Garde, Roncal. 4 de mayo de 1468
-Oye, majico, ¿por qué no te vas a dar la lata a otro lado, que estábamos muy tranquilos hasta que has aparecido?
-Este es mi pueblo, así que deberíais ser vosotros quienes os fueseis.
-Lo tienes todo, chaval: pesadico, respondón, soberbio...
-Eso dicen, sí.
-¿Y no tienes otra cosa que hacer?
-Hasta más tarde, no. Ya he llevado las ovejas al prado, y sólo he de volver a por ellas cuando caiga la noche. Así que mientras tanto puedo molestar a los viajeros todo lo que quiera.
-¿Y si te doy una patada en el culo que te mando hasta ese nogal recién plantado allá abajo, junto al río?
-¡Pero si estamos en la puerta de la iglesia!, me parece que muy lejos os queda el Gardalar. Además, algún otro lo ha intentado ya, pero se ha llevado buenos palos de mi vara. No creais que es muy distinto guiar corderos que hombres...
-¿Pero has visto el descaro de este crío? ¿Cuántos años tienes?
-Ocho, pero dicen que aparento diez. Pedrico me llamo, por más señas.
-¿Por qué no le das unos regalices para que nos deje en paz de una vez?
-Me los he dejado en el carro, y tampoco llevo una mísera moneda ahuyenta-cansos. ¡Espera, no recordaba que llevaba esto aún en el bolsillo!
-¿Y qué es eso?
-Algo que le gusta a cualquier destalentado en pantalones cortos. Verás...
-Pueden vuesas mercedes guardarse su dinero, que soy hijo de hidalgo y no falta en nuestra casa nunca ni buen pan recién horneado ni un trozo de jugoso queso...
-Te alabo el gusto, mocé, pero no es dinero ni comida lo que te ofrezco si sales escopeteado de aquí y nos dejas ver tu pueblo a nuestras anchas.
-Si lo hago será por la dama que os acompaña, que me parece bien guapa y dispuesta, pero si estuvierais sólo vos, os hubiera puesto yo en fuga, igual que con mis compañeros he hecho huir ya a unos cuantos maestros de escuela.
-Ya me lo imagino, ya, y no me parece nada bien que hagáis tal necedad con quien sólo pretende desasnaros, pero como tienes buen gusto para las damas y ya me estás hartando, voy a enseñarte yo algo que no habrás visto nunca, pues viene de la lejana China milenaria. ¿Sabes donde está el Catay?
-Y yo qué sé. Más allá de Isaba estará...
-¡Ay, si te oyese el gran Kan! Te haría picadillo y te convertiría en albondigones...
-Tampoco sé quién es el can ese que decís. Pero no creo que sea más grande que mi mastín. Que venga, que venga a por mí y veremos quien queda hecho albondigones...
-No se arredra el muchacho, ¿eh?
-¡No le des tú alas, encima! Claro, como te ha llamado guapa ya no te parece tan fastidioso. Pero venga, vamos a quitárnoslo de encima de una vez. ¿Sabes lo que es esto, arrapiezo?
-Unos canuticos parecen. Y les salen como hilos por uno de sus extremos...
-Esto, mozo ignorante, es el arma más poderosa que ha inventado el hombre desde los tiempos de la catapulta romana.
-¿Esto? Mucho más me fío yo de un buen cayado o de la una afilada espada...
-Pues te equivocas. ¿Ves esta bosta de vaca tan hermosa que tenemos aquí? Pues sí introducimos en ella uno de estos sofisticados instrumentos y le aplicamos fuego, mira qué ocurre...
-¡Mira que eres bobo, nos has puesto perdidos a todos con tu explosión!
-Perdona mujer, que no sabía yo que eran tan potentes. Se los requisé el otro día a mi sobrino para que dejase de tentar las gónadas con ellos y pensaba que eran tan flojos como los de cuando yo era crío. Pero ya le contaré yo un cuento en cuanto lo agarre... De todas maneras fíjate en Pedrico, se ha quedado boquiabierto. Si sabré yo que los petardos no fallan nunca con los de estas edades...
-Oiga, señor, ¿y pueden también estos cacharricos volar cosas menos blandas que el estiércol?
-Si pones una buena cantidad de pólvora debajo, no hay castillo, por mucha piedra berroqueña en la que esté construido, que se resista. Hala, tómalos y vete a buscar otros visitantes a quienes corromper. Si alguna vez llegas a alcanzar título de nobleza, creo que Conde de Cansalmas sin duda serás nombrado. ¿No te parece a ti también?
-¡Deja tranquilo al mocete! Míralo que contento se va con los petardos...
-Eso, eso: que se vaya bien lejos en buena hora. Y vos y yo, ¿dónde lo habíamos dej...?
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOUM!!!!!!!!
-¿Pero cómo ha podido ponerlos y encenderlos sin que nos diésemos cuenta? ¡Menudo susto nos ha dado!
-Será que ha nacido este buen Pedrico de Garde para rey de los artilleros. Míralo cómo se ríe allá lejos...
-¡Me cago en tu padre, chaval!
-¡Hidalgo es, ya os lo dije antes!
-¡Muetico, nunca te fíes de Fernando el Católico!
-¿Y eso? ¿Qué dices?
-No sé. Un momento de clarividencia ha debido ser...
-Pues podía darte lo mismo para acertar siempre las apuestas en los torneos, maja...
-A los que luchan a la vera del río Sadar ya les acierto siempre el resultado: derrota segura.
-¡Es que para eso no hacen falta poderes hechiceriles, que con padecer su desdichado juego una vez tras otra basta! Algo mejor nos iría si el condottiero que los manda tuviese la rasmia de este Pedrico de Garde y no el desvahido txakolívizcaíno que parece correr por sus venas. En fin, que le den por riáu a ese pequeño demonio y vamos al Erdialde a adecentarnos un poco, que talmente parece que hemos salido de un atroje de fiemo...
Y ya casi de anochecida, cuando abandonan Garde a los sones de la marcha "Portsmouth", un aire marcial y pinturero muy bien compuesto por don Mikel de Landazarra, vuelve al pueblo con sus ovejas el rocoso infante, que les saluda llevando su mano derecha a la sien, como si fuese un general, y aquel rebaño su ejército.
Y no dudan los dos viajeros que llegará aquel crío tan lejos en esos menesteres guerreros, como enorme se hará el nogal plantado junto al Gardalar. Y que se hará tan famoso aquél movidísimo mocete que hasta acabará dando nombre a la avenida donde paraban antiguamente las diligencias en Pamplona...
© Mikel Zuza Viniegra, 2013
Garde. Foto sacada de la web: http://www.cityguidesblog.com/el_valle_del_roncal_en_navarra |
-Oye, majico, ¿por qué no te vas a dar la lata a otro lado, que estábamos muy tranquilos hasta que has aparecido?
-Este es mi pueblo, así que deberíais ser vosotros quienes os fueseis.
-Lo tienes todo, chaval: pesadico, respondón, soberbio...
-Eso dicen, sí.
-¿Y no tienes otra cosa que hacer?
-Hasta más tarde, no. Ya he llevado las ovejas al prado, y sólo he de volver a por ellas cuando caiga la noche. Así que mientras tanto puedo molestar a los viajeros todo lo que quiera.
-¿Y si te doy una patada en el culo que te mando hasta ese nogal recién plantado allá abajo, junto al río?
-¡Pero si estamos en la puerta de la iglesia!, me parece que muy lejos os queda el Gardalar. Además, algún otro lo ha intentado ya, pero se ha llevado buenos palos de mi vara. No creais que es muy distinto guiar corderos que hombres...
-¿Pero has visto el descaro de este crío? ¿Cuántos años tienes?
-Ocho, pero dicen que aparento diez. Pedrico me llamo, por más señas.
-¿Por qué no le das unos regalices para que nos deje en paz de una vez?
-Me los he dejado en el carro, y tampoco llevo una mísera moneda ahuyenta-cansos. ¡Espera, no recordaba que llevaba esto aún en el bolsillo!
-¿Y qué es eso?
-Algo que le gusta a cualquier destalentado en pantalones cortos. Verás...
-Pueden vuesas mercedes guardarse su dinero, que soy hijo de hidalgo y no falta en nuestra casa nunca ni buen pan recién horneado ni un trozo de jugoso queso...
-Te alabo el gusto, mocé, pero no es dinero ni comida lo que te ofrezco si sales escopeteado de aquí y nos dejas ver tu pueblo a nuestras anchas.
-Si lo hago será por la dama que os acompaña, que me parece bien guapa y dispuesta, pero si estuvierais sólo vos, os hubiera puesto yo en fuga, igual que con mis compañeros he hecho huir ya a unos cuantos maestros de escuela.
-Ya me lo imagino, ya, y no me parece nada bien que hagáis tal necedad con quien sólo pretende desasnaros, pero como tienes buen gusto para las damas y ya me estás hartando, voy a enseñarte yo algo que no habrás visto nunca, pues viene de la lejana China milenaria. ¿Sabes donde está el Catay?
-Y yo qué sé. Más allá de Isaba estará...
-¡Ay, si te oyese el gran Kan! Te haría picadillo y te convertiría en albondigones...
-Tampoco sé quién es el can ese que decís. Pero no creo que sea más grande que mi mastín. Que venga, que venga a por mí y veremos quien queda hecho albondigones...
-No se arredra el muchacho, ¿eh?
-¡No le des tú alas, encima! Claro, como te ha llamado guapa ya no te parece tan fastidioso. Pero venga, vamos a quitárnoslo de encima de una vez. ¿Sabes lo que es esto, arrapiezo?
-Unos canuticos parecen. Y les salen como hilos por uno de sus extremos...
-Esto, mozo ignorante, es el arma más poderosa que ha inventado el hombre desde los tiempos de la catapulta romana.
-¿Esto? Mucho más me fío yo de un buen cayado o de la una afilada espada...
-Pues te equivocas. ¿Ves esta bosta de vaca tan hermosa que tenemos aquí? Pues sí introducimos en ella uno de estos sofisticados instrumentos y le aplicamos fuego, mira qué ocurre...
-¡Mira que eres bobo, nos has puesto perdidos a todos con tu explosión!
-Perdona mujer, que no sabía yo que eran tan potentes. Se los requisé el otro día a mi sobrino para que dejase de tentar las gónadas con ellos y pensaba que eran tan flojos como los de cuando yo era crío. Pero ya le contaré yo un cuento en cuanto lo agarre... De todas maneras fíjate en Pedrico, se ha quedado boquiabierto. Si sabré yo que los petardos no fallan nunca con los de estas edades...
-Oiga, señor, ¿y pueden también estos cacharricos volar cosas menos blandas que el estiércol?
-Si pones una buena cantidad de pólvora debajo, no hay castillo, por mucha piedra berroqueña en la que esté construido, que se resista. Hala, tómalos y vete a buscar otros visitantes a quienes corromper. Si alguna vez llegas a alcanzar título de nobleza, creo que Conde de Cansalmas sin duda serás nombrado. ¿No te parece a ti también?
-¡Deja tranquilo al mocete! Míralo que contento se va con los petardos...
-Eso, eso: que se vaya bien lejos en buena hora. Y vos y yo, ¿dónde lo habíamos dej...?
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOUM!!!!!!!!
-¿Pero cómo ha podido ponerlos y encenderlos sin que nos diésemos cuenta? ¡Menudo susto nos ha dado!
-Será que ha nacido este buen Pedrico de Garde para rey de los artilleros. Míralo cómo se ríe allá lejos...
-¡Me cago en tu padre, chaval!
-¡Hidalgo es, ya os lo dije antes!
-¡Muetico, nunca te fíes de Fernando el Católico!
-¿Y eso? ¿Qué dices?
-No sé. Un momento de clarividencia ha debido ser...
-Pues podía darte lo mismo para acertar siempre las apuestas en los torneos, maja...
-A los que luchan a la vera del río Sadar ya les acierto siempre el resultado: derrota segura.
-¡Es que para eso no hacen falta poderes hechiceriles, que con padecer su desdichado juego una vez tras otra basta! Algo mejor nos iría si el condottiero que los manda tuviese la rasmia de este Pedrico de Garde y no el desvahido txakolívizcaíno que parece correr por sus venas. En fin, que le den por riáu a ese pequeño demonio y vamos al Erdialde a adecentarnos un poco, que talmente parece que hemos salido de un atroje de fiemo...
Y ya casi de anochecida, cuando abandonan Garde a los sones de la marcha "Portsmouth", un aire marcial y pinturero muy bien compuesto por don Mikel de Landazarra, vuelve al pueblo con sus ovejas el rocoso infante, que les saluda llevando su mano derecha a la sien, como si fuese un general, y aquel rebaño su ejército.
Y no dudan los dos viajeros que llegará aquel crío tan lejos en esos menesteres guerreros, como enorme se hará el nogal plantado junto al Gardalar. Y que se hará tan famoso aquél movidísimo mocete que hasta acabará dando nombre a la avenida donde paraban antiguamente las diligencias en Pamplona...
D. Pedro Navarro, Conde de Oliveto. Estatua esculpida por Fructuoso Orduna en Garde. |