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Channel: Crónicas irReales de Navarra
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VIDA

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Eusebio Ijurra fue jardinero principal de la Diputación Foral de Navarra entre 1928 y 1937. Ese es el único dato contrastable de su biografía, por ser también el que puede rastrearse en los áridos documentos que esa actividad ha dejado en los registros burocráticos.

Compra de abundantes semillas, acarreo de tierras fértiles, cuidado y poda de árboles, planificación y realización de distintos parterres ornamentales por toda Pamplona. Notas y estadillos como esos jalonaron al parecer su existencia.

Aunque, sorprendentemente, nos quedan también otras dos pertenencias suyas -que no ofrecen duda alguna por estar etiquetadas por el propio Eusebio con su nombre- conservadas en el Archivo de Navarra : un viejísimo disco de gramola, y una edición original del libro "La Théorie et la Pratique du Jardinage", escrito en 1710 por Antoine Joseph Dezallier d'Argenville, y que todavía hoy se sigue considerando como la Biblia del arte de la Jardinería.

La tesis fundamental del tratado de D'Argenville fue que la jardinería era el arte de ordenar la naturaleza según principios arquitectónicos, y es fama que alcanzó tal dominio y destreza en su disciplina, alabada por todos sus contemporáneos, que llegó a ser capaz de conseguir que los macizos plantados por él brotasen en un día concreto, el que él quisiera, extraordinaria capacidad con la que asombró muchas veces a quienes contrataban sus servicios.

No quedan muchos ejemplares de ese libro en el mundo. Que yo haya podido comprobar, uno en Versalles, otro en la Pierpont Morgan Library de Nueva York, y este al que me estoy refiriendo del Archivo de Navarra, que como digo perteneció a Eusebio Ijurra. Curiosamente al que forma parte de nuestro patrimonio bibliográfico le falta una página: precisamente aquella en la que D'Argenville explicaba cómo se podía hacer nacer cualquier planta en un momento concreto. El corte no parece hecho cuidadosamente, sino que quedan muchas rebarbas, como si se hubiera arrancado a toda prisa...

El último documento donde aparece el nombre de Ijurra nos da la fecha en la que dejó de prestar sus servicios en Diputación, pero al menos nos informa también de que prácticamente inspeccionaba y cultivaba los jardines de toda las instituciones de la ciudad. ¿Cómo puede ser que alguien así no haya dejado más huellas de su existencia? Nada más en el Archivo de Navarra o en el Municipal de Pamplona. Ni una línea tampoco en la Gran Enciclopedia Navarra o en la Auñamendi. Otro misterio sin resolver. Hasta hoy...

No le pusieron trabas para entrar. Nunca lo hacían: era el jardinero de Diputación. Lo veían trastear en cualquier época del año y a cualquier hora del día o de la noche -buscando el beneficioso influjo de la luna creciente, ya saben ustedes, solía decir a los guardias-, labrando, sembrando, regando, esperando. Y ahora la espera había llegado a su fin.

Había pasado primero por Capitanía, donde los soldados lo conocían de sobra también. Luego se había llegado hasta el Obispado a inspeccionar que todo estuviera tal y cómo lo había ido preparando los últimos meses, y finalmente había vuelto a los jardines de Diputación.

Fue haciendo allí lo mismo que en los otros dos lugares, y con esmero retiró las grandes telas que cubrían los parterres. No se oía ni un alma en las calles, lo natural teniendo en cuenta el toque de queda nocturno. Era Pamplona una ciudad en guerra, aunque solamente consigo misma, pues el frente quedaba muy lejos, y era el enemigo interior -la Quinta Columna de la que hablaba siempre la radio- el que preocupaba a los nuevos gobernantes. Ese denso silencio sólo se rompía al amanecer, cuando desde la torre del reloj de palacio se conectaban los altavoces y atronaba por toda la población el recordatorio de los gloriosos caídos por Dios y por España.

Ijurra quedó muy satisfecho con su trabajo, nada extraño teniendo en cuenta que siempre trataba a la tierra como si fuera una vitela en blanco, y a las flores como las letras hermosas y doradas de una miniatura medieval y, como tantas otras noches, advirtió al guardia de que subía a guardar  sus herramientas en el trastero de esa misma torre desde la que en breves minutos volvería a sonar el fúnebre toque de Generala. Era la madrugada del 14 de abril...

Esperó desde su atalaya a ver el primer rayo de sol elevándose sobre Izaga, y cambió el disco conectado a los altavoces por otro que él llevaba consigo. Empezó a sonar el Allegro del concierto para violín nº 5 de Antonio Vivaldi. Por fin una celebración de la vida, después de tantos meses de imperio terrible y necrófilo de la Muerte.

En todos los barrios salía la gente a las ventanas, extrañándose temerosamente de semejante cambio, Ijurra arrancó una página de su antiquisímo libro mientras veía balancearse desde la ventana las flores que él mismo había plantado con tanto esmero. Es cierto que le hubiera  gustado disponer de otras semillas, pero en plena guerra le fue imposible obtener otras de mayor lujo, aunque en realidad las humildes amapolas, los resistentes ziapes, y las danzarinas violetas conseguían el mismo y buscado efecto. Y lo mismo ocurrió en Capitanía o en el obispado.


Comenzaron a oírse gritos de mando. Botas vertiginosas marchando al compás por las calles. Boinas rojas y camisas azules llegaron al otro lado de la verja. Los oficiales parecían fuera de sí. ¡Ni una, que no quede ni una! -gritaban rabiosos-. Pero las culatas de los fusiles no conseguían más que tronchar los verdes tallos, y las bayonetas sólo cortaban las flores, que caían sobre la tierra sin dejar de ofrecer por ello su colorido.

Los ateridos reclutas en Navarrería, y los somnolientos seminaristas donde el Labrit, no obtenían mejores resultados, y el viento de primavera llevaba en volandas los tres colores malditos por las calles.


Subieron a la torre gritando amenazas y disparates, pero Eusebio ya no estaba allí. No encontraron más que un disco de gramola y un libro encuadernado en pergamino.

Unos dicen que unos amigos le facilitaron el paso a Francia, otros que lo atraparon antes de poder cruzar y lo fusilaron en la tapia del cementerio de un pueblo del norte. Dicen también que llevaba aún los bolsillos llenos de semillas, y que en la siguiente primavera brotaron incontenibles.

Lo único que sé con certeza es que allí donde estuviera, seguro que hubo flores. Y eso es más de lo que puede decirse de muchas personas.

Placa en homenaje a los  empleados asesinados en 1936,
en la fachada del Palacio de  Diputación



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016






BRÚJULA

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Alrededores del castillo de Leguin (Izagaondoa), abril de 1174


Otorgaste leyes justas, acuñaste moneda de buena plata y no de vellón, aumentaste tus dominios hacia el oeste, recuperando las tierras de tus antepasados, e incluso cambiaste tu titulación regia -Pampilonensium Rex- por la mucho más sonora de Rex Navarre. Pero ahora eres incapaz de orientarte en medio de este condenado aguacero.

El ejército del rey Alfonso VIII de Castilla invadió el país con tal poder y fuerza, que tuviste que abandonar Pamplona y servirle de cebo para que te persiguiera hasta aquí, donde llevabas tres semanas cercado y en peligro de caer en sus manos.

Así te habló Martin Txipia, tu capitán más esforzado:

-Majestad, nosotros podremos mantenerles ocupados más tiempo todavía, pero si la torre de Leguin cae al fin y vos estáis dentro, todo nuestro esfuerzo no habrá servido de nada, y con vos caerá todo el reino. Hacedme caso por una vez y aprovechando que la lluvia tiene a los sitiadores metidos en sus tiendas, salid por el portillo sur y tomad el camino de Izaga hacia el norte. Subid la montaña, bajadla y dirigíos todo lo aprisa que podáis hacia Monreal. No es una ruta complicada, y la habéis hecho docenas de veces en nuestra compañía, ¿creéis que podréis hacerla ahora en solitario?

-Por supuesto que sí, soy el rey, ¿cómo no voy a ser capaz? Bastará con que no utilice los caminos y no me acerque a los poblados, que estarán infestados de castellanos. En pocas horas volveré con refuerzos...

Salir del castillo fue lo más fácil. A partir de ahí sólo las pequeñas ventanas que se abren entre los nubarrones te permiten atisbar la peña y no errar demasiado tu objetivo. Cada tanto tienes que esconderte entre los bojes para que las patrullas enemigas no te vean. Pero parece que se han abierto las compuertas del cielo, y la cortina de agua es tan densa que al poco ya no sabes donde estás.

¿De qué te extrañas? Siempre te pasa lo mismo. No debiste presumir delante de Martín de tu capacidad de orientación, que siempre ha resultado escasa, por no decir inexistente. Como aquella vez que comandaste a tus barones en una expedición para tomar Nájera -ciudad de Reyes- y aparecisteis todos en Santo Domingo. ¡Por aquí también se va! -te oían gritar- pero en sus rostros se veía el gesto de resignación del que sabe que va a ocurrir lo de siempre.

Hasta tu tía Margarita, casada con el rey Guillermo de Sicilia, te envió una guía muy puesta en razón para ayudarte con tu problema. En esa dulce lengua que parlan los italianos llevaba por título: "Come trovare la cittá di Trapani e non morire cercandola". Aunque ahora que lo piensas, no recuerdas si por fin la leíste o no...

Oyes campanas, pero con tanta agua no sabes dónde. ¿Serán las de Reta, las de Zuazu, las de Ardanaz? Lo mejor será seguir adelante, ya escampará. La corona empieza a pesarte como si fuese de plomo, tu capa está completamente empapada.

Pero no. No deja de caer agua y es evidente que estás completamente perdido. Otra cosa es que lo admitas, ni siquiera ante ti mismo. Prefieres pensar que...¡Por aquí también se va!

Y entonces, de entre el fragor del bosque surge ella. Hace señas para que la sigas, pero anda tan rápido que a duras penas puedes lograrlo. Cada vez que el camino se bifurca, y lo hace muchas veces, tú optas invariablemente por el sendero equivocado. ¿Pero de dónde has salido tú? -demanda airada.

-Eso mismo debería preguntarte yo. Soy el rey.

-¿El rey de los tontos, acaso? Porque si sigues por esa vereda acabarás en el campamento del rey Alfonso. Y si en la siguiente vas por donde tu escojas, te meterás directamente en el corazón de la tormenta que ruge sobre  nuestras cabezas. Dame la mano y haz lo que yo haga.

Conociste una vez a un joven fraile en Leyre  que subía a lo más alto del campanario antes de que el abad terminase de rezar el Ave María, pero tú no eres ni fraile, ni joven, aunque apostarías porque aquel atleta no podría ganar a esta aparecida que ahora te guía. ¿Y si es una de esas damas que viven en los bosques de las que te hablaba tu padre, el rey don García, cuando eras pequeño? Desde luego es bellísima, y las selvas no parecen tener secretos para ella, que sólo detiene su paso para auxiliar a un pequeño topo que ha extraviado su madriguera.

No sabes cuanto tiempo lleváis andando, pero el corazón te late como un atambor sarraceno. No puedes más, solicitar tregua se impone, pero entonces te dice:

-Yo no puedo pasar de aquí. Sigue por ese camino -sin desviarte a tu antojo- y antes de que anochezca llegarás a Monreal. Vas a decirle algo, cuando de repente te da un beso que sabe a bosque y en medio de un relámpago desaparece de forma tan misteriosa como apareció.

Piensas que es una lástima que tus rastreadores jamás se despidan de esa misma forma, y entonces resuena un trueno descomunal sobre el que parece imponerse la voz de la dama del bosque:

-¡Y no te olvides de mandar refuerzos a quienes te esperan en Leguin, calamidad!

Al paso de los años, una y mil veces pidieron a su padre las infantas Berenguela, Blanca y Constanza que les contase cómo había conseguido escapar del cerco de Leguin aquella primavera del año 1174, pero jamás le arrancaron otra cosa que vagas alabanzas sobre su capacidad de desenvolverse sobre el terreno, aún en las circunstancias más complicadas.

Lo cierto es que desde aquel momento, fueron muchas las veces en las que los habitantes de Izagaondoa vieron merodear al rey don Sancho por la peña, decían que practicando orientación en montaña, aunque todos sabían que en realidad buscaba a la dama del bosque.

Y hasta hay quien dice que la encontró. Bueno, seguro que fue ella a él, pero qué queréis que os diga: "por aquí también se va".



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016


SANTA ÁGATA DE CATANIA PRECURSORA DEL NACIONALISMO VASCO

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Participar en una de las estupendas propuestas culturales que organiza la Asociación Grupo Valle de Izagaondoa puede traer inesperadas consecuencias intelectuales...

Llevaba mucho tiempo detrás de poder ver in situ las pinturas murales que hace pocos años se encontraron en la iglesia de San Adrián de Olloki. Que hayamos tenido la fortuna de que vayan apareciendo más obras de Jehan Oliver (junto con Jehan Lome de Tournay, sin duda el artista más importante de nuestra Edad Media), además de la que sin duda alguna realizó para el refectorio de la Catedral de Pamplona, bien merecen una visita, ya que desgraciadamente las que también aparecieron en Ororbia no pueden verse por estar cubiertas por el retablo renacentista.


El caso es que estaba oyendo con atención las explicaciones de mi amigo Simeón Hidalgo, cuando al escucharle la transcripción de la cartela que lleva un ángel en el espectacular cortejo de guerreros (representados minuciosamente por Oliver a la manera de los que podía ver en la Pamplona del siglo XIV), algo se puso en marcha en mi cabeza. ¿Dónde había oído yo antes ese texto?



Dice así: "Santam Spontaneum Honorem Deo et Patriae". Y por fin lo he recordado: en los Cuentos y Leyendas de Juan Iturralde y Suit, autor  y magnífico dibujante de finales del siglo XIX que fue el principal promotor de la Asociación Euskara de Navarra en 1877, y también de la Comisión de Monumentos durante muchos años. Según su amigo y discípulo Arturo Campión: "Su vastísima erudición y sus conocimientos en el campo de la historia navarra eran superiores a cuantos habían tratado de ella desde el Padre Moret".

Efectivamente, aunque las leí cuando yo era un crío, y recuerdo que por su temática me gustaron, ahora su estilo tardorromántico me las hace ver un tanto aburridas y pasadas de moda. Literariamente hablando, probablemente hasta en su propia época -caracterizada por la representación del realismo cotidiano- lo estuvieran ya.

En la titulada "La campana de Nájera", que cuenta el hallazgo de la talla de la virgen por el rey don García en el año 1044 se cuenta:




Así que -inesperadamente- del fondo de mis recuerdos infantiles venía la misma inscripción que según la Leyenda Dorada un ángel dejó sobre la tumba de Santa Ágata, martirizada en el año 253 en su siciliana ciudad de Catania. ¿Cómo podía ser?

La Leyenda Dorada fue escrita por el dominico Jacobo de la Varágine en 1264, y a partir de entonces se extendió vertiginosamente por toda la Cristiandad, pues lo que contaba en sus numerosas páginas era la vida de los santos y de las santas, no ahorrando detalles escabrosos sobre los martirios a los que fueron sometidos. El morbo no es cosa de ahora...

Para lo que nos interesa, su importancia estriba en que todos los artistas utilizaron esa recopilación para plasmar en cualquier soporte esas mismas vidas sagradas. Y por supuesto también lo hizo Jehan Oliver en los muros de Olloki, donde dejó pintados los hechos principales de la vida de Santa Ágata (o Águeda), que según de la Varágine era una doncella de familia noble "sumamente bella y atractiva". Puede que por eso el cónsul Quintiliano "plebeyo, libidinoso, avaro e idólatra" -lo tenía todo, el andoba- quiso casarse con ella, pensando en conseguir cuatro cosas: "convertirse en noble, disfrutar de su hermosura saciando con ella su concupiscencia, disponer de las cuantiosas riquezas de su familia y agradar a los dioses paganos arrastrándola a la idolatría".

Habrá que convenir con de la Varágine en que estos romanos eran más malos que Griján y piores que Colatre. Yo desde luego convengo en ello, más que nada porque como ya sabéis los que acostumbréis a leerme, no puedo verlos y mis héroes principales son Haníbal, Espartaco y el Vesubio (por ese orden natural a la hora de acabar con cuantos más romanos, mejor). Bueno, Atila también me cae bastante bien, para qué voy a negarlo...

El caso es que, como todos habremos supuesto, Ágata lo rechazó sin contemplaciones, y el malvado Quintiliano no se lo tomó nada bien, y como además de mandarlo "ad paseum" ella se negó a hacer sacrificios a los dioses páganos, ordenó torturarla cruelmente, mandato que de la Varagine nos dice que ella recibió con "suma alegría y felicidad".

Se nos cuenta luego que primero le descoyuntaron los huesos en el potro, pero que como eso no la hizo renegar de Cristo, Quintiliano ideó que uno de sus esbirros le arrancase uno de sus pechos. Ella entonces pidió que le arrancasen los dos. Medio muerta fue llevada a su calabozo, donde recibió la visita de un viejo médico que resultó ser el apóstol San Pedro, que cual precursor del doctor Pitangüy, recompuso sus pechos milagrosamente en un periquete.

Martirio de Santa Ágata en la Biblia de Sancho VII el Fuerte, realizada por
Fernando Perez de Funes, lo que demuestra que su culto estaba implantado
en Navarra al menos para el año 1198
Por cierto, que José María Iribarren y José María de Cossío aún pudieron recoger en los años cuarenta del siglo XX esta copla navarro-aragonesa, de lo más alusiva:

«Águeda que no quisiste 
a los dioses adorar, 
en prueba de tu constancia 
las tetas te han de cortar .

Y le respondió la Santa 
con afecto singular: 
Que cuerten por donde quieran 
que cuerten si han de cuertar .

Y le cortaron las tetas 
como aquel que cuerta el pan.»


Como podremos comprender, a estas alturas el imaginativo Quintiliano estaba ya verdaderamente enfadado, así que ahora se le ocurrió quemarla en la hoguera. Y no puedo dejar de imaginármelo con el aspecto patricio y consular que siempre tuvo Javier Krahe mientras cantaba: "pero dejadme, que yo prefiera, ¡la hoguera, la hoguera, la hoguera. La hoguera tiene un qué sé yo, que sólo tiene la hoguera!". Pero en ese preciso momento se produjo un terremoto (cosa habitual en Sicilia), y el tormento tuvo que aplazarse una vez más, aunque el fuego no parecía haberle hecho tampoco demasiado daño. Sin embargo a estas alturas la resistente Ágata ya estaba un poco cansada, y tras pedir al Señor que se la llevase de una vez, murió en prisión el 5 de febrero del año 253.


Cuando los cristianos estaban embalsamando su cuerpo para enterrarla, llegó un cortejo formado por más de "cien mancebos hermosísimos (los que Oliver representó como guerreros en Olloki), presididos por un joven revestido con ornamentos de seda". Nadie los conocía, ni nadie los había visto nunca por aquella región. El más bello se acercó al cadáver de la mártir y tras adorarla, puso junto a su cabeza una lápida de mármol. Al instante, todos desaparecieron como por ensalmo.

Y ya habréis adivinado cuál era la inscripción de esa lápida. Pues natural (o más bien sobrenaturalmente) : "Mentem sanctam spontaneam, honorem Deo et patriae liberationem".

Al año siguiente de su martirio, el Etna entró en erupción, y los ciudadanos de Catania, aterrados, corrieron a su tumba para arrancar el velo que respetuosamente la cubría. Lo colocaron en la puerta de la localidad, y la lava se detuvo al momento, convirtiéndose así Ágata en abogada contra el fuego.

Ah, y tranquilas y tranquilos, que el desalmado Quintiliano tuvo el final que merecía: yendo en su cuadriga para requisar todos los bienes de Ágata, los caballos se desbocaron y fue a caer entre sus patas.Uno le mordió y otro le dio tal coz que cayó a un caudaloso río cuyas aguas lo engulleron, sin que a día de hoy haya aparecido todavía su cuerpo...

Esa primera -y angélica- aparición del lema, y su indudable relación con Santa Ágata, no explica sin embargo qué podía pintar en una campana de los siglos VIII al XI como aquella de la que habla en su historia Iturralde y Suit. Pero lo entenderemos mejor si os digo que esto no ocurrió exclusivamente con la najerina, sino también en docenas, cientos de campanas a lo largo de las señorías italianas, de Aquitania, de Francia, de Aragón, de Castilla y -como no- también del reino de Navarra. Por ejemplo la inscripción está grabada en campanas medievales o renacentistas que cuelgan en los campanarios de Etxarri-Larraun, Ansoain, Ilurdotz, Usetxi, Santa Magdalena de Tudela o Esnoz.

Según Favreau, que es quien más ha estudiado este asunto, desde finales del siglo X la santa tuvo un oficio litúrgico propio, y muy pronto comenzó a recitarse durante su celebración la antífona "Mentem sanctam spontaneam, honorem Deo et patriae liberationem", y también se hacía siempre alusión a su poder sobre el fuego. Pero fue sobre todo a raíz del éxito de la Leyenda Dorada, cuando el culto a Santa Ágata conoció su mayor extensión.

¿Pero y las campanas? ¿Por qué se grababa el lema aguedino en las campanas? Pues porque en aquella época las campanas se bendecían al ser colocadas en sus torres, para que cada vez que se produjese una tormenta, un accidente natural o un fuego, el sonido de las campanas conjurase la amenaza, o al menos advirtiese del peligro a los vecinos. Y recordad que ya os he dicho que Santa Ágata fue considerada abogada contra el fuego. Y pensad lo frecuentes que estos eran, en unas poblaciones donde excepto los más ricos, todos vivían en casas construidas fundamentalmente con madera...

El mismo autor nos informa de que la primera campana conservada en la que aparece la inscripción es la de San Juan Evangelista de Ravena, en 1208. Es, desde luego, una fecha bastante más lógica que la de la campana de Nájera, que Iturralde hizo remontar al siglo VIII. Aunque ya hemos visto en su texto que el padre Moret asegura en su Crónica que en el siglo XVII esa campana todavía se guardaba en el monasterio riojano, así que si le damos crédito, tendremos que admitir que realmente existió...

En fin, espero que os haya gustado esta historia de Santa Ágata tanto como a mí, y que si algún día os veis cercados por el Vesubio, os acordéis de ella, porque seguro que os saca de semejante apuro.

Que no, que no se me ha olvidado el título que he puesto a mi relato y por lo tanto no se acaba aquí, era sólo para desconcertaros un poco. Un poco menos de lo que supongo que os desconcertará mi explicación sobre la relación entre la santa siciliana y el nacionalismo vasco. Pero esperad, esperad un poco nada más.

La interpretación que la Iglesia dio al lema que un ángel dejó sobre la tumba de Ágata de Catania fue siempre relacionada con el reino de los Cielos, y no con ninguna patria terrenal. Así, "Mentem sanctam spontaneam, honorem Deo et patriae liberationem" vendría a traducirse como: "Tuvo un alma santa. Se consagró al Señor espontáneamente. Dio honor a Dios y alcanzó la patria eterna". Una traslación demasiado literal y poco comprometida tal vez.

Pero recordemos que Iturralde  y Suit no dio su propia interpretación a finales del siglo XIX, sino que adoptó la que el cronista Moret había dado ya en 1684, en el Libro XIII, capítulo II, de sus famosos Annales, y que resulta evidentemente mucho más política:

"Honor a Dios y Libertad a la Patria", entendiéndolo como que el reino de Navarra basaría su acontecer histórico a partir de entonces en ser una nación eminentemente cristiana, pero sobre todo libre y soberana. ¿Y quiénes en ese mismo final del siglo XIX en el que Iturralde recordó lo que decía Moret dos siglos antes, elaboró una teoría política, heredera en cierto modo del recién derrotado Carlismo?

Pues los hermanos Luis y Sabino Arana, que fundaron en 1895 el Partido Nacionalista Vasco, cuyo lema era y sigue siendo "Jaungoikoa eta Lege Zaharrak"JEL. Dios y Leyes Viejas. Oséase: Dios y Fueros, las leyes que históricamente aseguraron la libertad de los territorios vascos.

Tenemos pues, para nuestra sorpresa, el lema que supuestamente un ángel dedicó en el siglo III a la siciliana Santa Ágata (aunque con seguridad sólo podamos confirmarlo documentalmente desde finales del siglo IX), grabado en campanas por toda Europa a partir de entonces, recogido en una leyenda por el primer cronista del reino de Navarra en el siglo XVII, y convertido en marca y emblema de un partido político en el siglo XIX. Y también en el XX, porque aún bajo la dictadura de Franco, miembros del proscrito PNV, refugiados en la Real Sociedad de Amigos del País, siguieron empleando el lema propuesto por Moret, elevándolo a la categoría de Lema Real de Navarra, como demuestra esta dedicatoria que os adjunto inserta en el libro "Historia del reino de Navarra", de Carlos Clavería, conspicuo miembro -en la clandestinidad- del PNV en Navarra, y cuya primera edición data del año 1971: 



Al año siguiente, se dio en las páginas del Diario de Navarra una polémica sobre este mismo asunto, entre el abogado Joaquín Olcoz -miembro de la citada Real Sociedad de Amigos del País, trasunto del PNV navarro- y el director del periódico, J. J. Uranga Santesteban "Ollarra". Al parecer los Amigos del País habían colocado en la tumba de los primeros reyes de Navarra en Leyre una placa justo con el mismo texto de la dedicatoria del libro de Clavería, y el 11 de junio ambos publicaron su opinión sobre el dichoso lema. 

El artículo de Ollarra llevaba por título: "Un falso lema real de Navarra", y en él se acusaba -admitamos que con bastante fundamento- de credulidad histórica a los Amigos del País por haber aceptado sin dudar la leyenda de la aparición de la virgen de Nájera al rey don García, leyenda que sólo comienza a extenderse a partir del siglo XVI. Es imposible que en 1052 el rey de Navarra -o el propio reino- tuvieran un lema, porque ese fenómeno no se da hasta varios siglos más tarde. Y eso por mucho que lo defendiese Moret, que como autor del siglo XVII que fue, recoge las leyendas como si estuvieran basadas en hechos históricos reales. En cuanto a Iturralde y Suit, es evidente que retomó el lema tratándolo claramente como leyenda, y en ningún caso como historia. 

Con la muerte de Franco, ya no hacía falta esconder el lema del PNV, aunque debió haber ciertas reticencias en la organización a mantenerlo, por lo que en el Primer Congreso tras la restauración democrática, que se celebró en Pamplona en 1977, el Partido determinó que:   
Euzko Alderdi Jeltzailea. Partido Nacionalista Vasco, fundado por Sabino Arana, recibe su nombre del lema "Jaungoikoa eta Lege Zarra", expresión que conjuga una concepción trascendente de la existencia con la afirmación de la Nación Vasca, cuyo ser político ha de expresarse a partir de la recuperación de la soberanía contenida en el Regimen Foral.
Sin embargo aún he encontrado una mención más reciente -año 2007- al lema proveniente de Santa Ágata. En respuesta al artículo publicado por el escritor Miguel Izu en el Diario de Noticias, titulado "La falsedad, al Boletín Oficial", la escritora Arantzazu Amezaga publicó otro del que entresaco este párrafo, que demuestra que todavía hoy existe gente que cree que ese fue el Lema Real de Navarra, pero que sobre todo nos da a conocer un dato bien ilustrativo: 

Al fundar su partido, poco después, Sabino Arana modeló la forma final de la ikurriña, cuyos datos se exhiben en Castejón, ondeando desde el Batzokija de Bilbao hasta Zuberoa, pasando por Gipuzkoa, Lapurdi, Benabarra y Zuberoa, y llegó a los numerosos centros vascos (Eusko Etxeak) de América, los fundados por exiliados de las guerras carlistas y de la centralización administrativa francesa. Fue un éxito de tal magnitud que, solamente eso, hace grande a Sabino. Arana estuvo asesorado por los navarros Aranzadi e Irujo, ambos abogados, porque traduce para el lema exhibido en Castejón, el concepto de Fueros asociado al de Naturaleza Antigua que las Cortes de Navarra habían aplicado y los reyes de España jurado a partir de la invasión de 1512, y el Gloria a Dios y Libertad a la Patria del lema de 1052, estampado en las campanas de Nájera, entonces Navarra.
    
¿Tengo que decir que Aranzadi e Irujo formaban parte fundamental del Movimiento Euskaro presidido por Iturralde y Suit, y que por lo tanto conocían las leyendas que aquél había escrito, y pudieron así transmitírselas a Sabino Arana cuando vino a las manifestaciones contra el ministro Gamazo que se celebraron en Castejón y Pamplona en 1893? Ahí está evidentemente la conexión entre el lema de Santa Ágata y el del PNV,que sería adoptado dos años más tarde, en 1895, y que increíble -pero sobre todo indudablemente- mantiene vivo y coleando un supuesto mensaje angélico del siglo III, en pleno siglo XXI. 

Pero no soy yo -que me invento tantas cosas- quién para reprochar a nadie que hiciera lo mismo que tanto me gusta hacer a mí. Y menos que a nadie a don Juan Iturralde y Suit, cuya obra admiro y al que hace bastantes años ayudé todo lo que pude a mantener su memoria, cuando el panteón donde está enterrado en el cementerio de Pamplona estaba a punto de hundirse y dí toda la brasa que pude en los periódicos para que fuese restaurado. Cosa que el Ayuntamiento hizo, y bien que se lo agradezco.

D. Juan Iturralde y Suit
(1840-1909)
Al contrario, casi diría que, fantasioso como soy, me encanta que un partido político de la actualidad base su lema centenario en algo tan etéreo -nunca mejor dicho- como es un ángel siciliano, cosa en la que juro que nunca hubiera caído yo de no comparecer el pasado sábado en la iglesia de Olloki, para quedarme embobado con el retrato de Santa Ágata que en sus muros dejó el maravilloso pintor Jehan Oliver. 

Así que espero que ambos perdonen mi atrevimiento por este montaje fotográfico que voy a perpetrar ahora mismo, que aunque resume muy gráficamente lo que he escrito, servirá además para sacar de quicio una vez más al malvado Quintiliano. Bueno, y seguro que a unos cuantos "cónsules romanos" alérgicos a la bicrucífera de los que tanto abundan por estos pagos, también. Como si lo viera. Pero no es más que una broma, porque si hay algo que yo deteste de veras es a quienes se toman las cosas demasiado en serio:



Conste, de todos modos, que la única bandera que realmente aparece en Olloki es esta otra. El emblema de cuando Navarra era un país independiente: 




Y para finalizar, una confesión. Estuve una vez en Catania. Y aunque, por ser ya tarde, no pude entrar a ver la tumba de la bienaventurada y sabia Ágata, y tampoco el busto que la representa, y cuya corona (atención, Sagastibelza) fue al parecer regalada por Ricardo Corazón de León, y por tanto probablemente también por su esposa Berenguela de Navarra, sí que puedo confirmaros que ni toda la lava del Etna hubiera podido derretir los fabulosos y helados granites que dan fama a aquella ciudad.  





© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016







HOJAS DE CASTAÑO

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Para los olitenses de adopción histórico-artístistico-sentimental como un servidor de todos ustedes, las noticias que Luismi Escudero periódicamente escribe en su estupendo blog El Olitense nos mantienen informados y nos llevan -estemos donde estemos en ese momento- de nuevo a la villa más hermosa del reino de Navarra, lo cual le agradezco yo sobremanera.

Estos últimos días nos ha mostrado los preciosos escudos de la portada del convento de San Francisco y, al volverlos a contemplar con atención, he recordado inmediatamente una de esas noticias tan bien expuestas que el citado blog contiene. Una de hace apenas dos años que nos hablaba del descubrimiento en las recientes obras de restauración de la capilla de San Jorge del palacio real, de una hoja de castaño perteneciente, casi con total seguridad, a la orla de un escudo que en aquel arruinado lugar hubo en su tiempo.

http://txokomaiteabi.blogspot.com.es/2014/08/donde-esta-el-escudo-del-rey-carlos-iii.html

En 1869, Juan Iturralde y Suit -que como veis vuelve a salir en estos desvaríos míos- y Aniceto Lagarde, todavía pudieron dibujar esas armerías, que estaban aún en pie. Pero entre ese año y la restauración del palacio a comienzos de los años 30 del siglo XX, la pared se vino abajo y lamentablemente ese testimonio heráldico de nuestro rey más importante, Carlos III, debió perderse también.



¿Pero y si no fue así?

Si contemplamos el dibujo de Lagarde de esos escudos de los que os estoy hablando, veremos que se trataba de los de la pareja real: el de Carlos III a la izquierda, con las armas de Navarra y Evreux en cuartelado, y las de la reina Leonor de Trastámara (su "muyt amada companneyra", como él mismo afectuosamente la denomina en muchos documentos) a la derecha, con un partido de Navarra, Evreux, Castilla y León.

Si nos fijamos bien, el del rey está rodeado por un collar de hojas de castaño (como la que apareció en la reciente campaña arqueológica), lo cual no es nada extraño porque ese collar es el de la Orden de Bonefoy, fundada por Carlos III para dar realce a su corte y cuya representación rodeaba por doquier a la familia real. Sin embargo hoy en día apenas quedan un puñado de imágenes de ese collar en Olite, y curiosamente ninguna rodeando por completo a las armas del rey.

Aunque no, eso no es cierto: sí que queda uno: precisamente el que corona la portada del convento de San Francisco, que a simple vista puede apreciarse que no formaba parte originariamente de la misma, sino que fue colocado allí en algún momento posterior, pues hasta interrumpe la perfecta alineación del resto de los sillares de la fachada.



En algún momento posterior, que muy bien pudo ser a partir de 1869, cuando todavía campeaba en el muro de San Jorge, y que alguien de buen gusto debió salvar de la ruina de esa parte del palacio. Efectivamente: mi hipótesis es que antes del derrumbe total de esa pared, o quizás justo después, se recogió ese escudo, último superviviente de la capilla palatina, y afortunadamente se recolocó en San Francisco, donde todavía se conserva.


Porque, como podéis, ver son exactamente iguales, excepto porque sólo tiene una hoja pendiendo del collar, y no dos, como al parecer pudo tener en San Jorge, porque como supondréis, creo que estos dos escudos son -quizás- el mismo.

De todas formas, como esa hoja volvió del olvido del tiempo hace dos años, quizás vaya siendo ya hora de reunirlas de nuevo...


Quisiera subrayar, no obstante, que hay bastante de imaginación en mis suposiciones: justo como a mí me gusta.

Reitero mi agradecimiento en cualquier caso a Luismi Escudero, por propiciar con su trabajo que mi fantasía se ponga en marcha. Aunque, sin que naturalmente sirva de precedente, creo que esta vez hay poco de fantástico y mucho de real -de regio al menos desde luego que sí- en mi averiguación... 

ADDENDA: 

Tenía una vaga idea sobre que esto de los traslados "inter-edificios" en Olite no era algo fuera de lo común. Y la consulta del Catálogo Monumental de Navarra me lo confirma, porque dan por bastante probable que la arquería que ahora está situada delante de la iglesia de Santa María, estuviera originalmente colocada delante de la de San Francisco, lo cual explicaría la coincidencia casi exacta entre los escudos de las ménsulas que sostienen las figuras de la reina Blanca y de la Virgen María en la portada de ese claustro, y los de la portada de San Francisco de la que os estoy hablando. Cuándo se llevó a cabo ese hipotético traslado, ya es más difícil de determinar, aunque se puede situar posteriormente a 1755, que es cuando se levantó el nuevo convento franciscano, que sólo aprovechó la portada exterior y varios sepulcros de la primitiva construcción.






     © MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

FELIZ CUMPLEAÑOS PRÍNCIPE

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Olite, 29 de mayo de 1431

Cumple hoy el príncipe de Viana diez años, y aunque su madre doña Blanca dio aviso -él nunca se acuerda- a su marido don Juan para que estuviera presente en la celebración, un mensajero llegó anoche anunciando que el rey siente no poder acudir al festejo debido a los "importantes negocios" que le retienen en sus dominios castellanos.

No es que a ella le sorprenda mucho esa ausencia, cada vez más frecuente, así que como de costumbre ha preferido adelantarse a la decepción de Carlos y encargarle un magnífico regalo que haga olvidar al niño que, a pesar de no verlo más que de Pascuas a Ramos, efectivamente tiene un padre.

Y ese especialísimo presente es nada más y nada menos que un impresionante dragón, como aquél que dicen que encontró su antepasado el rey Teobaldo cuando pasó por la Capadocia, de camino a Jerusalén. Ha comisionado para ello al mejor artista de la corte, don Gabriel del Bosch, para que investigue en los vetustos archivos de la corona navarra todo lo referente a esas maravillosas criaturas aladas, cuyo aliento de fuego espanta a los malvados y vivifica a los corazones dormidos.


Y sí, sí que en los polvorientos legajos halla el pintor datos desconocidos sobre aquella trovadoresca expedición, y mucho se sorprende de hallar un documento escrito de puño y letra por el propio Teobaldo I en el que afirma estar muy interesado en ofrecer matrimonio a una reina llamada Daenerys de la Tormenta, que al parecer vivía por aquellos pagos, y cuya intitulación dejaba en prácticamente nada la suya propia de Rey de Navarra y conde de Champaña, pues ella era conocida como "la que no arde, reina de Meereen, reina de los Ándalos y de los Primeros Hombres, Khaleesi del gran mar de hierba, rompedora de cadenas y -sobre todo- Madre de Dragones".

Y además de todo eso, era rubia y hermosa, que no son malas añadiduras, como cualquier pintor de corte medianamente informado sabe. Sin embargo nada decía el documento de cómo acabó aquel asunto, y por tanto sobre si don Teobaldo y doña Daenerys se llegaron a conocer. Lo que es peor: tampoco aparecían representados por ninguna parte aquellos dragones de los que la tal reina decía ser madre.

Esto contrarió especialmente a Gabriel del Bosc, porque no sabía muy bien donde inspirarse, así que fue  a contarle sus cuitas a doña Blanca, que además de ser rubia y hermosa, era también inteligente. mucho más desde luego que doña Daenerys, que a decir de muchos cronistas no hizo en su tiempo más que dar vueltas y más vueltas por la Bardena. Hay que ser lela: con el peligro que tiene el sol inclemente para las rubias...

El caso es que bien que sabía la reina de Navarra dónde podía hallar inspiración su pintor favorito, pues aunque mucha gente lo desconociese, había dragones en el corazón del reino a los que podría visitar sin problema alguno tan eximio artista.

A los que habitaban en el pavimento del salón regio del palacio de Tiebas se estaba refiriendo. Y doña Blanca los conocía perfectamente, pues muchas veces danzó descalza sobre su pulida superficie, apoyando su brazo en el de su primer novio, don Martín de Ayanz. ¡Ay! Cuantas veces se dice  a sí misma que hubiera sido mucho más feliz con él que con el sieso de su marido. Pero entonces ve corretear a su hijo Carlos por las galerías doradas de Olite y piensa que al menos ha salido algo bueno de tan resquebrajado matrimonio. Aunque eso no hace que -en su memoria- deje nunca de danzar abrazada a don Martín.


El salvoconducto de la reina abre por tanto las puertas de Tiebas a don Gabriel, y queda allí maravillado, como cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y conocimiento artístico, de los dragones allí representados. Toma de ellos muchos bocetos y apuntes al natural que, más tarde, al abrigo de su taller en la rúa Mayor de Olite, va desarrollando para convertir aquel diseño en figura enorme y tridimensional, que entre  doce hombres han de llevar -bien cubierto por un telón, para mantener la sorpresa- hasta el jardín del palacio.

Allá, en presencia de toda la corte, y por supuesto de la reina, el príncipe de Viana, retira la sabana que cubre  aquel prodigio alado, y queda tan maravillado como el resto de la concurrencia, pues mueve  los ojos aquel endriago como si estuviera vivo, e incluso arroja fuego por su terriblemente dentada boca.

A media tarde se empeña el niño en que suban al dragón a la torre del Homenaje, para que todos en la villa puedan asombrarse con las llamaradas que el dinosaurio suelta. Y los chantres de Santa María y los de San Pedro no dejan de santiguarse ante portento tan grande.

Luego, cuando ya rendido descansa don Carlos al fin en sus habitaciones, feliz por haber recibido el mejor regalo que un príncipe cristiano hubiera podido soñar, doña Blanca da orden a su chambelán de que averigüe dónde para don Martín de Ayanz.

Y es que con mucha razón dicen que las llamaradas de un dragón vivifican a los corazones dormidos...



EFECTIVAMENTE, EL PRÓXIMO DOMINGO DÍA 29 DE MAYO, SE CUMPLIRÁN 595 AÑOS DEL NACIMIENTO DE CARLOS, PRÍNCIPE DE VIANA, AL QUE POR MUCHOS MOTIVOS Y DESPUÉS DE TANTOS AÑOS DE ESTUDIO, CONSIDERO YA COMO UN AMIGO. 

Y UNOS CUANTOS ANDAMOS METIDOS EN LOGRAR -NO SÓLO PARA ÉL, SINO PARA DISFRUTE DE TODO EL PUEBLO DE NAVARRA-, LA RESTAURACIÓN DE ESOS PRECIOSOS DRAGONES DE TIEBAS.


SEGUIREMOS INFORMANDO...






© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

SCHERZOS

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COMO SIEMPRE, APURANDO EL ANUNCIO EN MI PROPIA CASA, PERO EL CASO ES QUE AQUÍ OS PRESENTO MI NUEVO LIBRO, QUE PARA VARIAR TRATA SOBRE LAS PERIPECIAS DE  MÚSICOS ANTIGUOS, Y NO SOBRE LAS CUITAS DE LOS REYES DE 
NAVARRA (AUNQUE TAMBIÉN HACEN -O QUISIERON HACER- ALGÚN CAMEO). 

SI NO ME EQUIVOCO, Y CONTANDO LAS ANTOLOGÍAS, HACE EL NÚMERO OCHO DE MI PRODUCCIÓN LITERARIA, LO CUAL ME HARÁ INEVITABLEMENTE CORRER EN BUSCA DEL NUEVE, QUE PARA ESO ES MI NÚMERO FAVORITO. 

ESPERANDO QUE OS GUSTE MUCHO, OS DEJO CON UNA DE LAS MÚSICAS QUE SUENAN -Y TAMBIÉN SUEÑAN- EN ÉL:



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016


EL ÚLTIMO REY DE NAVARRA FUE FUSILADO EN 1936

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El 7 de noviembre de 2003, estando yo probablemente perdiendo el tiempo -que me parece siempre la mejor manera de aprovecharlo-, acerté a leer una sección del Diario de Navarra en la que no suelo reparar nunca, más que nada porque aquello que transcurre más allá de 1512 no me interesa gran cosa, que es algo que también le pasaba mucho a Alvaro Mutis.

El apartado en cuestión se titula "En el recuerdo", y trata sobre los sucesos que dicho medio publicó hace 25, 50 y 75 años. El caso es que en esta última parte dí con una noticia tan extraña que no pudo dejar de llamar mi atención.

Como podéis ver, el barón de Beorlegui presumía en ella de su españolidad y de su fidelidad al rey Alfonso XIII, apelando a un "señor Cuadra Salcedo", y hablando del infante Luis de Navarra, que tantas veces ha salido ya en estos desvaríos míos -junto con sus compañeros de fatigas Pierres de Laxaga, Mahiot de Cocherel, Pedro de Urtubia y Pedro de San Superano- por ser un personaje histórico que me ha interesado siempre, por su extraña gesta al conquistar la remota Albania, y también por haber tenido el buen gusto de  dejarnos como recuerdo sus armas nobiliarias pintadas en Ardanaz, la capital de mi querido valle de Izagaondoa.

¿A qué podía estar refiriéndose por tanto el citado barón? Porque no terminaba de entenderse del todo bien. El caso es que me sonaba haber leído algo similar, ¿pero dónde?

Veamos: ¿cuál era el único "señor Cuadra Salcedo" que los de mi generación tenemos grabado en la cabeza? Evidentemente mi siempre admirado y recién fallecido Miguel de la Quadra Salcedo, pero por la fecha de la noticia, ésta no podía referirse a él, aunque todo hacía suponer que sí que se trataba de una aventura de igual calibre a las que nuestro paisano vivía en sus reportajes televisivos. Así que fui a revisar la biografía del explorador publicada por A. Pérez Henares en 2001, y en la página 69 vi subrayada  con fluorescente amarillo la siguiente frase referida a Miguel: "...Incluso un tío suyo, Fernando, linajudo marqués, llegó a reclamar, y con papeles, derechos a la Corona de Navarra y Albania". Por tanto, y aunque lo hubiera yo olvidado, dos años antes de que la noticia de hace 75 reclamase mi atención en el periódico, la historia de un pretendiente desconocido a la corona de Albania ya había -naturalmente, conociéndome un poco- despertado mi interés.


No digo que urgentemente, aunque seguro que con prisa, acudí al Archivo Municipal de Pamplona, cuya magnífica hemeroteca microfilmada he utilizado tantas veces, y me hice con la noticia original completa, aquella que se había publicado el 8 de noviembre de 1928, que es esta que os adjunto:


"...Todos los Beaumont de Navarra nos honramos de ser súbditos españoles y tener por soberano a Alfonso XIII"
Leyéndola integramente, se podía entender algo más, aunque no mucho, para qué nos vamos a engañar. Hombre, por decir algo, me dio un poco de pena que al venerable y evocador título de Barón de Beorlegui (el más antiguo de la nobleza navarra, creado por Carlos III el Noble en 1391) el aburrido y gris siglo XX uniese el mucho más prosaico de "ingeniero agrónomo de Santander". Pero hay épocas malísimas para la lírica, qué se la va a hacer...

No sabiendo muy bien por dónde tirar del hilo, y ya que todo había surgido de una noticia publicada en dos épocas diferentes en el Diario de Navarra, decidí preguntar directamente a su redactor jefe, el prodigio de erudición Fernando Pérez Ollo, que sabía que paraba muchas mañanas en la siempre añorada librería el Parnasillo, donde mantenía una especie de tertulias literarias con su dueño, Javier López de Muniain, que tengo para mí que van a ser lo más cerca que nunca voy a estar de algo parecido a la Academia de Atenas en tiempos de Platón o Aristóteles, porque era una gozada oírles hablar de cualquier cosa, sobre todo de libros cuyos títulos muchas veces apuntaba yo subrepticiamente para poder hacerme luego con ellos. 


Pero no se crea nadie que yo participaba de aquellas auténticas lecciones, sino que si al llegar veía yo que estaban ya ellos dos dialogando, subía haciendo el menor ruido posible a la pasarela que servía de entreplanta, y fingiendo que revisaba la sección de Cine, a lo que realmente me dedicaba era simplemente a escucharles. Y hubo ocasiones en que me ocurrió exactamente lo mismo que a San Virila con el ruiseñor: que las horas pasaron como si hubiesen sido segundos. Y siempre les estaré yo agradecido.


El caso es que ni siquiera FPO -su mítica firma al pie de sus implacables críticas de conciertos- sabía nada sobre la historia de un hipotético pretendiente al trono de Albania a principios del siglo XX. Recordé entonces algo que se me había escapado hasta ese momento: en 1995 el Ateneo Navarro había organizado un ciclo sobre la Nobleza en Navarra, y el Diario de Noticias había publicado una doble página sobre ello el 9 de abril. Un reportaje que yo estaba casi seguro de haber guardado -sí, padezco síndrome de Diógenes histórico, qué le voy a hacer- como muchos otros que tratan sobre Historia de Navarra. Dí finalmente con él y allí me encontré con este artículo:  


Armas del palacio de Beorlegui en el Libro de Armería (año 1571)
Ahora ya conocía al menos los nombres de los dos implicados: Fernando de la Quadra Salcedo, marqués de Castillejos, y su primo: Manuel González de Castejón, barón de Beorlegui. Pero no hubo forma de averiguar nada más sobre este asunto hasta que, con el advenimiento de Internet, y sobre todo gracias a la publicación del libro "Fernando de la Quadra Salcedo: la poesía de la Historia", de José Ramón Blanco,  pude yo al fin saber qué se escondía realmente tras todos estos delirios que os voy contando.





Fernando de la Quadra Salcedo
Descendiente de los condes de Urgell
Varón agnado de la Casa Real de Navarra
Señor de Camón en el Bearne
Fernando de la Quadra Salcedo y Arrieta Mascarúa nació en la torre de los Salcedo en la villa de Güeñes (Bizkaia) en 1890, en el seno de una familia de rancio abolengo emparentada cierta -aunque muy lejanamente- con varias casas reales europeas. Fue un abogado, poeta e historiador especialista en heráldica, que a decir de muchos de los que lo conocieron y han dejado testimonio escrito, tenía además un punto de excentricidad muy británico, que le hizo elaborar una serie de genealogías que podríamos considerar sin lugar a dudas como verdaderamente fantásticas -en las dos acepciones de la palabra-, llegando a presumir de descender directamente del rey Iñigo Arista.

Veamos por ejemplo lo que dijo de él el famoso periodista (y más que turbio personaje) César González Ruano, que lo trató muchísimo en las tertulias literarias de Bilbao y Madrid: 

"Como pintoresco se llevaba la palma Fernando de la Quadra Salcedo, que se decía pretendiente al trono de Navarra y luego al de Andorra, proponiendo a su pariente el barón de Beorlegui, hijo del marqués de Vadillo, para el trono de Albania.

Fernando llegó a formar un gobierno con amigos suyos y acuñó unas cuantas monedas de peseta con su efigie y el nombre de Ordoño no sé cuantos. Se decía descendiente de Iñigo Arista. En realidad se llamaba Fernando Salcedo Arrieta-Mascarúa y Reinoso. Su padre, don Tomás Salcedo, viejo muy simpático, montó en Madrid el Café Saboya, en la calle de Alcalá, entre el teatro Apolo y el café de la Elipa. Fue un café elegante, que, sin embargo, no dio resultado. De Quadra Salcedo se podrían contar centenares de anécdotas divertidísimas, pero que quizá no vengan aquí muy a pelo. Quadra Salcedo rehabilitó luego para sí el marquesado de Castillejos.


Soñaba con imposibles golpes de Estado esteticistas y bellos para imponer la autoridad divina y aldeana de las coronas absolutistas y patriarcales. Su árbol genealógico, que sólo se podía echar a reñir con el que exhibía Rafael Lasso de la Vega, llegaba hasta Iñigo Arista. Con Gustavo de Maeztu organizó una pintoresca Academia de Genealogía donde, previo pago, sus clientes podían entroncar con lo más rancio de la aristocracia".


Ramón Gómez de la Serna apuntó que: "Fernando de la Quadra vive colgado de la higuera genealógica".

Según José Fernández de la Sota:

"Como pretendiente al trono de Navarra y al del Principado de Andorra, solía comentar que “tenía dos tronos en el bolsillo, pero ni un sólo cuarto”.  A su primo, el barón de Beorlegui, le convenció de sus derechos al trono de Albania por su ascendencia en la casa de Beaumont. Organizaron una campaña que llegó a tener eco en el Times londinense. Compusieron un himno y celebraron reuniones regias en el palacio de los Salcedo en Güeñes. Sus amigos bilbaínos le gastaron la broma de hacer pasar al pintor italiano Guido Caprotti por un espía de Mussolini enviado a Vizcaya para asesinar al barón, dado que el dictador, según decían, pretendía instalar a un príncipe italiano en el trono de Albania. Quadra Salcedo se lo creyó, y a su primo el barón le faltó tiempo para afeitarse la barba y plantarse en Pamplona".

Pío Baroja escribe en el tomo cuarto de sus memorias:

“Quadra Salcedo era un iluso, un hombre que vivía en sus entelequias fantásticas, y no necesitaba por tanto mucha base para idear un sistema o una genealogía. El más pequeño dato le bastaba para lograr su propósito, y así al Díaz corriente le emparentaba en un dos por cuatro con el Cid. A mí mismo me preguntó, en una librería de viejo de la calle Jacometrezo, si tenía yo el segundo apellido italiano. Sí -le contesté-, Nessi. Pocos días después nos encontramos de nuevo y entonces  me comentó: "Eso de tener parentesco con príncipe italiano está muy bien". Lo cierto es que hablaba de sus supuestos parientes de cuando el Imperio Romano como cualquiera puede hablar de su tío de Alcalá o de su primo de Chínchón. Era un hombre fantástico, que creía en sus elucubraciones”.

Sin embargo Cansinos Assens aduce: 

"En Bilbao, en la calle Ercilla 19, 1º derecha, tenía su sede el Instituto Heráldico del que era director, en el que se anunciaban referencias sobre el origen de más de 475.000 apellidos.

Fernando persistía en su labor de ennoblecer a la gente capaz de remunerar sus investigaciones laboriosas en los archivos. Dentro de poco -decía- no quedará en Bilbao ningún naviero enriquecido durante la Gran Guerra sin su blasón y su árbol genealógico. Sin embargo él era el primero en reírse de sus ingenuos clientes y de su pretendida ciencia heráldica. Le encontraba en el Rastro con algún cuadro borroso, retrato de un cardenal o un arzobispo de la época isabelina y le preguntaba:

-¿Qué hace usted aquí, amigo Quadra?

-Ya ve usted... buscando antepasados".

Pero volvamos a la trama albanesa, que es la que dio origen a este embrollo. Al parecer todo surgió de una reunión de amigos y parientes en el casino de Santander -en la que no se sabe, aunque es fácil de suponer, que el vino y los licores correrían generosamente-, terminada la cual el barón de Beorlegui, que era también marqués de Vadillo, salió convencido de sus legítimos derechos al trono del país balcánico, que su primo Fernando de la Quadra basaba en su descendencia de la casa de Beaumont, pues no en vano su fundador, el infante Luis, lo había conquistado allá por el año 1376.

Si todo hubiera quedado así, probablemente el asunto se hubiera  disuelto con la resaca, pero Fernando lo hizo público escribiendo un artículo en el periódico La tarde, en el que defendía tan vehementemente esos supuestos derechos albaneses del barón de Beorlegui, que muchos otros periódicos, locales y hasta nacionales se acabaron haciendo eco -la mayor parte de las veces tomandoselo a broma, claro- de tan desusada reivindicación.

Como estas cosas se sabe donde empiezan, pero no donde terminan, el revuelo periodístico fue subiendo de intensidad, provocando que el barón de Beorlegui dejase de estar interesado en continuar con la charada. "Es un miserable -le dijo Fernando de la Quadra a Cansinos Assens-: le quise hacer rey, pero no es digno de ceñir una corona".

De todas formas, se ve que el trono de Albania era por aquel entonces de lo más codiciado, porque ya a finales del siglo XIX, otro representante de la imaginación político-estratégica más desbocada lo había reclamado para sí. De Juan Pedro Aladro y Kastriota estoy hablando ahora, hijo ilegítimo del bodeguero jerezano ("In vino veritas" sentenció el autor clásico) Juan Pedro Domecq, que se decía descendiente por linea materna del héroe medieval albanés Jorge Skanderberg, y que puso su fortuna al servicio del sueño de liberar a Albania del yugo otomano, y este sí -y no nuestro barón- anduvo relativamente cerca de lograr su empeño. 

Aquí os pongo una postal publicada en aquella época con ánimo de hacer propaganda a su candidatura:

Juan Pedro Aladro Kastriota, pretendiente al trono albanés
El periodista y erudito Juan P. Esteban Chavarria escribió precisamente en Diario de Navarra el 30 de marzo de 1927 un curioso artículo titulado "Albania y Navarra", en el que decía esto sobre él: 

"Don Juan Pedro Aladro Kastriota, rico propietario andaluz, ilustre diplomático de España y admirador y protegido del rey Alfonso XII (que en paz descanse), descendía del príncipe Jorge Kastriota Skanderberg, héroe y defensor  de Albania contra Turquía, e ídolo de los patriotas albaneses, cuyos actuales sucesores, reconociendo en Aladro Kastriota al descendiente de aquel príncipe, lo proclamaron heredero de la corona albanesa hace relativamente pocos años, reunidos en la Asamblea Nacional de Pissen, y organizando para defender mejor su legitimidad, importantes comités en Italia, Grecia, Egipto y Estados Balkánicos. Advirtiéndose que, si el español no subió finalmente al trono, fue por no comprometer el delicado equilibrio europeo que tantos peligros encierra siempre en los Balkanes y países cercanos, pues no se atrevieron las potencias europeas a instalar a un rey de religión católica en un trono cuyos súbditos eran mayoritariamente musulmanes. Pero haciendo constar también que, de haber persistido en su empeño,probablemente hubiera ceñido la corona en las actuales circunstancias, como caudillo aclamado por el pueblo, desde la última aldea hasta la capital, Durazzo, pues su nombre despertaba bastante más entusiasmo en el país que el de Ahmed Zogú, que fue quien finalmente acabó proclamándose rey en 1928".

Ahmed Zogú, Rey de Albania (1928-1939)
Y añadía esta otra opinión con la que estoy yo muy de acuerdo: 

"Y no digo más de estas memorables campañas de Albania, a pesar de que el Genio de Navarra está en grave pecado de ingratitud mientras no descubra al mundo y loe como es justo a aquellos legendarios héroes que, acaudillados por el infante don Luis, duque de Durazzo, realizaron en Oriente proezas admirables, gloriosísimas, dignas de ser cantadas por la epopeya."

Mucho más recientemente, en 2001, Iñaki Egañatambién nos habla del jerezano Aladro en su libro Mil Noticias Insólitas del País de los Vascos:

"Juan Pedro Aladro Kastriota, príncipe de Albania, se expresaba perfectamente en euskara. Hablaba además correctamente el francés, inglés, alemán, italiano, albanés, castellano y ruso. Escribió algunos trabajos en la revista Euskal-Erria, terminando siempre sus artículos con la misma consigna en euskara y albanés: Euskalerria aurrera.  Shkiperia perpara! (¡Adelante  Euskalerria. Adelante Albania!). Justificaba su interés por la lengua vasca alegando que sus antepasados provenían del pueblo guipuzcoano de Bidania."¡¡¡Arrea!!!

Como veis por todo lo que os voy contando, cuesta aceptar que el concepto de Realismo Mágico lo inventase Gabriel García Márquez en Colombia, porque el número de maestros aventajados en esa materia que hemos disfrutado por nuestra tierra es también digno de ser tenido en cuenta...

¿Pero cuál era el fallo principal de la argumentación genealógica de Fernando de la Quadra Salcedo?

Pues el que ya había visto el propio barón de Beorlegui en su carta de noviembre de 1928: que se adjudicaba la corona albanesa en base a los derechos que el infante Luis, el hermano del rey Carlos II (el Malo para los franceses) hubiera podido legar a sus descendientes, pero teniendo en cuenta que a él mismo esos derechos le llegaron por vía matrimonial, y que con su legítima mujer, la princesa Juana de Nápoles, no tuvo hijos, malamente podía el primero de los Beaumont traspasar esos derechos albaneses a los tres hijos bastardos que sí tuvo con María de Lizarazu.

El mayor de todos ellos, Carlos, fue nombrado por su tío Carlos II alférez de Navarra, y desempeñó importantes cargos diplomáticos en la corte de su primo-hermano Carlos III el Noble. Tuvo a su vez dos hijos varones: Luis, primer conde de Lerín, y Juan, prior de San Juan de Jerusalén en Navarra. Éste, pese a su condición de clérigo, engendró un hijo, Martín, que fue el primero de los de su estirpe en ostentar el título de Barón de Beorlegui, que como dije al principio sigue siendo el más antiguo de la nobleza en Navarra.

Pero originariamente el rey no se lo otorgó a ellos, sino a su chambelán Juan de Bearne en 1391. Al casarse este en 1397 con Juana de Navarra, hermana bastarda de Carlos III, ambos compartieron el tratamiento de Barones de Beorlegui, y tuvieron una hija legítima: Blanca, que se casó con el vizconde valenciano Hugo de Cardona, heredando ambos el título de marras, que al no tener descendencia quedó vacante.

Entonces Juan de Beaumont, el Gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén en Navarra, aprovechó para comprarlo y donarlo a su hijo, Martín de Beaumont, que fue legándolo a sus descendientes directos al menos hasta Juan de Arizcun y Beaumont, que falleció en 1673, siendo el VIII Barón de Beorlegui. Luego el título se perdió, y no volvió a ser rehabilitado hasta 1915 por Francisco Javier González de Castejón y Elío, marqués de Vadillo.


Si aún queda alguien ahí, después de este tostón genealógico que os estoy proporcionando, comprenderá que los derechos a la Corona de Albania no podían ser más hipotéticos para el Barón de Beorlegui del año 1928, a la sazón el ya citado Manuel González de Castejón y Entrala, que hacía el número XVII de su título. Claro que, afortunadamente, esas minucias jamás pusieron freno a la imaginación de nuestro protagonista...

Manuel González de Castejón y Entrala
XVII Barón de Beorlegui
Pretendiente al trono de Albania
Puestas así las cosas, tampoco se hará extraño a nadie que los amigos de Fernando de la Quadra y de Manuel González de Castejón les tomaran el pelo una y otra vez, incluso como ya se contó, fingiendo que Mussolini -la Italia Fascista también quería hacerse con Albania en aquella época, y esta vez completamente en serio, pues de hecho la invadió en 1939- había enviado un espía para matarlos.

Pero abandonadas las pretensiones a Albania por parte de su primo, de la Quadra optó por ser él mismo quien reclamara varios tronos. Primero el de Navarra, ya que como recordaréis, se consideraba a sí mismo descendiente directo nada menos que de Iñigo Arista, y por lo tanto varón primogénito de la Casa Real de Navarra. Pero en un repliegue de modestia, y como también se decía descendiente de los Condes de Urgell, soberanos de Andorra, le pareció más sencillo acceder al trono del principado pirenáico, donde se encontró con que  tenía competencia...

Sucedió que en 1934, un supuesto noble ruso llamado Boris Mikailovich Skossyref se asentó en Andorra, que tenía como copríncipes al presidente de la República Francesa y al obispo de la Seo de Urgell, estando el gobierno formado por un Consejo General de los Valles.

Decidido a convertirse en rey a cualquier precio, Boris consiguió convencer a 23 de los 24 consejeros para que votasen a favor de instaurar la monarquía, cosa que hicieron el 7 de julio (sí, ya veis que todos estos asuntos dinásticos tienen siempre bastante que ver con el vino y con las fiestas). Los periódicos de la España republicana, que se habían tomado a broma desde el principio toda esta locura, descubrieron un filón para burlarse todavía más de lo que acontece en Andorra: dar pábulo a las ocurrencias de otro pretendiente, que como ya habréis imaginado no era otro que Fernando de la Quadra Salcedo. 

Éste, en varias cartas dirigidas al periódico "El heraldo de Madrid", de las que también se hicieron eco otros medios como ABC,  rizó el rizo retando a un duelo a espada a Boris Ipara decidir en un combate de campeones a quién correspondía realmente el trono de Andorra. Y no creais que el ruso se achantó, porque contestó por la misma vía al bilbaino de la siguiente forma: "habré de demostrar a usted, cuando y como le acomode, que un caballero no puede manchar la dignidad de otro caballero sin dejar de serlo".

Harto ya de tanta locura, el obispo de la Seo de Urgell denunció lo que estaba ocurriendo en Andorra ante la Guardia Civil (tomad dosis de surrealismo hispano), que acabó deteniendo al "rey" Boris, el cual acabó preso en Madrid, en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes. Tras unas pocas semanas fue puesto no obstante en libertad, y marchó al exilio.

Tristemente, la farsa trocaría en tragedia muy pronto...

El 18 de julio de 1936, el general Franco se sublevó en África contra el Gobierno legítimo, y la villa de Bilbao quedó dentro de las zonas leales a la República. No habiendo autoridad reconocible, pues el Gobierno Vasco no quedaría constituido hasta el 7 de octubre de ese mismo año, milicianos y grupos armados de los distintos partidos camparon durante dos meses a sus anchas, ejecutando y deteniendo a quienes consideraban enemigos de la Revolución o del Proletariado. 

Alguien que, como el inofensivo Fernando de la Quadra, presumía de nobleza de sangre e incluso de sus derechos a varios tronos, se convirtió por tanto en objetivo prioritario de varios de esos grupúsculos, siendo detenido finalmente al parecer por anarquistas -a los que, como de costumbre, la imaginación se la traería al pairo-, que lo llevaron al Altuna-Mendi, un barco prisión fondeado en la ría.

Allí dentro, igual que muchos otros desgraciados, fue fusilado Fernando de la Quadra Salcedo y Arrieta Mascarúa sin juicio alguno el 25 de septiembre de 1936, apenas diez días antes de que José Antonio Aguirre fuese nombrado primer Lehendakari y acabase con los paseos y los asesinatos arbitrarios. Tenía cuarenta y seis años, los mismos que ahora tengo yo, y os aseguro que no puedo dejar de sentir un cierto escalofrío al imaginarme la escena.

Fusilamiento de Maximiliano I, de Edouard Manet
Así que ya veis: quizás no vivió como un rey, pero si que al menos murió como Luis XVI de Francia o Maximiliano I de México, cosa que supongo que no le haría nada feliz en ese brutal momento, pero que me parece un giro del destino de lo más curioso, y un caso clarísimo de justicia poética. 

Don Julio Caro Baroja, que también lo conoció, escribió con pesar: “su fin trágico no fue el que correspondía a alguien de carácter tan apacible”.

Todavía en 1965, su amigo César González Ruano le recordaba en su Diario Íntimo, con motivo de la muerte ese mismo año de otro viejo conocido: el barón de Beorlegui, aquél a quien Fernando quiso hacer rey de Albania: 

"Ha muerto ayer en Madrid el barón de Beorlegui, don Manuel González de Castejón, tan unido a raros recuerdos míos de aquellos años en que yo andaba mucho con el poeta Fernando de la Quadra Salcedo, marqués de los Castillejos, que proyectaba para su primo el acceso al trono de Albania. Beorlegui era ingeniero agrónomo, cantaba zortzicos y tenía una noble barba. A mí me recordaba físicamente a aquel zar Fernando de Bulgaria..."

Y por mi parte, acabo aquí con la estrambótica historia del último y soñador rey de Navarra, que me temo que he alargado demasiado. No me cabe la menor duda de que hubiese hecho buenas migas con él, de haber coincidido ambos en el tiempo. 

Y, quién sabe, quizás hasta hubiese aceptado yo los derechos al trono de Albania que el sobrepasado barón de Beorlegui (al parecer su candidatura al trono trajo consigo que un grupo de albaneses, que el periódico republicano "La Libertad" describe muy gráficamente como "imponentes, llenos de cartucheras, embigotados y pavorosos" se empeñaran en servirle durante un tiempo como Guardia Personal, para solaz y diversión de toda la ciudad de Santander)  no se atrevió a defender, porque además puedo confirmaros que el dolmán me sienta igual de bien que al rey Muskar XII de Syldavia... 



De todas formas, ya sabéis: Euskalerria aurrera.  Shkiperia perpara!



©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016




SANGRE-RMÍN

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Pamplona, sede de la Federación Local de Sindicatos Únicos, afiliados a la CNT

Viernes, 10 de julio de 1936


-¿Fiestas como estas no las tenéis en Madrid, eh, compañero Matesanz?

-Y que lo digas, compañero Echavarren, casi no llego: las calles están atestadas de gente. Pobres, tan ignorantes de lo que se avecina...

-¿Pero de verdad está tan mal la situación allí abajo?

-Todos dan por segura una sublevación militar inminente de las distintas capitanías. Y nuestros oficiales infiltrados informan de que el general Mola es la cabeza pensante de esa rebelión. Hasta nos hemos enterado de que su superior, el general Batet, va a venir a verle la semana que viene para comprobar personalmente que no está metido en ninguna aventura. Pero debe saberlo tan bien como nosotros. Precisamente por eso mismo estoy aquí.

-¿Por Mola? Pues si estáis pensando en alguna acción contra él, es que no conocéis cómo se las gasta. Tiene una escolta permanente formada por entre ocho y diez mandos intermedios bien entrenados. Y si por un casual sale de paisano a la calle -lo cual no ocurre casi nunca- los hijos de los facciosos y pistoleros más reconocidos de la ciudad se pegan por servirle de protección, armados todos hasta los dientes. Mil veces hemos estudiado cómo meterles mano, pero es imposible. ¿Y ahora venís desde Madrid a decirnos cómo hemos de hacer las cosas? Pues no os he visto en las peleas contra los requetés, que cada vez están más envalentonados...

-Tranquilos, que la Organización valora muchísimo vuestros esfuerzos y sacrificios, y agradece además que hayáis llevado a cabo el seguimiento fotográfico diario al general que os pedimos la semana pasada. Es conveniente que sepáis que nos tememos que esta intentona no va a ser como la payasada de Sanjurjo de hace cuatro años. Pensamos que esta vez quieren acabar con la República por las bravas. Y si eso llegara a ocurrir, podemos despedirnos para siempre de la implantación del comunismo libertario que este país necesita como el comer.

-Si la cosa pinta tan mal, puedes contar con nuestra total colaboración, compañero. Pero no termino de entender aún qué es lo que pretendéis. ¿Atentar contra Mola? ¿En plenos Sanfermines? Lo dicho: totalmente imposible: las derechas le tienen más veneración que al santo, y lo rodean con mucho más fervor. Nosotros apenas somos un puñado de afiliados, y cada vez más estrechamente vigilados por las "fuerzas del orden". Y no tenemos más armas que dos o tres viejas escopetas de caza. ¿Has traído tú algún revólver moderno?

-¿Y si te dijera que no harán falta pistolas o fusiles para eliminar al general?

-Pues te respondería que en Madrid os da demasiado el sol y habéis debido perder la razón. Ahora, ¿qué esperar de la Federación Agraria, que es a la que tú perteneces? ¡La Obrera, o por lo menos la Metalúrgica, de ahí sí que salen verdaderos soldados proletarios! Porque tú, Matesanz, ¿qué oficio tienes?

-Veterinario.

-¿Cómo dices? ¡No me toques los cojones, Matesanz! ¿Y qué quieres hacerle a Mola: ponerle herraduras? ¿De verdad que en la CNT no hay agentes más cualificados que tú?

-Cuidado con lo que dices, compañero. Voy a pasarlo por alto porque estamos los dos nerviosos y porque apestas a vinazo agrio.Siento haberte interrumpido la fiesta, pero este asunto es demasiado grave para dejarlo en manos de aficionados como vosotros.

¿Y le confían una misión tan importante a un simple albeitar? Sigo pensando que estáis todos locos. Sólo lleva unos pocos meses en Pamplona, pero ya hemos podido comprobar que la fama de carnicero que Mola traía desde Marruecos era bien merecida. Es cruel e implacable con quien cree su enemigo, y considera de esa forma a todos los que no le bailan el agua. ¿Qué piensan en Madrid que podrás hacer tú contra alguien así?


-Quizás reclutar un ejército mucho más poderoso que el suyo...

-¿En plenas fiestas? De borrachos y sinfundamentos tendrá que ser, porque no se me ocurre cómo si no...

-¡Basta: no tenemos más tiempo para perder! Me costó convencerlos, pero finalmente la Dirección  Confederal ha dado carta blanca a mi propuesta, así que estáis obligados a obedecerme, os guste o no. Empezaremos por lo más sencillo: no conozco estas calles y necesito que me guiéis por ellas. Sobre todo hasta esta que sale en todas las fotos de vuestro informe.


-No sabía yo que el anarquismo o el pensamiento ácrata me obligasen a obedecer a nadie, ni siquiera a un compañero que no sé quién se cree que es, aunque ya aclararemos esa cuestión más adelante. Mientras tanto se hará lo que tú digas. La calle que te interesa es la que lleva al Mercado, perpendicular a la Bajada de Santo Domingo, y que termina en Capitanía. Por eso mismo es también una de las más vigiladas de la ciudad, y suele estar llena de soldados. Ahora, sí tú dices que vas a conseguir un ejército más fuerte...

-Menos recochineo, compañero. Dime: ¿ves algo que se repita en todas estas imágenes?

-Naturalmente: el cabrón del general sacando fotografías desde el puesto que tienen los militares justo detrás del vallado del encierro. Y fíjate en su cara: se diría que disfruta viendo desde tan cerca las cornadas y las volteretas...

-Pues sí, eso me parece a mí también. Y desde luego que a Mola le encanta la fotografía. Y como esa es una afición que yo comparto, puedo decirte que esa que lleva al cuello es una de las cámaras más modernas del mundo: la Contax III, fabricada en Alemania por la empresa Zeiss-Ikon. Una auténtica maravilla de la técnica. La primera con fotómetro incorporado...


-No me interesa la técnica de los Nazis. Sólo aplastarlos cuanto antes.

-Sí: en eso estamos de acuerdo. Y qué mejor que empezar  por su representante en España. Sabemos que Mola ha tenido contactos con los alemanes y también con los italianos. Será mejor evitar que ese enlace pueda llegar más lejos, por muy buenas cámaras fotográficas que fabriquen. Aunque también es imperativo que nadie pueda echarnos la culpa a los anarquistas de la muerte de esa sanguijuela, porque incluso a nivel internacional podría acarrear funestas consecuencias y persecuciones para nuestro movimiento...

-Ya. ¿Y la Dirección te permite explicarme de una vez cuál es su plan para lograrlo? Porque sigo sin comprender nada de nada.

-¿Tú eres carpintero, no, Echavarren? ¿Tenemos algún camarada en el Sindicato que participe en el montaje del vallado del encierro?

-Eh... Pues sí, Martín Goñi se saca unas perras extras con ese trabajo. Aunque, francamente: no lo veo yo haciendo frente a prácticamente todos los militares de Pamplona...

-No te preocupes: le echaremos una mano al bueno de Martín. Y también unas patas... ¿De qué madera están hechos los tablones del vallado?

-Que me aspen si entiendo nada de lo que me estás diciendo, Matesanz. En cualquier caso son de madera de olmo, muy resistentes por tanto.

-Para una manada desbocada de torazos, esos tablones son como mondadientes. ¿El vallado es doble o sólo tiene una fila de maderos?

-¿Doble?, ¿y para qué, si nunca lo ha quebrado ningún morlaco? Un momento... ¿Estás diciendo en serio que vuestro plan es que los toros del encierro ataquen a Mola? ¿Pero estáis locos? ¿Y como pensáis hacer que carguen justo en esa zona del vallado, poniendo a Rafaelillo con un capote para que embistan? Lo que pensaba: os ha dado demasiado el sol...

-Con el contenido de esta garrafa, Echavarren. ¿Sabes lo que es?

-¡Ufff, apártalo de mi nariz, huele a rayos!

-Bueno, a los toros no les olerá igual: son secrecciones hormonales de vaca en celo.

-¿Secre-qué? Pero tú has debido darle al chacolí de Culancho en cuanto te has bajado del tren...

-Soy veterinario, ¿recuerdas? Esto es lo que se utiliza en la monta o servicio de las vacas para que los sementales se pongan a tono. Y vaya que sí se ponen... Te aseguro que si frotamos los tablones detrás de los cuales se coloca Mola durante los encierros con el contenido de esta garrafa, los seis toros cargarán contra ese lugar concreto con furia incontenible, y el general y sus subordinados quedarán convertidos en picadillo. Y lo que es mejor aún: nadie podrá echarnos la culpa a nosotros, ni a ningún otro partido de izquierdas. ¿Qué te parece, Echavarren?

-La verdad es que no sé si llamarte genio o pensar que necesitas ir detrás de otro tipo de secrecciones hormonales, Matesanz. Me parece que te hace mucha falta...

-Primero la Revolución, luego ya vendrá la unión igualitaria y libre con una compañera tan ácrata como yo, con la que poder proporcionar más militantes al Movimiento Anarquista Mundial. Lo dijo Bakunin, y yo estoy totalmente de acuerdo con él.

-Bueno, Bakunin tendrá razón cuando la tenga, y cuando no la tenga, pues no. ¿Y cuándo habéis pensado llevar a cabo esta locura? Porque sólo quedan los dos encierros de mañana y pasado...

-Mañana sería demasiado precipitado. Mejor el domingo, cuando hayamos podido confirmar con Martín Goñi la mejor manera de aplicar el producto a los tablones reservados al Gobierno Militar, que veo en las fotos que llevan pintado su escudo identificativo. No hay error posible. Todo irá bien...

-Pues no sé qué decirte, compañero, porque lo ideal hubiese sido dárselo durante la noche, pero creo recordar que justamente esa parte del vallado se custodia hasta la mañana siguiente en el patio del Hospital Militar. Imposible entrar allí sin levantar sospechas. No: habrá que aplicarlo a la vez que se instala, y los carpinteros empiezan a las cinco para que todo este listo para las siete...

-Perfecto: la mañana del domingo será pues el amanecer de una nueva y mucho mejor época para todos...




Pamplona, sede de la Federación Local de Sindicatos Únicos, afiliados a la CNT

Viernes, 17 de julio de 1936


Con hondo pesar libertario, y conmocionado todavía por el desarrollo de los acontecimientos, procedo a informar a la Dirección Confederal de lo sucedido hace cinco días en las calles de Pamplona, no sin antes reiterar las disculpas que ya envié por vía telegráfica, en lo relativo a no haber comprobado suficientemente la veracidad de lo afirmado por el camarada Matesanz, cuya trayectoria en nuestro sindicato no invitaba a dudar de su palabra. ¿Pero cómo iba a sospechar yo que él actuaba sin vuestro permiso?

Y claro que su plan me pareció descabellado desde el principio, pero se le veía tan entusiasmado y confiado en las probabilidades de éxito, que todas nuestras prevenciones se desvanecieron. El sábado, y aunque Mola no acudió a contemplar el encierro -según nos explicó nuestro contacto en Capitanía porque debía reunirse con algún capitoste carlista-, lo empleamos en prever los distintos inconvenientes que podrían presentarse al llevar a la práctica la acción. Uno de los principales era que todos los balcones de los alrededores estaban ocupados por soldados, unos por afición propia y otros por mandato de sus oficiales, con sus fusiles a la vista.

Nuestro compañero Martín Goñi, que trabaja en el montaje del vallado, no sólo no preguntó por qué debía ser sustituido por otro ese día, sino que aceptó disciplinadamente que le rompiéramos el brazo -de la forma más limpia que pudimos, naturalmente- para que no cupiese duda alguna a sus jefes de que no podía trabajar. Le explicó además someramente su cometido a Matesanz, que básicamente consiste en colocar vertical y horizontalmente los tablones de madera que impiden que los toros se escapen por las calles por donde no transcurre el encierro.


No me gustaba ni un pelo dejar solo a Matesanz en una empresa que se me antojaba tan complicada, pero ya nos costó muchísimo convencer al capataz de que aceptara a nuestro hombre -al que hicimos pasar por familiar de Martín- como montador. Sin embargo he de decir que él mostró en todo momento un temple y una confianza ciega en sí mismo, lo cual no hizo que a mí dejase de asaltarme la sensación de que lo estábamos abandonando en la boca del lobo, así que lo más discretamente que pude, me situé en la calle en cuestión, primero fingiendo ser un borracho con pocas ganas de volver a casa, y luego haciéndome pasar por un corredor de los muchos que esperan en esa zona a que lancen el cohete que anuncia que los toros salen a la carrera de su corral.

De esa forma pude ver que esa madrugada aún había más soldados que de costumbre, y también cómo los oficiales encargaban a los reclutas que montasen el vallado del puesto militar, expulsando de muy malas a los carpinteros habituales, entre los esta vez se hallaba Matesanz. Intenté entonces llegar hasta él para convencerlo de que saliésemos inmediatamente de allí, pero no me hizo el menor caso. Al contrario, sonriendo me dijo que no me preocupase, que tenía un "plan B", Y entonces lo perdí de vista en medio del tumulto de gente -lógicamente- cada vez más nerviosa.

Al poco llegó Mola, acompañado por el comandante Fernández-Cordón, el coronel Moscoso, y los capitanes Lastra, Vicario y Barrera. En suma: toda la plana mayor facciosa.

La hora señalada se acercaba, y cada vez había más gente congregada. A codazos me abrí paso hasta que tuve tan cerca al general y sus subordinados, que pude oírles bromear con frialdad sobre si aquella mañana "habría más sangre" que en las anteriores. Al propio Mola le escuché decir que para los que habían participado en la guerra de Marruecos como él, esto del encierro no era más que una broma sin apenas riesgo. Llevaba su condenada cámara colgada del cuello...

A pesar de que hacía nueve años que no corría, decidí permanecer en Santo Domingo, aunque lo cierto es que llegado determinado momento las barreras se cierran y ya no se puede salir del recorrido. La curiosidad y, porque no decirlo, también un mal presentimiento, clavaron mis pies a los adoquines más peligrosos del mundo -al menos durante esos segundos que se hacen eternos a todos los que allí luchamos por sobrevivir-. Entonces sonó el cohete y una muchedumbre aterrada se puso en marcha hacía donde nos encontrábamos. Mola (ahora lo tenía justo frente a mí) se llevó la cámara al ojo, apuntó, y disparó una y otra vez hacia la calle como quien está acostumbrado a hacerlo constantemente con un fusil, sin piedad ninguna por lo que se desarrollaba ante sus ojos, como si todos fuésemos insectos que él debiera primero cazar y luego pinchar con un alfiler en pequeños cuadros enmarcados en negro, igual que las esquelas funerarias. Su rostro mostraba una sonrisa siniestra...

En ese preciso momento, no sé desde dónde, apareció en mitad de la calle Matesanz, esquivando a quienes pasaban como balas junto a él mientras se arrojaba por encima todo el contenido de la garrafa que traía consigo.Avanzó entonces hacía el vallado militar con paso de gigante -contento y desnudo, dispuesto a matar canallas- y justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, uno de los muchos trabajadores del vecino mercado que corren en ese preciso tramo se cruzó en su camino y lo hizo caer al suelo. Inmediatamente cuatro mozos tropezaron con ellos y cayeron frente a nosotros. Iba a ir a socorrerles cuando el primero de los toros llegó al montón, y, loco de furia, comenzó a bramar y a asestar terribles gañafonazos a quienes habían quedado por encima de Matesanz, como queriendo quitarlos de encima de su objetivo. Y entonces llegaron sus cinco y rezagados hermanos...


Aunque lo intente mil veces, no podría explicar con palabras la horrenda carnicería que se desarrolló a partir de ese momento ante nuestros ojos, cuando los seis toros -completamente fuera de sí, se dedicaron a cornear de todas las maneras posibles a nuestro hombre, hasta convertirlo en un surtidor de sangre y vísceras. A los pastores les costó un esfuerzo titánico separarlos a varazos de aquella pulpa sanguinolenta.

Sangre: todos los que estábamos allí quedamos impregnados de sangre de Matesanz, como si formásemos parte de un terrible bautismo. También el general Mola, que no dejó de disparar -clic, clic, clic, creo que jamás podré olvidar esos chasquidos- su moderna cámara alemana Contax III ni un sólo momento.

Tampoco perdió su siniestra sonrisa, ni siquiera cuando me abalancé hacia lo que quedaba de Matesanz y lo rodeé con mis brazos. Aún pudo decirme algo con un hilo de  voz: "el amanecer, el amanecer..."

Nadie de los que lo vimos podremos olvidarlo jamás, y para quien tuvo la fortuna de no estar presente, quedarán siempre las fotos del general para poder horrorizarse, pero como miembro de nuestro sindicato me creo en el deber de tomar el relevo de mi compañero y solicitar ayuda para detener la sublevación que todos dan ya por cierta y que quizás, quien sabe, comience mañana mismo.

Y esto no lo hago únicamente por mi acreditada militancia política, sino porque fue el propio Mola quien solicitó a uno de sus esbirros que apuntase mi nombre en una lista formada por muchos otros nombres. Dijeron que era sólo un formalismo para permitir mi localización cuando comenzara a investigarse lo ocurrido en el encierro, pero no creo que les importe gran cosa aclarar nunca las circunstancias de lo que os acabo de contar y que sí: pudo suponer "el amanecer de una nueva y mucho mejor época para todos..."

PAMPLONA, a 17 de JULIO de 1936







ADENDA: 

*Cuando el Gobierno del Frente Popular salido de las urnas democráticas en febrero de 1936 decidió trasladar al general Mola a Pamplona, además de mostrar una estupidez y ceguera políticas de lo más notable, selló su destino, pues andaba metido desde mucho tiempo atrás en la conspiración que acabaría dando lugar al levantamiento del 18 de julio primero, y a la terrible Guerra Civil que asoló el país desde entonces. 

Para comprender mejor la condición moral de Mola, no basta con leer su Bando declarando el estado de guerra de 19 de julio de 1936: 





sino que hay que leer también sus "Instrucciones Reservadas", alguna de las cuales lleva fecha de mayo de ese mismo año, y entre las que -por su inmundicia y bellaquería- quisiera destacar estas dos: 

"Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas".

"Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión: todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular deberá ser fusilado".

Por tanto fue él, con muchos otros colaboradores necesarios, el responsable máximo de la cacería humana que se desató hace exactamente ochenta años el próximo 18 de julio, y que en Navarra (zona sin frente de guerra) supuso el asesinato de más de tres mil quinientas personas cuyo único delito fue no estar incluidos en los desquiciados parámetros ideados por el gobernador militar de Pamplona, que en su delirio firmó muchas de sus "instrucciones" con el apodo de "El Director".

Apenas un año después, el 3 de junio de 1937, el general Mola falleció en un accidente de aviación en Alcocero (Burgos). Su cuerpo quedó tan calcinado que la única forma de reconocerlo fue por la Contax III que siempre llevaba colgada al cuello...




*El vallado del encierro de Pamplona fue simple hasta el 8 de julio de 1939, cuando en los primeros Sanfermines tras la guerra, el toro "Liebrero" (de la ganadería Sanchez Covaleda) rompió los tablones y corneó de gravedad a una espectadora que estaba situada detrás, teniendo que ser abatido a tiros junto a la puerta de la plaza de Toros. Para que no volviese a ocurrir algo parecido, desde el año siguiente (1940) el vallado es doble, con una separación de dos metros entre ambas hileras de tablones...



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016




CRÓNICAS ROMANO-NAPOLITANAS I: TROPPO CALDO

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Verano de 1724

Llevaba ya Vivaldi dos años residiendo en Roma, cuando fue elegido Papa Benedicto XIV, quien semanas más tarde cambió su nombre por el de Benedicto XIII, al ser advertido por la Curia de que antes que él hubo otro Benedicto que llevó ese ordinal, aunque fuese considerado ahora como hereje y antipapa (sin merecerlo, pues realmente el aragonés Pedro de Luna  fue un gran papa. Uno de los mejores sin duda alguna).

En todo ese tiempo no había logrado acostumbrarse al endemoniado tráfico de las calles de la capital pontificia, y añoraba en secreto no poder desplazarse en góndola por el triste río Tiber -Tristevere, llamaba él al barrio viejo-. Tanto lo detestaba, que había fijado su morada en el quartiere más lejano al centro que pudo encontrar.

Y hasta allí precisamente fue a buscarlo la Guardia Suiza llevando un escueto mensaje del nuevo Papa: "Questa sera, a San Pietro". El sargento aún añadió otro: "Los Orsini detestan esperar a los venecianos". Naturalmente Benedicto XIV pertenecía justo a tan insigne familia...

Imaginó las calles atestadas para celebrar el resultado del conclave. Los callejones colapsados por las carrozas de los nobles y por las carretas de los tan sólo un poco menos nobles (en Roma todo el mundo se tenía por tal), y hasta el mínimo hueco sobre las calzadas ocupado por los borriquillos que todos usaban teóricamente para intentar sortear aquel caos en permanente movimiento, aunque lo único que conseguían era taponar aún más las ya de por sí estrechas vías. Y comenzó a sudar...

Porque él no tenía carroza ni carreta, y su borriquillo estaba desde hace una semana esperando a que el herrero le colocase unas nuevas herraduras. “Domani, domani”, le decía cada día cuando le conminaba a que se las pusiese de una vez. Y ahora el domani había llegado ya, y él no tenía con qué desplazarse hasta la basílica vaticana. Sí, podía utilizar los servicios de un cochero, pero de sobra sabía que en cuanto detectase su acento véneto, se dedicaría a darle vueltas por todos los vícolos de la ciudad hasta marearlo. Y la cuenta que le exigiría al final sería digna de un arzobispo… No. Tendría que ir andando, bordeando el río hasta Sant’Angelo.

Se autoengañó repitiéndose que, al fin y al cabo, sería tan sólo una paseggiata, Y como si pudiera llevar su música en un aparato minúsculo y todavía no inventado, antes de abrir la puerta de su casa se concentró en escuchar el allegro de su concierto para dos violines, cuyo ritmo pensó que sería el más adecuado para marcarle el paso.

En cuanto puso un pie en la calle, el sol lo golpeó con furia africana. Era tarde ya para volver a su habitación y ponerse una casaca más fina, así que se avergonzó de antemano por la imagen que darían sus cercos de sudor cuando hiciese la reverencia ante el papa. Y es que como si la sombra fuese un atributo diabólico que hubiera sido exorcizado por todos los sucesores del apóstol Pedro, no había dónde refugiarse del astro rey. Recordaba haberle preguntado en cierta ocasión al cardenal Benedetto Pamphili, protodiácono de Santa María in Vía Lata, por qué no se plantaban árboles de gran porte en Roma. Su agria respuesta fue: “Cuando se planten robles en medio de la laguna de Venecia, veréis vos árboles en Roma”.
 

Corriendo y esquivando a la vez borricos (los de dos patas montados sobre los de cuatro, que denostaban su torpeza apretando los dedos y levantando las manos con fruición mientras lo insultaban con los más imaginativos juramentos) llegó exhausto a mitad de su trayecto. Resoplaba como un fuelle pinchado, y esta vez no sólo era por el asma, sino porque las fuentes –salvo las monumentales- brillaban por su ausencia, y cuando las había, su exigua altura las hacía más propias para perros que para personas. Los aguadores hacían su agosto –su ferragosto más bien- de tal circunstancia, y vendían sus jarras al mismo precio que si en vez de agua estuvieran llenas del Chianti elaborado exclusivamente para el marqués de Mantua. Le dio igual a estas alturas darles sus ultimas monedas con tal de saciar su sed…


 -Ma questa acqua è calda, maledetto!

-Stai zitto, sporco veneziano!

De buena gana se hubiera sentado en un banco a descansar un instante, pero tampoco había bancos. Sonreía al pensar en el cardenal Pamphili exhortándole: “Cuando haya bancos en mitad de la laguna de Venecia, habrá bancos en Roma”. Se apoyó en la barandilla del puente: sudaba copiosamente, así que con no poco esfuerzo y cuidado se levantó la gruesa peluca, momento que aprovecharon todos los agazapados mosquitos de la isola Tiberina para usar su calva como pentagrama de sus ferocísimas notas. La última -que debió ser un do sostenido- le hizo tanto daño que soltó sin querer el bisoñé, que cual pájaro herido fue a caer a plomo a las turbias aguas.

El allegro del concierto para dos violines, gracias a Dios, seguía resonando en sus oídos e indicándole el camino en aquella selva de atropellos, hasta que por fin consiguió llegar a las puertas del palacio papal. Eso sí, en tal estado de postración y asfixia que los guardias se negaban a franquearle el paso. Tuvo que ser el siempre displicente cardenal Pamphili –estos venecianos, siempre tan flojos, le oyó decir- quien le llevase casi en andas hasta el pasillo donde aguardaban quienes esperaban a cumplimentar al papa.

¡Qué maravilla de estancias, decoradas por los mejores artistas del Orbe! Y más prodigiosas resultarían si no estuvieran llenas de miles de personas aullando, cada una en su lengua natal –pensó Vivaldi mientras recuperaba lentamente el resuello-. Muchos de los presentes, con evidente gusto por el arte, intentaban tomar del natural bosquejos en sus cuadernos, pero eso parecía ofender gravemente a los guardias, que ladrando más que gritando, atronaban el escaso aire de las galerías con sus exabruptos: E proibito dipingere qui! E proibito dipingere qui! Aunque a algunos sí que les permitían pintar –y vender a precio de oro- sus dibujos. Reconoció a bastantes: eran los sobrinos de varios cardenales e incluso del propio papa, muchos sin talento alguno para la pintura, pero con el rostro tan pétreo como el recientemente descubierto Apolo del Belvedere.

Las horas pasaban, y el santo padre no recibía a nadie de los allí congregados, que con el calor y el sofoco progresivos, iban cayendo en un sopor cercano a la catalepsia. A las diez de la noche se abrieron por fin las puertas, pero no las de la sala de Audiencias –il papa é stanco!, berrearon los guardias- sino las que a través de un laberinto de pasillos llevaban de nuevo a la calle.

Vivaldi ya no aguantaba –en todos los sentidos- más. Ya había estado otra vez en el Vaticano, invitado por el anterior pontífice, el muy sordo (y por tanto inmune a cualquier interés musical) Inocencio XIII. Recordaba por tanto dónde estaban situadas las estancias dónde el camarlengo guardaba las ropas y aditamentos que al día siguiente se pondría el papa para su coronación. En medio de la oscuridad y de la multitud, no le fue difícil llegar hasta ellas. Allá, al fondo, vio entre tinieblas lo que buscaba: la tiara papal que adornaría il vasto e vuoto cabezzone de Benedicto XIV durante la ceremonia. Le dio la vuelta, como admirándola, soltó con parsimonia los botones de su bragueta, y procedió a orinar larga y placidamente procurando que ni una gota quedase fuera de corona tan resplandeciente. “La única y verdadera satisfacción del día”, pensó mientras dejaba cuidadosamente la tiara en su sitio. Y junto a ella, como firma inequívoca, la partitura del concierto para dos violines que había pensado regalar al ingrato pontífice Orsini. Tan silenciosamente como había entrado, salió de la habitación y se deslizó sin ser visto hasta la calle.

A la mañana siguiente muchos de los romanos que llenaban la piazza di San Pietro se sorprendieron de que la ceremonia no comenzase a la hora prevista. Otros aseguraban que un fuerte destacamento de la Guardia Suiza había salido a la caza de un peligroso delincuente, pero que no habían conseguido dar con él.

Y es que era muy temprano -con las primeras luces del sol, esas que afortunadamente aún no abrasan-, cuando Antonio Vivaldi salió de la ciudad. Le pareció que a esas horas, tan vacía de gentes y silenciosa, era cuando Roma estaba verdaderamente espléndida y hermosa, y con la euforia que da el aire fresco, se prometió a sí mismo plantar robles y poner bancos en la laguna de San Marcos. Y, desde luego, nunca más salir de Venecia…





© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

CRÓNICAS ROMANO-NAPOLITANAS II: VULCANO

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“Nunca se sabe cuándo despertará un volcán dormido”, respondían los napolitanos a los siempre pesadísimos viajeros que durante el siglo XVIII tomaron por costumbre acercarse a ver y sentir una de las frecuentes erupciones del Vesubio, que en aquella centuria estalló nada menos que en 1707, 1737, 1760, 1767, 1774, 1779 y 1794.
Explosiones tan habituales ya, atrajeron a tanto visitante que crecieron exponencialmente en la ciudad dos industrias principales que buscaban atender –cada una a su modo- a las hordas de curiosos extranjeros: la de los hosteleros y la de los ladrones (si bien había quien defendía que ambas fueron siempre la misma cosa).
Entre las iniciativas de mayor éxito entre los viajeros, se destacó muy rápidamente la de los montañeros que –por una nada módica cantidad- aseguraban poder llevar casi hasta la misma cima de la montaña a todo aquél que les pagase. El espectáculo sería inolvidable, prometían, “ver los ríos de roca fundida justifican toda una vida”, aseguraban. Y cierto que –para variar- muchas veces cumplían su palabra, pues en esas peligrosas excursiones perecieron muchos y muchas incautas que fiaron su existencia al capricho de la naturaleza, de tal forma que docenas de ellos murieron asfixiados por los terribles gases emanados del caprichoso cráter.
Como quiera que todo el mundo sabía en Nápoles que el hombre que más se había acercado –además completamente en solitario- a la boca del hirviente monstruo era el pintor Jacob Philipp Hackert, no eran pocas las ocasiones en las que venían a pedir su consejo para intentar rescatar un último hálito en los exangües cuerpos de los intoxicados. Así ocurrió en la erupción del verano de 1774, cuando il limone (malévolo apodo que los paisanos le habían adjudicado por haber perdido todo el pelo en el rusiente acercamiento) se hallaba en plena madurez, cuando no en la más provecta ancianidad.
Se sentía en efecto viejo y cansado, y por esas mismas razones estuvo a punto de denegar su ayuda, pues además era ya noche cerrada cuando vinieron a golpear la puerta de su palazzo. Traían los alborotadores una camilla cubierta, y aseguraban llevar en ella a la marquesa de Sciomperi –allá, en los Abruzzos-, a quien juraban y perjuraban que le quedaba sólo un hilo de vida. ¿Quién la mandó subir al Vesubio? –pensó con rabia mientras ordenaba a sus criados franquear la puerta a la exaltada comitiva.
Retiraron los velos que cubrían por completo el rostro de la agonizante, y apareció ante los ojos de Hackert la mujer más bella que nunca hubiera visto. Puso –y apartó inmediatamente asustado- la mano sobre su frente, que ardía prendida en fiebre como si lo que circulase por sus venas no fuera ya sangre sino lava.
Era inútil mandar a aquellos botarates forasteros a que buscasen remedio alguno para su señora, y tampoco confiaba en sus propios sirvientes como para encargarles misión tan delicada, así que no de muy buena gana, y con cierta aprensión, se preparó para salir él mismo a las abarrotadas calles. Esas mismas calles en las que –de noche- tanto proliferaba la segunda industria que ya quedó citada al principio: la de los ladrones. Y eran éstos tantos y tan organizados que no era cosa de broma hacerles frente, menos aun siendo uno mismo motivo de escarnio por su famosa calvicie y porque a pesar de llevar tantos años ya en la ciudad, todos aquellos ganapanes seguían considerándole tan extranjero como el que más.
Para evitar todos esos problemas, adoptaba desde hacía tiempo ciertas medidas indumentarias que, a pesar de abochornarle no poco, tuvo que repetir ante quienes ahora ocupaban su casa. En efecto, entró en su guardarropa y cuando salió era ya otro, pues llevaba una peluca muy negra y muy bien peinada (de las que allí denominan “a la cciufita”, y con su rubicunda tez cubierta por el afeite más oscuro, lo cual le daba –según él, claro está- un aire verdaderamente napolitano. De tal guisa salió a la calle, rumiando lo complicado que sería encontrar una farmacia abierta en medio del hormiguero humano que a aquellas horas se arremolinaba en Via Toledo.
Tampoco es que conociera demasiado bien aquellos condenados vicolos, pues siempre iba en carroza y no tenía necesidad de atreverse a entrar en semejantes callejones, donde desde todas las puertas y ventanas parecían estar avisándole de que pronto le clavarían una espada o un mucho más prosaico cuchillo. Y muchos –y muchas- le decían cosas que no acertaba a entender bien, pues para su vergüenza, no dominaba en absoluto la lengua italiana.
No sabiendo muy bien qué hacer, a ellas les contestó con voz muy ronca siempre de la misma forma: “Che idea! - Ma quale idea? Non vedi che lei non ci sta?” Y a ellos con tono más suave les declaró: “Che confusione, sarà perché ti amo. E un'emozione che cresce piano piano. Stringimi forte e stammi piu vicino. Se ci sto bene. Sarà perché ti amo.” En realidad repitió como una de esas coloridas aves de las Indias la letra de dos canciones que le sonaba haber oído en el puerto. Pero para cuando se dio cuenta de que quizás había equivocado el género a quien iban dedicadas, ya estaba corriendo con una multitud detrás que amenazaba a gritos con convertirlo en rodajas –muy finas- de mortadela.
Sus piernas le valieron para dejarlos definitivamente atrás. Y lo que es mejor: la carrera a través de aquel laberinto acabó llevándole hasta la única farmacia abierta de los alrededores: la regentada por el licenciado Vito Pitagórico, experto en todo tipo de hierbas e infusiones, según rezaba el desvencijado cartel de su botica. 
-Imposíbile! -fue lo único que respondió a la demanda del todavía resoplante Hackert. Al final pudo entenderle que esas fiebres del Vesubio sólo podían curarse con los frutos de una planta que, naturalmente, sólo crecía en el propio Vesubio. Que además le adjuntase un plano de la localización de semejante medicina “sólo” le costó tres Carlos de oro. Una ganga, tratándose de aquella ciudad. En el precio también iba una advertencia: la enferma sólo tenía 48 horas para tomar el preparado, o si no moriría irremediablemente.
Con mucho cuidado de no volver a tropezar con sus numerosos admiradores de antes, salió por uno de los desiertos vicolos al puerto, y adquirió allí un pasaje hacia el volcán que, allá enfrente, iluminaba con sus alharacas y rugidos la cálida noche. En unas horas estaba de nuevo en medio de la montaña a la que antaño había ofrendado –bien que totalmente contra su voluntad- su hermosa cabellera. ¿Qué podría ofrecerle ahora, sin embargo?


Comenzó la ascensión, y a cada paso tenía que esquivar la ceniza y carbón ardiente que llovía desde la cumbre, no sin que, a pesar de todo, sus lujosas ropas fueran chamuscándose como dicen que acontece en la ciudad de Pamplona –capital del reino de Navarra- a quien se atreve a correr delante o junto a un ingenio de fuego llamado Zezenzusko, según había leído en la Gazzeta delle Curiositá.
El caso es que para cuando halló el anhelado arbusto y recogió sus frutos, su aspecto era bien lastimoso, de tal forma que cuando bajó y todos los presentes pudieron ver la colección de agujeros que mostraba su atuendo, no tardaron en llamarle con cierto regodeo “il colatore”. Y es que debía ser un rasgo de su hado fatal el que tras todos sus enfrentamientos vulcanológicos, siempre lo acabasen comparando con cítricos o instrumentos preparados para hacer zumo.
En el barco de vuelta le dieron una camisa de rayas como la que llevaban los marineros, lo que unido a que su grasiento maquillaje y su negra peluca habían ardido a la búsqueda de la medicina, arribó a Nápoles más con aspecto de pirata o de corsario que de pintor de la corte. Como en las calles había gentes con peor aspecto todavía que él, pero saben perfectamente los guappi con quién no deben meterse, pudo llegar al fin a su palazzo sin otro contratiempo que el de no ser reconocido por sus propios criados.
Tras la confusión inicial pudo ofrecer al fin el supuesto remedio a quien yacía doliente en el lecho, y fue cosa de ver que a pesar del calor terrible al que habían debido hacer frente, seguían los frutos arrancados al Vesubio de color tan verde como cuando colgaban de la rama. El mismo color verde que, junto con el aire que hasta entonces le faltaba, pareció inyectarse en los hermosos ojos de la marquesa.
Tiempo después, ya casi recuperada totalmente de sus dolencias, el signore Pitagorico acertó a pasar por la estancia que la dama ocupaba aún en el palazzo de Hackert. Le aseguró entonces que, igual que había sanado de la fiebre, recuperaría la tersura de su piel –abrasada por la cercanía del volcán napolitano- si se frotaba las quemaduras con el ungüento que preparan con la flor que crecía en otro volcán: el Etna siciliano.
Y no le costó nada convencerle de que emprendiera de nuevo viaje hacía aquél confín, porque estaba enamorado de ella como sólo un limone colato o un cítrico colatore –que de las dos formas era conocido ya en Via Toledo- puede estarlo…

© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

HAZ QUE GANE EL BUENO

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Acaba de morir Víctor Mora, el creador del Capitán Trueno, el tebeo más importante de la historia del comic español y alguien a quien le debo muchos ratos de entretenimiento y, quizás, también todos estos desvaríos míos que me empeño en poner por escrito en forma de crónicas irreales. Y eso porque en casa estaba prácticamente la colección completa de Trueno Color, reunida por mi padre para mis hermanos mayores, y que leí y releí yo siendo chaval una y otra vez. Tanto, que a ciencia cierta no sé cuánto debe mi propia imaginación a la de Víctor Mora, aunque seguro que es muchísimo.

Lo que si puedo decir es que estando yo presentando uno de mis libros en cierta localidad navarra, uno de los asistentes me confesó que no le había gustado nada, "porque le recordaba al Capitán Trueno". Y como le dije a él mismo, desde luego es uno de los mayores elogios literarios que pueda hacerme nadie.




Porque sí, era yo un enfebrecido lector de tebeos, mucho más que de libros. Y todas esas historias medievales que vivían -y me hacían vivir- el Capitán, Goliath, Crispín y Sigrid, es evidente que forman parte de mi educación sentimental más arraigada. Luego, al crecer, descubrí que el capitán le debía también mucho a otro bravo guerrero de papel: el Príncipe Valiente, pero mi aprecio por el trabajo de Mora y de Ambrós no disminuyó un ápice por ello. Al contrario: siempre dudaba entre quién ganaría un duelo a espada entre Trueno y Valiente, y también sobre quién era más guapa: Aletha o Sigrid.


Por supuesto, en aquellos tebeos jamás salía nada o nadie relacionado con Navarra, aunque más tarde descubrí que al menos en el primer número sí que salía un navarro consorte:



Pero es que, claro, con ocho o nueve años nadie me había hablado nunca de que Ricardo Corazón de León, nada menos que el rey que salía en Ivanhoe, estuviera casado con la princesa navarra Berenguela. Por eso enterarme -en un tebeo, ¿cómo no?- de semejante notición, causó en mí la lógica sorpresa que podréis imaginar:


Tranquilo, Manuel, que el torneo es en París, y no en Pamplona ; )


Cierto que la visión que en él se daba de la vida de Ricardo era tan favorable que hasta siendo un crío me costaba creer que alguien hubiera podido ser tan bueno y caballeroso. Luego, mucho más tarde, descubrí que efectivamente, Ricardo no lo fue -desde luego no a tiempo completo, como aseguraba mi tebeo-, pero el caso es que comenzó ahí mismo una nueva afición: hacer acopio de tebeos donde la historia de Navarra -desconocida, a fuerza de ser casi inexistente en la escuela- saliese por algún lado. 

Naturalmente choqué pronto con la realidad: no había tebeos de esos. O al menos no los había hasta que en un grueso carpetón de los muchos que mi padre guardaba en lo alto de un armario, encontré una colección de historia de Navarra en comic, publicada antes de nacer yo de la que nunca he visto noticia alguna. La Diputación Foral, a través de la CAN -qué tiempos, ¿verdad?- patrocinó su publicación en el Pensamiento Navarro en 1968 y 1969.

Fue aquél un periódico casi centenario, portavoz de los carlistas, que me temo que hoy sólo se recuerda por la malévola frase que supuestamente dijo Pío Baroja. Los dibujos no eran gran cosa, es cierto, pero creo que llegué a aprenderme todos los capítulos de memoria, de tantas veces como pude leerlos. Además, lamentaba vivamente que faltasen nueve para tener completa la colección. Asunto que arreglé -¡benditas fotocopiadoras!- en cuanto tuve acceso a la estupenda biblioteca de la universidad, mientras me fumaba las clases de Historia de América o de Contemporánea.


Ésta, para mi amigo Mikel Burgui

Guardo como oro en paño esa colección de 52 historias que la curiosidad de mi padre reunió, sin sospechar que acabaría afectando tanto a mi futuro. Y bien que se lo agradezco. Igual que no debió imaginar tampoco (¿o quizás sí que lo hizo?) que las historias que me traía de su trabajo, donde al parecer tenían un taco de calendario tamaño folio, serían también prontamente incorporadas a mí archivo cerebral -si es que tengo de eso-. Y como veis, casi todas eran de temática medieval. Debe ser que es imposible escapar a tu propio destino...



Por esas fecha, la CAN -mira que gastarse el dinero en libros en vez de en abrir sucursales en "Washingtón", hay que ser tontos- publicó la Historia de Navarra dibujada por Rafa Ramos, y sacó también cuatro discos titulados "Horas grandes de Navarra". Me temo que el mal ya estaba hecho...




Ya tenía yo una edad, aunque poco uso de razón, y seguía leyendo comics (entonces daba ya lacha decir "tebeos"), y seguía también fijándome en si había alguna alusión a la historia de Navarra en ellos, con poca fortuna, la verdad sea dicha. Hasta que alguno de mis hermanos trajo a casa los primeros números de las aventuras de Blake y Mortimer, dos detectives ingleses creados por el belga Edgar P. Jacobs. En el titulado "La trampa diabólica", el profesor Mortimer viaja en el tiempo al siglo XIV francés, y cae en plena Jacquerie, la revuelta de los campesinos franceses contra los señores feudales que los explotaban.


En una de las viñetas aparece Jacques Bonhome, el líder rebelde, y da un juicio sobre la situación de los siervos de lo más acertado:


Yo todavía no conocía esa historia, así que, ¿no sería alguna jugarreta de un traductor navarro? Pues no, porque en una visita a Bayona -viaje que entonces me parecía más largo que los de Willy Fogg-, no llevé otra idea en la cabeza que comprobar en alguna librería si la escena original tenía la misma alusión a los navarros. Y sí, la tenía, porque evidentemente Edgar P. Jacobs se informaba para hacer sus tebeos, y sabía algo que yo no sabía por aquel entonces: que fue nuestro rey Carlos II (el Malo para los franceses, y desde luego para los Jacques) quien aplastó la rebelión al mando de los acojonados caballeros de Francia.


Entonces sí, ya me pasé a los libros. Sobre todo a los que la CAN repartió por todas las casas de esta, nuestra comunidad. Y descubrí entonces a J. M. Lacarra, al que sólo le faltó hacer  un tebeo con su maravillosa manera de contarnos nuestra historia. Esa que permanecía, y no sé hasta que punto permanece aún, tan oculta para las navarras y los navarros.

Pero es que como mi padre decía: "no hay peor cosa que no tener curiosidad por nada", y si no la promueve quien tiene la obligación de hacerlo, puede ser que en vez de leer tebeos acabes cazando Pokemons. A eso creo que le llaman "progreso"...


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

CRONICAS ROMANO-NAPOLITANAS III: PALABRA DADA

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Nápoles, verano de 1458


En lo más alto de la colina que domina la ciudad se halla la imponente cartuja de San Martino, el templo donde desde tiempo inmemorial reciben sepultura los nobles más importantes. Aunque, como en todas las cosas, también en la muerte hay distintos grados de importancia, y por eso a ti, príncipe Carlos, te está costando hallar la tumba que buscas.

No es, desde luego, el mejor momento para emprender investigaciones arqueólogicas: hace apenas unas horas que falleció tu tío, el poderoso rey Alfonso, el único que pareció hacer caso de tu justa reivindicación del trono de Navarra. Aunque cada vez más te preguntas si en realidad no fue todo una conjura de tu familia aragonesa para hacerte venir a Nápoles y que olvidases tus derechos.

Y conste que casi lo consiguen: los castillos más hermosos, las mujeres más inteligentes, los libros más viejos y de más clara sabiduría, la mar -esa que Navarra tanto echa de menos- más azul y ondulante... Todo eso y mucho más han sido para ti estos diez últimos meses en Nápoles.

Pero ahora que tu viaje debe continuar (tu primo, el bastardo Ferrante, te busca porque debe pensar que quieres postularte al trono de Nápoles, y tu no tienes tiempo ni ganas de explicarle que estás ya cansado de aspirar a tronos que se te escapan siempre entre los dedos, como la arena de la playa), y cuando ya tienes preparado el barco que te pondrá a salvo llevándote a Sicilia -si es que un exiliado puede estar a salvo en algún sitio-, es cuando has decidido pagar una antiquísima deuda que tienes contigo mismo y con tus antepasados...

El hermano archivero te señala -no puede hablar, es cartujo- al fin una tosca lápida, perdida en una de las capillas más pequeñas y oscuras de la iglesia. Barres con tu mano las desgastadas letras, y a la parpadeante luz de la vela lees con dificultad:

Ludovicus, infans Navarrae.
Albaniae victor.
MCCCLXXVI

Y tu cabeza y tu corazón vuelven al jardín de los toronjales del palacio de Olite, a los tiempos en que tu abuelo el rey Carlos el Noble te contaba las hazañas de su tío, el infante Luis, cuya dote de matrimonio con la princesa Juana de Nápoles consistió en los derechos a un remoto país junto al mar de los griegos. Sólo había que conquistarlo, y con la ayuda de la esforzada y valiente Compañía Navarra lo hizo, aunque halló también allí la muerte.

"Todos moriremos algún día -decía siempre el abuelo- lo importante es intentar hacerlo con honor y gloria. El tío Luis lo logró. Si alguna vez vas a Nápoles, pon una vela sobre su tumba en mi nombre, y otra en el de mi padre, su querido hermano".

Ahora, cuando te buscan quizás para matarte, y aunque has tenido diez meses para venir a San Martino, es cuando decides cumplir tu voto. Tarde y mal, como siempre, porque no podrás pagarle una lápida más lujosa a tu tío-abuelo, una en la que campeen sus armas, las que tú mismo vistes pintadas, hace tantos años ya, en Ardanaz de Izagaondoa. Pero, ¿con qué dinero, si tú mismo eres ya más mendigo que príncipe? Ni podrás tampoco ordenar docenas de misas cantadas por su alma. Ni siquiera tienes tiempo ya para rezar una mísera oración por él.

Sólo para arrodillarte y depositar tres velas sobre la losa. Una por el rey Carlos II, otra por el rey Carlos III, y otra por ti: Carlos IV, rey de Navarra, príncipe de Viana, duque de Nemours, duque de Gandía, de Montblanc y de Peñafiel, conde de Ribagorza y señor de la ciudad de Balaguer. Aunque solamente tú respetes ya esos títulos, y añores una Albania donde jugarse con la Muerte la Gloria y el Honor.



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016




BIBLIOFILIA

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Palacio de Olite, 26 de mayo de 1429


-A juzgar por lo demudado de vuestro rostro, no sé qué os sorprende más, si mi retorno a Navarra o si que estando aquí, me haya decidido a visitar vuestros polvorientos dominios, bibliotecario...

-Ciertamente, Sire, no son estas horas tan altas de la madrugada las más adecuadas para requerir mi presencia. ¿Acaso no podéis dormir y necesitáis que os prescriba un libro para conciliar el sueño?

-En primer lugar: ¡No me deis ese maldito tratamiento francés! ¡Llamadme Alteza o Majestad, como mi condición regia merece! Y en cuanto a mi maltrecho sueño, no es a vos a quien me encomendaría para recuperarlo, sino a mi  bodeguero mayor. Sí, los vinos que él me proporcionase sí que me harían olvidar al rey de Castilla, a su condestable y a la condenada guerra que a sangre y fuego mantengo con ellos.

-Pero Sire, esto... Alteza, ese era el tratamiento que todos sus servidores dábamos a vuestro suegro, de buena memoria, el rey don Carlos.

-¡Eso a mí me da lo mismo! ¡Don Carlos murió hace cinco años, ya va siendo hora de que muchos se den cuenta en este reino de que tienen un nuevo señor! ¡Y un señor que puede decidir sobre todas sus posesiones, también sobre las que llenan estas combadas estanterías! ¿Me comprendéis?

-Lamentad mi torpeza al aplicar el protocolo, Majestad, pero es que ciertamente no ha sido habitual veros traspasar esta puerta...

-¿Acaso os créeis más listo que yo porque habéis leído más libros? ¡Pobre idiota: mi inteligencia se basa en el acero, la vuestra en el papel! ¿Cuál creéis que tiene mayor fuerza? ¡Podría ordenar ahora mismo que diesen fuego a todos estos códices que con tanto esmero cuidáis, y ni uno solo de los caballeros andantes que pueblan vuestras novelas vendría a ayudaros!

-Con eso sólo demostraríais lo que muchas veces dejaron por escrito los antiguos autores griegos, Sire: que el poder abre siempre sus puertas a la estupidez y la crueldad cuando lo ejerce un tirano.

-¿No queréis entenderlo, eh, insolente criado? ¡Me da igual lo que dijesen unos griegos que llevan siglos bajo tierra, y no perderé un instante de mi vida encerrado entre las paredes de una biblioteca, aunque fuera aquella de Alejandría de la que habla siempre mi hermano Alfonso! Si estoy ahora en la vuestra es porque es también la mía...

-La de vuestra esposa, la reina propietaria doña Blanca, querréis decir...

-Por mandato suyo precisamente vengo: en esta carta firmada de su puño y letra os ordena que me entreguéis el libro de mayor valor que tenéis a vuestro cargo: el Breviario de San Luis.

-¿Y para qué lo queréis, si acabais de confesarme que la única encuadernación que os interesa es la que tejen las arañas sobre las botellas guardadas en vuestra cava?

-No os debo explicación alguna, pero como sé que ésta os hará mucho daño, disfrutaré diciéndoosla... ¡Para que se una a las joyas personales de mi mujer, que ya están empaquetadas para ser enviadas a Barcelona, donde se venderán al mejor postor! ¡Necesito todo el dinero que pueda conseguir para continuar mis luchas en Castilla, y ni vos ni la pánfila de Blanca podréis impedir luego que esos florines de oro se conviertan en espadas y cañones! ¡Sí: os digo que en ese libro está sin duda la solución a mis problemas! ¡Entregádmelo ya!

-Nada me agradaría más que obedecer el mandato de mi soberana, que imagino que habrá aceptado estas demandas vuestras tan "libremente" como otras que en el pasado le obligásteis a adoptar, pero el caso es que el Breviario lo tiene desde hace tiempo en su habitación vuestro hijo, el joven príncipe Carlos...

-¿Y cómo dejáis que un niño de ocho años tenga semejante tesoro en su cámara? ¿No veis que cualquiera se lo podría robar?

-¿Cualquiera como vos, Sire?

-Creo que no os dais cuenta de que insultándome tan gravemente estáis jugando con fuego, bibliotecario... Id a por ese dichoso libro y ya ajustaremos cuentas vos y yo después...


-¡Carlos, Carlos, despierta!

-¡Déjame dormir un poco más, bibliotecario!

-No hay tiempo, vengo a despedirme y tenemos un último trabajo que hacer tú y yo...

-¿Cuál?

-¿Recuerdas el Breviario que te recomendé leer?

-¿El que un ángel trajo del Cielo a mi antepasado el rey San Luis de Francia cuando estaba preso en Egipto? ¡Por supuesto: estoy seguro de que no hay otro libro más hermoso en el mundo!

-Yo también lo estoy, Carlos. Por eso mismo debemos salvarlo de la rapiña de vuestro propio padre, que quiere malvendérselo a algún chamarilero catalán. Dime: ¿Has aprendido ya el suficiente francés como para traducirme la nota que viene cosida en sus guardas?

-Por supuesto. Escuchad:

Cláusula del testamento de Blanca de Evreux, reina viuda de Francia, año del Señor 1398

"Así mismo, dejamos a nuestro querido y muy amado sobrino, el rey Carlos III de Navarra, el breviario que fue de mi señor el rey san Luis de Francia, y que le fue dado por un ángel cuando estaba prisionero de los enemigos de la Fe. Y fue el rey Felipe, su hijo primogénito, que murió en Aragón y fue marido de la reina María, nuestra bisabuela, quien le regaló este libro a ella. Y de esta forma ha pertenecido siempre desde entonces a nuestra familia, que es descendiente en recta línea de mi señor san Luis. Y a mí me lo dio mi hermano, el rey de Navarra [Carlos II]. 
Y por reverencia a la santidad de mi señor san Luis, y porque por la gracia de Dios nosotros descendemos de él, prometí a mi dicho querido hermano que tras mi muerte devolvería el libro a la linea principal de nuestra familia, cosa que hago ahora ordenando que sea entregado a nuestro sobrino [Carlos III], y que después pase a sus sucesores sin que ningún extraño lo posea jamás. Y les rogamos a todos ellos que lo guarden siempre como la joya preciosa y noble que es, proveniente de nuestros ancestros, de manera que nunca abandone nuestra familia. Et así mismo, le donamos también el gran libro de las Chroniques de France..." 

-¿Te das cuenta, Carlos? Este libro simboliza el corazón mismo de tu dinastía. Si dejamos que tu padre, un extraño (como el mismo documento indica) se haga con él, la cadena que generación tras generación forjaron tus antepasados se romperá para siempre. ¿Acaso aceptarás ser el último Evreux en poseer semejante joya?

-¡Por supuesto que no! Dime, bibliotecario: ¿cómo lo haremos?

-Fíjate, Carlos: un libro tan cuajado de preciosas miniaturas como es éste, forzosamente requería una caja de cuero repujado que lo protegiese de cualquier incidencia. Es un verdadero crimen separarlos, pero no hay otra forma de salvar el volumen, que es lo importante. Como es la última vez que nos veremos, ya no os hablaré más de tú, como al discípulo que fuisteis, sino como al rey que seréis: tomad, os entrego este tesoro para que lo guardéis ahora y siempre. Pensad que no podréis decirle nunca a nadie en qué parte de este palacio -que sé que conocéis mejor que el más minucioso de los mayordomos- lo tenéis escondido. Ni siquiera a vuestra madre, que bien sea por amor o por miedo, tiene su voluntad empeñada a don Juan. ¿Os creéis capaz de llevar a cabo esta trascendental misión?

-Confía en mí, bibliotecario: te juro que este libro no dejará nunca de pertenecer a mi familia.

-Perfecto, entonces yo pondré dentro de la caja otro libro de la biblioteca de palacio -escogido ex profeso para la ocasión por mí- y haré que sea uno de sus servidores castellanos quien se lo entregue a vuestro padre. Como no ha tenido nunca en sus manos el breviario, para cuando se dé cuenta del cambio -cuya autoría pienso firmar, para que él no tenga sospechas de vos- yo ya estaré lejos...

-¿Y adónde irás ahora?

-No os preocupéis por mí, príncipe, tengo noticias de que muy al norte, allá en Alemania, un sabio está construyendo una máquina para que no haya que copiar los libros a mano nunca más. Puede que así no vuelvan a ser nunca tan bellos como el Breviario de San Luis, pero lo que es seguro es que llegarán a mucha más gente, ávida de conocer la ciencia y el entretenimiento que todos ellos encierran...

-Estaré atento, y así cuando yo reine podrás quizás proporcionarme un invento tan sensacional. ¿No te parece?

-Sí: cuando vos reinéis...


-Majestad: el bibliotecario me entregó esta mañana este paquete para vos.

-¡Y qué bien envuelto te lo ha dado el canalla: tiene al menos cinco capas de tela alrededor! ¡Sí: aunque no me gusten los libros, he de reconocer que este es desde luego una joya sin igual! ¡Podré construir hasta treinta bombardas con lo que me darán por él! ¿Eh? Lo cierto es que no parece que el códice esté en consonancia con el lujo de la encuadernación...

-Ya sabéis cómo son estos aficionados a los libros, Majestad: quizás la rareza de este ejemplar estribe en su antigüedad, o quizás en su temática... Mirad, aquí hay una nota, y viene firmada por el bibliotecario...

-¿Cómo? ¿Y qué dice?

-"Teníais razón, Sire: en este libro está la solución a vuestros problemas". ¿Pero qué os pasa, Alteza? ¿Por qué ponéis esa cara, Majestad? ¿Cómo se titula ese maldito libro?

-"Castigo a las penas del Infierno que habrán de arrostrar por toda la eternidad los que usurpen coronas que no les corresponden, con especial detalle de las torturas que sus partes pudendas habrán de sufrir y padecer, siendo pasadas a cada hora por un cedazo muy fino, y siendo pinchadas después por un sarde muy puntiagudo". Lo compuso en la villa de Olite su señor Bibliotecario, para aviso de navegantes y escarmiento de ambiciosos...


ADENDA:

Ese testamento de la reina Blanca de Evreux, y por tanto ese Breviario de San Luis existieron realmente, y la traducción literal que he hecho es también auténtica. Sin embargo en el inventario de la biblioteca del príncipe de Viana -un bibliófilo declarado- que se elaboró en la ciudad de Barcelona tras su muerte en 1461, ya no aparece consignado.

Curiosamente, sí que aparecen en esa lista las Chroniques de France, el otro libro donado por Blanca a su sobrino Carlos III. Por tanto en esos 63 años que pasaron entre ambas muertes, el Breviario dejó de pertenecer a la dinastía real navarra, a pesar de lo que evidentemente suponía para ellos. ¿Algo verdaderamente extraño, no es cierto?

Sabiendo, como sabemos fehacientemente, que el rey Juan II se apropió en mayo de 1429 de las joyas de su esposa, la reina Blanca de Navarra, para conseguir dinero con el que seguir combatiendo contra el rey de Castilla y su condestable, don Alvaro de Luna, quizás pensando en que este libro precioso y singular fue otra víctima de su avaricia, no ande yo demasiado equivocado.

Al fin y al cabo él no era más que un extranjero a quien la historia y circunstancias de su familia política le importaba tan poco, que años después se complació en exterminarla casi por completo...

Desafortunadamente, del Breviario de San Luis nunca volvió a saberse, así que tampoco podemos saber a ciencia cierta cómo era. Aunque teniendo en cuenta que el arte de la miniatura tuvo precisamente uno de sus cénits en la corte de ese rey, y que los libros que de tal monarca han sobrevivido son considerados hoy en día como obras maestras absolutas, podemos hacernos una idea aproximada de lo que Navarra perdió con la desaparición de semejante volumen.

Otro maravilloso "regalico" que tenemos que agradecer al rey usurpador Juan II...







IMÁGENES EXTRAIDAS DE LA BIBLIA DE SAN LUIS,
CONSERVADA EN LA CATEDRAL DE TOLEDO







MIKEL ZUZA VINIEGRA 2016






TORÁ

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Olite, 12 de agosto de 1496

Nosotros, los hermanos Jento y Mosse Cardeniel, hebreos residentes en vuestra leal villa y corte, como fieles súbditos que somos de nuestra Corona de Navarra, que protege a nuestro pueblo de todas las asechanzas que lo afligen, igual que los Macabeos hicieron en su época.

A vos, doña Catalina, reina y señora nuestra, y a vos, don Juan, su marido, rogamos y solicitamos satisfacción por las ofensas sufridas durante el saqueo que en abril del año pasado llevaron a cabo las tropas del malvado conde de Lerín, que no distinguieron entre judíos y cristianos a la hora de robar y matar a los moradores de esta villa.

Mas no crean Sus Majestades que lo que les pedimos es únicamente la restitución de las cosas materiales que entonces nos arrebataron, pues confiamos en que Yavéh proveerá y, como tantas otras veces, nuestra pequeña comunidad de fe saldrá adelante. Al menos mientras siga contando con vuestro real respaldo, que tanto cobijo ha dado y sigue dando en sus dominios a nuestros perseguidos hermanos de Castilla y Aragón, cosa que reconocemos y agradecemos sobremanera.

No, si sólo fuera eso no nos atreveríamos a molestaros con nuestras miserables cuitas. Pero es que entre los objetos que esos villanos rapiñaron en la judería, se hallaban los rollos de la sagrada Torá, que por estar su estuche forrado de plata, debió llamar su diabólica atención. No nos importa el metal, pueden quedárselo y pagar con él al diablo que los ha de sumergir en lo más profundo del Infierno. Pero la palabra de Dios no tiene precio, y no puede ser leída más que por el rabino en la Sinagoga, para que los hijos de Israel podamos aprender y seguir la ley que el bienaventurado Moisés recibió en la cumbre del Sinaí.

Así que humildemente postrados ante vuestro regio poder, que no conoce igual en la Tierra, os pedimos que hagáis todo lo posible para que durante la próxima tregua con vuestro archienemigo -y el de todo el pueblo leal de Navarra- don Luis de Beaumont, se puedan recuperar esos rollos que son para nosotros lo mismo que el faro es para los marineros que luchan contra los peligros del mar.

Shalom aleijem. La paz sea con vosotros.

Fragmento de la Torá que se conserva en el Archivo Municipal,
y que el Ayuntamiento ha tenido el detalle de exponer a los afortunados curiosos 

que con motivo de las Jornadas Europeas de Patrimonio nos hemos acercado
este fin de semana a Olite.

Pamplona, 2 de octubre de 1498

Nos, don Juan, por la Gracia de Dios, Rey de Navarra, en mi nombre y en el de la Reina propietaria, doña Catalina. A quienes esta carta vieren u oyeren, mandato de obediencia inexcusable.

Convencidos de que sólo la Providencia dará y quitará razones con su sagrado juicio cuando traspasemos de nuestra existencia terrenal a la otra vida, y admitiendo para nuestra vergüenza y oprobio no poder resistir más las crecientes presiones de nuestros tíos los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón -llamados "los católicos- para que expulsemos también de nuestros dominios al pueblo hebreo. Mandamos y ordenamos que los que no se conviertan a la fe de Cristo salgan de nuestras fronteras en el plazo de tres meses contados a partir de hoy. Y que nadie les ayude bajo pena de excomunión y de muerte.

Codicilo secreto que habrá de enviarse sólo a la comunidad hebrea de nuestra leal villa de Olite:

Como es prerrogativa de los reyes saltarse sus propias leyes, y como suficiente castigo tenéis ya teniendo que elegir entre la conversión y el destierro, procedemos a satisfacer la justa petición que tan respetuosamente nos hicisteis hace apenas dos años.

Lo creáis o no, ese es el tiempo que nos ha costado conseguir que el maldito conde de Lerín ordenase a sus sicarios que devolviesen alguno de los objetos que os robaron. Siento anunciaros que el frágil pliego que acompaña esta misiva nuestra es lo único que esos salvajes dejaron de vuestra sagrada Torá. Y que aún eso podría considerarse como un milagro de vuestro Dios y del nuestro, que por compartir Testamento Antiguo bien puede decirse que son el mismo, pues no en vano el resto de libros y papeles ardieron en las cocinas de campaña de todas las revueltas, cercos y traiciones que los beaumonteses han promovido en Navarra desde entonces.

Ved que procedemos a devolvéroslo, ahora que estáis en el trance de exiliaros de vuestra morada ancestral, como muchos otros judíos antes que vosotros, porque me gustan los libros. Cualquier tipo de libros, incluso los que no puedo entender. Por eso hice venir al rabino de la judería de Pamplona, que me tradujo todo el fragmento que ahora os entrego. Son los capítulos 33, 34, 35 y 36 del Líbro de los Números, y el primero del Libro del Deuteronomio, que dice así:

"Yahvé, nuestro Dios, nos habló en Horeb y dijo: basta ya de habitar en este monte. Volveos y partid: id a la montaña de los amorreos y a todos sus vecinos en el Arabah, en la montaña, en la llanura, en el Negeb, y en la costa del mar, en la tierra de los cananeos y en el Líbano, hasta el gran río, el río Eufrates. Mirad, os he entregado esa tierra, id y heredad la tierra que Yahvé juró dar a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, y a sus descendientes después de ellos..."

Los caminos del Señor son inescrutables, y quién sabe: quizás con este pequeño fragmento superviviente de la sagrada Torá os haya indicado el camino a seguir. En cualquier caso confío en que os lleve a donde os lleve, os resulte propicio.

Salud, y perdón.


ADENDA: 

A finales de los años 70 del pasado siglo, mientras se restauraba un volumen de actas del Concejo de Olite de finales del siglo XV, apareció entre sus guardas un fragmento de la Torá hebrea que los judíos de la localidad emplearon para sus ceremonias durante siglos, y que un anónimo encuadernador salvó de la destrucción tras la expulsión del año 1498. 

Gracias eternas le sean dadas por ello, aunque quizás no supiese bien lo que estaba haciendo, ni reconociese siquiera el carácter sagrado de tan singular pergamino...



© Mikel Zuza Viniegra, 2016

ESTELAS

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Uxue, 9 de octubre de 1355


-¿Y decís que este nuevo ingenio vuestro servirá para provocar aguda disentería a toda la corte de Francia, probo Sagastibelza?

-Así es, majestad. Os prometo que este descubrimiento mío de la turbina cuadrada, bien sujeta a la torre norte de Notre Dame de Paris (la que está más cerca del palacio real), y aprovechando el viento brumoso que cada tarde sube desde el Sena, hará que vuestros enemigos, con el usurpador que se hace llamar Juan II a la cabeza, se sientan tan indispuestos que no puedan salir del retrayt en días.

-Me place vuestro plan, pero más aún lo haría si la enfermedad no fuese tan leve, sino que todos ellos pasaran a ocupar prestamente el lugar que les corresponde en la basílica de Saint Dennis. Es por ello que en vez de la solución química que vos habéis preparado, haré que mis muy estimados "físicos" Pierre du Tertre y Jacques de Rue, junto con el maestro Angel de Chipre, rellenen vuestra turbina con un tóxico tan potente que tendré que ventilar el palais de Nesle durante tres meses cuando vaya yo a habitarlo, ya que al desaparecer todos los Valois, serán los justos derechos de la casa de Evreux finalmente reconocidos. ¿No os parece, maese Burgui?

-Pero Sire: ¿no habéis pensado que si fumigáis ese veneno desde la torre de la catedral, no serán sólo los reyes quienes padezcan sus efectos, si no también el resto de los habitantes de Paris? ¿Acaso queréis reinar sobre un cementerio en vez de sobre el segundo reino más importante del mundo, tras este vuestro tan fiel de Navarra? Además, no habría perdón para vos si ensuciáis los cielos de la ciudad más hermosa de toda la Cristiandad, que no es otra que París.

-Siempre tan juicioso, maese Burgui, que mucha razón tenéis en lo que decís, y no es justo hacer pagar a justos por pecadores. No obstante, ya pillaré desprevenido al maldito Juan II en alguna ocasión y, quién sabe, quizás por medio de unas garrapiñadas convenientemente aliñadas de veneno, conseguiré yo al menos que se le caigan el pelo y las uñas. ¿Qué decís, Sagastibelza, podéis construirme una máquina para que las almendras, en vez de con ázucar, sean endulzadas con arsénico?

-Por supuesto, Sire. Es más, tengo ya muy avanzado el diseño de la Carlo-mix, así bautizada en vuestro honor, y que acabará haciendo innecesarios a todos los encargados de Panadería y Botellería de la corte, pues cocina ella sola sólo con darle vueltas a esta manivela marcada con el cuartelado de Navarra-Evreux.

-Desde luego tengo unos vasallos que no me los merezco. Tomad, tomad vuestras copas para brindar conmigo. ¿Pero por qué ponéis esas caras, acaso os da míedo que no sea sólo vino lo que hay en ellas? Porque si fuese así, acabaría yo pensando que la propaganda de los Valois ha hecho mella en vuestros profundos intelectos, y ya sabéis cómo las gasto yo cuando veo falta de confianza en mi gestión. Preguntad si no a los que se reunían en Miluce, preguntadles...


© Mikel Zuza Viniegra, 2016

INFANCIA

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Burgos (Castilla), 25 de junio de 1512

-Desusada cortesía es esta por vuestra parte, majestad, que no recuerdo haberos confesado nunca.

-Y recordáis bien, monseñor, que únicamente fuisteis confesor de mi esposa, la reina Isabel, que Dios tenga en su seno.

-¿Tan grandes pecados tenéis de los que acusaros, majestad?

-¿Y qué rey no los tiene? ¿No los tenía Isabel acaso? ¿No guardó siempre recelo por haber tenido que apartar del trono primero a su hermano Alfonso y luego a su sobrina Juana, que era la legítima heredera de Castilla?

-Lo que me reveló en confesión no puedo discutirlo con vos, don Fernando. Pero si ha llegado la hora del dolor de contrición recordad cómo alcanzásteis vos el trono de Aragón siendo como érais nada más que un segundón, pues toda la gloria le correspondía a vuestro hermanastro, el primogénito Carlos, príncipe de Viana.

-¡Oh! ¿Y acaso no tiene ya toda la gloria, fray Francisco? La Gloria eterna, nada menos...

-En cualquier caso esos pecados son ya viejos, majestad. Dios habrá de juzgarlos un día, y conviene que estéis preparado para su inapelable sentencia, como lo estaba doña Isabel...

-No os preocupéis, que siempre tengo muchos nuevos para incrementar mi culpa, monseñor. Por eso os he hecho llamar a vos, el cardenal primado de las Españas, don Francisco Ximenez de Cisneros. Porque un rey como yo no puede descargar su conciencia con un simple párroco.

-Dios escucha incluso al más humilde de sus siervos, majestad.

-Dios hace tiempo que debió dejar de escucharme. Y tampoco me importa demasiado, que puesto que yo soy su representante en la Tierra, siempre he sabido interpretar sus designios mejor que nadie.

-Pero majestad, el Papa...

-¡El Papa está en Roma y hará, como de costumbre lo que yo le diga o aquello por lo que yo le pague! Está muy lejos por tanto de estos dominios nuestros. Sí: nuestros, que vos ya habéis sido regente una vez, y volveréis a serlo si es que me sobrevivís.

-Siempre he creído que lo que Castilla quiere, es lo que Dios desea.

-Pues ahora Castilla quiere apoderarse de Navarra, monseñor.

-Pero es un reino cristiano, majestad.

-Cristiano o no está en tratos con el francés. Sus mismos reyes, mis sobrinos Catalina y Juan son franceses. Hora va siendo ya de arreglar ese sindiós.

-Tampoco vos sois navarro, don Fernando, que nacisteis en la villa de Sos...

-Sí, allí me llevaron a nacer para clavar el primer clavo del ataud de mi hermanastro Carlos de Viana, porque mis padres vieron muy claro que si me hacían nacer aragonés, podría luego reclamar el trono con mayor derecho. Pero lo cierto es que me crié en Navarra. En Sangüesa concretamente. Y todos mis recuerdos de infancia están unidos a esa hermosa ciudad. De eso precisamente quería hablaros.


-Empezad  pues vuestra confesión, majestad...  

-Como os digo, viví hasta  los diez años en el palacio que los reyes de Navarra tienen junto a la rúa mayor, pues mi madre quería tener siempre cerca la frontera por si los beaumonteses se acercaban demasiado a nuestra residencia.

-Pero tengo entendido que esos beaumonteses son ahora vuestros aliados, ¿no es cierto?

-Sí, monseñor. Mi padre me enseñó muy bien cómo tener sujetos a los reinos: dividiéndolos a posta. De esa forma, mientras él favorecía a los agramonteses, yo me atraje a sus enemigos beaumonteses en cuanto crecí, así podíamos jugar con la misma baraja sin que ellos ni se dieran cuenta de nuestro juego. Pero no he venido a daros una lección de política, monseñor. Sólo a decir, por una vez siquiera, la verdad. No quiero conquistar Navarra por dar mayor honor o seguridad a Castilla o a Aragón, ni por mayor gloria de la Iglesia, que he conseguido que declare herejes a Juan y Catalina a cambio de abundantes ducados y excelentes de oro. No. Se trata exclusivamente de algo personal...

-Vos diréis, majestad.

-Aprendí en Sangüesa mis primeras letras, recé arrodillado en San Francisco o en el Salvador mis primeras oraciones -quizás las únicas sinceras-, aprendí estrategia bélica a pedradas a orillas del Aragón y me escape a caballo hasta San Adrián de Vadoluengo sin que lo supieran mis guardas o mi madre. En nada se me distinguía de un muchacho normal, porque me gustaba mezclarme con ellos, al fin y al cabo, como vos mismo habéis dicho, yo no era más que un segundón, llamado a no ser nada más que la sombra de mi hermanastro.
El caso es que un día, mientras lanzábamos piedras a la maravillosa portada de Santa María -y de eso sí que me acuso y querría recibir perdón, si fuera posible-, intentando descabezar a un herrero que en dicha fachada campeaba, uno de los numerosos peregrinos que por allí pasan me agarró del brazo y me recriminó tan mala acción. "¿No tenéis otro juego en el que entreteneros que habéis de destrozar la obra insigne del maestro Leodegario?" -me gritó-. Pensé yo inmediatamente que quizás se trataba de un beaumontés enviado para matarme, y quise revolverme y soltarme, pero me tenía bien sujeto. Todavía me parece escucharlo: "No seas tan bruto como tus amigos. Juega mejor con esto y deja las piedras, las del río, y las talladas en las iglesias, en paz". Y me entregó una pequeña peonza de oro. Pequeña, pero más equilibrada que el nivel de un arquitecto, que bailaba, más que giraba sobre cualquier tipo de pavimento. Horas enteras me pasaba yo admirando su danza, y llegué a alcanzar tal habilidad, que no perdí un sólo juego con ella.
Una madrugada mi madre me despertó de improviso: "¡Los beaumonteses están a dos leguas de aquí, tenemos que alcanzar Ruesta, Undués o Sos cuanto antes! ¡No hay tiempo para llenar alforjas o recoger enseres, a los caballos, rápido!. Y nunca más pude yo volver a Sangüesa, ni a ningún otro lugar de Navarra. Naturalmente la peonza se quedó allí, bien oculta porque, por ser de oro, la guardaba yo en el resquicio de un sillar agujereado en mi habitación, donde lo más probable es que siga escondida.
Bien: ha pasado casi medio siglo, y cambiaría todos los reinos que he conquistado por volver a tener en mi mano esa peonza. ¿No habéis oído eso de que la única y verdadera patria del hombre es la infancia, monseñor? Pues es completamente cierto. Mi auténtica patria es la niñez que pasé en Sangüesa, y esa peonza de oro que este viejo que tenéis delante va a recuperar, aunque tenga que conquistar otro reino más de esos que tan poco le importan para conseguirlo, la única razón que alberga para prorrogar su desdichada existencia.

-¿Me estáis diciendo que vais a mandar a miles de hombres a la guerra y quizás a la muerte por recuperar un juguete, majestad?

-Eso mismo os estoy diciendo, monseñor. Y sólo quiero saber una cosa: ¿me absolveréis por ello?

-¿Y quién soy yo, un humilde fraile, aunque vestido de arzobispo de Toledo, para juzgar los deseos de la Providencia? Recordad que los caminos del Señor son inescrutables, y si él ha decidido que conquistéis un reino de herejes a través del baile de una peonza, ¿cómo habría de oponerme yo, que soy el más miserable de sus siervos a tan magna empresa? Además, ya lo sabéis: "Lo que Castilla quiere, es lo que Dios desea".

-Eso es lo que quería escuchar, eminencia. Lo habría hecho de todos modos, pero siempre es mejor contar con la aquiescencia de Dios. Y sí: desde luego que morirá mucha gente, de los nuestros y de los herejes, pero qué demonios...¡El Señor distinguirá en el Cielo a los suyos! Dentro de apenas un mes el duque de Alba entrará por el oeste, y mi hijo, el arzobispo de Zaragoza, lo hará por el este. Él será por tanto quien cerque y rinda Sangüesa, y quien buscará y hallará mi peonza y mi niñez perdida.

Todo lo demás no importa.

Todo lo demás no me importa...




©Mikel Zuza Viniegra, 2016


IZAGA EN EL CORAZÓN

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Para la Feria de Urroz, que este año se celebrará los días 12 y 13 de noviembre, sale mi nuevo libro, que hace también el número nueve de mi producción literaria. 



Lleva por título "Izaga en el corazón", porque es una recopilación de historias y cuentos que acontecen en aquel valle o en sus alrededores (Lónguida, Unciti, Ibargoiti, Urraul...), que es la tierra de la que provienen todos mis ancestros paternos.

Nueve eran las Musas, nueve los círculos del Infierno de Dante, nueve eran los caballeros que fundaron la orden del Temple en Jerusalén, nueve eran los principios fundamentales que estableció Raimundo Lulio en su "Ars Magna", nueve son los meses que dura la gestación humana, nueve los días que Odín estuvo colgado del fresno sagrado hasta alcanzar la sabiduría más pura, nueve los coros de ángeles y arcángeles que forman el trono de Dios, nueve fueron las Bienaventuranzas en el sermón de la Montaña, nueve era el número que llevaba a la espalda el gran Julián Vergara, nueve el número que lucía en el blindaje de los tanques de la Brigada de republicanos españoles que liberó París de los alemanes en 1945, y nueve (¡ay!), es la hora a la que suele llegar el jefe a cualquier trabajo u oficina, trasmutándose -evidentemente- en el abominable hombre de las nueve.

¿Hace falta añadir que mi número favorito es el nueve, y que por tanto este libro es muy especial? Lo es por su temática, donde podréis encontrar a la siempre ebúrnea Berenguela, a quien su padre el rey Sancho -que no en vano tenía fama de sabio- nombró Señora de Monreal, y lo hizo para igualar el título y categoría de los dominios de su hija nada menos que con los de Ricardo, rey de Inglaterra y duque de Aquitania. Por algo sería... O podréis descubrir los afanes de los nazis por hacerse con el grial cátaro oculto en Basabe; o asombraros con la historia de Miguel Olza Zunzarren "Vaquerín"; o postraros ante la imagen siete veces centenaria de santa Catalina de Beroiz; o preparar vuestra panoplia para acompañar a don Luis de Beaumont en su alucinante expedición a Albania; e incluso conocer de labios de mi propio padre los pormenores de la restauración de la basílica -ermita es una denominación totalmente injusta- de san Miguel de Izaga.









Y todo eso, concentrado en la zona que controla el ángel guerrero desde su atalaya, ayudado únicamente por el teniente Criadico. Y puedo asegurar que algunas veces vuela tan rasante, que hay que agacharse para no chocar con él, cosa harto peligrosa porque los dos tenemos la cabeza de madera muy, pero que muy dura. Pero estoy convencido de que a los dos les ha de gustar mi libro, sólo que el Amo lo leerá aterido en su cumbre, y el Criadico en su cálido refugio de Zuazu. Luego, cuando vuelvan a juntarse en la próxima primavera, ya los veo comentando lo exagerado y lírico que es este Mondela cuando se pone a escribir de las cosas que le tocan el corazón. 



El precio de venta es de 10 euros, cuyos beneficios irán íntegramente al proyecto Petrus Museum, que la Asociación Grupo Valle de Izagaondoa mantiene en Lizarraga para dar a conocer el precioso trabajo del maestro cantero Petrus de Guerguitiain.

Como he dicho, se venderá únicamente en las ferias de Urroz, y como la tirada es corta, si estáis interesados recomiendo reservar ejemplares llamando al 659 303 994. Además esta vez mi libro viene con excelente compañía, porque mi amigo y maestro Simeón Hidalgo ha editado también "Artaiz, lugar torreado", que tengo el honor de prologar, y que se venderá en el mismo lugar y al mismo precio. 



Y nada más, excepto desear que os guste, y preparar ya el número diez...



© Mikel Zuza Viniegra, 2016

CRÓNICAS PORTUGUESAS I: VINHO VERDE

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Lisboa (Portugal) 28 de noviembre de 1436

Era el rey don Duarte un apasionado de las artes y la cultura, a las que vivía casi completamente entregado mientras su hermano, el intrépido don Enrique -apodado "el navegante"- le ayudaba a ocuparse de las tareas de gobierno.

Este orden de cosas no gustaba, sin embargo, a la mayoría de los nobles y del alto clero portugueses, que temían que un reino dualmente administrado acabara pronto en manos del siempre codicioso enemigo castellano, que en su última campaña había arrasado y quemado todos los campos y árboles que rodeaban Lisboa. Consideraron entonces que lo primero que debía hacer el rey era casarse y asegurar la sucesión de su dinastía, que en realidad llevaba muy poco tiempo asentada en el trono.

Buscaron por toda la Cristiandad una princesa que honrase a la corona portuguesa, y no pudiendo recurrir a las naciones vecinas, halláronla en la lejana Noruega, allá donde los geógrafos nunca saben exactamente qué reflejar en sus mapas.

Llegó finalmente la flota del norte al puerto de Lisboa muy avanzado el otoño, en una mañana de espesa niebla sobre el Tajo, que sólo se disipó cuando la princesa, que se llamaba Ysambour, descendió del barco. Llevaba en sus ojos todo el verde de los bosques de su país. Ese mismo verde que habían devastado los castellanos en su última incursión, y que había convertido los alrededores de la ciudad en un inmenso erial.

Es seguro que ella no habría visto jamás tantas maravillas en su gélida nación como las que encerraba uno solo de los barrios de Lisboa, pero bien fuese por los lógicos problemas de adaptación ante un cambio tan extremo, o bien porque echaba de menos ese verde que ya sólo podía rememorar si contemplaba sus ojos en un azogue, el caso es que Ysambour cayó en una profunda melancolía de la que ni todos los cuidados de don Duarte conseguían sacarla.

Convocó el rey a los más famosos jardineros de la corte, pero todos le respondieron lo mismo: era imposible recuperar la vegetación con el invierno tan cerca, quizá para la primavera... Pero Duarte no tenía tanto tiempo a su disposición. Buscó y rebuscó en la torre de su biblioteca ejemplos de la antigüedad que le pudieran servir, y encontró al fin una historia del gran emperador Carlomagno que pensó que podría servirle, como corroboraba la vista del cielo que le ofrecía la ventana abierta de su estudio...

Viajó entonces raudo a Tomar, que no quiere decir que fuese a tomar las ferruginosas aguas que allá afloran de la tierra, sino que ese era precisamente el nombre del enorme monasterio sede de los caballeros de la Orden de Cristo, de la cual era maestre su  hermano Enrique, que además de marino era famosísimo cazador. Pidióle pues que le contase cuál era el método más adecuado para atrapar pájaros sin llegar a matarlos, más firme que una red, pero infinitamente más suave que un cepo. Hablóle su hermano de la liga, que no era tampoco la que llevaban las mujeres ciñéndoles los apetecibles muslos, sino una suerte de pegamento en el que quedan sujetas las aves cuando van a comer el cebo que se les pone.

Puso entonces don Duarte a la mitad de los físicos e ingenieros que la Orden de Cristo tenía a experimentar con distintos tipos de liga, y en pocos días lograron un compuesto que sólo pegaba las patas de los pajarillos, y no las alas. Le advirtieron de que el ungüento sólo duraría cinco leguas y media. No necesitaba más.

A la otra mitad los puso a teñir del verde más parecido al de los ojos de su esposa, que les describió con todo lujo de detalles para que pudieran conseguirlo mezclando los tonos de color precisos, todas las velas de las naos preparadas por don Enrique para la navegación del océano, y eran tantas las telas, que el rey ordenó además coser entre sí, que a fe mía que cubrían un vasto territorio.

Lograda esta hazaña, ordenó a todos los caballeros que se  dedicaran -pincel en mano- a extender la liga por los lienzos recién pintados, y después que arrojaran sobre los mismos el contenido de cientos de almudes y de celemines llenos de alpiste. Al terminar tan desusadas labores, todos pensaban que su rey se había vuelto loco. Hasta su hermano don Enrique lo pensaba.

Pero a don Duarte todavía le quedaba un mandato que dar. Y lo hizo prontamente: pidió a sus monteros que comenzasen a hacer sonar todos los reclamos con los que atraían a los pájaros a las trampas, teniendo siempre en mente no sólo su amor por Ysambour, sino también las palabras de Carlomagno, que hacía más de seis siglos que había dejado escrito: "dejad que las aves del cielo sean mi ejército".

Y al sonido de los silbatos comenzaron a llegar cientos, miles, quizá millones de pajarillos de  los que en Portugal son llamados Estorninhos-malhados, que son los que había visto maniobrar desde la ventana de su biblioteca. Pensó entonces la lección política que daban a los hombres estas criaturas, pues una por una son muy pequeñas, pero unidas todas ellas forman una bandada tan enorme que las hace invencibles.



Saciada su hambre sempiterna, diéronse cuenta las aves de que sus patas estaban atrapadas, y comenzaron entonces a agitar vertiginosamente sus alas todas ellas a la vez, de tal manera que el tejido fue elevándose poco a poco del suelo, hasta formar una nube verde que cubría el firmamento. ¿Mas como dirigir aquel prodigio derechamente hacía Lisboa? Muy sencillo: hizo que todos los clérigos fueran por delante leyendo en alta voz los milagros del famoso santo portugués Antonio de Padua, el más famoso de los cuales fue su capacidad para hablar con los pájaros y que éstos le obedecieran. cosa que volvió a ocurrir punto por punto, pues los estorninos no se alejaron ni un momento de  la ruta hacia la capital.

Don Enrique había mientras tanto adelantado a la comitiva galopando su caballo más veloz, pues tenía otro mandato que cumplir de su hermano: escoger las espadas más afiladas de la armería real, y ponerlas con la punta hacia arriba coronando todas y cada una de las torres de las iglesias y palacios de Lisboa, de tal forma que "arranhasen os ceus".

Los habitantes de la hermosa ciudad que vivieron aquel milagro no habrían de olvidarlo mientras vivieran: con la última palabra, de la última frase, del último renglón, de la última página de la vida de san Antonio, los pájaros quedaron libres y soltaron el enorme telón sobre Lisboa. Como había previsto don Duarte, las espadas rasgaron en los puntos clave el tejido, de tal manera que en sólo unos instantes, quedó la capital cubierta de un verde tan hermoso, que hasta don Enrique, que había visto el exuberante verde de las islas del Atlántico, no pudo dejar de reconocer ante su hermano que este verde era aún más hermoso.

Fue a buscar entonces el rey a Ysambour, que al abrir los postigos de la ventana de su alcoba no podía creer lo que sus ojos veían. Y a fe que no podía distinguirlos don Duarte de la vista que se les ofrecía de la hermosa Lisboa, verdes sus calles, verdes sus iglesias, verdes sus palacios, verdes sus campos, verdes sus viñas, verde el vino que de ellas se obtiene, y verdes de envidia por un amor tan notable los habitantes que aquí y allá empezaban a emerger, asombrados, bajo el enorme telón.

Y en todas las crónicas se habla de  que no hubo mejores reyes en Portugal que aquellos Duarte e Ysambour, que están enterrados en Batalha, unidas sus manos en la muerte como lo estuvieron mientras vivían, cobijada su tumba por bóvedas que no existen y con un epitafio que dice:

"O amor é uma companhia.
Já nâo sei andar só pelos caminhos,
porque já nâo posso andar só".





©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016


DE ESCUDOS, BANDERAS Y NIÑAS ATERRADAS

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Son tantas las maravillas que el Museu de Arte Antiga de Lisboa encierra, que podría pasarnos desapercibida una tabla pintada a mitad del siglo XIV por los grandes maestros catalanes Jaume Ferrer Bassa, su hijo Arnau y Ramón Destorrents.


Y no creáis que es una obra de arte cualquiera, porque formó parte originariamente nada menos que del retablo de la capilla del palacio real de La Almudaina en Palma de Mallorca. La encargó el rey Pedro IV de Aragón -llamado "el Ceremonioso"o "el del Punyalet"- cuando conquistó aquel reino insular y lo unió para siempre a su corona, en el año del Señor 1349.

El motivo central del cuadro es una representación de Santa Ana con la virgen niña en su regazo, enmarcada por cuatro figuras de santos entre las que destaca una hermosa santa Catalina de cabellos rubios, vestida de esmeralda con forro carmesí. Y ya se sabe quela que con verde se atreve, por guapa se tiene... 

El caso es que están también representados varios escudos en la tabla. Y después de tantas entradas en este blog mío, ya sabéis que la heráldica es un tema que me interesa bastante, más aún si se trata de la del reino de Navarra, que es precisamente la que aparece en primer lugar, en el sentido de lectura habitual.


Y junto a nuestro emblema, el de Aragón (tres veces repetido), el de Sicilia y el de Portugal. Extraña reunión, e ignoto mensaje por tanto el que esconde esta tabla, a fe mía. Lo más lógico sería pensar en la plasmación de un desconocido tratado diplomático, pero lo cierto es que Portugal y Sicilia quedaban muy lejos de Navarra y no compartían demasiados intereses políticos. No, tenía que ser otra cosa. Y sí: vaya que si lo era...


En 1328 accedió al trono navarro una nueva dinastía: la de Evreux, que se encontró con la misma dificultad con la que constantemente se habían topado sus predecesoras: la ambición de Castilla por hacerse con este pequeño, pero siempre codiciado, reino. Para evitarlo, Juana II y Felipe III tiraron de la única riqueza que Navarra acreditaba ya desde tiempos de Sancho VI el Sabio: su abundancia de princesas casaderas, cuyos matrimonios podrían garantizar las alianzas políticas que frenasen los proyectos castellanos de conquista.

Y, efectivamente, Juana y Felipe tenían tres hijas: Juana, María e Inés. Y tres hijos: Carlos, Felipe y Luis. Y todos ellos tendrían vidas de lo más asendereadas...

Apenas llegados a Pamplona, ofrecieron pues al rey Alfonso IV de Aragón casar a su heredero el príncipe Pedro -que contaba diez años-, con la mayor de sus hijas, Juana. Con eso buscaban conseguir el apoyo aragonés ante cualquier intentona de Castilla. Sin embargo, el acuerdo, sellado entre ambas familias en 1329, estuvo a punto de romperse porque la infanta Juana, bien porque no quiso casarse o bien porque prefirió un marido más poderoso, decidió profesar en el monasterio de Longchamps, donde vivió hasta una edad muy avanzada.

Sin embargo Navarra seguía igual de amenazada, así que los reyes Juana y Felipe corrieron turno y tras años de arduas negociaciones ofrecieron al aragonés -que entretanto ya había sucedido a su padre- a la segunda de sus hijas: María, que en ese año de 1336 en que quedó fijado el compromiso contaba solamente con diez años de edad. Es decir, que su futuro marido le llevaba siete...

Sí, desde luego no puede decirse que la vida de una princesa medieval fuera demasiado envidiable: consideradas únicamente como mercancía y como prenda de pactos políticos tras los cuales podían acabar en los brazos -y en la cama- de esposos mucho más viejos que ellas. En ese sentido, María tuvo mucha más suerte que su hermana menor, Blanca, que cuando contaba 16 años acabó casada con Felipe VI de Francia, que le llevaba nada más y nada menos que cuarenta años de diferencia...

Como el matrimonio pactado entre María y Pedro no podía consumarse aún, el futuro marido exigió que la novia residiese lo más cerca posible de Aragón, así que la princesa pasó a residir en Tudela hasta que en 1338 cumplió los doce años, fecha en la que finalmente se celebró la boda.

Pedro tenía ya fama bien ganada de colérico y malhumorado, pero también era un amante del protocolo y del lujo, y dispuso que se regalase a la novia -cuya dote ascendía a la astronómica cifra de 60.000 libras de sanchetes, que a Navarra le llevó cinco años poder pagar- una corona, seis anillos con esmeraldas, zafiros y diamantes y además la posesión completa de las ciudades de Tarazona, Jaca y Teruel, con todas sus rentas.

La ceremonia iba a celebrarse en Zaragoza, pero María enfermó (¿o más bien sintió el lógico miedo de una niña de doce años ante la obligación de casarse, aunque fuese para defender a su país, y no quiso seguir adelante?), y su comitiva se detuvo a medio camino: en un pueblo llamado Alagón. El caso es que el despacienciado Pedro no quiso aguardar y se presentó allí acompañado por un obispo para que la boda se celebrase cuanto antes. Pobre María...      

Cinco años más tarde, ella quedó embarazada por primera vez, y para celebrarlo su marido ordenó la confección de un maravilloso libro de horas hecho ex profeso para ella, que afortunadamente se conserva hoy en día en la Biblioteca de Venecia, y que pasa por ser uno de los más bellos realizados jamás. Fueron sus autores prácticamente los mismos que los de la tabla mallorquino-lisboeta: Jaume Ferrer Bassa, su hijo Arnau y otro maestro de nombre olvidado que hoy se conoce como Baltimore, por ser esa ciudad norteamericana donde se conserva un retablo pintado por él. Como digo, es una joya bibliográfica de primer orden, que demuestra el amor que el rey tuvo por su esposa, algo que como es lógico suponer, no sucedía prácticamente  nunca en los matrimonios regios...

Libro de Horas de María de Navarra.
hacia 1343
Sin embargo la vida de una reina medieval no era mucho más envidiable que la de una princesa medieval, pues sólo tenía una única obligación que cumplir: dar un heredero al reino. Y efectivamente, la infortunada María parió cuatro veces entre 1343 y 1347, falleciendo en el parto (cuatro seguidos, siendo apenas una niña, y con las condiciones higiénico-sanitarias de aquella época, eran una condena a muerte prácticamente segura) de su primer hijo varón, Pedro, que además no le sobrevivió mucho tiempo. Tenía sólo 21 años cuando murió. Pobre María...

Nos queda para recordarla ese citado libro, que va para siempre ya unido a su nombre, y en el que aparecen frecuentemente dibujadas las armas de Navarra, partidas con las de Aragón, como correspondía a una mujer, cuyas armas heráldicas siempre se representaban detrás de las del marido. Y también la pintura que hoy día se conserva en Lisboa, pues son al fin y al cabo las mismas armas las que aparecen en la tabla y las representadas en el libro. Esas armas que muchos en la actualidad se resisten a aceptar que representaban a Navarra, y no sólo a tal o cual rey o princesa. Pero luego volveré sobre este tema...



Sigamos con el rey Pedro IV de Aragón, que cuentan las crónicas que lloró mucho a su esposa, aunque no tanto como para no concertar inmediatamente nuevo casamiento con otra princesa que, recordemos, sólo tendría una única obligación en la vida: proporcionar un heredero al reino. Y esa nueva princesa, casada en el mismo año de 1347 en que había muerto María fue Leonor de Portugal. Tampoco pudo cumplir el único cometido que de ella se esperaba, pues la peste negra se cruzó en su camino al año siguiente y murió dejando viudo de nuevo a Pedro, que sólo esperó otros pocos meses más para casarse de nuevo, esta vez con Leonor de Sicilia, con la que al fin pudo conseguir sus anhelados herederos varones.

Aunque existe otro pequeño detalle: según la tradición católica, Santa Ana es la patrona de las mujeres que se ponen de parto, así que el rey de Aragón quiso invocar su protección en el retablo principal de la capilla real de Mallorca para poder lograr, al fin, el ansiado heredero varón. Y sólo le costó tres mujeres conseguirlo...


Ahí está pues el sentido y la explicación de la tabla que tanto llamó mi atención en Lisboa: es un recordatorio que el rey Pedro IV quiso tener, o bien para sus sucesivas esposas, o bien para su complicada trayectoria matrimonial. Y eso que aún enviudaría y se casaría una cuarta vez, en 1377 con la noble catalana Sibila de Fortiá, cuyo escudo no aparece en la tabla por la sencilla razón de que Jaume Ferrer Bassa y su hijo Arnau, que fueron quienes comenzaron a pintar el cuadro, fallecieron ambos por la peste negra en 1348, así que tuvo que ser su discípulo Ramón Destorrents quien la terminase y quien incluyese el escudo siciliano de la reina Leonor, que recordemos que se casó con el rey Pedro en 1349.

Así pues, los tres escudos de Aragón representan al rey, y los otros tres a sus tres esposas: María de Navarra, Leonor de Portugal y Leonor de Sicilia. Naturalmente, la presencia de las armas de Portugal fue lo que probablemente animó a los rectores del Museo de Lisboa a hacerse en pública subasta con la tabla a principios del siglo XX. Así que ya veis a qué puede conducir una tranquila y más que recomendable visita a un museo tan maravilloso como lo es el de Arte Antiga de Lisboa: a desentrañar todo un culebrón medieval como este del que os he hablado. Al menos a mí a esto me condujo para, me temo, aburrimiento letal de mis hipotéticos lectores.

Sin embargo no quisiera dejar sin comentar lo que antes sólo dejé esbozado: esa manía de muchos de negar en la actualidad que Navarra haya tenido bandera o emblema que la representase, porque ese símbolo por todos conocido del carbunclo y la flor de lis con la banda roja y blanca no representaba a la comunidad, sino al rey, olvidando -me temo que premeditadamente- que en aquella época medieval el rey y el reino eran la misma cosa.

Podría dar yo muchos ejemplos de ello, pero me conformaré con dos, que por su peso bastarían para abrir los ojos y la mente de quien quiera ser convencido. De quien no quiera, ya sé que ni aunque bajara del cielo Teobaldo I a cantarle lo iba yo a conseguir.  Argumentaré primero que cuando el rey Carlos II (el hermano de María, precisamente) fue aclamado en 1358 en las calles de París, la multitud congregada lo hizo al grito de Navarre, Navarre!, y no al de Charles, Charles!, por la razón que ya he dado: porque el rey y el reino eran la misma cosa, así que malamente podían tener emblemas distintos, porque ambos representaban lo mismo a ojos de quienes los contemplaban.

Pero no se vayan todavía que aún hay más: la dinastía de Evreux gobernó en Navarra entre 1328 y 1479 (como es mi costumbre, incluyo al príncipe de Viana y a sus hermanas Blanca y Leonor en la cuenta), de tal forma que, con el paso de tanto tiempo, sus armas: el cuartelado 1 y 4 carbunclo pomelado y 2 y 3 sembrado de flores de lis con banda componada de gules y plata, se acabaron convirtieron en las armas que todo el mundo (es decir: toda Europa) reconocía inmediatamente como propias de Navarra.

Real de oro de Catalina I de Foix y Juan III de Labrit
Por eso cuando accedió al trono la dinastia de Foix, no sustituyó ese emblema en las monedas que acuñó, porque las monedas sí son un rasgo de soberanía esencial de un país independiente. En cambio, en los sellos personales de Francisco Febo, de Catalina I y de Juan de Labrit, sí que se representan exclusivamente sus armas -y repito- personales. Por cierto, que Juan II, también utilizó ese emblema y no el suyo propio cuando acuñó moneda en Navarra, buscando apropiarse del símbolo del rey legítimo, que era su hijo Carlos de Viana, quien también lo empleó -él sí con todo derecho- en sus propias monedas.Y evidentemente el usurpador lo hizo por la misma razón: sabía perfectamente que el carbunclo y las flores de lis eran las armas de Navarra, y no sólo de tal o cual rey.

Gros de plata del príncipe de Viana
Gros de plata de Juan II de Aragón
Item más: cuando Fernando el del Cólico invadió y conquistó Navarra, una de las primeras cosas de las que se ocupó fue de arrancar las flores de lis de nuestra bandera. Quería así significar que a partir de 1512 el reino de Navarra era otra cosa. Y con el emblema que el quiso entonces seguimos, porque desde ese momento nunca faltaron por estos pagos, ni a él ni a sus sucesores, "podadores" para ayudarle a arrancar todas las flores posibles (y no me refiero sólo a las de lis).

Ducado de oro de Fernando I de Aragón
Lo dicho: hoy en día muchos se empeñan en que fueron Campión, Iturralde y Altadill quienes prácticamente se inventaron la bandera de Navarra, confundiendo historia con oficialidad, pero no hay que irse hasta Lisboa (cosa que de todas formas yo recomiendo vivamente) para darse cuenta de que o bien no se enteran de nada, o bien no se quieren enterar, lo cual ya tiene peor arreglo. Pero si no quieren pasear por las riberas del Tajo, que se quiten las orejeras y paseen por las del Arga o las del Zidacos, que allí podrán ver ese emblema representado por doquier en Olite, en Pamplona o en Tudela.

Por supuesto no tienen por qué aceptarlo ni compartirlo, porque al fin y al cabo un símbolo es algo unido habitualmente a un sentimiento, y ninguna persona ha de verse obligada a sentir nada que no quiera, aunque tampoco tiene que empeñarse en obligar a los demás a que acepten como dogma lo que no es cierto.


Pero vale ya de tostones históricos, porque realmente de todo este asunto con el que os he aburrido hoy, el sentimiento con el que quiero quedarme (y con el que me gustaría que os quedaseis vosotr@s también) es con el de terror que probablemente experimentó la pobre princesa María, obligada a casarse con sólo doce años, como desgraciadamente sigue ocurriendo todavía hoy en muchos lugares del mundo.

Y si un pequeño escudo en una esquina de una tabla del siglo XIV en la que casi nadie repara, sirve para que -al menos por un instante- recordemos lo que están sufriendo esas pobres niñas, todo este rollo que os he metido habrá servido para algo.


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016
   

ACONTECIMIENTO EN PAMPLONA

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Palacio Real de la Navarrería, 15 de diciembre de 1183

-La verdad es que no termino de entender vuestras reticencias, señor maese...

-Majestad: considerad que prácticamente estamos ya en invierno, y que el tipo de construcciones que se precisan para un evento como el que planeáis no resistiría las lluvias e incluso las nevadas que la estación traerá consigo.

Sancho VI el Sabio,
en Villava
-¡Vaya! No sabía yo que entre las muchas ciencias que domináis estuviera también la de la meteorología. ¿Cómo podéis prever si esos días lloverá o nevará? Más bien parece que no tenéis ganas de cumplir mi regio deseo.

-Con todo respeto, majestad, pero creo que deberíais recordar que esos "regios deseos" vuestros pueden llevaros derecho al Infierno, porque están condenados por la Iglesia...

-Mucho os agradezco, señor maese, que os preocupéis tanto por el futuro de mi alma inmortal. Preocupación de la cual deduzco también profundos conocimientos teológicos que añadir a vuestro ya citado dominio meteorológico y a la más que probada destreza que demostráis en vuestro oficio...

-Bueno, majestad, sobre esos campos concretos mis conocimientos sólo pueden catalogarse de modestos, pero es cierto que la ingeniería no se me da mal.

-Pues llegados a este punto, señor maese Sagastibelza, ¿podéis indicar a vuestro rey -si no os sirve de mucha molestia- por qué os empeñáis en no querer levantar el palenque y las gradas necesarias para celebrar un magno torneo en la capital de mi reino, que tengo previsto que sirva para que mi hija Berenguela y su futuro esposo, Ricardo de Aquitania, puedan conocerse?

-¡Oh, señor! ¿Y vos, que sois conocido en todo el reino por el justo apelativo de "Sabio", tenéis el feo detalle de preguntarme tal cosa? Pues he de deciros que me preocupa sobremanera la estabilidad de esas gradas. Pensad que toda Pamplona querrá estar allí presente, y que sabiendo que nuestra población ha llegado a la escandalosa cifra de dos mil habitantes, los materiales necesarios para resistir semejante peso por fuerza habrán de desequilibrar vuestro presupuesto. Lejos de mí colaborar en tal locura.

-¿Pero es que también sabéis de economía? Quizás debiera nombraros mi canciller y quitarle el puesto de una vez a Ferrando Pérez de Funes, el cual se pasa todo el día dibujando en vez de pensar en la política matrimonial de mis hijas, que es para lo que realmente le pago.

-No, no, majestad. Yo de lo que verdaderamente sé es de lo mío. Recordad si no cómo os advertí de que esa herrumbrosa pasarela que ordenasteis colocar entre Argaray y el palacio del Obispo acabaría por ceder, pues ya sospeché yo que no tenía su autor los cálculos precisos bien hechos.

-Y mucho os lo agradezco, honorable Sagastibelza, que por eso mismo está ahora encerrado en la mazmorra del castillo de Monreal, donde tendrá mucho tiempo para corregirlos. Pero esta historia sólo prueba una vez más que sois vos el indicado para construir lo que os pido.

-El caso es que, bien mirado, no disponéis tampoco de tantos caballeros como para comprometerlos en semejante riesgo. No sería yo buen consejero vuestro si no os advirtiera además del desastre que supondría dejar desguarnecidas las fronteras con Castilla y Aragón, solamente para que unos presumidos puedan mostrar públicamente su fanfarronería...


-¡Bueno, pero esto es ya el colmo! ¡O construís las gradas y el palenque como os he ordenado o vais a hacer compañía al señor arquitecto en la cava del castillo de Monreal, como vos prefiráis, maese Sagastibelza!

-Está bien, majestad. Cumpliré vuestra orden, pero conste que tengo unos dolores en la espalda que según me dice el físico han de obligarme a coger la baja con total seguridad...

-¡Sancho, Fernando, hijos míos! ¡Perseguid a este bergante y vigilad que construya lo que le he pedido! Y si se sale una libra, un sueldo o un dinero del presupuesto... ¡A Monreal con él!


Y aquí se interrumpe el documento que contenía esta historia, así que no sabemos qué cosa pudo ocurrir después. Pero cree este cronista que en realidad el empeño del probo Sagastibelza en que no hubiera torneo en Pamplona, encerraba un secreto muy especial que buscaba lograr dos objetivos principalmente.

El primero que el bobalicón príncipe inglés no llegase nunca a esta ciudad. Y el segundo, que debió ser en realidad el más importante, que su desidia constructiva terminase por acarrearle la prisión en Monreal, castillo del cual era tenente -fíjense ustedes qué cosas- la hermosísima infanta Berenguela.

El resto podemos los demás imaginarlo, aunque ciertamente resulte siempre complicado meterse en la cabeza de un maestro de ingenios tan bueno como Sagastibelza.

ENLACE AL BLOG DE MANUEL SAGASTIBELZA SOBRE BERENGUELA DE NAVARRA


©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016

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