlo, sacrificándose por su dama (pues ambos son amantes) pero siendo repudiado por el resto de caballeros.

Pues bien, entre los versos 1868-1882 se cuenta:

 1868      Le Chevalier après le moine

1869      Pénètre dans le cimetière. Il y voit les plus beaux tombeaux

1870      Qu'on pourrait trouver d'ici jusqu'au pays de Dombes,

1871      Et de là jusqu'à Pampelune.

1872      Sur chacun était gravé un nom

1873      Servant à désigner

1874      Celui qui un jour y serait couché.

1875      Et le Chevalier se mit à lire en silence

1876      Les épitaphes une à une.

1877      Il déchiffra: Ici reposera Gauvain,

1878      Ici Louis, ici Yvain.

1879      Plus loin il a lu les noms

1880      De bien d'autres chevaliers émérites,

1881      Les meilleurs et les plus connus,

1882      De cette terre et d'ailleurs.

 

1868 El caballero Lancelot, tras el monje,

1869 entró en el cementerio. Vio allí las tumbas más hermosas

1870 que podríamos encontrar desde aquí hasta la tierra de Dombes,

1871 y desde allí hasta Pamplona.

1872 En cada una se grabó un nombre

1873 usado para designar

1874 al que algún día yacería allí.

1875 Y el caballero empezó a leer en silencio

1876 ​​los epitafios uno por uno.

1877 Descifró: Aquí descansará Gawain,

1878 Aquí lo hará Louis, aquí Yvain.

1879 Además leyó los nombres

1880 de muchos otros caballeros famosos,

1881 los mejores y más conocidos

1882 de estas tierras y de otras partes...

Pamplona aparece sólo por tanto como referencia de distancia, como un lugar lejanísimo –visto desde Champaña, claro está- y como hito geográfico frente al país de Dombes, principado al norte de la ciudad de Lyon, en la frontera con los Alpes cuya etimología ha ido variando a lo largo del tiempo entre región baja, país de la niebla, país cubierto de madera, túmulo o país de las tumbas, que sería la acepción que mejor encajaría con lo que vemos que narra el poema. 

  

En cualquier caso, aunque hoy en día podamos resultar bastante escépticos respecto al carácter especial de nuestra ciudad, lo que se buscaría es destacar ese supuesto “exotismo” de la recóndita Pamplona, el lugar más allá de los Pirineos donde el emperador Carlomagno había sufrido su más terrible derrota.

Pero ese carácter ignoto lo perdería muy pronto en la corte de Champaña, pues la condesa María, por ser hija de Leonor de Aquitania (otra amante de las novelas de caballería), era también medio hermana de Ricardo Corazón de León, que en 1190 se acabaría casando con la infanta Berenguela de Navarra, hija de Sancho el Sabio. Pero la relación entre Champaña y Navarra quedó verdaderamente sellada con el matrimonio entre el hijo de María, Enrique el joven, con la hermana de Berenguela: Blanca de Navarra, madre del futuro rey de Navarra, el ya mencionado Teobaldo I, que con estos antepasados tan literarios y tan de leyenda, no es extraño que saliese tan buen trovador.

Tres siglos después, hacia 1460, el caballero flamenco Georges Chastelain, consejero, cronista y poeta de renombre en la corte de su señor Felipe el Bueno, duque de Borgoña, también entretejió versos con una remembranza a Pamplona en un poema alegórico titulado “L’oultré d’amour” (El indignado contra el amor), si bien es justo reconocer que en este caso influye mucho la fácil rima que en francés se produce entre “lune” (luna) y Pampelune (Pamplona). Aunque también la cita esconde una realidad menos conocida.

Porque resulta que Agnes de Kleves, sobrina del citado duque, vino a casarse con el heredero de la corona navarra: Carlos de Viana, y que pudo por tanto George Chatelain formar parte de la nutrida comitiva (comandada por su hermano, Johan de Cleves, que aprovechó el viaje para peregrinar después a Santiago) que acompañó a la princesa desde Flandes en el verano de 1439, o quizás de una de las múltiples visitas de viajeros borgoñones que en los años siguientes se produjeron, pudiendo conocer de primera mano la riqueza y lujo de la corte navarra, aunque frente al de la corte de Borgoña, cualquier otro de Europa palideciera. 

 

Georges Chatelain presenta su libro al duque de Borgoña, Carlos el Temerario

Pero precisamente la alusión que hace en su poema permite suponer que la vida en los palacios reales navarros no tenía nada que envidiar a los del duque de Borgoña, y que por tanto en Flandes se sabía/ se creía que el Reino de Navarra era riquísimo. Desde luego que un funcionario muy cercano al duque de Borgoña expresase tal opinión en uno de sus poemas, necesariamente quiere decir que la pompa y fasto alcanzados en la corte de los príncipes navarros era digna de ser señalada. 

El viajero alemán Sebastián de Ilsung cumplimenta a los príncipes de Viana en el palacio de Olite, año 1446

 

La visita más famosa de un borgoñón se produjo en 1446, cuando Jacques de Lalaing, considerado el mejor caballero de su tiempo recaló en la corte navarra. Me ocupé de ella en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar”, así que quien esté interesado podrá conocerla más extensamente leyéndolo. Pero no me resisto a poneros el fragmento más “guiri del año” del Livre des faits du bon chevalier messire Jacques de Lalaing (Libro de los hechos del buen caballero Jacques de Lalaing):

Entonces partieron todos juntos y montándose en sus caballos y mulas llegaron hasta el palacio, donde se apearon; pero bien podéis creer y saber que al pasar mi señor Jacques por las calles de Pamplona, yendo a palacio, puertas y ventanas estaban abiertas y llenas de damas y doncellas, burgueses y menos pudientes, para ver pasar a mi señor Jacques y su compañía. Y esto no debe extrañar a nadie, porque era él uno de los más bellos y jóvenes caballeros de su tiempo; e iba además muy ricamente vestido, con su ropa cargada de orfebrería.

Él era alto y fuerte, con todos sus miembros bien formados, bien parecido y agradable, dulce, amable y cortés; era un hombre valiente y nada había en él que desagradase a la vista. Quienes le veían pasar, tomaban placer en mirarle. Sobre todo las señoras y las doncellas; y es de creer que algunas de ellas lo hubiesen querido cambiar por sus maridos si hubieran podido hacerlo.

Así cabalgó mi señor Jacques por las calles de Pamplona, hasta que llegó ante el palacio, donde bajó de su caballo. Luego él, y aquellos que le acompañaban, entraron dentro del palacio, donde encontraron al príncipe y a la princesa, junto con gran número de caballeros y damas que les acompañaban. Él les hizo la reverencia, y ellos le dijeron que fuese muy bienvenido: él y toda su compañía.

“Mi señor Jacques –dijo el príncipe– vendréis a oír la misa con nosotros; luego, después de escuchada la misa, hablaremos con vos.” Mi señor Jacques respondió: Monseñor, cúmplase vuestro deseo”.

El príncipe entró primero entonces en su capilla; y la princesa, llevando a mi señor Jacques de la mano, entró después que él, y así oyeron la misa los tres juntos. Luego, terminada la misa, salieron de la capilla y entraron en una rica cámara, muy noblemente cubierta de tapices, donde el príncipe y la princesa, los altos barones, los señores y el Consejo, se sentaron. E igualmente, por orden del príncipe se sentó mi señor Jacques entre todos ellos.”

Durante décadas muchos autores defendieron precisamente que fue el propio Chatelain quien redactó el libro sobre las hazañas de Jacques de Lalaing, aunque ahora se cree que no fue él. Desde luego no hay constancia de que Chatelain estuviera por esos años en Navarra, aunque sí de que residía en la vecina corte de Francia, así que si él mismo no acudió en persona, pudo conocer de labios de compatriotas borgoñones esa fama suntuaria de la corte de los príncipes de Viana, abruptamente finalizada con la muerte de la princesa Agnes en 1448. 

Pero volviendo al poema de Chatelain, su alambicado argumento podría resumirse en como un caballero y su escudero alegan distintas razones a favor y en contra del amor, teniendo en cuenta que la mujer amada por el caballero –“dama de maravillosa belleza y gran nobleza”- acaba de morir tras nueve años de felicidad común. La amargura del caballero intenta ser consolada por los argumentos del escudero, que le invita a no eternizar su duelo. Finalmente serían los caballeros y damas que escuchasen el poema quienes decidiesen en uno de los conocidos como “juicios de amor” qué postura era la más honorable y adecuada para que adoptara el protagonista.

Y al describir la tristeza del caballero que ha perdido a su gran amor, es cuando Chatelain saca a relucir Pamplona, cuyas riquezas no bastarían para consolarlo:  

Triste là plus dessous la lune,

en quoi tout l'or de Pampelune,

ne du monde pour abregier,

ne suffiroit pour l'alegier.

 

Triste quedó allí, bajo la luna,

cuando ni todo el oro de Pamplona,

ni el del mundo entero, por abreviar,

sería suficiente para aliviar su pena.

Así que hemos visto al mejor caballero de ficción (Lancelot du Lac) y a dos de los mejores caballeros que sí existieron (Jacques de Lalaing y Georges Chastellain) haciendo guiños literarios a la casi siempre hosca ciudad de Pamplona, lo cual les agradezco vivamente, porque no es esta, evidentemente, tierra que permita demasiadas inspiraciones poéticas. Pero como los buenos sólo ganan en las películas, convendrá advertir que los dos caballeros reales murieron ambos en batalla, siempre al servicio de los duques de Borgoña.

Jacques durante la Revuelta de la ciudad de Gante, el 3 de julio de 1453, luchando por Felipe el Bueno. Su armadura, su lanza y su espada nada pudieron hacer contra la bala de cañón lanzada por los defensores del castillo de Poucques, que destrozó aquel cuerpo tan admirado por las pamplonesas. En cuanto a Georges, murió en el asedio de Neuss, en 1475, al servicio del nuevo duque: Carlos el Temerario.

Sic transit gloria mundi…  




®MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023



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