Uxue. Primavera del año 1376.
No hay mejor sitio para ver la llegada de los peregrinos que aquel, pues quitando al viejo rey, que parece meditar allá al lado, en su trono, es el pequeño Petruquet quien, escondido bajo la mesa que sirve de altar a la virgen, puede observar en primera fila como todos van acercándose a besar los pies de Santa María de Uxue.
Y es que ser hijo del sacristán que cuida del santuario tiene estos privilegios, que lo mismo le sirven para burlar las pesadas salmodias de los oficiantes, que la rígida vigilancia de la escolta real, siempre atenta para custodiar a don Carlos II.
Así que Petruquet se vale de su conocimiento de cada pasadizo, de cada torre y de cada bóveda para alcanzar siempre los mejores sitios, aunque reconoce que nunca ha estado en lugar tan honorable como el de hoy, oculto tras los cortinajes de gala, justo entre Nuestra Señora y el rey de Navarra. Pero la ocasión sin duda lo merece, porque se celebra la romería mayor, aquella que congrega a los habitantes de todas las poblaciones importantes de la zona.
Y desde su excepcional atalaya -con un poco de miedo a que su padre lo descubra, eso sí- va contemplando Petruquet como se aproximan a ofrecer a su patrona todo lo que buenamente pueden. Y aunque muchos de ellos van entunicados y con su rostro totalmente cubierto, el niño apuesta consigo mismo a que acierta de dónde proviene cada uno. Los que llevan en sus manos pan blanco de excelente trigo son de Tafalla, seguro. Y los que traen brillantes redomas de exquisito vino tinto, vienen indudablemente de San Martín de Unx. Los que traen panales y dulce miel serán los de Beire. Los que traen relucientes madrillas pescadas en la balsa de Sabasán, de Pitillas y Santacara. Y estos otros que traen espárragos fritos vienen de Murillo el Fruto, y más que para la virgen los traen para don Carlos, que una vez los comió así condimentados en el nobilísimo hostal Txapi-Txuri, y desde entonces mucho le gusta repetir este plato.
Pero aquel otro peregrino encapuchado que se acerca no hay forma de saber de dónde viene, pues sus manos están vacías, y aún así no se detiene. Y cuando ya está casi frente al rey, ve Petruquet que saca de su escarcela una daga de reluciente acero. Y sólo él ha podido verla, pues muy bien la oculta entre los pliegues de su túnica, hasta que la levanta repentinamente presto a descargarla sobre el inerme soberano.
Y del puro susto se levanta también el niño que, golpeando con su cabeza el tablero bajo el que se esconde, hace tambalearse de tal modo la imagen de Santa María, que la hace caer sobre don Carlos en el preciso momento en el que el puñal del misterioso peregrino buscaba el corazón del rey, aunque lo único que encuentra es la dura madera de aliso en la que está tallada la virgen de Uxue.
Y rápidamente se le echan encima todos los miembros de la guardia para reducirlo. Y la daga aún se cimbrea clavada en la estatua, pero don Carlos, que la tiene en brazos, sólo tiene ojos para el rostro de Santa María, que lo mira con el mismo gesto de dulzura y comprensión con que cualquier madre mira a su hijo, aunque -con poco fundamento- vengan a decirle que ha sido siempre éste muy, pero que muy Malo...
Y el pomo del puñal delata la procedencia del frustrado asesino, pues en él campean orgullosas las flores de lis, con lo que todos llegan a la acertada conclusión de que es el maldito Carlos V de Francia quien ha enviado a aquel esbirro para acabar con la vida de su archienemigo el rey de Navarra. Y lleva al cuello aquel criminal una medalla de la virgen de Rocamador, que es santuario muy famoso al otro lado de los Pirineos.
Pero de poco le ha valido, que aunque ahora haya teólogos en Roma y en Avignon que defiendan que todas son la misma, no hace falta ser muy ducho en doctrina cristiana para discernir que no hay virgen en todo el orbe más poderosa que la de Uxue. Más incluso que Notre Dame de París. Y eso lo conocen perfectamente todos los allá congregados, y también el que esto escribe, sin necesidad además de haber pasado años estudiando en seminarios y facultades para saberlo...
Y como ha quedado la talla de Santa María un tanto maltrecha por su providencial intervención, promete don Carlos cubrirla de plata, y ornar su trono con la medalla y el escudo del traicionero rey que portaba el bandido que quiso acabar con su vida. Y también hará incluir las armas de Navarra, y ya que le debe el suyo propio -y un caballero debe cumplir siempre su palabra-, jura igualmente que dejará su corazón junto a su benefactora para que la acompañe desde el mismo momento de su muerte y hasta el día del Juicio Final .
Y por supuesto no olvida tampoco al buen Petruquet, al que nombra en aquel mismo momento capitán honorario de su escolta y alcalde perpetuo de la villa de Uxue, aunque ésto para cuando alcance la mayoría de edad. Y escribe para el niño de su propio puño y letra un salvoconducto sellado con su sello regio, permitíendole acceder cuando guste a todos los rincones del santuario, sin que ningún engreído prior se atreva a importunarle jamás, bajo pena muy severa de destierro.
Y como habrá quien dude de la veracidad de lo recién contado, sean mis testigos Santa María de Uxue, el corazón del rey don Carlos II de Navarra y hasta el espíritu de Petruquet, que anda todavía por allá, guardando aquellos maravillosos lugares...
© Mikel Zuza Viniegra, 2013
La foto de los escudos y la medalla es de Mikel Burgui en su blog: http://ujue-uxue.blogspot.com.es/2011/03/ujue-en-el-camino-de-santiago.html
Foto sacada de la web: http://pastasurrutia.blogspot.com |
No hay mejor sitio para ver la llegada de los peregrinos que aquel, pues quitando al viejo rey, que parece meditar allá al lado, en su trono, es el pequeño Petruquet quien, escondido bajo la mesa que sirve de altar a la virgen, puede observar en primera fila como todos van acercándose a besar los pies de Santa María de Uxue.
Y es que ser hijo del sacristán que cuida del santuario tiene estos privilegios, que lo mismo le sirven para burlar las pesadas salmodias de los oficiantes, que la rígida vigilancia de la escolta real, siempre atenta para custodiar a don Carlos II.
Así que Petruquet se vale de su conocimiento de cada pasadizo, de cada torre y de cada bóveda para alcanzar siempre los mejores sitios, aunque reconoce que nunca ha estado en lugar tan honorable como el de hoy, oculto tras los cortinajes de gala, justo entre Nuestra Señora y el rey de Navarra. Pero la ocasión sin duda lo merece, porque se celebra la romería mayor, aquella que congrega a los habitantes de todas las poblaciones importantes de la zona.
Y desde su excepcional atalaya -con un poco de miedo a que su padre lo descubra, eso sí- va contemplando Petruquet como se aproximan a ofrecer a su patrona todo lo que buenamente pueden. Y aunque muchos de ellos van entunicados y con su rostro totalmente cubierto, el niño apuesta consigo mismo a que acierta de dónde proviene cada uno. Los que llevan en sus manos pan blanco de excelente trigo son de Tafalla, seguro. Y los que traen brillantes redomas de exquisito vino tinto, vienen indudablemente de San Martín de Unx. Los que traen panales y dulce miel serán los de Beire. Los que traen relucientes madrillas pescadas en la balsa de Sabasán, de Pitillas y Santacara. Y estos otros que traen espárragos fritos vienen de Murillo el Fruto, y más que para la virgen los traen para don Carlos, que una vez los comió así condimentados en el nobilísimo hostal Txapi-Txuri, y desde entonces mucho le gusta repetir este plato.
Foto de Andiaga. Sacada de la web: http://www.pueblos-espana.org/navarra/navarra/ujue/303430/ |
Pero aquel otro peregrino encapuchado que se acerca no hay forma de saber de dónde viene, pues sus manos están vacías, y aún así no se detiene. Y cuando ya está casi frente al rey, ve Petruquet que saca de su escarcela una daga de reluciente acero. Y sólo él ha podido verla, pues muy bien la oculta entre los pliegues de su túnica, hasta que la levanta repentinamente presto a descargarla sobre el inerme soberano.
Y del puro susto se levanta también el niño que, golpeando con su cabeza el tablero bajo el que se esconde, hace tambalearse de tal modo la imagen de Santa María, que la hace caer sobre don Carlos en el preciso momento en el que el puñal del misterioso peregrino buscaba el corazón del rey, aunque lo único que encuentra es la dura madera de aliso en la que está tallada la virgen de Uxue.
Y rápidamente se le echan encima todos los miembros de la guardia para reducirlo. Y la daga aún se cimbrea clavada en la estatua, pero don Carlos, que la tiene en brazos, sólo tiene ojos para el rostro de Santa María, que lo mira con el mismo gesto de dulzura y comprensión con que cualquier madre mira a su hijo, aunque -con poco fundamento- vengan a decirle que ha sido siempre éste muy, pero que muy Malo...
Y el pomo del puñal delata la procedencia del frustrado asesino, pues en él campean orgullosas las flores de lis, con lo que todos llegan a la acertada conclusión de que es el maldito Carlos V de Francia quien ha enviado a aquel esbirro para acabar con la vida de su archienemigo el rey de Navarra. Y lleva al cuello aquel criminal una medalla de la virgen de Rocamador, que es santuario muy famoso al otro lado de los Pirineos.
Pero de poco le ha valido, que aunque ahora haya teólogos en Roma y en Avignon que defiendan que todas son la misma, no hace falta ser muy ducho en doctrina cristiana para discernir que no hay virgen en todo el orbe más poderosa que la de Uxue. Más incluso que Notre Dame de París. Y eso lo conocen perfectamente todos los allá congregados, y también el que esto escribe, sin necesidad además de haber pasado años estudiando en seminarios y facultades para saberlo...
Y como ha quedado la talla de Santa María un tanto maltrecha por su providencial intervención, promete don Carlos cubrirla de plata, y ornar su trono con la medalla y el escudo del traicionero rey que portaba el bandido que quiso acabar con su vida. Y también hará incluir las armas de Navarra, y ya que le debe el suyo propio -y un caballero debe cumplir siempre su palabra-, jura igualmente que dejará su corazón junto a su benefactora para que la acompañe desde el mismo momento de su muerte y hasta el día del Juicio Final .
Y por supuesto no olvida tampoco al buen Petruquet, al que nombra en aquel mismo momento capitán honorario de su escolta y alcalde perpetuo de la villa de Uxue, aunque ésto para cuando alcance la mayoría de edad. Y escribe para el niño de su propio puño y letra un salvoconducto sellado con su sello regio, permitíendole acceder cuando guste a todos los rincones del santuario, sin que ningún engreído prior se atreva a importunarle jamás, bajo pena muy severa de destierro.
Y como habrá quien dude de la veracidad de lo recién contado, sean mis testigos Santa María de Uxue, el corazón del rey don Carlos II de Navarra y hasta el espíritu de Petruquet, que anda todavía por allá, guardando aquellos maravillosos lugares...
© Mikel Zuza Viniegra, 2013
La foto de los escudos y la medalla es de Mikel Burgui en su blog: http://ujue-uxue.blogspot.com.es/2011/03/ujue-en-el-camino-de-santiago.html