Castillo de Lasaga, Ostabat (Ultrapuertos), 26 de diciembre de 1392
No hay manera de calentar este condenado salón. Ni aun quemando en la chimenea todos los árboles de la castellanía de San Juan podría conseguirse.
Así que te arrebujas en la manta de piel para atrapar hasta la última brizna de calor que puedan anhelar tus viejos huesos. Y solo, como siempre, buscas en las crepitantes llamas el recuerdo de lo que un día fuiste: don Pierres de Lasaga, caballero principalísimo de Navarra, héroe de Albania, embajador del rey Carlos II en Avignon y el Bearne, diestro guerrero en Portugal, chambelán de Su Alteza el rey Carlos III, y finalmente pariente cercano de ambos por tu matrimonio con Juana, la hija de don Luis de Beaumont, hermano del primero y tío del segundo.
Juana. Pobre Juana. Se dio cuenta muy pronto de que no la querías. O al menos de que no la querías tanto como a esa otra cuyo nombre a veces se te escapaba en sueños: Ianthé, Ianthé...
Mentira sobre mentira, le decías que era el nombre de una batalla que librasteis en Grecia. Pero veías en sus ojos que sabía que no le decías la verdad, aunque algo de verdad había, pues ¿cómo denominar al combate más ásperamente dulce de tu vida sino batalla?
Ahora Juana está muerta. Y muy pronto tú mismo lo estarás, y yacerás en esta tierra helada y verde que contemplas desde la ventana. Y sabes que, a punto de expirar, tu último pensamiento será para Ianthé, y que entonces ya no tendrás duda alguna sobre lo que en el fondo siempre has sabido: que cambiarías todas esas dignidades y honores conseguidos durante años por pasar un solo día más con ella. Que deberías haberte quedado en Grecia sobreviviendo como caballero de fortuna. Que a su lado no hubieses envidiado al emperador de Bizancio. Que hubieses sentido el sol en los días nublados sólo con mirarla. Que el azul del mar de los griegos no podía rivalizar con el del manto que velaba su rostro bajo las bóvedas llenas de mosaicos de sus iglesias. Que habrías puesto a sus pequeños pies cabezas de búlgaros, almogávares y turcos sólo para resguardar del barro de los caminos de Jonia sus sandalias. Que no te importan los edictos del Papa ni los mandatos del Rey tanto como uno solo de los versos de autores de la antigüedad que ella te recitaba algunas veces. Como aquel de Asclepiades de Samos que ahora mismo evocas:
"Ah, sí, lo sé, ella es morena.
También lo es el carbón antes de que la chispa
lo incendie para convertirlo en rosas..."
Y te echarías a llorar, si no temieras que las lágrimas se helasen en tus ojos, porque no, no calientan esos troncos en la chimenea. Pero sí que dan brevemente algo de luz. Una luz que remeda pálidamente a aquella de las islas del Egeo. Y a esa falsa llama acercas un ajado pergamino que llevas siempre contigo, con las ignotas letras que de su misma mano ella trazó para despedirse. Y como tantas veces has hecho durante años, las repites -con ansia de blasfemia-, con mucha más fe que la que muestras en el templo con las letanías de los santos, por ver si en el Infierno encuentras de nuevo al fin aquel calor mediterráneo.
Y pese a que nunca has entendido nada de aquellos signos -¿aunque quién entiende las señales de una mujer?, hoy, completamente enfebrecido, te parece descifrar sin dificultad alguna aquella arcana caligrafía. Y besas y vuelves a besar aquél papel, y sólo te detienes por el temor a borrar definitivamente aquellas palabras regaladas por Ianthé.
Y un poco del sol de Grecia vuelve a calentar tu viejo corazón, Pierres, cuando lees:
"Μαζί σου πάντα θα με δένει μια παραλίγο ευτυχία
σήμερα ζούμε χωρισμένοι εμείς που γράψαμε ιστορία
Σίγουρα πάντα κάτι μένει αλλά δεν έχει σημασία
τώρα μαθαίνω τι σημαίνει από μακριά κι αγαπημένοι"
"Mazí sou pánta tha me dénei mia paralígo ef̱tychía
sí̱mera zoúme cho̱risménoi emeís pou grápsame istoría
Sígoura pánta káti ménei allá den échei si̱masía
tó̱ra mathaíno̱ ti si̱maínei apó makriá ki agapi̱ménoi"
"Siempre estaremos juntos, casi felices, aunque vivamos separados.
Nosotros escribimos nuestra propia historia,
y algo permanecerá, aunque eso no sea lo más importante,
porque ahora sabremos qué significa querernos tanto estando tan lejos."
©Mikel Zuza Viniegra 2013